Madrid, 23 de julio de 1936. Acopio de armas, fusiles y ametralladoras, en el palacio de Medinaceli para ser entregados a los voluntarios defensores de la República |
Los sublevados, que han logrado
dominar la mayor parte de Extremadura, que se han apoderado de Badajoz, Cáceres
y Plasencia, se disponen decididamente al ataque sobre Madrid.
En Badajoz los facciosos han
cometido el crimen colectivo más enorme y espantoso que registra la historia.
Más de tres mil antifascistas, fueron concentrados en la Plaza de toros. Y después de haber ocupado las gradas de la plaza, los elementos oficiales, los
falangistas, militares, requetés, incluso "señoritas" empezó el
espectáculo.
Los tres mil presos colocados
en el redondel, fueron cazados a tiros y muertos todos por las balas de
ametralladoras emplazadas en el toril. Y así, de esta forma cruel e inhumana,
murieron aquellos seres indefensos, concentrados en el círculo de la muerte.
El avance de las hordas
salvajes fascistas, compuestas de mercenarios marroquíes y portugueses, se
dirige hacia Navalmoral de la Mata, pueblo de tradición libertaria, que se
preparó para recibir a los invasores como se merecían. Y ese gran pueblo,
compuesto de campesinos y escasos artesanos, armados solamente con cuchillos y
algunas escopetas, se aprestó a la resistencia. Pero a pesar de todos sus
esfuerzos, no pudieron impedir que cayera en manos de los mercenarios y éstos,
apoyándose en el Tajo y en las cordilleras de Arenas de San Pedro, consiguen
llegar por la derecha, al Puente del Arzobispo y por la izquierda al pueblo de
Arenas de San Pedro.
Los milicianos, que han salido
de Madrid después de haber dominado la sublevación en la villa, se dirigen a
Toledo, donde los cadetes, guardia civil y demás fascistas en general
concentrados en el famoso Alcázar se hacen fuertes y bien pertrechados, con
armas y municiones abundantes, con gran cantidad de víveres, se disponen a
resistir hasta la muerte.
Los diferentes intentos que se realizan para conseguir el
Alcázar, resultan infructuosos. La ciudad de Toledo, en su casi totalidad, está
ya en poder de los republicanos, pero el Alcázar continúa en manos de los
rebeldes que lo defienden ciegamente. La desorientación y poca coordinación de
los ataques de las fuerzas republicanas, contribuyen poderosamente a que los
sitiados no cedan ante la presión de nuestros ataques. Por otra parte, los
mismos mandos, que tienen la responsabilidad del ataque, no demuestran tampoco,
una firme decisión, muchos de ellos, incluso en los momentos de calma y
particularmente por la noche, abandonan Toledo y se marchan a Madrid. En uno de
estos innecesarios viajes, muere a causa de un accidente automovilístico, uno
de los jefes más ponderados del sitio del Alcázar, Salvador Sediles, conocido
en toda España, por haber sido uno que de los que se levantaron en Jaca, en el
año 1930, conjuntamente con Fermín Galán.
En realidad, el asedio del Alcázar de Toledo, fue una
verdadera sangría para la República. Se perdió un tiempo precioso, que se
hubiera podido aprovechar yendo al encuentro del enemigo, que desde el Puente
del Arzobispo, se dirigía hacia los llanos de Talavera de la Reina, no
encontrando en el camino más que una débil y desordenada resistencia. La falta
de experiencia en el arte de la guerra, contribuyó poderosamente a que no se
tomaran otras decisiones mucho más prácticas, como hubieran sido las de dejar sitiado
el Alcázar y, dominado el pueblo de Toledo, continuar la marcha a lo largo del
río Tajo, para conseguir enfrentarse con el enemigo, antes de que tomara
Talavera de la Reina por una parte, y por la otra hubiera alcanzado el nudo de
comunicaciones de Torrijos, llegando así a Escalona San Martín de Valdeiglesias
y también a las alturas de Gredos.
El enemigo hubiera sido fácilmente parado en aquellos
terrenos montañosos, a pesar de que las fuerzas que se le hubieran opuesto no
fuesen muy numerosas. Y no se habría consumido, poco menos que inútilmente,
tanta gente en el famoso asedio del Alcázar de Toledo.
Todo esto ocurría mientras el enemigo, en el Norte, ponía
también su empeño en liquidar definitivamente la guerra en Asturias y Vasconia
a fin de poder dedicar todo su esfuerzo a la conquista de Madrid.
Los demás frentes de España, permanecían casi en completa
inactividad y el Gobierno español, no tuvo la feliz idea de preparar, aunque
fuera con los escasos medios con que contaba una ofensiva que, partiendo de
Aragón, hubiera permitido muy fácilmente en aquellos tiempos, que las fuerzas
republicanas se internasen por la Rioja, e incluso llegasen a Vizcaya, a fin de
procurar establecer enlace con los defensores de aquella región. Mientras
tanto, caía Talavera de la Reina, Torrijos, Toledo, San Martín de
Valdeiglesias, Navalcarnero y el asedio de Madrid se estrechaba cada vez más.
La Consejería de Defensa de la Generalidad de Cataluña,
estaba preocupadísima por la suerte de Madrid. En diversas ocasiones, se prestó
apoyo a las fuerzas que se batían en la capital de España, consistente en el
envío de partidas de material bélico, pero estas no eran suficientes para las
necesidades de la campaña. Era necesario un apoyo más decisivo, más efectivo,
para lograr por lo menos, detener el enemigo y establecer una línea resistente,
salvando así el inminente peligro de la caída de Madrid.
Se hicieron múltiples gestiones y se convino de momento
en que todo el material o su mayor parte, que estaba a punto de llegar a España
se destinaría a los defensores de Madrid.
Y, por fin, llegó a Cartagena el petrolero
"Campeche". En sus bodegas, en lugar de esencia transportaba
armas y municiones. También los marinos, desde el principio de la contienda,
libraron grandes batallas y expusieron su vida por la República y la
independencia de España.
Me presenté allí, delegado por la Consejería de Defensa
de la Generalidad de Cataluña y recibí la nota de todo el material, en su
mayoría ametralladoras rusas, Maxims, munición en abundancia y esencia especial
para avión. En breves horas, fue descargado el barco. Este material, el primero
que llegó a España, fue cuidadosamente depositado en el Arsenal de Cartagena y
desde allí, transportado al frente de Madrid.
Unos días después, llega a Cartagena también, otro barco.
Este, de nacionalidad rusa —motivo por lo cual no recordamos su nombre— que
trae también abundante material móvil. Trescientos camiones —que después fueron
popularmente llamados "Katiuskas"— salieron de sus bodegas y se ponen
seguidamente en marcha. Otro barco ruso, llega poco después y del mismo son
desembarcados siete mil fusiles "Winchester", americanos con varios
millones de cartuchos. Transportaba también esté barco, trescientos fusiles
ametralladores rusos, conocidos con el nombre de "fusil de plato". El
material es excelente. El Winchester americano, es de una precisión y potencia
formidables. No obstante, adolecía de un defecto capital: no tiene cargador y
las balas han de ser colocadas en la recámara una a una, cosa que en los momentos
de dura batalla, ponía nerviosísimos a los milicianos.
Por otro conducto, llega también material aéreo, que es
rápidamente montado y se pone en vuelo. Es aquél momento, cuando por vez
primera, truenan sobre el espacio de la invicta capital de España, los potentes
motores de los "chatos" y de los "moscas" nombre con los
que el pueblo bautizó a estos primeros aviones de caza, al servicio de la
República.
Desde aquél día estos aparatos, pilotados por personal
entusiasta y arrojado, se lanzaron en forma decidida contra los "Junkers" alemanes, que hasta entonces habían bombardeado a placer y
con toda impunidad Madrid y sus alrededores. Y podemos ver, como estos
pajarracos de la muerte, que mas tarde se conocen vulgarmente con el nombre de "pavas"
caen incendiados y sé estrellan en el pavimento de las vías madrileñas.
El entusiasmo popular y la moral del pueblo madrileño, se
elevan a una altura tal que en la capital de España crece por momentos la
decisión de no caer en manos del enemigo. Son tan formidables los combates
aéreos que se suceden en el cielo de Madrid que basta decir, para destacar su
importancia, que en solo un día se estrellaron veintisiete aparatos. Diez y ocho
enemigos y nueve leales.
Las milicias de la República, se baten en los frentes del
centro, con gran decisión y arrojo. Muchas veces vemos que este y esta decisión
llevan a los hombres, por su temeridad, a la muerte segura. Y, a pesar de este
coraje, el enemigo continúa avanzando y su ofensiva sobre Madrid va ganando
terreno. El cerco de la capital de España, poco a poco y día a día, se estrecha
cada vez más. como se estrecha la argolla en el cuello de un condenado a muerte.
En medio de un mar de angustias, el Estado Mayor del
Ejército leal, en manos del entonces comandante Rojo, estudia la forma de
contener al enemigo. El general Miaja, no descansa un solo momento. Se estudia
la formación de Unidades regulares, encuadradas con toda disciplina. Está en el
ánimo de todos, la constitución de un mando único, que coordine las actividades
de la guerra, no ya solamente en Madrid, sino en toda España.
Los partidos políticos y organizaciones obreras, hablan
de unificación. Se celebran infinidad de reuniones y centenares de actos
públicos, encaminados todos a conseguir este objetivo. Los hombres solo se dan
cuenta de su difícil situación, cuando la adversidad y la desgracia se cierne
sobre su cabeza. Y a pesar de esto, a pesar de la gravedad del momento, se
tropieza con serias dificultades. No todos son comprensivos. No todos son
amantes de renunciar a ciertas prerrogativas, para conseguir que la guerra se
desenvuelva con más soltura y con mayores posibilidades de éxito.
Se recurre a la intriga política. A la falsa promesa. A
la zancadilla traidora. Y la palabra dada y el documento firmado, no sirve para
nada. La comprensión y el sentido de responsabilidad, permanecen ausentes de
ciertos elementos, que hasta el momento del levantamiento fascista, eran
verdaderas nulidades, verdaderos miserables de cuerpo y alma, que cuando se han
visto colocados en cargos de mayor o menor importancia, olvidan que pueden
perderlo todo, ya que con la pérdida de la guerra se hundían todas las prerrogativas
y todas las esperanzas. Pero no se comprende así en ciertas mentes y se juega a
la política en los momentos más peligrosos. Se habla de unificación y de
renuncia a los puestos de privilegio y la realidad, más elocuente que las
palabras demuestra que no se hace nada de esto. Gente que solo piensa sacar el
máximo provecho de la nueva situación. ¡Pobres infelices...!
Mientras tanto, el fascismo, que no discute, que solo
tiene una razón y una idea fija, va ganando terreno en el avance hacia su objetivo:
Madrid.
La situación es cada día más angustiosa. Madrid está
condenado a morir entre las garras del invasor, que cada día está más cerca. El
Gobierno está desacreditado. No existe. Y es que en realidad, no tiene ningún
plan de defensa ni se preocupa de esto. Solo el pueblo está a la altura de las circunstancias y se dispone, desesperadamente, a no sucumbir ante el invasor.
El desagrado entre el pueblo, por la acción pasiva e
incomprensible del Gobierno que rige los destinos de España, es cada día mayor.
Y finalmente, se manifiesta en forma pública, exigiendo la creación de un
Consejo de Defensa Nacional que vele sobre el País. Lo pide y lo exige
insistentemente. No obstante, el Gobierno continúa indiferente a todo. Es el
único vencido. Es el único que vive fuera de la realidad y que no sigue las
cosas de cerca. Por esto, cada momento que pasa, queda más divorciado del país
que ya le repudia y desprecia. La presión popular se acentúa. Y finalmente el
Gobierno que se ve cada día más desautorizado dimite y se constituye un nuevo
Gabinete, que por su composición satisface, en principio, a la opinión en
general.
Este nuevo Gobierno, se encuentra con una realidad que
es más poderosa qué sus propias fuerzas. La proximidad del frente y la
posibilidad de una inminente caída de Madrid no le permiten hacerse cargo de
todos los asuntos pendientes y trabajar con cierta independencia. Y por esto
decide, con la disconformidad de varios de los propios Ministros, trasladar su
residencia a Valencia, para desde allí, aglutinar las necesidades de todos los
frentes, no ya solamente para salvar Madrid, sino además de modificar el plan
general de la defensa de la independencia de España.
Libre Madrid de la carga pesada, que representa un
Gobierno con su inmenso aparato burocrático, que entorpece y complica hasta las
cosas de más sencilla solución, el pueblo, en lugar de sentirse abandonado y
decaer sus ánimos, como creyeron muchos, revive. Se recobra a sí mismo. Se
opera una reacción formidable, que asombra incluso a sus propios habitantes.
No obstante, el peligro de la caída de Madrid en manos
del invasor, no se aleja. Es cada día más inminente. Pero los ciudadanos no
desfallecen. Morirán todos antes que ceder su tierra.
Y mientras se constituye la Junta de Defensa de Madrid,
allí, en la calle de Serrano 111, se encuentra instalado en un modesto
hotelito, el Comité de Defensa de la C.N.T. que no descansa un momento. Cuenta
con un gran cerebro. El de un modesto trabajador. El de un hombre casi ignorado
antes del movimiento subversivo: Eduardo Val. Todo está concentrado en él. Nada
ni el más pequeño detalle escapa a su poderosa imaginación,
y a todo cuanto se le plantea encuentra solución inmediata. Es
de una capacidad que no se agota. Los defensores de Madrid los que están en las
trincheras, cuando tienen que consultar algo, no van a los despachos oficiales.
Saben que allí no se soluciona nada. Todo está completamente muerto en Madrid.
Solo en un lugar de la capital, se vibra y se vive la guerra. En la calle de Serrano. Se ven coches, que llegan y parten rápidamente. Camiones, que se
acercan y desaparecen enseguida.
Fue, en resumen, el Comité de Defensa Confederal el
nervio, el receptáculo, que por espacio de varios días, dirigió la defensa de
Madrid.
Y allí Val, el alma del Comité, con media docena escasa
de compañeros que le rodean, logró de forma sencilla, sin aparatos burocráticos
y sin ostentaciones, coordinar la defensa de la capital, que no pudo antes
organizar todo un Gobierno de la Nación.
Mientras el Comité de Defensa Confederal de Madrid
desplegaba esta inmensa actividad, se iban coordinando las actividades casi
abandonadas por la partida del Gobierno a Valencia. Y el general Miaja —con
amplios poderes del Gobierno— llama a las organizaciones sindicales y a los
partidos políticos y les plantea la necesidad de que se constituya una Junta de
Defensa de Madrid integrada por sus representantes. Los reunidos coinciden con
las apreciaciones del general Miaja y se procede rápidamente a la constitución
de la junta en la que estaban representados todos los partidos y organizaciones
sindicales.
Esta Junta, que presidía el propio general Miaja, ejerció
durante bastante tiempo las funciones del Gobierno en Madrid, y todas las
resoluciones de importancia le eran sometidas. Poco a poco, fue desapareciendo
su eficacia, a consecuencia de que el Gobierno, desde Valencia, iba decretando
y daba soluciones con carácter nacional, a los problemas de la guerra.
En unos días se producen en Madrid acontecimientos de
gran importancia. Por una parte han llegado las primeras fuerzas
internacionales, que vienen bien equipadas y armadas. Son hombres de ideas casi
todos. Hombres que ante la convulsión que atraviesa España, han abandonado su
país, para desafiar la muerte, defendiendo la libertad de un pueblo. Se
presentan bien formados. Bien alineados. Sus mandos, excelentes luchadores,
Hans Beimler, Kléber, Walter, Lukask y Wolpianski, llevan su hombres a la línea.
Y lo primero que hacen los internacionales, al ser
trasladados a la línea de fuego —hasta aquél entonces casi no se había hecho
nada en este sentido, en la guerra sostenida en el centro— fue construirse cada
uno su pozo de tirador. Una trinchera, un parapeto y el refugio contra la
aviación.
Los defensores de Madrid, se dan perfecta cuenta que esto
es esencialísimo. Y Madrid, que había permanecido poco menos que indiferente a
la fortificación, entonces pone todos sus efectivos no combatientes a esta
tarea. El Ramo de la Construcción hace un llamamiento a sus afiliados y todos
se prestan a trabajar por la guerra. Allí, a escasos metros del enemigo,
construyen las trincheras. Muchos son los que mueren, sosteniendo su arma: el
pico o la pala. Pero esto no es obstáculo para los que quedan. Las trincheras
se profundizan, se construyen refugios sólidos, zanjas de enlace, etc. Es el
primer paso firme que se da para la verdadera y eficaz defensa de Madrid.
El enemigo, que a lo largo de la guerra ha demostrado que
no se ciñe nunca a una dirección fija de ataque y que tantea los frentes para
conocer cual es el lugar que menor resistencia le opondrá a su acción, logró en
algunos lugares infiltrarse y así consigue apoderarse de las alturas de
Garabitas, desde las cuales domina, con artillería, todo el casco urbano de la
capital. Desde entonces, los cañonazos del enemigo truenan noche y día, sin
cesar un momento. Se hace un verdadero derroche de municiones, y las azoteas,
ventanas y balcones del pobre Madrid, saltan hechos añicos ante el fuego
enemigo. No obstante, Madrid se mantiene firme. Madrid no capitula.
Los moros y los legionarios, que han logrado colocarse en
los márgenes del río Manzanares, en la parte de la Casa de Campo y Ciudad
Universitaria, abren un boquete y se filtran hasta las grandes construcciones
de la ciudad estudiantil. Nadie los detiene. La defensa se hace cada vez más
difícil, debido a la espesura de los bosques que existen en los alrededores
(Parque del Oeste, parte del cual ya está en poder del enemigo). Y Madrid lanza
desesperadamente el S.O.S.
El Gobierno de Valencia, insinúa a la Generalidad de
Cataluña, la necesidad de que fuerzas del frente de Aragón, entonces inactivo,
se trasladen inmediatamente a Madrid. Ocurría esto en los días 7 y 8 de
Noviembre de 1936.
La Consejería de Defensa de la Generalidad, Celebra una
reunión. Asiste a la misma Federica Montseny, ministro del Gobierno de la
República y representaciones de todos los partidos políticos y organizaciones
sindicales. También asisten representantes de las Columnas que operan en Aragón.
La cuestión se plantea con toda crudeza. Madrid dentro de
unas horas, de días como máximo, se perderá —dice Federica Montseny— si no se va
inmediatamente en su ayuda.
Y todos convienen en ayudar Madrid. Muchos jefes de
Columnas se ofrecen voluntarios para ir con sus hombres a la defensa de la
Capital. Pero esto no puede aceptarse. Es imposible abandonar el frente de
Aragón por completo. Y se conviene que salgan unos millares de milicianos para
Madrid, al mando de un hombre de prestigio. Y se señala allí que este debe ser
Durruti.
En el frente, cuando los milicianos se enteran que es
necesario defender Madrid y que fuerzas de Aragón se trasladarán allí se arma
un verdadero revuelo. Todos se disputan el lugar de honor. Quieren luchar.
Quieren salvar Madrid del peligro que le acecha.
Y cuatro mil hombres aproximadamente son concentrados con urgencia en los lugares de partida. Durruti, deja provisionalmente el mando
de su Columna en Aragón y se traslada a Madrid.
Hace el viaje rápidamente. Solo se detiene unos instantes
en Valencia, para recibir instrucciones del Gobierno. Y llega a Madrid. Era el
día 11 de Noviembre de 1936.
Durruti, a su llegada, se presenta inmediatamente al jefe
de las fuerzas y a su Estado Mayor. O sea al general Miaja y al comandante D.
Vicente Rojo y anuncia la llegada de sus milicianos.
La noticia corre por Madrid como un reguero de pólvora.
Ha llegado Durruti. Viene con su formidable Columna a defendernos —se dice por
todas partes— Y el entusiasmo que esto despierta, ya hace creer que Madrid no
puede perderse.
Gira Durruti una visita de inspección a los frentes, cosa
que puede realizar en unas horas, ya que el frente solo está separado del
centro de Madrid por escasos kilómetros y con vías de comunicación excelentes.
Y queda asombrado del abandono existente en las fortificaciones.
Desde su Puesto de Mando —instalado en la calle de Miguel
Ángel 27— llama al ministro de la Guerra Largo Caballero y le expone con ruda
crudeza sus impresiones. Se lamenta de que se le encargue hacer frente a una
situación tan delicada, más que por otra cosa, por el abandono que se ha tenido
con Madrid. Le dice Durruti, textualmente, al Ministro, que si el fascismo no
se ha hecho con Madrid, ha sido porque los sublevados no han tenido decisión, pues
Madrid, en realidad, está completamente indefenso y las fuerzas que lo
defienden, si bien en distintos puntos se baten con heroísmo, en otros no hacen
nada para detener al enemigo. Y así se explica la constante progresión de este
y principalmente en la Ciudad Universitaria, Cerro de los Ángeles, Carabanchel
Alto y Bajo.
El Ministro de la Guerra, se excusa. Dice que queda
Durruti facultado para atender, de acuerdo con el Estado Mayor, la Defensa de
Madrid, la cual debe ser hecha con las posibilidades existentes teniendo en
cuenta que el Gobierno, por su parte, dará las facilidades necesarias y pondrá
en manos de los defensores de la Capital todos los medios que tenga a su
alcance. Anuncia la llegada de más fuerzas internacionales y también, aviación
y algunos tanques los cuales serán inmediatamente que lleguen puestos en juego
para poder oponer una resistencia más eficaz al enemigo.
Mientras tanto, las fuerzas de Durruti, están a punto de
llegar a Madrid. Se les espera por todos. Reina gran entusiasmo popular. ¡Es
la salvación de Madrid! dicen.
Y con esta esperanza, se combate y se muere en las
trincheras como no había ocurrido hasta aquél entonces.
Se busca alojamiento para las fuerzas que han de llegar
y se determina queden instaladas en unos amplios locales, de la calle de
Granada. Y llega el 13 de Noviembre de 1936.
A últimas horas de la tarde aparecen en la Capital de
España los milicianos de Durruti, que son aclamados. Se trasladan a la calle
de Granada, con la intención de que pasen allí la noche y puedan ser atendidos
y alimentados debidamente, ya que llegan fatigadísimos de un pesado viaje.
Pero los cálculos fallaron. Pocos momentos después de
haberse colocado las fuerzas en los locales de la calle de Granada, se sabe que
el enemigo ha conseguido ocupar la mayor parte de los edificios de la Ciudad
Universitaria y que avanza sin encontrar casi resistencia, hacia la Cárcel
Modelo y Plaza de la Moncloa. En la noche anterior habían sido retirados los
presos fascistas de la Cárcel, ya que los sublevados, sin tener para nada
en cuenta que los detenidos allí son los suyos, desde hace horas bombardean el
edificio constantemente.
Miaja llama a Durruti y le da cuenta de la situación. Le
pide que las fuerzas que han llegado, con todo y reconocer su estado de
cansancio, partan inmediatamente al frente pues de no oponerse una barrera al
enemigo, este habrá entrado en la Moncloa antes de hacerse de día y penetrando
por la calle de Giner de los Ríos, se colocaría en las mismas entrañas de
Madrid. Dice Durruti que esto es imposible. El ha visto a sus hombres. Conoce
el agotamiento de los mismos. Y manifiesta que la entrada inmediata en fuego de
sus hombres, puede dar resultados funestos.
Miaja comprende todo esto. Pero está seguro que son los
únicos que pueden salvar Madrid. Y Madrid se "salvó" el 14 de
Noviembre y no el día 7 como por todas partes se ha dicho, por los milicianos que han venido de Aragón. El comandante Rojo, coincide con él. Piden ambos a
Durruti, que con su autoridad moral consiga convencer a sus milicianos y que
aquella misma madrugada entren en línea.
Durruti ni contesta. Sale precipitadamente del Ministerio
de la Guerra lugar donde residía el Estado Mayor y se dirige rápidamente a la
Calle de Granada.
Reúne a sus hombres. Les expone la necesidad de salvar
Madrid. Les dice lo que se espera de ellos: "Comprendo lo que representa
para vosotros salir ahora mismo a luchar —dice Durruti— pero es necesario
hacerlo. Y a la cabeza vuestra iré yo —añade— a luchar con vosotros, contra el
invasor".
Sin discusiones y sin dilaciones, vibran todos. Se
preparan. Contentos y decididos, recogen las armas y el equipaje. Inician su
formación en el amplio patio de la casa-cuartel. Durruti los revista. Y con
ellos, en el silencio de la noche, sale Durruti hacia el combate. Hacia el
lugar de la muerte. A la Plaza de la Moncloa.
A medida que las fuerzas se aproximan al frente, se
perciben más claramente las explosiones de los cañones y el fragor del combate.
En diferentes lugares de la ciudad, se lucha encarnizadamente.
Los internacionales han ocupado la parte izquierda de la
Ciudad Universitaria y se extienden por el interior de la Casa de Campo hacia
la Puerta de Hierro, en dirección a Aravaca. Solo falta que los hombres de
Durruti lleguen a tiempo de taponar el boquete existente, que se extiende desde
el Parque del Oeste, hacia la Estación del Norte y que representa una constante
amenaza para la Seguridad de la capital.
Llegan los milicianos a los parapetos. Parapetos improvisados. Adoquines levantados de las calles, que no son trincheras sino
simples barricadas. Se está haciendo la guerra en Madrid, de la misma forma que
se habían hecho huelgas en Barcelona. Es una verdadera pena.
Durruti coloca a los hombres, nerviosos y anhelantes que
desean entrar en combate. Quieren ver a los moros, que son la pesadilla de
todos los combatientes. Los más bravos, han sido dotados de fusil ruso
ametrallador de plato con los que aún no han disparado un solo tiro pero que,
en los breves minutos que los han tenido en sus manos, han
aprendido ya a manejar. Los acarician como el niño acaricia su
nuevo juguete. Esperan la hora de emplearlos. Y esta llega al fin.
Los tanques enemigos han cruzado ya el Manzanares. Van
progresando hacia adelante. Y los hombres de la Columna Durruti, sabiamente
colocados entre los coquetones hotelitos que se esparcen alrededor del Parque
del Oeste y sus inmediaciones, esperan el momento de atacarlos.
Grupos de milicianos se adelantan y lanzan bombas de
mano sobre los tanques de la muerte. Estos, uno tras otro, retiemblan y se
inclinan hacia adelante, hacia atrás, hacia sus costados, rotas sus cremalleras
por las bombas. La infantería enemiga que sigue a los tanques, vacila y no se
atreve a avanzar al ver la metralla que cae sobre estos. Hacen un alto en el
camino e inician la retirada. Es entonces, cuando los milicianos disparan sin
cesar contra el enemigo. Los fusiles ametralladores vomitan la muerte. Las
filas enemigas, son diezmadas continuamente. Los soldados al servicio del
fascismo, reaccionan y hacen frente. Pero no les vale de nada. Los milicianos,
disparan incansablemente. El olor de la pólvora anuda sus gargantas. Les ahoga
y emborracha. Y saltan de los parapetos, persiguiendo el enemigo, al cual
obligan a refugiarse en su punto de partida: La Ciudad Universitaria. Existen allí unas explanadas, que los milicianos de Durruti,
ciegos de coraje y decididos a exterminar a todos los enemigos, intentan
salvar. Pero no pueden conseguirlo porque el fuego de ametralladora enemigo les barre completamente. Y no hubo más remedio que volver a los parapetos.
Y así, con el acto de heroísmo de unos hombres, que antes
de entrar en lucha, estaban cansados y agotados. se salvó Madrid en la mañana
del día 14 de Noviembre de 1936.
¡Las fuerzas de Durruti, se han cubierto de gloria! Es la exclamación que se oye por todo Madrid. Ya todo el pueblo conoce lo
ocurrido. Los internacionales —que se han batido también excelentemente— admiran y elogian a los hombres llegados de Aragón. El entusiasmo popular traspasa los limites de la capital de España y se traslada a todos los
frentes de lucha.
Los sublevados, por su parte, están coléricos. Las
órdenes decisivas que habían recibido de sus mandos para apoderarse de Madrid, les fallan todas por uno u otro motivo. Se han enterado de la forma que
combaten los milicianos. Han visto el valor de la Columna Durruti. Y preparan
nuevas ofensivas, más fuertes aún si cabe, que las llevadas a la práctica hasta
aquél entonces.
Ya no confían tanto en la infantería mora. Preparan más
bien las armas pesadas. Los cañones. La aviación. Los tanques. Y las casas de
Madrid, tiemblan ante la lluvia de metralla que cae sobre ellas.
Intentan nuevamente la toma de Madrid. Persisten en su
ataque por la Plaza de la Moncloa. Y se puede ver como donde no existían mas
que simples parapetos, los milicianos de Durruti habían construido, en pocas
horas, como por arte de magia, verdaderas trincheras y excelentes parapetos, e
incluso, refugios contra la aviación. Conocen el empeño del enemigo, para
conseguir la toma de Madrid. Por ello, saben que la lucha no ha terminado con
el triunfo obtenido en su primera batalla. Esperan, decididos y vigilantes, a
los invasores, para hacerles morder nuevamente el polvo de la derrota.
Los combates, se suceden nuevamente. Combates que se
prolongan noche y día, sin descanso, durante varios días. Pero el enemigo no
consigue sus propósitos. No puede avanzar ni un solo paso, ante la tenacidad de
las milicianos republicanos. Ya Madrid está definitivamente salvado. Lo ha
salvado Durruti. Lo han salvado sus hombres. Y lo han salvado, también, los
internacionales y con ellos todos el heroico pueblo madrileño, que ha renacido
con el apoyo y el sacrificio de los que han acudido en su defensa.
Va combatiéndose sin interrupción. Y llegamos así hasta
el día 19 de Noviembre de 1936, fecha de triste memoria. Hecho el recuento de
las bajas, se calcula en más del 60 % las sufridas por el personal de la
Columna Durruti, en su mayoría, por muerte. Y en las filas de los
Internacionales las bajas también fueron numerosísimas.
Madrid está intranquilo aquel día. Se nota la
preocupación en todos los rostros. Algo anormal ocurre. Lo que no había
conseguido el enemigo, con sus constantes ataques lo logra un hecho que, por su
significación, conmueve a todo el mundo. Se dice que ha sido gravemente herido
uno de los hombres más representativos del frente. Y no se concreta su nombre.
Pero se procura que entre los combatientes de la Columna Durruti no trascienda
la noticia. Eso hace suponer a todo el mundo, que el herido es el propio jefe
de la Columna, Buenaventura Durruti.
Hay otros heridos también. Manzana, el técnico militar de
la Columna, Miguel Yoldi, Liberto Ros y otros destacados elementos de la
Columna Durruti también están heridos.
Esto hace aumentar el rumor. Y finalmente se sabe la
noticia: Durruti está herido. Y herido de muerte. Una bala disparada desde el
Clínico, ha penetrado en su cuerpo por la tetilla y por la espalda. Se le
traslada al Hospital de las Milicias Confederales, donde el experto cirujano,
Dr. Santamaría, trabaja lo inenarrable para salvarlo.
La mesa de operaciones, donde descansa el hercúleo cuerpo
de Durruti, aún palpitante, está rodeada de sus mejores amigos y compañeros,
que anhelantes, interrogan al Doctor para saber si la gravedad de la herida
permitirá salvarle. El Dr. Santamaría presto a empezar la delicada operación,
no contesta a nadie. Ordena inmediatamente que todos, absolutamente todos, se
retiren de la sala de operaciones. Marchan todos. Y allí, Santamaría con los
mejores cirujanos madrileños, que se han congregado para auxiliarle, empieza su
trabajo. Todo es inútil. La bala cumplió su misión de muerte. Y el cuerpo de
aquel gran hombre, fue perdiendo poco a poco el calor y la respiración se hace
más pesada y difícil.
Muere Durruti. Muere el salvador de Madrid, en el momento
que más falta hacía para continuar defendiéndolo y para poner todo su vigoroso
esfuerzo, en defensa de toda España. Era el día 20 de Noviembre de 1936.
La noticia, corre Por toda España. Hombres y mujeres,
lloran desconsoladamente. No hay forma humana de consolar a todo el pueblo
antifascista español. La muerte de Durruti fue sentida por todos. Sin haberlo
pedido se convirtió Durruti en el ídolo del pueblo. Y, más que ídolo, era la
propia alma del pueblo español... Fue esta una de las más duras pruebas en el
transcurso de la guerra.
La muerte de Durruti traspasa, incluso, los umbrales de
lo suyos. Los propios fascistas reconocen que, con la muerte de este gran
hombre, han ocasionado una pérdida irreparable a las filas de los republicanos.
Su radio lo dice públicamente, dedicando incluso elogiosos recuerdos al héroe,
al que dan el nombre de "general rojo". Madrid se ha
salvado. ¡Pero a qué precio!
La sangre derramada defendiendo la capital de España no
sido estéril. Los hombres que anhelantes han llegado a Madrid procedentes de
Cataluña y del extranjero, han sucumbido en su inmensa mayoría, pero la capital
de España, continúa en manos de los republicanos.
Mientras tanto, en Cataluña existe una preocupación
enorme. Pasados los momentos de dolor, al conocerse la muerte de Durruti, se
hace necesario encontrarle un substituto. Alguien que sea capaz de seguir la
obra del gran desaparecido y que, al propio tiempo, inspire confianza a los
combatientes catalanes. Se habla primeramente de García Oliver. Pero éste es ministro
de Justicia del Gobierno de la República y no puede ocupar el lugar del caído.
En la Consejería de Defensa, se estima que soy el más
indicado para ocupar la vacante. Y en Figueras, donde me encontraba
inspeccionando la defensa de las costas de Cataluña, recibo una llamada
telefónica, en la que se me da la terrible noticia de la muerte de Durruti y la
inesperada, también, de que he sido designado para substituirle. Y con ella, la
orden de que deje inmediatamente todos los trabajos que realizo, en suspenso y
me presente en Barcelona, para salir sin pérdida de tiempo hacia Madrid.
Comunico estas noticias al comandante Ramos de
Carabineros que es jefe de las Fuerzas de la Costa y que se encuentra a mi
lado. Y se promueve —como en todas partes al conocerse la noticia— una escena
verdaderamente conmovedora. Esta noticia, cae allí y produce un efecto mayor
que él que produce un bombardeo de la aviación.
Serenados los ánimos, todos piensan en la misión que
deben cumplir. En Barcelona, por el propio Consejero de Defensa, se me entrega
un nombramiento oficial que dice textualmente: "Por el presente escrito,
se nombra jefe de todas las fuerzas catalanas que operan en el frente de
Madrid, al compañero Ricardo Sanz, el cual se hará cargo del mando de dichas
fuerzas, en el plazo más breve posible, por exigirlo así las actuales
circunstancias. Dado en Barcelona a 20 de Noviembre de 1936. El Consejero de
Defensa de la Generalidad de Cataluña. Sandino (firmado)."
A la mañana siguiente, estaba ya en Madrid. La muerte de
Durruti había logrado desmoralizar un tanto a sus fuerzas, que hasta entonces
habían luchado con gran arrojo y heroísmo.
Como la muerte de Durruti se había producido al
bajar este de su coche y precisamente no se encontraba con sus hombres en los
parapetos, se corrían los más absurdos rumores, hasta el extremo de asegurarse
que Durruti había sido muerto por la espalda al dirigirse a la línea de fuego.
Estos rumores acompañados del quebranto existente en las filas de la Columna
como ya hemos dicho antes, había tenido un 60 % de bajas, nos colocaba a todos
en una situación muy delicada.
En medio de aquél ambiente enrarecido y confuso, me hice
cargo del mando del resto de los hombres que habían salido de Aragón con
Durruti, con el premeditado propósito de salvar Madrid, aunque tuvieran que
morir todos. Pero este propósito estaba ahora algo cambiado. Pesaba sobre
ellos el terrible hecho de la muerte de Durruti. Y pedían, en su inmensa
mayoría, volver a Aragón, donde la guerra no exigía en aquellos momentos tan
grandes sacrificios a unos hombres que voluntariamente combatían por la causa
de la República.
No obstante esta situación confusa, auxiliado con el
apoyo de la ministro Federica Montseny y de otros buenos amigos que se
encontraban en Madrid y se habían hecho la promesa de no abandonarlo hasta que
estuviera completamente salvado, se logró que solo un número reducidísimo de
combatientes regresara a Aragón y la mayoría permanecieron en Madrid,
dispuestos a defenderlo por encima de todas las cosas.
Días más tarde, la Consejería de Defensa atendiendo mi
petición, organizó una nueva expedición de fuerzas. Y así la Columna Durruti
de Madrid volvió a estar nutrida y en condiciones de ocupar su sitio de honor
en el frente, lo que hizo inmediatamente, relevando a una de las Columnas
internacionales que ocupaban las posiciones existentes desde la Casa de Campo
hasta las inmediaciones de Aravaca.
Allí, en los famosos combates de Aravaca y de la Casa de
campo, los hombres de Durruti, los milicianos de Cataluña continuaron
ofrendando su vida para conseguir sus deseos: Que el enemigo no avanzara un
solo paso en Madrid.
Contenido el enemigo en la Ciudad Universitaria y en
Aravaca, intenta otro nuevo golpe sobre Madrid. Escoge el sector del Jarama,
donde por sorpresa, consigue avanzar y ocupar La Marañosa, cortando finalmente
la carretera general que une Madrid con Levante. Pero esta maniobra. le falla
también. Los obreros madrileños, trabajando noche y día incesantemente, abren nuevas vías de comunicación que, aún dando un pequeño rodeo, sirven para que
más adelante, se unan nuevas carreteras con la principal de Valencia, cortada
por el enemigo.
Se combate encarnizadamente y la batalla del Jarama ha
sido una de las más duras. Murieron millares de hombres, de ambas partes. Pero
el enemigo no logra sus propósitos. El poco terreno que conquista, no le
recompensa el esfuerzo realizado la preparación y desarrollo de su gran ataque.
No cejan en su empeño los militares traidores. Madrid es
su objetivo y su pesadilla. Franco y sus lacayos, preparan nuevos ataques.
Las fuerzas enemigas que operaban por Majadahonda, Pozuelo
de Alarcón, La Rosa, Boadilla del Monte y que pretendían ocupar El Pardo, eran
de nacionalidad alemana. Alemanas eran también, las que atacaban por el Jarama
y que tuvieron un fracaso tan evidente.
Y se suscitó, por lo visto, en el campo enemigo una cuestión
de competencia internacional. Los italianos quisieron probar su suerte, quizás
con el premeditado propósito de colocarse en plan superior al de los alemanes. Y
entonces fue cuando se inició la fuerte ofensiva sobre Madrid, partiendo del
sector de Guadalajara.
Las fuerzas italianas, compuestas de camisas negras y
flechas de todos los colores al mando de Bergonzoli, partiendo de la vía
general que une Madrid con Zaragoza, se lanzaron al ataque con ímpetu,
pretendiendo cercar, una vez más, la Villa del Oso y el Madroño. Y logran en
los primeros días, algunos progresos que les infunden confianza. Avanzan, triunfan en parte.
Pero el Ejército Popular —que ya está constituido en su
casi totalidad por Divisiones y Brigadas bien encuadradas— se prepara para el contraataque,
a pesar de contar con muy pocos elementos. Y la contraofensiva se produce con
tanto éxito, no solo logra paralizar el avance del ejército italiano, sino que
le infligen una de las más grandes derrotas y quebranto que haya soportado
ejército alguno en la guerra moderna.
La 14 División, mandada por un obrero, Cipriano Mera y
por el ingeniero Venardini, con sus millares de hombres, propinaron esta gran
derrota a los extranjeros que querían dominar Madrid y que solo consiguieron
cubrirse del ridículo espantoso que registra la historia.
Y Madrid queda definitivamente salvado. Se estabilizan
sus frentes. Ya no hay ofensivas brutales contra la invicta capital. Tiroteos
de trinchera a trinchera, minas subterráneas que estallan por ambas partes. Así,
transcurren los meses.
Ricardo Sanz
Los que fuimos a Madrid, 1969 -
Capítulo VIII
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