Fotografía de Vicente López Videa |
Una iniciativa generosa de la diputado
socialista Margarita Nelken ha movilizado en Madrid todo un ejército femenino.
Milicianas pacíficas y laboriosas, que en vez del fusil y la cartuchera tienen
en sus manos largas agujas de metal o de pasta y madejas de hilos de
lana.
Margarita Nelken pidió a las mujeres
madrileñas que ayudasen a los luchadores por la causa del pueblo proveyéndoles
de prendas de abrigo de confección casera: jerseys de punto, cuellos y
bufandas, que les defiendan del frío en estas madrugadas que, pese al rigor de
la canícula,'son ya cruelmente frías en las crestas serranas.
Apenas la voz amiga de la Radio lanzó el
llamamiento, una legión de trabajadoras, muchachas de la clase media, obreritas
de la aguja, empleadas y artesanas, formó «cola» en la secretaría de la Casa
del Pueblo donde se organizaba el reparto de lana para las prendas.
La «mano de obra» se ofreció generosamente
por varios millares de madrileñas, ávidas de colaborar, cada cual a su modo, en
el esfuerzo heroico de las Milicias populares.
Acabaron pronto con la provisión de madejas
que fábricas y comercios habían ofrecido espontáneamente. Las más humildes sólo
podían contribuir con sus manos hacendosas y hábiles, dispuestas a trabajar sin
descanso. Pero son muchos millares ya las madrileñas que invirtiendo sus
pequeños ahorros, las «sisas» del modesto presupuesto cotidiano, en madejas de
lana están en sus hogares, durante la tregua de sus labores caseras, trabajando
afanosamente en la labor «de punto», que irá a los cuerpos de los
luchadores impregnada de una tibia fragancia femenina.
Manos diligentes de artesanas habituadas
al trabajo; manos pulidas y finas de modistas y empleadas; manos fragantes de
artistas y burguesitas antes ociosas, mariposean incansables desde hace muchos
días tejiendo esas prendas de abrigo. Los dedos suaves que saben de los
ardientes contactos del amor y de las santas caricias de la maternidad, juegan
veloces con los fonjos hilos, con las finas agujas calceteras.
En la dramática tensión de las horas que
vivimos, esta labor hogareña y silenciosa tiene un entrañable sentido de
colaboración espiritual. Las manos trabajan; pero el pensamiento puede volar,
mientras tanto, a su antojo.Y mientras «las vueltas» del tejido crecen entre
las agujas afanosas, la mujer puede imaginar el destino de la prenda, que,
hecha aún un blando ovillo tibio, descansa en su regazo. El jersey o la bufanda
será para un hombre, un hermano desconocido que en aquellos mismos momentos se
estará jugando bravamente la vida por defender esta vida, esta libertad, este
hogar donde la mujer trabaja.
Estas prendas que las madrileñas con tanta
generosidad trabajan serán para los combatientes las más preciadas. No serán el
abrigo anónimo lanzado en series enormes por las máquinas de las grandes
industrias. Estos otros jerseys y bufandas tejidos individualmente tendrán un
hondo prestigio sentimental: cada uno representará varias horas de la vida de
una mujer —hermana, madre o esposa— que los tejió poniendo en la labor un fervor
de su corazón, un deseo de ventura, un anhelo profundo de su alma de mujer por
que el Destino favorezca al hombre que ha de llevarlo sobre su pecho, ofrecido
gallardamente a la muerte.
Mujeres madrileñas: Que vuestra generosa
colaboración se extienda en un alud de entusiasmo y de esfuerzo por todos los
ámbitos de la ciudad, capital y símbolo de la nueva España que se está
forjando, en una trágica depuración, ante el asombro del mundo. Contribuid
todas a esta obra de piedad y civismo; que no haya una mano ociosa ni un
céntimo dilapidado en frivolidad. Los soldados del pueblo, los que luchan en
llanuras extremeñas y serranías castellanas, no deben pasar frío en estas
madrugadas agosteñas, gélidas ya en las campiñas. El dinero de que podáis
disponer, aun sacrificando pequeños hábitos de coquetería; todas las horas
libres que tengáis deben convertirse: en madejas de lana, las monedas; en
trabajo, el tiempo de ocio, para ayudar a los bravos luchadores del pueblo.
Hay muchas maneras de hacer la guerra, de
colaborar en la gran empresa en que la nueva España fragua su porvenir. La
vuestra es de estímulo y de piedad. Ya estáis también en
los frentes de combate y en los hospitales de sangre. En la retaguardia, en el
refugio de vuestros hogares, vuestra obra no será menos fecunda. Que vuestras
manos, ungidas por el amor, santas por la maternidad, no estén ociosas mientras
puedan.
Juan Ferragut
Mundo Gráfico, 2 de septiembre de 1936
No hay comentarios:
Publicar un comentario