Miguel Labordeta Subías (Zaragoza, 16 de junio de 1921 - 1 de agosto de 1969) |
Mataos,
pero dejad tranquilo a ese niño
que duerme en una cuna.
Si vuestra rabia es fuego que
devora al cielo
y en vuestras almohadas crecen
las pistolas:
destruios, aniquilaos,
ensangrentad
con ojos desgarrados los
acumulados cementerios
que bajo la luna de tantas
cosas callan,
pero dejad tranquilo al
campesino
que cante en la mañana
el azul nutritivo de los soles.
Invadid con vuestro traqueteo
los talleres, los navíos, las
universidades,
las oficinas espectrales donde
tanta gente languidece,
triturad toda rosa hallada; al
noble pensativo,
preparad las bombas de fósforo
y las nupcias del agua con la muerte
que han de aplastar a las
dulces muchachas paseantes,
en esta misma hora que sonríe
por una desconocida ciudad de
provincias,
pero dejad tranquilo al joven
estudiante
que lleva en su corazón un
estímulo secreto.
Inundad los periódicos, las
radios, los cines, las tribunas
de entelequias, estructuras
incompatibles,
pero dejad tranquilo al obrero
que fumando un pitillo
ríe con los amigos en aquel bar
de la esquina.
Asesinaos si así lo deseáis,
exterminaos vosotros: los
teorizantes de ambas cercas
que jamás asiríais un fusil de
bravura,
pero dejad tranquilo a ese
hombre tan bueno y tan vulgar
que con su mujer pasea en los
económicos atardeceres.
Aplastaos, pero, vosotros,
los inquisitoriales azuzadores
de la matanza,
los implacables dogmáticos de
estrechez mentecata,
los monstruosos depositarios de
la enorme Gran Estafa,
los opulentos energúmenos que
en alza favorable de cotizaciones
preparáis la trituración de los
sueños modestos
bajo un hacha de martirios
inútiles.
Pisotead mi sepulcro también,
os lo permito, si así lo
deseáis inclusive y todo,
aventad mis cenizas
gratuitamente
si consideráis que mi voz de la
calle no se acomoda a vuestros fines suculentos,
pero dejad tranquilo a ese niño
que duerme en una cuna,
al campesino que nos suda la
harina y el aceite,
al joven estudiante con su
llave de oro,
al obrero en su ocio ganado
fumándose un pitillo,
y al hombre gris que coge los
tranvías
con su gabán roído a las seis
de la tarde.
Esperan otra cosa.
Los parieron sus madres para
vivir con todos,
y entre todos aspiran a vivir,
tan sólo ésto,
y de ellos ha de crecer, si
surge,
una raza de hombres con puñales
de amor inverosímil,
hacia otras aventuras más
hermosas.
Miguel Labordeta Subías
Epilírica, 1961
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