Carmen Conde y María Cegarra |
(Sin fecha. Últimos días de septiembre / primeros de octubre de 1935)
Mi apreciada María:
Agradezco tu mandado de libros y letras infinitamente. Reparto unos entre mis mejores amigos y me quedo con las otras para siempre. Alegra los ojos ver tus verdes cartas que huelen tan bien, que trae el cartero oliendo entre las demás. Me asombra recibirlas con ese olor penetrante que no le quitan ni el roce con las otras, ni la cartera de los mensajeros, ni la distancia que recorre de mano en mano y de tren en tren. Bueno ¿sabes que he acabado ya mi nueva cosa? Estoy muy contento por ahora; no sé si mañana mismo estaré de otro semblante y corazón. No creo, no creo, María querida, que yo sea nunca un poderoso del dinero como tú quieres. Me enfada que pienses eso de mi. Yo no tendré dinero nunca, María. No me sirve para nada. Me basta con tener el pan justo del día, y no preocuparme de si mañana será otro día.
He hablado, porque me lo hallé en Cruz y Raya, con el idiota Miguel Pérez Perrero; le dije que hiciera una nota sobre tu libro, que llevaba en la mano yo y le ofrecí; me dijo que no tenía tiempo y que si a mi me parecía bien que la hiciese yo y me la publicaría en su página. A mi no me desagradó la idea; pero cuando se explicó un poco más, resultó que la nota había de ser de ocho líneas o diez a lo más. Como comprenderás, esto no es nada, y es ridículo mandar una nota así. ¿No te parece?
A Concha Méndez y Manolo Altolaguirre he dado un ejemplar de tu libro y creo que me darán varios de los publicados por ellos de ellos mismos y de otros poetas para tí. En cuanto los tenga en mi mano, te los enviaré, María buena.
Verdaderamente, no es posible que tú estés conforme del todo con la vida que llevas en tu pueblo. Cuando me dijiste ahí que estabas contenta y eras feliz en ese reducido aire minero, no me lo creí. Adiviné que hablabas así porque sabías que yo venia de casa de Carmen y me había dicho que llevabas una vida muy... no sé como dijo... Pero yo te pregunté de tu estado ahí por mí mismo, porque sé que, con familia y todo, a veces es insoportable la vida ahí para uno, que necesita contactos con estas gentes que escriben, y mienten, y pecan, y murmuran, y envidian, como nosotros mismos y como todo el mundo.
Quiero que me perdones lo mucho que tardo en contestarte. No quiero decirte nada para disculparme. Sé que tú comprenderás perfectamente que estar ahí da más tiempo y gana para escribir que estar aquí, y rodeado de cosas, trabajos y cuestiones de vida y muerte como estoy.
He dicho a Neruda que te escriba si puede y me lo ha prometido.
Pronto te mandaré la revista que va a publicarse de poesía, Caballo verde, en la que verás un poema largo, y diferente de todo lo que conoces mío. Vecino de la muerte.
Te recuerdo muchísimo y espero que un día me des la noticia gozosa de que vienes por aquí.
Saluda mucho a tu padre, madre, y hermana, de quien recuerdo su voz y su confitura y tu acéptame esta mano que te tiendo idealmente Miguel tu amigo
¡Adiós María!
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