Frente de la Casa de Campo de Madrid, diciembre de 1936 |
Discurso pronunciado por el escritor cubano Dr. Juan Marinello en la recepción
ofrecida en su honor por la "League of American Writers, en los Delphic
Studios, New York, la noche del 18 de noviembre de 1937.
Parece que ante un público intelectual como
éste lo que más importa al expresar una experiencia sobre la trágica
España actual, es informar sobre el modo en que entiende el gobierno del Frente
Popular el problema de la cultura. Y claro está que al hablar aquí de cultura
nos referimos al esfuerzo por el mejoramiento colectivo, es decir, al cultivo
do las potencias y capacidades del hombre en su sentido lato. Entendido así ese
comprometido término, estamos en realidad preguntándonos el modo con que
enfrentan los dos bandos contendientes en España el problema de la vida misma.
Más que fas palabras de los líderes,
siempre sospechosas de apasionamiento, y parcialidad, dicen los hechos de los
bandos que representan. Los hechos de la España fascista, es decir de la
porción de la península gobernada a contrapelo por Franco y sus aliados, dicen bien a las claras cómo no les importa ni poco ni mucho el cultivo del
espíritu, la superación por la cultura. Yo he advertido en gente nada
extremista un grande asombro por los decretos en que Franco, estimando un lujo
demasiado costoso la enseñanza pública, suprimía cincuenta institutos de
segunda enseñanza. Yo creo que en verdad no hay razón para tal asombro.
¿Qué intentan los del bando franquista? Simplemente mantener una realidad
económica que, vuelta contra el pueblo, se desentiende lógicamente del interés
por su mejoramiento, La España de Franco no pretende sino la continuación
de la España pre-republicana, es decir, de una realidad nacional de raíces
feudales interesada en mantener a la masa popular en la ignorancia. La España
leal, perfectamente representada en el gobierno del Frente Popular, no intenta
otra cosa que romper esa feudalidad, obra muy modesta por cierto y que es la
que impone esta etapa del progreso histórico español. Y esa feudalidad no se
quiebra en definitiva sin el cultivo, sin el mejoramiento de la masa que la
sufre.
Consecuentemente con este propósito
central, la España republicana ha realizado la tarea, que yo creo uno de los
más altos ejemplos de nuestra época, de destruir construyendo, de atacar con
inigualado coraje a los ejecutores del designio feudal sin olvidar un
instante la transformación mental del pueblo que dominan sus armas. Hay
que meditar un poco en la reponsabilidad gravísima a que hizo frente la
República Española el día del golpe faccioso. El gobierno surgido de la entraña
popular significaba el impulso céntrico de la nación hacia una vida de mejor
justicia, hacia la superación universal de lo español. Y ahora, por obra de los
enemigos del pueblo, se ponía en peligro no sólo el intento superador sino lo
que de admirable e inigualado había ido dejando el espíritu de España a través
de los siglos. Los generales facciosos no sólo significaban en su intención el
reniego del empuje cultural de la patria sino que destruían con sus bombas y
cañones los mejores ejemplos históricos de la cultura de España.
La República, atacada en la entraña, tenía
que realizar en medio de la guerra más feroz, esta obra en verdad gigantesca:
defender a toda costa los monumentos de la cultura pasada, es decir mantener, a
precio de su mejor esfuerzo, la continuidad de la cultura española y, al propio
tiempo, haciendo bueno su carácter, su misma razón de existencia, tenía que
transformar la orientación de esa cultura. Las dificultades para realizar la
tarea magna requerían muy altas, capacidades de respeto y de técnica: una masa
popular de tan fina percepción que entendiera, en medio de las rudezas bélicas,
la importancia de la defensa cultural y un grupo de hombres de alta calidad
científica que supiera, sin vacilaciones ni precipitaciones, adecuar el
torrente superador de la cultura hispánica a las exigencias de un presente que
es casi futuro. Ambas cosas, poseyó la República.
Veamos la obra de la República en la
primera de estas dos grandes responsabilidades: en lo que toca a la conservación del tesoro cultural español. En esto campo ha tenido el gobierno
de la España leal una doble tarea a su cargo: proteger los monumentos
escultóricos y arquitectónicos así como las bibliotecas y los archivos de la
acción de la metralla fascista y obtener el respeto por los libros y objetos de
arte puestos a la mano del pueblo. En ambas direcciones la comprensión del
fenómeno de la cultura ha ido del brazo del buen ímpetu de renovación social.
Son incontables los casos en que la
aviación o la artillería facciosas han escogido deliberaamente para destruir
los centros de cultura o monumentos notables. Ahí están el bombardeo de la
Biblioteca Nacional, del Museo del Prado, del Instituto Cajal, del Museo de
Arte Moderno, del Instituto Escuela, de la Escuela de Bellas Artes, del
Jardín Botánico, del Instituto de San lsidro, del palacio del Infantado,
del Palacio de Liria, de la pila bautismal de Cervantes y del sepulcro de Cisneros.
Las escuelas atacadas por el plomo cavernario son incontables. Sólo en Madrid
han sufrido sus efectos catorce grupos escolares. Es interesante advertir como
los resultados de la continuada agresión son de poca cuantía. Ello se ha debido
no sólo a la rapidez y eficacia en la contestación del ataque sino
principalmente al cuidado puesto por salvar monumentos, edificios, libros y documentos de la furia enemiga. El día 23 de Julio de 1936, en
seguida de estallar la insurrección facciosa, atendió el Gobierno a la
organización de una Junta encargada de la defensa de los elementos de cultura
atacados o puestos en peligro. La obra de esa Junta que en Febrero del 37 se
transformó en el Consejo Central de Anchivos, Bibliotecas y Museos, ha sido en
verdad meritísima. Quien haya visto Madrid lo sabe bien. Cuanto de valor
notable o eminente contenían las bibliotecas y los museos matritenses está a
buen recaudo. Será inútil todo esfuerzo por su destrucción. Y aquellos
monumentos que por su tamaño, no han podido llevarse a subterráneos seguros han
sido encerrados en verdaderas fortalezas donde dormirán defendidos hasta el
día de la victoria.
No hay que decir que en una situación de
renovación social que significa por su esencia el mando de los que hacen la
renovación con sus manos y con su sangre, nada significaría el interés
gubernamental sin la colaboración de los soldados del pueblo. Puede afirmarse
que no se hubiera salvado la cultura española en sus más logradas
representaciones si el hombre del pueblo no se hubiera movilizado en su servicio.
No es cosa de repetir aquí las ocasiones numerosas en que los defensores
de la República han puesto en peligro sus vidas por impedir la destrucción
o el deterioro de libros, esculturas, cuadros o documentos. ¡Y esto lo realiza una
masa humilde a la que el enemigo tiene por primaria y salvaje...!
El que visita la España trágica de hoy
queda admirado del respeto casi religioso con que el verdadero pueblo trata
cuanto tenga valor de cultura. Puedo decir de mi experiencia que en Valencia y
Madrid viví en casas de la vieja nobleza convertidas hoy en lugares de refugio
y descanso de los soldados del Ejército Popular y de responsables de
organizaciones sindicales y políticas. En esos palacios abundaban los objetos
valiosos por su mérito artístico o por el precio de su materia. Todos estaban a
la mano de hombres rudos y sencillos venidos de la fábrica o de la campiña. Por
meses vi como aquellos objetos, mirados y examinados por todos, quedaban en sus
puestos sin excepción. Hasta los retratos familiares de condes y marqueses
permanecían, como el día que huyeron sus dueños, sobre las cómodas y las mesas
de noche. Ni aún las ropas, que bien necesitan a veces los habitantes actuales
de esos palacios, han sido movidas de los armarios.
Yo quiero deciros una ocurrencia de mi
estancia española, que me parece, por el contraste que significa, del mejor
relieve sintomático. Visitaba yo en compañía de algunos jóvenes cubanos
cubanos, ahora oficiales en el Ejército Popular Español, la ilustre Alcalá de
Henares. Entramos en el Convento de las Carmelitas Descalzas, convertido en
cuartel por necesidades de la guerra. Las camas de los soldados
poblaban todos los locales. Junto a ellas, objetos de oro, plata y piedras
preciosas, con libros de muy alto valor. Pregunté a un grupo de soldados por
qué razones cuidaban con tanto respeto objetos y libros. Me contestó uno por todos:
"Muchas de estas cosas no sabemos justamente lo que representan o valen.
Los libros, escritos en latín o en el castellano de otras épocas, no los
entendemos, pero nuestros jefes nos han dicho que es necesario conservar todo
esto para que cuando llegue la victoria haya sufrido lo menos posible la
cultura de España"... Salimos del convento y nos dirigimos a la
Universidad famosa. Imaginad la ilusión de un hombre de libros al saberse a dos
pasos del patio en que discurrieron como estudiantes Tirso de Molina, Nebrija y
Antonio Pérez, Quevedo y Moreto, Pérez de Montalván y Arias Montano, Figueroa
el Divino, San Ignacio de Loyola y Lope de Vega... Y suponed el
efecto que causaría en mi espíritu contemplar el patio insigne despedazado por
la metralla fascista. El soldado del Convento de las Carmelitas Descalzas era
la voz del pueblo auténtico entendiendo su marcha hacia un mañana de justicia.
Aquel patio que simbolizaba la cultura de España, era la prueba y la acusación
de una España vencida que quiere en su huida despedazar a su enemigo verdadero:
el espíritu de liberación que late y triunfa bajo toda cultura que merezca tal
nombre.
La conservación y cuidado de los valores
culturales nacionales toca a veces en la España leal a extremos que para el
observador miope parecerían sentimentales o románticos. No hay tal. Ocurre
simplemente que el Gobierno del Frente Popular entiende que cuanto en algún
aspecto significa exaltación ejemplar de las calidades españolas debe
conservarse primero y entregarse al pueblo después. Detrás de los soldados
vencedores de Brihuega marcharon con Javier de Winthuysen los técnicos de
jardinería con objeto de subsanar de inmediato los desperfectos que la terrible
batalla hubiera podido causar en los famosos jardines ahora entregados al
cuidado y a la delectación de todos los españoles.
Pero no todo ha sido conservar lo
existente. Precisaba, lo hemos dicho, variar de curso las ricas aguas
tradicionales, Todo lo salvado se ha puesto a disposición del pueblo. Acaba de
ver la luz en Valencia un precioso folleto en el que, con la decisiva
elocuencia de los hechos, se contestan a las mal intencionadas razones del
sabio Don Miguel Artigas, ex-Director de la Biblioteca Nacional de Madrid y ahora
servidor lamentable de Franco y sus aliados extranjeros. Por este folleto de la
Junta Central del Tesoro Artístico, se prueba decisivamente como, por obra del
gobierno popular, la guerra española en vez de traer la destrucción de la
cultura que los facciosos quieren, ha venido a significar su verdadero
acrecentamiento, poniendo frente a todos los ojos, materiales valiosísimos
hasta hace poco en manos indoctas y codiciosas. Más de setenta bibliotecas
particulares, que sumadas significan medio millón de volúmenes, no son ya
pertenencia de aristócratas engreídos y rencorosos; once mil cuadros,
incluyendo Murillos, Zurbaranes, Velázquez, Grecos, Goyas, Dureros y Holbeins;
más de cien mil objetos de escultura y más de dos mil tapices de
los palacios de Madrid y El Pardo y de la Catedral de Cuenca (sin duda la colección de tapices más rica
del mundo) son ahora verdadera riqueza española, es decir, patrimonio cierto
del pueblo de España. El señor Artigas convoca a los hispanistas del mundo para
que lloren con él la pérdida imaginaria de las fuentes de la cultura hispánica.
El gobierno del Frente Popular llama a la gran familia hispanista, a
Huntington, a Croce, a Farinelli, a Fitz-Gerald, a Coster, a Espinosa, a
Schevill, a Martinenche, a los Thomas, a Vossler, a Pfand, para que acudan a
Madrid a penetrar en tesoros desconocidos o prohibidos en el fondo de
bibliotecas particulares y ahora recogidos, clasificados y catalogados
científicamente para el usufructo de todos.
Yo puedo en este punto decir algo de mi propia
experiencia. Todo el tiempo que residí en Madrid lo viví en la Alianza de
Intelectuales Antifascistas, instalada en el que fue palacio de los excondes de
Heredia Espinola. Cuando el pueblo entró en el palacio se abrieron las puertas
de una biblioteca de incalculable riqueza que, al decir de los servidores de la
casa, estaba tapiada para propios y extraños desde hacía cinco años. Esa misma
familia había tenido secuestrada al interés de sabios y curiosos durante
treinta años y en los sótanos del Banco de España, entre manuscritos
inestimables de Quevedo, Lope, Moreto, los procesos de los judíos toledanos del
siglo XVI, tesoro jamás tocado por nadie. Todo eso, y hablo solo de un caso
entre mil, del que me tocó observar de cerca, es hoy tesoro público.
No puede hablarse de la democratización de
la cultura sin realizar dos cosas: el aumento de instituciones de enseñanza y
una organización pedagógica y económica que permita a todos el acceso a estas
organizaciones. No hay que encarecer la dificultad y el mérito que significa
atender a estos dos problemas en medio de la más cruel de las agresiones. El
gobierno del Frente Popular ha creado, en el tiempo que anda la guerra, 5.500
escuelas, construido 275 nuevos edificios escolares, creado 1200
escuelas especiales para milicianos, analfabetos, y editado, entre
cartillas y libros de lectura, más de seiscientos mil ejemplares. Dar
cuenta de la modernización del servicio de bibliotecas requeriría un tiempo del
que no disponemos. Baste decir que el viejo sistema de agrupar gran
cantidad de ejemplares en dos o tres grandes bibliotecas se está transformando
en el sistema de distribución científica a numerosas bibliotecas creadas,
los depósitos que funcionan en las ciudades de mayor importancia. Al dejar yo
España se habían invertido para dotar el depósito instalado en Valencia
dos millones y medio de pesetas. Este depósito, como otros que se están creando
en ciudades de primer rango, se ocupará de la provisión de las bibliotecas
provinciales, comarcales, municipales y rurales que deben funcionar
obligatoriamente en cada provincia, comarca, municipio o barrio rural,
cuidándose de que la cultura general quede atendida sin perjuicio del tipo
especial de conocimientos que cada lugar exija. Todo ello sin perjuicio de reorganizar
con criterio modernisímo las bibliotecas de los centros de segunda enseñanza y
de crear las bibliotecas escolares, de las que ya funcionan buen número.
La enseñanza media y superior tropieza en
una situación bélica con un obstáculo de mucha monta: los que han de recibirla
son, por su edad, los llamados a tomar las armas. Dentro de lo posible el
gobierno del Frente Popular ha removido el gran obstáculo. En las universidades
e institutos españoles funcionan cursillos intensivos que permiten ultimar bachilleratos
y carreras facultativas sin afectar el servicio militar. En muchas ocasiones
profesores y examinadores acuden cerca de las trincheras para que padezca lo
menos la defensa nacional. Y teniendo conciencia clara de que los estudios así
realizados no pueden cumplir exactamente su función, se establece que terminada
la contienda, vuelvan los estudiantes a las aulas a realizar estudios
complementarios que los capaciten definitivamente.
La reforma educacional de mayor importancia
que ha realizado la República es sin duda la creación y organización de los
llamados Institutos para Obreros. Puede afirmarse que es esta obra la más
notable transformación educacional realizada hasta ahora en España.
Interesantes son las disposiciones que posibilitan la fácil llegada a los
estudios universitarios de los trabajadores de quince a treinta y cinco años.
El examen en un sólo acto, tan propicio al error y la injusticia queda
sustituido por una convivencia de seis meses entre profesores y alumnos, lo que
permite una selección afincada en el perfecto conocimiento de las capacidades
del aspirante. La brevedad del bachillerato estará determinada, mediante
cursos intensivos por la posibilidad de asimilación y
aprovechamiento de cada alumno. Pero lo que es en verdad excepcional es que el
Estado llame a todos los trabajadores a los estudios superiores,
encargándose no sólo de la manutención del obrero estudiante , sino de la de
todas aquellas personas que, viviendo de su esfuerzo, quedan desvalidas por su
ingreso en los Institutos. El día que dejaba yo la ciudad de Barcelona se
fiaban profusamente en las fachadas de sus casas unos enormes carteles invitando a todas las organizaciones proletarias a que propusieran al gobierno
los nombres de sus miembros interesado en seguir estudios superiores. Desde
ahora, rezaban los carteles, la cultura no es un problema de economía
sino de capacidad ¡Eran los días en que Franco declaraba, clausurando gran
cantidad de instituciones educacionales, que la enseñanza y la cultura eran
lujos demasiados caros para tiempos de guerra...!
La investigación científica como todo
trabajo de orden superior continúa con intensidad y eficacia en la España
leal. La Junta para Ampliación de Estudios ha mantenido su excelente
rendimiento. El asedio de Madrid ha hecho trasladar a Valencia todos los
materiales de estudios necesarios a la Junta. Las publicaciones del
prestigioso organismo no se han interrumpido.
Ahí están las obras de Cuatrecasas y de
Sánchez Cantón. La Revista de Filología Española, el Archivo de Arte y
Arqueología, la Revista Emérita y otras publicaciones han continuado
apareciendo. Los trabajos de Botánica, Zoología, Mineralogía y Geología han
seguido su curso; los laboratorios de investigaciones biológicas,
fisiología, metalografía y matemáticas han continuado su obra; el Instituto de
Física y Química mantiene su vitalidad y prestigio.
La continuidad en las labores de la alta
cultura tiene un hondo significado simbólico. Habla muy alto no solo de la
abnegación de los sabios españoles sino de la inusitada comprensión e
inteligencia del proletariado español. Recordaré siempre la palabra emocionada
con que el ilustre Navarro Tomás me narraba los sacrificios y peligros sin
cuento afrontados por los obreros tipógrafos de Madrid a fin de no interrumpir,
bajo la metralla facciosa, las publicaciones de la Junta para Ampliación de
Estudios. Admiraba el sabio filólogo como los obreros de la Imprenta
Rivadeneyra, situada en la zona más castigada por el plomo fascista, no dejaron
ni un día de acudir al trabajo. Lo verdaderamente admirable, me decía Navarro
Tomás, es que aquellos hombres, empeñados por su misma condición popular en una
lucha de vida o muerte, acudiesen como a una obligación irrenunciable y
urgente a componer libros tan lejanos al momento que vivían como el "De
virginitate beatae Mariae" de San Ildefonso y artículos tan inactuales
como los publicados en la revista Emérita.
A otro extremo por último, atiende el
gobierno de la República: a rodear al productor intelectual de condiciones
favorables para la investigación y la creación. La Casa de la Cultura de
Valencia dice mucho en este sentido. Allí encuentra el intelectual de toda
especialidad y filiación elementos de trabajo amplios y bastantes, pero, al
propio tiempo, su admisión en dicha casa significa la atención por el Estado de
sus necesidades vitales. Sólo se pide una postura antifascista,
connatural de la propia condición de intelectual honesto. No podrá olvidárseme
la tarde en que visité a Don Antonio Machado, Presidente de la Casa de la
Cultura en su bella casa de Rocafort. El gran poeta que por larguísimos años,
bajo gobiernos reaccionarios y anti-españoles conoció la miseria y la angustia,
disfruta hoy del bienestar que merece la lealtad popular de su talento.
La seguridad, el sosiego de su vida han permitido al poeta, ya en la ancianidad,
un renacimiento inesperado de mensajes y capacidades.
Una charla descosida, alterada por la
emoción que este acto significa para mí, no es el informe que yo quisiera y que
vosotros merecéis. Bien lo sé. No habremos perdido sin embargo la ocasión
ni el tiempo si de mis dichos nace robustecida la fe en un gran pueblo que
ahora lucha por todos nosotros, ya que somos hombres amenazados de injusticia y
además gente de libros, es decir, luchadores por una cultura exaltadora y
transformadora del hombre.
Spanish Information Bureau, New York, 1937
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