Interviú viajó hasta la punta más occidental de Francia, su Finisterre, a entrevistar a una anciana extremadamente inteligente y despierta. Había dos
motivos para ello: fue la compañera del legendario militante anarcosindicalista Durruti y jamás había sido entrevistada por la
prensa española. Hablamos de todo extensamente, hasta de la oscura y enigmática
muerte del leonés: "Nunca creímos que muriese de un accidente", han
declarado la compañera y la hija de Durruti.
—¿Desde
Madrid has venido sólo para eso? Ahora Durruti es
un héroe nacional, ¿no?, lo han convertido en un personaje de leyenda. Ah, me disgusta todo esto, lo rechazo.
Mi hija Colette, estuvo en España mil
novecientos cuarenta y ocho, en pleno periodo de represión, y unos policías le
dijeron: "Su padre era todo un hombre". Claro, hablaban así porque
estaba muerto, si hubiera estado vivo le habrían tratado de otra forma.
Emilienne Morin, setenta y
seis años, apenas si dice en español más que "charlar" o
"mujeres libres", pero lo entiende a la perfección. Conversamos en su
casa y paseando por las calles medievales de Quimper; entramos en una "créperie" y recibe de todos el trato que
corresponde a una viejecita, aunque deja tras de si
la estela de una cierta sorpresa por una viveza y sentido del humor extraños a
su edad. Pasados cuarenta y un años de que Durruti muriera pronunciando la palabra "Mimi" ("Así me lo dijo un día el doctor Santamaría; claro, que no sé si
creerlo"), por las calles de una conservadora ciudad de aire gallego cuyas
paredes aparecen llenas de pintadas reclamando una Bretaña "autónoma y libertarai", Emiliana habla de aquellos
años que permanecieron juntos Durruti y ella, cuando él era Pepe en casa y
ella Mimi.
—Lo
conocí en la librería Internacional de París, un día que fui como solía a
comprar libros y a ver a Berta, que era la encargada, la que después sería
compañera de Ascaso. Fue en mil novecientos
veintisiete. Yo buscaba por las estanterías y entraron los dos: Durruti y Ascaso.
El me miró, yo le miré... "et voilá".
Ella
había nacido veintiséis años antes en Algers,
en el Oeste francés, aunque toda su vida había transcurrido en París, donde se
hizo secretaria. Educada en las ideas de su padre ("Un anarquista
romántico de la vieja época"), frecuentaba los medios sindicalistas libertarios y trabajó con especial
empeño en dos comités: el Sacco-Vanzetti y el que se organizó para sacar de la
cárcel a Durruti y a Ascaso. "Estaba muy lejos de imaginar
entonces, cuando ayudábamos a su abogado, Henri Torez, que nuestras vidas se iban a
cruzar. Yo había estado casada, pero muy poco tiempo".
Durruti ya era muy conocido por entonces, no sólo en los
medios anarcosindicalistas; también la
prensa burguesa se ocupaba a menudo de él. Había huido a Francia en 1917, tras
la huelga revolucionaria, y había trabajado en París como mecánico. En 1919 se
había fugado de una cárcel española donde cumplía condena como desertor. Ya
eran conocidos sus grupos "Los Justicieros" y "Los
Solidarios", uno de cuyos principales objetivos era acabar con Alfonso XII. En 1922 había sido muerto el cardenal arzobispo
de Zaragoza, Juan Soldevilla, y en el Banco de
España de Gijón habían sido robadas
675.000 pesetas. Ya había vivido la etapa latinoamericana con Ascaso y ambos acababan de ser puestos en
libertad en Francia, tras su detención por el plan de atentar contra Alfonso XIII y el dictador Primo de Rivera, cuando aquel
día de 1927 se encontró con Emilienne en la
librería que precisamente se había fundado unos años antes con dinero que Ascaso y él habían aportado.
—Lo volví ver en casa de Berta una noche que me invitó a cenar, y allí hablamos por primera vez. Estuvimos viéndonos desde entonces hasta que
lo expulsaron a Lyon. Luego marchó a Alemania y
desde allí me escribía mucho. Después, Ascaso y
él fueron a Bruselas, donde les dejaron quedar con la condición de que
utilizaran nombres falsos... ¿No es grotesco? La legalidad utilizando la
ilegalidad ...entonces me pidió que fuera a vivir con él, algo que ya esperaba
desde hacia tiempo.
Emiliana no lo dudó, pero había problemas económicos en su
casa. Cuando la hipoteca que sus padres tenían sobre la casa en que vivían
estuvo pagada hizo sus maletas y, con identidad falsa, marchó a Bruselas.
—Una amiga me prestó sus papeles, pasé con su foto y todo. Durruti había sabido comprender lo que yo le
había dicho de que no podía ir con él hasta que mis padres salieran a flote.
Durruti, en el hogar
Los
tiempos de Bruselas fueron fáciles para la pareja. Durruti no podía tener ningún tipo de actividad
sindical, ni ideológica ni política, y, aparte de su trabajo como mecánico,
toda su acción se limitaba a largas charlas con los compañeros en el Centro
Español.
—Lo llamábamos "la Casa de las Ocho Horas". Nuestra
vida era la de una pareja normal. Yo le hacia leer clásicos en francés, y, a
pesar de que él guardaba como con cierto pudor su pasado y lo que había
hecho, compartía totalmente conmigo sus sueños e ilusiones. Tenia un sentido
del humor muy ácido, reía para adentro: decía de mi, cuando me presentaba a
algún compañero, "Ella es sindicalista...
a secas". Y sabia que no era así, pero le gustaba tomarle el pelo a todo
el mundo; sin molestar, claro.
Emiliana, todavía hoy, es feminista. Se indigna cuando ve que un "spot" de televisión recomienda a las amas de
casa, que además trabajan fuera del hogar, un analgésico para calmar sus
preocupaciones y cansancio. "¡Es abominable esta publicidad!", dice. Con Durruti también hubo problemas en el hogar.
—En este sentido tenia la mentalidad de la época. Todos los
anarquistas españoles no hacían más que hablar de amor libre y el anarquismo y
eran incapaces de cocinar o de bañar a sus hijos. En su casa eran siete
hermanos y Rosa la única mujer; hasta que se casó, y ya era muy mayor, no hizo
otra cosa que hacerlo todo por ellos; la casa, la ropa, la comida..., ni a la
mesa para comer se sentaba. Y a su medre, la abuelita, aún le parecía poco. Durruti sabía que yo tenia razón y por eso no
podía llevarme la contraria. Alguna vez bañaba a la niña o me ayudaba a pelar
patatas, pero muy de cuando en cuando. Recuerdo un domingo en Bruselas: el se
había pasado toda la mañana charlando con sus compañeros y llegó a comer.
"No he guisado nada —le dije—; yo también tengo derecho a disfrutar los
domingos, ¿no crees? Comeremos en un restaurante". No le gustó mi actitud
de momento, pero no pudo decir que no. Hubiera sido un poco violento para un
anarquista, ¿no?
Estuvieron
los tres años y medio de Bruselas prestando atención nada más que a lo que en
España ocurría. Durruti ya tenia hechas las
maletas el 14 de abril de 1931, y al enterarse por la radio del triunfo
republicano no lo pensó ni un minuto y se marchó para Barcelona, donde, al
llegar, quemó todos sus falsos documentos.
—Yo tuve que esperar a fin de mes para dar en mi trabajo el preaviso, empaquetar todo y enviarlo a Barcelona;
recuerdo que en el traslado se perdió una caja con todos mis libros. Entonces,
tras la primera separación, me dí cuenta de que algo había acabado: aquellos
hermosos años que, desde un punto de vista egoísta, fueron los mejores de mi
vida. Nos seguimos entendiendo, evidentemente,
y nos quisimos siempre, pero su vida de militante nos separó totalmente. Yo lo
sabía cuando me uní a él y él también, por eso decidimos que no íbamos a tener
hijos; sin embargo, Colette nació, en Barcelona ya, el 4 de diciembre de aquel año.
La Revolución española
Emiliana, encinta, llegó en mayo del 31 a Barcelona, y a partir de
entonces la vida fue un torbellino para ella. "Durruti pasó mis tiempo detenido que en casa, y
cuando estaba en libertad, reuniones, entrevistas, mítines, viajes...". Nació Colette y los problemas aumentaron.
—Fue la etapa que más miseria pasé en mi vida. A él, tras la
proclamación del comunismo libertario en Figols (enero
de mil novecientos treinta y dos), lo desterraron a Fuerteventura y yo tenía el problema del
español para poder encontrar trabajo como secretaria. Claro que cuando él
estaba en casa tampoco marchaba mejor la cuestión económica; él estaba como por
encima de estos problemas. La solidaridad de los compañeros, una pequeña ayuda
que mis padres podían enviarme y algunos trabajos que encontré nos permitieron
sobrevivir.
Primero
trabajó en la casa Cinzano lavando
botellas, luego hizo limpieza en algunas casas y por fin entró como taquillera
en un cine. ¿No era el Goya? "Si,
era El Goya". Vamos recomponiendo los recuerdos, lugares, fechas.
El problema aparece con las casas en que vivió. "Nos cambiamos
tantas veces que ni me acuerdo" Horta, Sants, el Clot,
una habitación en casa de García Vivancos, una casita con
los Ascaso... La última si la
recuerda bien.
—Fue en la calle Espronceda.
Cuando pienso en aquel tiempo sólo veo violencia. Los compañeros estaban muy
ilusionados, tenían una gran confianza en el pueblo, pero yo no lo veía así; en
mi trabajo, al hablar con los que me rodeaban, lo que oía no confirmaba esas
ilusiones.
Durruti sabía que el golpe militar se iba a producir.
El tenía confianza y yo no. A mí me parecía que las fuerzas reaccionarias, con
la Iglesia a la cabeza, eran todavía demasiado fuertes y veía imposible ese
salto formidable desde una República, sin republicanos y apenas consolidada, al
comunismo libertario. Pero él parecía seguro del triunfo y yo pensaba estar con
él hasta el fin porque así lo habíamos decidido cuando nos unimos. Mi padre
murió el veinte de noviembre de treinta y cinco —una fecha mágica, ¿no?, el
veinte de noviembre— y mi madre vino a Barcelona.
En mayo Durrutí le
dijo que se fuera a París con la pequeña, porque aquello estaba a punto de estallar
Y
en julio estalló. Emiliana recuerda perfectamente la muerte de Ascaso el 19 de aquel mes. "Yo estaba
en las Ramblas, en un sindicato que quizá fuera el de la madera. Hacía un calor
tremendo y bajaba pañuelos y trapos a los compañeros, que estaban empapados de
sudor. Ricardo Sanz apareció
con el cadáver en sus brazos. Ascaso se
había lanzado solo, adelantándose a
todos, contra el cuartel de Atarazanas, casi
como en un acto de exaltación revolucionaria. Siempre fue así: exaltado,
nervioso, con un concepto romántico de todo. Durruti,
aunque sintió la muerte como la de un hermano, no pudo pararse en sentimientos
y empezó a preparar la marcha de la columna hacia el frente de Aragón".
La
columna Durruti-Pérez Farras salió del paseo de Gracia casi a
la aventura, sin víveres y con escasas armas. Se hizo un llamamiento por radio
y la solidaridad fue extraordinaria.
—De todas partes trajeron comida, incluso gente que ya debía
estar sentada a la mesa, porque era la hora de comer. Trajeron paellas,
cacerolas llenas de guisos, sopas. Yo me subí a un camión de víveres sin
decirle nada a él y me escondí porque no sabía si iba a estar de acuerdo o no.
En uno de los altos, todavía en tierra catalana, se acercó el camión, me
dirigió una mirada como diciendo; "¿Tú por aquí?", sonrió y se marchó
sin decir nada.
El último "adiós"
Emiliana recuerda Bujaraloz,
Las Ventas... "En todas partes nos recibían como vencedores, pero
yo miraba las paredes de las habitaciones de las casas y descubría las marcas
de cuadros que acabaran de ser descolgados, imágenes de santos y de cristos probablemente". Apenas tuvo
contacto con Durruti porque no querían
beneficiarse de algo que no les era posible a los otros.
—Hay un capítulo sobre la columna que me gustaría aclarar: es
totalmente falso que Durruti hiciera
fusilar prostitutas. Efectivamente,
llegaron algunas prostitutas por su cuenta y se les hizo regresar a Barcelona
ante los temores de contagio de enfermedades venéreas, eso es todo. Esa
imbecilidad del fusilamiento la inventó una escritora comunista.
En
una ocasión, Emiliana y Durruti volaron juntos a Madrid en la avioneta
de Malraux. "Iba a
pedir armas a Largo Caballero y estaba furioso. ¿Lo ves? —le dije yo—, a eso
lleva tu concepción del apoliticismo: el
poder en manos de los socialistas, y vosotros, que sois la fuerza, sin
armas".
En
noviembre la columna marchó a Madrid. Fue la despedida. "Le
acompañé al campo de aviación y nos dijimos adiós; recuerdo que él me dijo:
'Hasta pronto', pero ya no le vi más. Cien veces había pensado que podía morir
en las huelgas, en las detenciones, cuando fue deportado... Mil veces pudo
morir y me fui habituando de tal forma al peligro que ya ni pensaba en él.
Cuando llegó su hora fue muy duro y de nada me valió ya haberlo pensado antes,
fue tremendamente duro".
La muerte de Durruti
—¿Cómo
murió Durruti?
—Un accidente. Se le disparó el fusil que llevaba.
—¿Le
vio alguna vez con fusil?
—Nunca. Pero como estaba en el frente...
—¿Cree,
de verdad, que murió en un accidente?
—No. Nunca lo creí, pero nunca tuve otra versión que ésta, la
oficial de CNT.
El
19 de noviembre de 1936, en la Ciudad Universitaria de Madrid, fuera de la
zona de tiro, al subir a un coche en el que viajaban también Julio Graves,
chófer, y el sargento Manzana, militar profesional y lugarteniente de Durruti en la columna, éste fue alcanzado por
un disparo. El hecho jamás ha sido totalmente aclarado.
—Se
habló de una bala enemiga rebotada...
—Imposible. El disparo tuvo que ser hecho a unos veinte
centímetros. En su cazadora, que me dio el doctor Santamaría y que guardé hasta la ocupación
alemana, se apreciaba claramente el halo de fogonazo, señales de pólvora.
¿De
dónde surgió la bala que hirió de muerte a Durrutí? No pudo disparársele un fusil que nunca llevó y queda descartado el disparo lejano y la bala rebotada. Había otra arma, la que
llevaba el sargento Manzana.
Antonio
Bonilla, miembro de la columna, que iba en el coche que estaba parado frente al
de Durruti declaró en una
entrevista que le hice en julio pasado: "No cabe duda de que la bala que
mató a Durruti salió del naranjero
que portaba Manzana. Pudo ser casual o intencionadamente. Hoy, a la vista de lo
que ocurrió después, opto por creer que fue intencionado el
disparo".
—Lo leí en
"Posible". Pero, pruebas, faltan pruebas.
—¿No
le parece que dicha versión tiene más lógica que la oficial?
—¿Por qué ha tardado Bonilla tantos años en declarar esto? ¿Por
qué no lo comunicó en seguida? El sargento Manzana siguió gozando de la
confianza de CNT, por lo que me han dicho.
¿Cómo entender esto?
—¿Nunca
pensó que Durrutí pudiera haber sido
asesinado?
—Si, machas veces, pero me pareció algo demasiado grave... Siempre tuve dudas. La madrugada del veinte de noviembre yo estaba con Juanel en el edificio de Capitanía General de
Barcelona, cerca del puerto. Abad de Santillán me llamó para decirme que Durruti estaba
gravemente herido, pero yo sabia que había muerto, lo intuí. Yo no puedo
rebatir nada, no estaba allí y sólo sé lo que me explicaron.
—Pero
se habrá planteado preguntas durante estos años...
—Muchas. Pero, ¿a quién acusar? Caben todas las suposiciones. La
pregunta que siempre me formulé es ¿por qué la CNT no levó a cabo una investigación y esclarecimiento más a fondo?
—¿Alguna
vez planteó esta pregunta a alguien?
—Si, y nadie ha sabido contestarme. Quizá ahora ya sea demasiado
tarde, habría que haberlo hecho desde el principio.
El
entierro fue un espectáculo impresionante, toda Barcelona se volcó a la
calle. "Yo iba enfrente del cortejo y no me atreví a mirar ni un
segundo atrás. Era algo fantástico. Cuando mi hija era mayor se lo conté y no
podía creerlo. Tuvo ocasión de verlo en d 'Morir en Madrid", de Rossif, claro que allí habían unido el
entierro con un discurso de La Pasionaria...''
Una
noticia sorprendente: el cadáver de Durruti no
está en la tumba de Montjuich tantas veces fotografiada.
—Por lo menos así me lo han dicho. Unos compañeros cambiaron el
cadáver de lugar cuando las tropas franquistas entraban en Barcelona.
Lo
pasado, ya pasó
Tocan
a su fin los dos días de estancia en Quimper,
durante los cuales, en varias sesiones, se ha llevado a cabo la entrevista. Una
visita con Emiliana a la cercana casa
de Colette, la hija, casada y madre
de dos chicos. Nuevos recuerdos.
—El día en que murió papá yo estaba en París y mi madre en Barcelona.
Tenía cinco años. Lo recuerdo muy bien: yo jugaba en el jardín y una camarada
francesa cruzó la verja y le dijo a mi abuela que entrara en la casa. ¿Por
qué?, me dije yo. Fui tras ellas y las oí hablar desde detrás de una
puerta: "Durruti ha muerto". La
abuela me tomó entre sus brazos llorando y me llenó de besos. ¿Por qué, por qué
todo eso?, me decía yo. Más tarde, quizá por una intuición sentimental, dudé de
la versión de su muerte; nunca creí que hubiera muerto de un accidente.
Después, Colette fue a la escuela y llegó el contacto
con algún profesor de izquierdas. "¿Coletle Durruti?... ¿Eres familia de él?. "Sí,
contestaba yo, su hija. Y me parecía algo muy importante". Antes
de casarse viajó una vez a España, en 1948, con diecisiete años.
—Guardo un pésimo recuerdo de aquel viaje. Al cambiar de tren en
la frontera me encontré a dos policías, esperándome en mí asiento, que me
llenaron de preguntas. En Madrid tuve que presentarme tres veces en la
Dirección General de Seguridad. Me seguían, era una provocación constante.
Emiliana es muy nerviosa, pero en casa de su hija fuma mucho
menos que a solas. "¿Otro pitillo, mamá?". Estuvo en
España, en León, en 1961 y ya no ha vuelto. No hubo otro hombre en su vida tras Durruti. "Tuve algunos pretendientes,
pero la sucesión no era fácil y con él se había roto algo de mi vida". Tras
la muerte ella regresó a París, en enero de 1937, trabajó de nuevo como
secretaría y tuvo que soportar muchos problemas con la ocupación alemana. Se
jubiló y hace unos once años vino a Quimper.
Pasa mucho tiempo sola en casa (es obvio que nuestra visita no la ha
desagradado) y se consuela viendo "las mediocridades de
la televisión" hasta que le llega el sueño. Ahora puede leer muy
poco y dice que el mejor libro que se ha escrito sobre Durruti es el de Joan Llarch.
—Afortunadamente
mi hija me ayuda a pagar este piso. Guardo recuerdos horribles de aquellos
años, pero también maravillosos. Fue una
experiencia determinante para este siglo, y con su dureza y todo valió la pena
vivirla. Alguna vez he estado de visita en casa de algún compañero español exiliado, pero no he frecuentado demasiado sus
ambientes. Pienso que lo pasado ya pasó y que no se hace dos veces la misma
revolución.
El amor y la lucha de un
anarquista, entrevista de Pedro Costa Musté y Luis Artime a Emilienne Durruti publicada en la revista Interviu, 12 de febrero de 1977
Vaya bicho
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