Puerto de A Coruña - Foto de Manuel Ferrol |
No veían la lágrima.
Inmóvil
en el centro de la visión,
brillando,
demasiado pesada para rodar por
mejilla de hombre,
inmensa,
decían que una nube,
pretendían, querían
no verla
sobre la tierra oscurecida,
brillar sobre la tierra
oscurecida.
Ved en cambio a los hombres que
sonríen,
los hombres que aconsejan la
sonrisa.
Vedlos
presurosos, que acuden.
Frente a la sorda realidad
peroran, recomiendan, imponen
confianza.
Solícitos, ofrecen sus
servicios. Y sonríen,
sonríen.
Son los viles
propagandistas diplomados
de la sonrisa sin dolor, los
curanderos
sin honra.
La lágrima refleja
sólo un brillo furtivo
que apenas espejea.
La descubre la sed,
apenas, de los ojos
sobre los doloridos
utensilios humanos
-igual como descubre
el río que, invisible,
espejea en las hojas
movidas-, pero a veces
en cambio, levantada,
manifiesta, terrible,
es un mar encendido
que hace daño a los ojos,
y su brillo feroz
y dura transparencia
se ensaña en la sonrisa
barata de esos hombres
ciegos, que aún sonríen
como ventanas rotas.
He ahora el dolor
de los otros, de muchos,
dolor de muchos otros, dolor de
tantos hombres,
océanos de hombres que los
siglos arrastran
por los siglos, sumiéndose en
la historia.
Dolor de tantos seres
injuriados,
rechazados, retrocedidos al
último escalón,
pobres bestias
que avanzan derrengándose por
un camino hostil,
sin saber dónde van o quién les
manda,
sintiendo a cada paso detrás
suyo ese ahogado resuello
y en la nuca ese vaho caliente
que es el vértigo
del instinto, el miedo a la
estampida,
animal adelante, hacia
adelante, levantándose
para caer aún, para rendirse
al fin, de bruces, y entregar
el alma porque ya
no pueden más con ella.
Así es el mundo
y así los hombres. Ved
nuestra historia, ese mar,
ese inmenso depósito de
sufrimiento anónimo,
ved cómo se recoge
todo en él: injusticias
calladamente devoradas,
humillaciones, puños
a escondidas crispados
y llantos, conmovedores llantos
inaudibles
de los que nada esperan ya de
nadie…
Todo, todo aquí se recoge, se
atesora, se suma
bajo el silencio oscuramente,
germina
para brotar adelgazado en
lágrima,
lágrima transparente igual que
un símbolo,
pero reconcentrada, dura,
diminuta
como gota explosiva, como estrella
libre, terrible por los aires,
fulgurante, fija,
único pensamiento de los que la
contemplan
desde la tierra oscurecida,
desde esta tierra todavía
oscurecida.
Jaime Gil de Biedma
Compañeros de viaje, 1959
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