"Tiorras desgreñás"
llamaba con torpe erudición un literato de nuestra época a esas mujeres de
nuestra nación que unidas muchas veces a sus compañeros de trabajo formaban
parte de manifestaciones tumultuosas con las cuales el pueblo pretendía emanciparse
del yugo de su esclavitud. Nombre y calificativo despectivos, que no podían ser
jamás adjudicados a esas mujeres sino con el deseo ferviente de ofenderlas,
toda vez que en el alma de esas humildes mujeres no podía sino anidar el
entusiasmo noble y sincero de unir sus quejas muy hondas a las de sus
compañeros, con miras a un mejoramiento, primero material, de sus condiciones
de vida, base de un bienestar de otro orden.
Porque no cabe duda que el deseo innato en todos los seres
racionales es el de superar mejorativamente sus condiciones de vida, escalar,
por decirlo así, un puesto más elevado en la sociedad, aunque a veces la
voluntad, palanca formidable de nuestras actividades, no acompañe
constantemente a nuestras aspiraciones para realizarlas.
Por eso, al llamar de ese modo a las mujeres del pueblo, este
literato envolvía todo un juicio de desdén hacia esas nobles mujeres que no
teniendo más caudales valiosos que su honra, se lanzaban a veces a la calle
para gritar con denuestos viriles y exigir la liberación de sus compañeros de
trabajo. No perdiendo su honra, la mujer, ¿no es mil veces plausible que grite
y que escupa, que mueva y aliente a los hombres para luchar junto a ella si con
ello pretende conseguir un mejoramiento para sus hijos y para los hermanos de
su clase? ¿Qué importa entonces que su pelo —ficticio marco vistoso muchas
veces de cerebros ruines— se ondule a los soplos del viento y sus puños se
cierren en alto y el tono de su voz se agríe, si su alma y su honra no pierden
su pureza?
Esas mismas mujeres de entonces, que tanto gritaban y que tan
injustamente fueron calificadas, son las que hoy contribuyen muy activamente a
libertar a España. Sin duda, todas ellas, con la vista fija en un porvenir
venturoso de la Patria, ofrecieron la fuerza de sus músculos para trabajar
en fábricas y talleres y hoy suplen a los hombres que luchan en los
frentes.
Hermosa lección de patriótico heroísmo nos dan esas mujeres. Con
su pelo suelto y sus vestidos sucios trabajan sin descanso. Pero esas
compañeras del humilde paria ya no gritan desaforadamente en plazas y paseos y
si lo hacen a veces es para llamar a los hombres a cumplir con su deber de
empuñar las armas para defender a España.
No les importa que sus encantos femeninos hoy sufran menoscabo.
Tiempos vendrán en que sus manos, encallecidas hoy por los hierros del taller o
la mancera del arado, recobren la delicadeza suave que deben tener. Pero sobre
todo, habrán conservado incólume su honra. Ya no podrán dejarse seducir por el
señorito satisfecho de quien nos habla otro insigne literato de nuestra época.
Y no envidiarán tampoco a las que mecieron su infancia en plateadas cunas, a
las que más tarde fueron traidoras a su patria, estrechando entre sus brazos a
los invasores de su suelo.
Trabajando en los campos y en las fábricas construye para el
día de mañana una España próspera y feliz. Por eso estas mujeres
"desgreñás" merecen todo nuestro respeto y toda nuestra admiración.
Porque quieren a sus hijos con el tierno amor de madre, más hondamente
sentido cuanto más profunda es la desgracia de la vida humilde, trabajan
sin descanso para ofrecer a sus hijos un porvenir más halagüeño que el que
ellas vislumbraron hasta ahora. No regateando sacrificios, dieron muchas
veces incluso la vida en los campos de batalla luchando contra los invasores
extranjeros, de mostrando al mundo de ese modo que la virtud heroica
de los sacrificios en la guerra no era exclusiva de los hombres. Esa
mujer española de costumbres toscas, de ademanes bruscos y desordenado pelo es
el espejo de la mujer buena. Por eso no importa que un literato las haya
calificado con tanto desdén. ¡Ojalá que todas las mujeres españolas
sintieran tan hondo anhelo de justicia social, aunque en apariencias
merecieran calificarse de tal modo!
C. Codes
Comisario del S.I.A.
A sus puestos núm. 6, octubre de 1938
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