Corrían los días brumosos de
diciembre del 36. Las vertientes de la Sierra de La Serna, próximas
a Belchite, ardían de pólvora y de entusiasmo. La dinámica
inteligencia de un militar iba de una parte para otra,
siguiendo el curso de la lucha, señalando nuevas
posiciones, alentando con su ejemplo a sus soldados. El enemigo resistía
en sus reductos, más el entusiasmo e intrepidez de nuestros hombres, que
la importancia del material bélico que éstos empleaban. Una arenga a sus
muchachos, una llamada encendida de fe a los corazones, y una tromba
humana que se lanza a la conquista de los primeros parapetos enemigos. Una tras
otra, son tres las líneas de trincheras que pasan a poder de nuestros
soldados. Una nube de pólvora envuelve la arrogante figura de un hombre que
avanza solo, como vanguardia audaz del Ejército libertador. Solo, con su
pistola de oficial, por todo armamento. Luis Jubert, tal era el hombre,
marchaba adelante, cabalgando ya en las alas del triunfo. A las voces de
aliento de los camaradas que le seguían, todavía tuvo tiempo para
repetirles, entusiasta: «¡La Serna, o yo! ..». Y fué La Serna la que cobró
el tributo de sangre de aquel luchador. Herido ya en un brazo, al
asaltar un nuevo parapeto, una siniestra ráfaga de plomo mordió en el
pecho ardiente del héroe...
Luis Jubert era capitán en el antiguo Ejército. Sus ideas
y sus convicciones liberales habían sido causa de que en octubre de 1934,
fuera degradado y encarcelado. Allí conoció todavía más de cerca la
injusticia de una sociedad cimentada en una desigualdad irritante; ni que decir
tiene que sus convicciones antifascistas salieron fortalecidas de la
prisión.
Llegado el 19 de julio, Luis Jubert al trente del Regimiento de
Chiclana, fué uno de los primeros militares que se pusieron entusiastamente
al lado del pueblo. El supo sacrificar todos sus intereses, sus conveniencias y
sus ideas por el triunfo de la libertad que el apetecía. Descendiente de
una familia de reconocida historia liberal, Jubert afirmó su lealtad con
el sacrificio de cuanto le era querido. «Prefiero que toda mi familia perezca
en la indigencia antes que la República se pierda». Así se despidió
Jubert de sus amigos, cuando el alto mando le señaló Aragón como
teatro de sus heroísmos.
Llegado a Aragón, pronto se destacó por su valor y por el
conocimiento magnífico que en el aspecto militar tenía, además de
granjearse rápidamente la simpatía de todos sus soldados, que en él
tenían el más aleccionador y elevado de los ejemplos. Cuando todo en el
campo dormitaba, cuando sólo la vigilancia de los centinelas aseguraba al
pueblo de una sorpresa enemiga. Jubert permanecía en su puesto de mando,
hasta altas horas de la madrugada, siempre concibiendo algún plan
estratégico con que sorprender al enemigo. No conocía el descanso.
Todas las horas del día eran hábiles para él.
Repitió varias veces los ataques sobre las posiciones de Monte
Lobo, Belchite y La Serna, consiguiendo señalados éxitos en todos
ellos. Su preocupación constante era la ocupación de la sierra de La
Serna, en cuya conquista cifraba la caída de Belchite. Y el 7 de diciembre
concibió el asalto definitivo a aquellas posiciones enemigas, en cuya
operación ofrendó su vida, dedicada por completo a la causa del
pueblo.
Los soldados de nuestra división, compañeros en su mayoría del
héroe, en aquellos días de emoción y de gloria, perpetuaron su memoria,
denominando a su columna «División Luis Jubert».
Nosotros, que no gustamos de prodigar los aniversarios por un
simple afán literario, hemos creído un deber de compañerismo y justicia dedicar
unas líneas a la memoria del capitán Luis Jubert, que fué, en su vida, uno
de los más firmes y reconocidos valores de nuestra División, a la
que dedicó sus mayores afanes, y en la que recogió el cariño de sus soldados,
que en todo momento le admiraron.
Que el recuerdo del caído estimule a nuestros soldados, para
prodigar el heroísmo, el valor y el entusiasmo magníficos que poseía el
malogrado compañero Jubert.
25 División
Enero de 1938
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