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3338. Escena edificante





Barbilindo, curvirrostro, 
amariconado y necio, 
rizándose las pestañas 
con humaredas de incienso, 
entra el pollito fascista 
en la iglesia y el convento 
con plácidos dientes fuera 
y el bigotito hacia dentro, 
la corbata ensortijada 
y el sombrerito de queso. 
Su mamá, que le acompaña,
sacado se ha sus dos pechos: 
¡Por estos que son redondos, 
robustos pechos que tengo; 
por estos que te han criado, 
tienes que ser caballero, 
pirata como tu tío, 
banquero como tu abuelo, 
o, si no, como tu padre:
saberte casar a tiempo; 
puedes sacar de una boda 
hectáreas de buen terreno! 
¡Anda, afíliate al fascismo, 
a defender tu dinero,
tu rostro de barbilindo 
y tus ideas de necio! 
Y la señora se agita 
como un torillo berrendo. 
Suave de sedas y tules 
se entró el gran obispo negro,
roja la frente y la sangre
en negra pasión ardiendo. 
Las manos se las besaban 
llenas de anillos y vellos, 
como si fueran confites, 
pasteles o caramelos. 
El obispo ya no puede 
dominarse los deseos.
—Venid conmigo, hijos míos, 
venid conmigo hacia adentro, 
fuerte cordera de raza, y tú, 
corderito tierno. 
Después de comer conviene
que charlemos los tres quedo 
entre obscuras celosías 
y bocanadas de incienso. 
Fuerte cordera, a tu hijo 
hay que armarle caballero, 
y hablaremos del fascismo 
y de hacer un movimiento 
que salve a los curvilindos 
y a las ideas de necio 
de las rojas pretensiones 
de algunos cuantos obreros. 
Baba echaba la señora, 
el hijo, suspiros tiernos, 
y el obispo, por los ojos, 
chispas de pasión y fuego. 
¡Hoy tendré para mi siesta
dos gentiles compañeros!


José Herrera Petere
El Mono Azul, 17 de septiembre de 1936








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