Destrozados los pies, con hondas huellas en
el rostro del sufrimiento pasado, ha llegado hoy al cuartel general del frente
de Talavera este mozo rubio, espigado, de regular estatura, que se llama Julián
Saldaña del Saz; es natural de Fuentidueña de Tajo y guardia nacional de los de
reciente ingreso. Marchó la semana anterior desde Madrid al frente de Extremadura
y pasó con otros compañeros a ocupar una avanzadilla a seis kilómetros de
Talavera, en la ruta de Oropesa, en unas viñas, junto al pueblo de Torralba.
Caía ya el domingo, las primeras sombras de la noche invadían casi por completo
el campo, cuando Julián oyó el paso de camiones por un camino inmediato.
—Me parece que esos coches son enemigos.
Oigo dar vivas al fascio —dijo Julián.
—No. Son republicanos —respondió otro
compañero de puesto.
Aún no habían terminado estas frases cuando
tuvieron que tirarse precipitadamente al suelo. Con una ametralladora les
hacían fuego violento. Se separaron para no presentar blanco. Corrió a campo
traviesa el guardia Saldaña, desorientado, y fué a caer en manos de un pelotón
de cerca de treinta legionarios, regulares y siete paisanos, al parecer
fascistas.
—A éste vamos a cortarle el cuello —dijo
uno de los últimos, al mismo tiempo que lo desarmaban y sacaban los
cuchillos.
Un soldado que iba con ellos se puso
delante y llamó:
—¡Sargento Moreno, un prisionero!...
Acudió el requerido. Era joven, alto.
Llevaba uniforme de Regulares del número 3. Se opuso a que le mataran. Lo cogió
del brazo y se lo llevó fuera de aquel circulo de salvajes:
—Son una manada de bestias. Tú, ven conmigo
y te llevaré al cuartel general, y que los jefes hagan contigo lo que crean
conveniente— le dijo el sargento.
No hablaron más. Las ametralladoras leales
comenzaron a enfilar los grupos rebeldes y éstos se dispersaron; pero obligaron
a que el prisionero fuera con ellos, pero prohibiéndole que procurara irse
resguardando de la granizada de balas que sobre los facciosos hacían nuestras
máquinas. El repliegue llegó un momento en que por el intensísimo fuego que les
hacían se convirtió en franca desbandada. Este momento lo aprovechó Saldaña.
Nadie se preocupaba de él, buscando la huida. Se arrojó bajo los sarmientos de
una cepa. Quieto estuvo durante más de un cuarto de hora. Alzó por fin lo
cabeza y vló que moros y Regulares estaban ya muy lejos... Corrió hasta el río
Alberche, que no distaba de la viña más que unos treinta metros, y
se arrojó al agua y comenzó a nadar para ganar la orilla opuesta. A mitad
de camino, otro pelotón fascista que huía le tiroteó fuertemente. No le
alcanzaron... Ganó la ribera, y por la Sierra consiguió entrar en San Román...
Después pasó a Cardiel, Bayuelas y Real de San Vicente, donde fué recogido por
el Comité... Desde allí lo han traído hasta el cuartel general, donde ha
comparecido ante los jefes del Mando, donde ha dado informes muy interesantes,
sobre los cuales se guarda la mayor reserva.
Al salir lo hemos detenido unos
segundos:
—Diga usted —nos ha dicho Saldaña— que he
pasado horas muy amargas, pero que he conseguido salir con vida de las manos de
aquellos canallas de fascistas. Dígalo mañana mismo, para que mi madre lo sepa
y duerma tranquila...
José Quilez Vicente
Ahora, 11 de septiembre de 1936
La revista Estampa no se publicó el día 11/09/1936. La hay del día 12 pero no sale este suceso
ResponderEliminarTienes razón Salvador. Hubo un error en la transcripción de la fuente. Fue publicado por "Ahora", misma fecha. Gracias por advertirnos.
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