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3419. Lo que esperan de la República las mujeres que ganan su vida pobremente y con gran esfuerzo. Las cigarreras

Las veteranas de la Fábrica de Tabacos de Madrid: Flora Alonso (segunda por la izquierda) de ciento ocho años de edad y María
Grainés (tercera por la izquierda), de ochenta y dos años. (Foto: Cámara)


Fábrica de tabacos. ¡Cigarreras! La leyenda de Carmen cruza ante nosotros al conjuro del nombre. ¡Cigarreras!... Imposible separar la realidad de la novela. A través de los cristalitos color de rosa de la fantasía, desfilan historias de amor y de muerte, compañeros inseparables de nuestra raza... Celos... Riñas... Navajas que vivorean en el aire para morder en la cara de la rival, marcando un chirlo «pa que escarmiente»... Mujeres hermosas con gallardías de hembra siempre victoriosa, merced al poder de su belleza... Llevan en el pelo un clavel rojo, muy ladeado, besando el cuello... Parece una herida..., o mejor su corazón... El busto erguido y firme se cubre apenas con un airoso mantoncillo negro, de flecos muy largos, que ondulan y enredan al que acierta a ponerse cerca. El pie, calzado con zapatito de charol, abulta menos que sus ojos.. La falda de percal se mueve con donaire a compás del andar menudo y garboso. Pisa con fuerza y desafía al mundo con su mirar, y el repiqueteo de sus tacones parece que dice: «Aquí va una cigarrera madrileña...» 

Empiezan a salir las cigarreras de la fábrica. Despacio bajan las escaleras. Confuso montón uniformado. Amplios delantales azul marino las cubren por completo. Pasan ante nosotros veinte a cincuenta..., gordas, flacas..., bonitas..., feas; pero casi todas pasan de la cuarentena y ninguna responde al tipo tantas veces descrito. Un poco escamada, pregunto al fotógrafo: 

—Oiga usted, señor Cámara, ¿está usted seguro que esta es la Fábrica de Tabacos? 

—Sí, señora. Segurísimo. 

—Y esas... ¿son las cigarreras... de verdad? 

—De verdad... ¡Ay! Si las hubiera usted visto hace veinte años... Hasta los adoquines de la calle se levantaban para verlas pasar... Por eso hay tantos desniveles en esta calle. (¡Andaluz!) Acérquese usted a ellas; pero despierta, y se convencerá de que han sido, ¡ay!, todo lo que usted ha soñado y más... 

Nos rodean en un instante. Pregunto a una amable viejecita:

—¿Quedan más? 

—Sí, señora —me responde. —Quedan las jóvenes... Mire usted, ahí salen algunas... 

—¿Pa qué es esto?—interroga una curiosa. 

—Para Crónica... 

—¡Amos, quite usté de ahí! ¡A mí me la va usté a dar! Chicas, no sus dejéis retratar, que esto es pa una película. Dicen que pa un periódico, por no soltar las pesetas; pero a mí, como no abillelen, ¡nequáquain! 

Y se va muy indignada contra las compañeras que se dejan explotar con el timo del periódico. 

—¿...?

—Trabajamos a destajo; pero figúrese usted. Pagan a las mecánicas, por un millar de cigarros tirulos, noventa céntimos, y no digo na las del taller del desvelado, que tienen que trabajar con las tripas de los cigarros puros... 

—¿...?

—Hay días que salimos a dos veinticinco. ¡To ese capital pa nosotras solas! 

—¿...? 

—La mayoría tenemos hijos, o padres, o hermanos a quienes mantener... 

—Nos pasamos aquí toda la vida, y tenemos que dejar los chicos tiraos y sin cuido. ¿Y pa qué? ¡Pa no cenar cuando se almuerza! 

—¿...?

—Las hay que sacan hasta sus tres pesetazas. 

—¿...? 

—¡Y que entramos aquí cuando somos niñas, y salimos cuando nos llevan en auto! ¡Que pa eso hemos progresao! 

—¿...? 

—Mire usted. Hemos ido a un inspector pa pedir aumento de sueldo, y nos ha contestao que «vayamos al ministro a pedirlo, que es muy buena persona». Y vamos a ir, pero que como las balas. ¡La capataza nuestra se explica como los ángeles, y es capaz de sacar aceite a una piedra! 

Hablan todas a un tiempo. El barrio se alborota, creyendo en una huelga de cigarreras. Una oradora improvisada pone orden, y podemos oír alguna que otra palabra suelta. 

—Oiga usted. Dígalo usted en Crónica, pa que todo el mundo lo lea. Queremos cinco pesetas de sueldo como mínimo, aparte de la subvención (esta debe ser la capataza); que no barran mientras estamos trabajando, que nos llenan de tierra. ¡Na, que se entera el Gobierno y nos siembra encima! Un colegio donde dejar recogidos a los chicos... 

—¿...? 

—En total, el jornal ese y subida de labor... 

—Y un coche a la puerta, pa que te lleve a tu casa. ¡Pues no pide na esa! 

—¿Y a ti qué te importa? Vale más que se quede larga en el pedir, que ya se quedarán ellos cortos en el dar... 

—¡Callarse, leñe, que así no acabamos más! Se reproduce el alboroto, que termina al aproximarse una viejecilla menuda y arrugada como un garbanzo. Dos compañeras la sostienen del brazo. Se oyen voces:

¡La tía Viva. Que hable la tía Viva! 

—¿...? 

—Tengo ciento ocho años —nos dice la ancianita—. Entré en la fábrica a los veinticinco años. Me llamo Flora Alonso. 

—Nací en 1823. Fui casada con un calesero, al que llamaban el tío Vivo. Yo heredé el mote, y todas estas chiquillas me llaman la tía Viva. 

—¿...? 

—Ni quiero jubilarme. Gracias a Dios, veo y oigo tan bien como cualquiera. Y tengo muy buena memoria...

 —¿...? 

—Cuando usted quiera venga y le contare cosas de la fábrica... y del Madrid de mis buenos tiempos. 

—¿...?

—Yo no pido nada. ¿Para qué, si todo me sobra? Además, en aquellos años de mi juventud se ganaba mucho menos. Claro, que la vida estaba mucho mas barata que ahora. 

—¿...?

—Es muy justo lo que piden las muchachas, se gasta mucho ahora. 

—¿...?

—Tengo un chico. Sí. señora. Ahora empieza a sentar la cabeza. ¡Ya era hora! 

—¿...?

—Sesenta y tres años. Un chiquillo. Tengo nietos que han salido de quintas y... seguramente un montón de biznietos a quienes no conozco. Gracias a Dios no necesito a nadie, ni nadie me necesita a mí. Lo que gano para mí es... 

—¿...?

—Me gustaría... Me gustaría mucho eso que dan, que se llama Medalla del Trabajo. ¿Cree usted que la merezco?

Ya lo creo que la merece esta laboriosa viejecita. ¡Ciento ocho años y trabajando! Más de medio siglo sujeta a la misma labor... Al Gobierno de la República, tan justo siempre, traslada Crónica los deseos de Flora Alonso. Que no se muera sin ver premiados tantos y tantos años de penosa tarea. Es la única recompensa que ambiciona esta mujercita menuda, ejemplo vivo de una época. 


Florencia M. Marqués
Crónica, 31 de mayo de 1931








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