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3464. El escultor gallego "Compostela" lleva a los frentes su gubia como un arma

Con la División Lister, que llega relevada desde las primeras lineas de fuego a descansar, después de varios meses de esfuerzo heroico en aquellos frentes en que la guerra reclamaba la firmeza inquebrantable y él tesón combativo de sus mejores soldados, Compostela, el inquieto escultor de Galicia, viene a Madrid. Cuando otros, desde más lejos, empiezan a pensar en volver. Pero Compostela no se fué fugitivo de malos presagios, sino buscador de fáciles riesgos. A la ida, como a la vuelta, por el mismo camino de Lister, que es para los auténticos beligerantes áspero camino ejemplar. 

—Desde el principio de la guerra he sido un convencido —dice Compostela— de que también los artistas podíamos ser, sin dejar nuestra misión artística, combatientes. Fué cuando se constituyó el Sindicato Profesional de las Bellas Artes, afecto a la U.G.T., con dibujantes, pintores, escultores, literatos, arquitectos. Entre todos, eran los dibujantes los que por su trabajo en la Prensa y en el cartel habían aportado más al movimiento popular. Y entonces, los escultores nos ofrecimos al Estado Mayor para ir dando forma en el barro y en la piedra a las imágenes de la gesta del pueblo, a las figuras de los caudillos del nuevo Ejército republicano, a los ademanes históricos con que la República impone su autoridad y su independencia nacional, hasta llegar a constituir el Museo de la Guerra y la Revolución, que será después, ejemplo plástico de cómo se ha salvado a sí misma España. 

Pero la iniciativa de los escultores, acogida con interés por los mandos militares, no llegaba a su realización. Después fué el ministro de Instrucción Pública, el camarada Jesús Hernández, quien parecía que iba a incorporar a la labor cultural antifascista de su Departamento aquel propósito de los escultores. El papeleo, los trámites, los procedimientos retardatarios de la burocracia oficial, fueron demorando lo que seguramente era ya un deseo del ministro. 

—Mientras tanto, yo había empezado ya a trabajar. El comandante Lister que, mientras iba forjando bajo su mando una de las unidades militares más decididas, más disciplinadas,  más poderosas y eficaces del nuevo Ejército para la guerra, cuidaba a la vez de infundirla un sentimiento de la cultura y del arte, con que llenar de ambiciones espirituales el porvenir de la Revolución, comprendió fácilmente cómo podían servir de arma de guerra y de instrumento revolucionario los útiles de trabajo de la escultura. Y el comandante Lister me incorporó a su División. 

Iba bien en la División Lister Compostela. Enrique Lister, gallego, de Calo, en La Coruña; pero modelado para la lucha en Santiago, como el mismo escultor. Santiago Alvarez, el comisario político, gallego. Y un Batallón Gallego en las filas aguerridas de aquella fuerte unidad militar. 

—Mi primera obra para ese Museo —añade Compostela— fué el busto de Lister. Plásticamente, de un gran valor, por el prestigio del modelo. Una figura histórica que representa en el movimiento popular todo lo que el pueblo ha dado de bravura, de ideal y de inteligencia frente a la sublevación del fascismo. Está empezada y terminada en Trijueque, entre los combates que han permitido conservar la Alcarria en el mapa de la España leal. Después hemos ido haciendo las mascarillas de cada uno de los compañeros que caían en defensa de la causa popular. El taller, sobre las mismas lineas de fuego. Y así obtuvimos la mascarilla del capitán Moreno, y de Luis Cordovilla, comisario caído en uno de los combates de la Puerta de Hierro. Y del comandante Cuesta... 

Rostros blancos, fríos, en su inalterable inmovilidad de escayola, que todavía parecen expresar con su último gesto el rotundo «¡No pasarán!» con que cerró su defensa Madrid. 

—Imágenes que la Historia tiene que imprimir en sus páginas con aquella huella fuerte con que en ellas quedaron las del Empecinado y Mina —afirma Compostela

Pero no es sólo esta obra del escultor la que Compostela realiza junto a Lister, en las mismas líneas de combate y como un combatiente más. 

—Es también la de recoger los trofeos de guerra que la División va conquistando. Y la de clasificar y proteger aquellos objetos de una significación guerrera o revolucionaria que luego puedan ser valiosos ejemplares de Museo. Cuanto sirva para dar una idea de lo que esta gesta popular le está costando al pueblo y de lo que, a tanta costa, el pueblo espera conseguir. 

Una obra a la que Compostela entrega fervorosamente, ilusionadamente, todas sus potencias de artista y todas sus energías de luchador. 

—Ahora estoy haciendo, terminando ya, el busto de otro gran jefe militar republicano: el del comandante López iglesias. Gallego, también. Y un magnifico temperamento de combatiente que se quita importancia poniéndole a su valor y a sus dotes de mando una sonrisa socarrona en un semblante bonachón. Luego haré el del comandante Modesto. Después... 

El Museo de la Guerra va amasando sus figuras con el barro de las mismas trincheras, a las que la mano del escultor fué a recogerlo. Una mano que sabe hacer de la herramienta del trabajo un arma. Y buen arma es la gubia para vencer. 


José M. Arana
Crónica, 11 de julio de 1937







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