El capitán de guardia del regimiento de caballería de Valencia asesinado el 1 de agosto de 1936 (Foto. Archivo ABC) |
Desde su cuartel adusto,
en las riberas del Turia,
un oficial renegado
estás bravatas sufría:
"Valencia, huelo tus campos;
Valencia, tú serás mía;
te tomaré por sorpresa
cuando amanezca de día.
El pueblo estará dormido
cuando por Andalucía
me habrán enviado moros
mis amigos de Sevilla.
¡Qué matanza está en los aires,
que frenesí me domina
cuando veo las acequias,
pardas de sangre teñidas!
Apagaremos la lumbre
de esa bandera maldita;
e impondremos por las armas
la de España, que es la mía.
Tú, forjador de Sagunto;
tú, pescador de Gandia,
se te avecinan las horas
de rendirme pleitesía;
cerrarás tus Sindicatos,
trabajarás todo el día,
para que sobre tus hombros
descanse la monarquía.
¡Ay los olores de huerta,
los olores que me envía,
para placer de mí casta,
dueña y señora de vidas!"
Hablaba así el renegado
con el odio que tenía,
en un cuartel de caballos,
en las riberas del Turia.
El río viejo pasaba,
pasaba, pero lo oía
cuando nocturno, entre hierbas
hacia el mar se dirigía.
Su venerable cabeza,
por el dolor sacudida,
emerge por los cañizos
aprovechando la umbría,
donde las ramas ocultan
su potente voz herida:
"¡Oh tierra que voy regando.
Quieren arrancar tu vida,
los traidores militares
ociosos en sus guaridas!
No pasan ya los soldados
sobre el puente, por el día,
no pueden ver las palmeras
que en calabozos se hastían.
Iremos a liberarlos
de manos de villanía,
porque están hoy los villanos
sentados en blanda silla."
Dijo la voz, y emanando
del cauce que discurría,
va la ciudad desvelada,
pregona por las esquinas,
por los caminos del puerto
expande el eco que hacía:
"Vuestro viejo río os llama.
¡Traición se os hace en su
orilla!"
En la ciudad se consumen
nerviosas las energías,
quince noches esperando
a los de caballería.
Nadie duerme en sus cercados;
las azoteas vigilan
muchachos carabineros,
que van cazando fascistas.
Alumbradas las mansiones.
en calles de burguesía,
simulan escaparates,
donde la, muerte se enfría.
"¡Valencia: de
madrugada
querrán tenerte rendida,
con un reguero de sangre,
manchando tu lozanía!"
Sordos rumores se escuchan
al interior de la villa,
que se discute en los grupos,
la voz del río cernida.
Está poblada la noche
de extraños seres que anidan
por los árboles copudos,
y en las acequias vigilan.
"¡Valencia, cruza del mar
ese mi puente sin vida,
que por él los militares
quieren invadir la villa!
No puedes enviar hijos
a batirse en serranía,
mientras cerrado el peligro,
tan cerca esté en tus
orillas."
La voz ha sonado en Cuarte,
y en el Portal de Valldigna,
por Ruzafa a Encorts se extiende
y por la Correjería;
los finos abaniqueros,
que ahora llevan carabina,
los de las manos pintadas
para la ebanistería,
los que destilan azahar,
los riberiegos de Alcira,
los que cargan en los barcos
cestos de huerta florida,
noctámbulos por caminos
sus pasos ya se avecinan,
del olor a los caballos
en la Alameda dormida.
En el adusto cuartel
de las riberas del Turia,
escuchan los militares
esos pasos que venían.
No saben si serán pasos
o ramajes que movían,
si ese rumor es de agua.
o de gente que acrecían.
Extinguen la radio alegre,
que están oyendo Sevilla
y al punto con claridad
llegan las voces; decían:
"Los militares traidores
gozan momentos de vida.
¡Abrid las odiosas puertas
o asaltamos la guarida!
Valencia está con nosotros;
no es vuestra. Valencia es mía;
Los obreros y artesanos
que la trabajan y pintan
lo sabemos por la, boca
del anciano río Turia."
Palidecidos escuchan
la sentencia de agonía,
que en una nube de horror
les cae de tal cercanía.
Se agitan por corredores,
salen al patio y fustigan;
los soldados van reacios,
formando en la compañía.
Todo se vuelve enemigo,
a su soberbia sucia,
cuando por última vez
ordenan poner las bridas.
"Es inútil, renegados
que aleteáis con angustia;
las verjas están colmadas
de un temblor de valentía,
y las ametralladoras
que habéis puesto en las
cornisas,
no consiguen sino enfrente
quebrar las cristalerías.
¡Ésas llaves, insurrectos
abrid, que el pueblo está encima;
si le matáis tanta sangre
yo os he de traer sequía!
Reinaréis sobre unos campos,
de charcas sin lozanía,
donde los mosquitos cundan
la peste por mis orillas!"
Despacio amanece, fresca,
la veraniega colina,
cuando con su mano, el río,
las verjas de hierro abría;
miles de rostros asoman
por la noche esclarecida,
con insomnes voluntades
y el gran tumulto que hacían:
"¡Venid, valencianos todos,
los de antiguas Gemanías,
pisoteemos las piedras
de la flor de cobardía!"
Ya relinchan los caballos,
porque tienen alegría,
ya los presos van en hombros,
que ya nadie los fusila;
ya las armas se arrebatan
de manos de la perfidia
para volar a los campos
de Teruel y Andalucía.
Los militares huyendo,
rapaces los perseguían
y un oficial renegado
sale a la livor del día
disparando su pistola, negra,
cual furia asesina,
que a un miliciano ha doblado
con la muerte que caía.
Arremeten compañeros,
blancos de pavor en ira;
desde la acacia un balazo
al teniente lo derriba,
quedando los sesos sucios
sobre la jardinería.
¡Ay; ni su madre conoce
a este montón con heridas!
"No te han enviado moro:'
tus amigos de Sevilla,
pues que los huertanos cantan:
Valencia, te tengo mía,
para que con tus vergeles
nutras la sangre aguerrida
que sale a batirse el alma
contra la peña encendida."
Y regresaba a su cauce,
como antaño, el río Turia.
Juan Gil-Albert
Septiembre, 1936
El Mono Azul, 15 de octubre de 1936
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