Imagen de José Daniel Miranda Lara y de un ramo de flores, junto a su nombre en el Memorial en la tapia del Cementerio de San José
Pepa Miranda, activista de la Memoria Histórica y
Democrática, nos ofrece el relato de la vida ejemplar de compromiso y asesinato
de su abuelo, José Daniel Miranda Lara, que por dignidad y para mantener viva
su memoria merecía ser difundida para que se conozca, cuando se aproxima el 85
aniversario de su ejecución por los fascistas, un trágico final que siguió su
bisabuelo y otras tres mujeres de la familia, en otra tapia, la del cementerio
de Loja. Para que nunca se olvide, para que nunca se repita.
Los caminos que seguiste,
hoy me señalan el mío,
aunque jamás sabrás que te llevo
conmigo
como una lámpara de oro para
alumbrarme el camino
Marguerite Yourcenar
Eran las dos de la madrugada cuando los golpes en la puerta
de la vivienda rompía el silencio de la calurosa noche del 28 de julio del 36,
dos energúmenos, a las ordenes de los sanguinarios mandos de Falange, apodados
el "Rascas o Cortezas" y "la Paquita”, sacaban de la cama a mi
abuelo Pepe Miranda Lara y se lo llevaban detenido a la cárcel del pueblo, situada en
los bajos del Ayuntamiento de Padul en lo que sería el principio de una
tragedia que marcaría la vida de mi familia, generación tras generación, hasta
nuestros días.
Nunca conseguí que alguno de los testigos de la terrible
madrugada, hiciera un relato completo y coherente de aquella trágica noche,
solo frases sueltas, un suspiro que, acompañado de un recuerdo, se quedaba
suspendido en el aire sin terminar la frase, palabras sueltas, inconexas dichas
más para sí mismas que como respuesta a alguna pregunta. Palabras carentes de
sentido, fuera de su contexto, que, en aquellos momentos, me generaban
irritación, solo muchos años después he entendido que les aliviaban, les servía
de pequeñas válvulas de escape, para librarse del dolor, la locura y el espeso
silencio que les rodeo toda la vida.
No sería una detención muy diferente de la del resto de sus
compañeros y de todos, los que como ellos se habían convertido para los
golpistas, en los instrumentos necesarios para emprender una acción rápida y
violenta a modo de ejemplo y escarmiento para el resto de la población. No se trataba
de una actuación aislada de unos extremistas pendencieros y borrachines,
hábilmente utilizados, por su carácter violento. Todo estaba planificado,
organizado y dirigido hacia colectivos muy concretos, alcaldes, concejales,
médicos, maestros, miembros de Partidos Políticos y Asociaciones Obreras. Todos
los detenidos aquella noche no lo fueron por casualidad.
Ya en la primavera anterior, uno de los artífices del golpe
de estado el General Mola, había distribuido instrucciones reservadas, en las
que se indicaba que “se tendrá en cuenta que la acción ha de ser
en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y
bien organizado”.
A los golpes en la puerta debieron seguir los gritos, los
insultos, las palabras soeces y humillantes, en presencia de unos niños,
asustados y desconcertados, despertados en mitad de la noche sin saber qué está
ocurriendo, para encontrar a su padre empujado e insultado por unos
desconocidos, con el miedo que produce desconocer los motivos de esa situación.
¡Qué miedo el azul del cielo!
¡Negro! *
Los dos adultos, mi bisabuelo y abuela, en ese momento serían
conscientes de que estaba ocurriendo, lo que desde hacía 10 días estaban
temiendo y esperando. De hecho, en la sede de la Agrupación Socialista habían
preparado la salida del pueblo de varios compañeros, escondidos en el doble
fondo de un carro, tal como lo hizo el compañero de mi abuelo el doctor Rejón
Delgado, otro de los que estaba en la lista junto a los detenidos esa madrugada.
Mi abuela, ya muy mayor, recordaba cómo lo animaba a que se
marchara, y cómo él siempre le respondía que: “no tenía nada que temer,
porque nada había hecho”, además de no estar dispuesto a dejarla sola con
cinco niños, y el abuelo mayor y enfermo. Cuando ella hablaba de esos trágicos
momentos, lo hacía con una mezcla de tristeza y melancolía, pero sobre todo con
el orgullo de haber compartido los mejores años de su vida con un hombre
excepcional y el brillo de sus los ojos, era el de una adolescente hablando de
su héroe, del hombre al que admiró y sobre todo amó profundamente durante toda
su larga vida.
En la cárcel de Padul estuvieron solo cuatro días, terribles
y frenéticos días para mi abuela y bisabuelo, tratando de encontrar a alguien
que pudiera ayudarles, que pudiera hacer alguna gestión para sacarle de la
cárcel, en medio del miedo y la desesperación de ir tocando en puertas que no
se abrían, con el tiempo que se les escapaba sin poder hacer nada para salvar
su vida.
Solo 40 años después, escuché a mi abuela hablar de aquellos
hechos, cuando trataba de convencernos, a mi padre y a mí, de que no
apareciéramos en las candidaturas a las primeras elecciones municipales de
abril del 79, tras la vuelta a la Democracia. Nos repetía, casi llorando: “no os señaléis más” que bastante hubo con ellos, os va a pasar como al abuelo,
que cuando pasó lo que pasó, nadie lo conocía, nadie podía, o nadie quería
hacer nada por salvarlo…
Y seguía contándonos cómo lo recordaba en el patio de la casa
rodeado de sus compañeros. “El abuelo, decía, tan grande, en medio de todos
ellos, que le escuchaban casi sin respirar, era la imagen de Cristo rodeado de
sus discípulos. Y como a Cristo a él también lo abandonaron todos. ¡con lo que
él había ayudado a todo el que pasaba por un apuro! Y tras un profundo
suspiro, terminaba diciendo: “tanta lucha para nada, y tanta pena y tanto
sufrimiento para toda la vida, que eso nadie sabe lo que fue…”
¡Negro de día en Agosto!
¡Qué miedo!*
De la estancia en la cárcel de Granada, a la que fueron
trasladados el día 1 de agosto poco sabemos, no hay ningún tipo de
documentación, las fichas se quemaron en el patio de la prisión y si algo queda
no es posible consultarlo. Solo hay un testimonio gráfico, la mitad de una
foto, (desconozco quien pueda tener la otra mitad) en la que aparece mi abuelo
con otras cuatro personas en el patio de la cárcel. Dos de ellos también de
Padul corrieron su misma suerte, también fueron fusilados la misma madrugada.
De los otros dos desconocidos no hay ningún dato, ni nombre en el reverso, ni
nadie del entorno familiar que los conociera.
Había visto esa imagen muchas veces en la “caja de fotos” de
mi abuela, pero cuando me dijeron el lugar en el que estaban, tuve la sensación
de que la veía por primera vez y, desde entonces, no ha dejado de sorprenderme.
Me inquieta la serenidad con la que esos hombres miran a la cámara, no hay nada
que haga sospechar el lugar donde están y lo que les espera. Si tenemos en
cuenta que solo estuvieron seis días en ese lugar de tortura, dolor y miedo, en
esa antesala de la muerte, es posible que algunos, o todos, ya estuvieran en
“capilla”. Esa foto, como casi todo, no deja de ser una incógnita más de todas
las que rodean su asesinato.
Y no deja de ser doloroso, que casi un siglo después sigamos
reclamando justicia y buscando los restos de personas que, en un momento de la
historia de este país, debieron pensar que ya estaba bien de abusos y de
injusticias, que había llegado el momento de actuar para conseguir una sociedad
más justa, más igualitaria y más solidaria. Actuación inspirada y sustentada
por los sólidos valores republicanos de los que eran firmes defensores. Se
encontraron desde un primer momento con la oposición frontal de la derecha
local, cuyos miembros no estaban dispuestos a perder ni uno solo de sus
privilegios, para lo que no dudaron en utilizar la fuerza y el terror para
lograr sus objetivos.
¡Qué espanto en la siesta azul!
¡Negro!*
La historia de mi abuelo no difiere demasiado de la de miles
de personas que aquellos primeros días, tras el Golpe de Estado, se
convirtieron en instrumentos de los golpistas para implantar el terror para
escarmiento de la población.
Mi abuelo era un empresario local, trabajador, honesto
y muy respetuoso con todo el mundo. Muchos han sido los testimonios de personas
que le conocieron, que me han hablado de su honestidad su seriedad y su buen
hacer como empresario.
Era el Presidente de la Casa del Pueblo de
Padul y actuaba como asesor de la Corporación Municipal en la que su padre era
el Alcalde. Era un miembro muy activo de la Agrupación socialista siendo el
fundador y Presidente de la Sociedad Obrera “La Alianza”, cuyos
Estatutos son una lección de socialismo real y pragmático.
Los socialistas de Padul, estaban convencidos de que la
acción política y la lucha eran los únicos medios a su alcance para transformar
el mundo, su pequeño mundo. La autonomía económica de que gozaban muchos de sus
afiliados, sus profundas convicciones republicanas, sus trayectorias vitales
(algunos tenían carreras universitarias, habían vivido en países extranjeros o
procedían de otros lugares del país) les hacían tener una visión distinta de la
realidad social del municipio, y no aceptaban ni las condiciones laborales, ni
de vida de la mayoría de la población, ni la marginación, ni el analfabetismo,
ni la miseria, ni los abusos.
Ellos estaban dispuestos a cambiar todo lo que consideraban
injusticias contra la población más indefensa, y así lo recogen también en los
Estatutos de la Sociedad Obrera La Alianza. Estatutos que se presentan en el
Gobierno Civil de Granada el día 15 de mayo de 1931, firmados por mi abuelo como Presidente y un señor
llamado Eugenio Cueto como vocal. Esta fecha y otras noticias de la prensa
local, me hace pensar, que cuando se proclama la República, ya venían de un
largo recorrido de lucha y activismo político.
En la Casa del Pueblo hablaban de libertad, de educación y
progreso, de cooperativas de trabajo y de crear mecanismos para proteger a sus
familias si sufrían algún infortunio. Hablaban de futuro y de cómo afrontarlo
con medidas concretas, de libertad y de cómo ejercerla, de las cuestiones que
les preocupaban y afectaban a sus vidas, del escaso trabajo y de la humillante
manera en que los propietarios lo distribuían, de los salarios de miseria, y
frente a eso veían en la creación de cooperativas una solución para superar la
miseria a que les sometían, y quizás influenciados por la Institución Libre de Enseñanza,
la educación de sus hijos también era motivo de debate y preocupación. Todo
este hervidero de ideas y acción les abrían una puerta a la esperanza y por
primera vez tenían confianza en un futuro que seria mucho mejor para ellos y
sus hijos, porque ya la resignación no era su única opción. Empezaban a no
resignarse a aceptar la explotación laboral, ni la marginación, ni el
analfabetismo, ni la miseria, con el fatalismo que se acepta lo inevitable.
Todo esto, para la derecha era una amenaza y un riesgo, eso
suponía que se tambalearan los cimientos de una sociedad que había permanecido
siglos inamovible, donde la riqueza estaba en manos de unos pocos que utilizaba
al resto en régimen de semiesclavitud, para seguir incrementando su patrimonio.
¡Negro en las rosas y el rio!
¡Qué miedo!*
Esa derecha, no estaba dispuesta a perder ni uno solo de sus
privilegios, y reaccionó de manera virulenta. Hay un informe del presidente del
Sindicato Agrario local dirigido a Lerroux en el que acusa a los socialistas de
generar conflictos entre los trabajadores agrícolas incitándoles a actos
violentos. Dan cuenta de que la Casa del Pueblo se había convertido en un lugar
de conspiración y agitación social en la que sus afiliados son manejados a su
antojo por su Presidente (mi abuelo) y en la que se recibe con frecuencia a los
elementos más exaltados del socialismo granadino.
No dudaron en impedir la celebración de un mitin organizado
por mi abuelo (según algunos testimonios, era un extraordinario mitinero) en el
que estaba prevista la intervención de Don Fernando de los Ríos, Ramón
Lamoneda, y el Doctor Rejón, concejal y compañero, y él mismo. No solo les
recibieron a tiros, si no que les tuvieron secuestrados en un corralón, donde
se habían refugiado, hasta la llegada de la las Fuerzas de Seguridad. Existe un
documento en el Archivo del Congreso en el que Don Fernando de los Ríos
manifiesta su queja por la tardanza de las fuerzas del orden en acudir a
rescatarlos.
La celebración de elecciones era motivo de enfrentamientos y
denuncias para impedir a los socialistas ejercer su derecho al voto o formar
parte de mesas electorales o los pucherazos electorales que incluso dio lugar a
la anulación de las últimas elecciones celebradas en abril del 36.
Tras años de enfrentamientos con la derecha local que, desde
la proclamación de la Republica y el nombramiento de la primera Comisión
Gestora, trataron de acabar con ellos de todas las formas posibles, con
acusaciones, denuncias, coacciones; el Golpe de Estado les dio la oportunidad
de actuar inmediatamente contra quienes trataban de arrebatarles sus
privilegios. Solo 10 días después del Golpe la mayoría de los miembros,
alcaldes y concejales socialistas estaban encarcelados, habían huido hacia un
exilio del que nunca volverían o terminaron frente a un paredón, en un barranco
o una cuneta, de los que posiblemente nunca serán recuperados.
¡Negro de día en mi tierra!
¡Negro!*
Muchas veces he pensado cómo serían las últimas horas de vida
de mi abuelo:
¿Cómo viviría esos tensos momentos desde que el carcelero
abrió la puerta de la celda y comenzó a leer los nombres, hasta que se encontró
en la tapia frente a los fusiles cargados de muerte?
Qué sudor frío recorrería su cuerpo al oír su nombre? ¿Por
qué no hay ni una nota de despedida? ¿Qué desesperación sentiría al pensar en
sus niños? En su mujer tan joven y tan alegre, en su padre ya mayor…
Mi abuelo era un hombre fuerte y muy valiente (lo demostró en
numerosas ocasiones), pero en esos momentos, no dejaba de ser un ser humano
ante la muerte. Una muerte cruel e injusta, como todas las de los seres
humanos, que esa y otras muchas madrugadas, vivieron tan trágicos momentos.
Y tendría miedo, mucho miedo y rabia y abandono y dolor…
¡Sobre las paredes blancas!
¡Qué miedo!*
Solo tenía 40 años y toda una vida de ilusiones y proyectos
por delante.
Cuando
se conoció su asesinato, la Guardia Civil apostó a una pareja en la puerta de
su domicilio para impedir a su familia que pudieran llorarle acompañados de
familiares y amigos.
Mi
bisabuelo, también llamado Pepe Miranda, siete días después del fusilamiento de
su hijo dejó un estremecedor escrito en el que relata su detención y
encarcelamiento, las personas que lo detuvieron y de las noticias que le
llegaron de su asesinato. Ese día de agosto no podía sospechar que solo cuatro
meses después, él con tres mujeres más de la familia, serian asesinados en otra
tapia, la del cementerio de Loja.
Esa
madrugada del 7 de agosto, como tantas otras madrugadas, a muchas personas se
le rompieron de golpe sus sueños, sus proyectos, sus ilusiones, y empezó la
etapa más trágica y negra de la historia de este país, y el silencio cayó como
una losa sobre la vida y muerte de muchos hombres y mujeres en un intento de
ocultar y olvidar a los que fueron los auténticos héroes de aquellos hechos.
Ellos fueron los que permanecieron leales a la Republica y
los que pagaron con su vida sus ansias de libertad, su deseo de un mundo mejor,
más justo, solidario y fraterno. Hoy, tantas décadas después, nos sigue
hiriendo que este país siga sin saldar con ellos una deuda de gratitud y de justicia, los
familiares seguimos buscando sus restos, reclamando el reconocimiento de su
heroísmo y la dignificación de su memoria, y, en mi caso, cumpliendo la voluntad de
mi bisabuelo, que en una libreta en medio de muchas fechas y datos de
nacimientos, bautizos, casamientos, dejó camuflado el relato de la detención y
asesinato de su hijo para conocimiento de los más curiosos de la familia y para
que nunca lo olvidaran.
Pepa Miranda
Publicado en El independiente de Granada, 4 de julio de 2021
*Estrofas intercaladas del poema de Juan Ramón Jiménez ‘Trascielo del cielo azul’.
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