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68. Ametralladora






Sentado tras la “Hotchkiss” de 7 milímetros frente a la anchura del paisaje del Jarama, contempla un cielo gris de plomo que oprime la tarde. En el primer año de guerra toda la tierra tiene matices cenicientos augurando la saña cruda y cruel de la batalla. 

Madrid en la conciencia, Madrid que bien resiste! El físico bastión de la legalidad de la República. De un gobierno exilado a la fuerza confiando la capital sitiada al valor de la Junta de Defensa del General Miaja.

Tienta la culata ladeada de la Hotchkiss, donde apoyar el hombro magullado por la vibración y el retroceso de la potente, presta ametralladora. El afuste en forma de “u”, fortísimo en el trípode; los paralelos discos transversales del cañón, el fuerte acero gris y el brillante latón de los remates de la máquina. Y no falla la Hotchkiss, barriendo con su fuego las posiciones enemigas; anda jaleo!, suena la ametralladora, vigilando constante, guardando la ladera donde aguanta firme la brigada. Ni la “Maksim” soviética, ni mucho menos la italiana “Fiat”, capturada en alguna ocasión al enemigo, pueden compararse a la Hotchkiss; tan sólida, tan bella, tan potente y precisa.

Lejos Polonia; los campamentos franceses, los campos de fugaz instrucción en Albacete. Solamente unas horas en Vicálvaro a primeros de Noviembre. Y después todo el frío del invierno ya en el frente, agrupados todos los batallones de la 11 Brigada, los belgas, los franceses , los compatriotas de la Drombrowsky; muchos supervivientes ya fogueados en Aragón o el Tajo, intacto el ideal antifascista de libertad y de justicia, generosa la sangre, enfangados, heridos, ateridos en las trincheras ( si me quieres escribir, ya sabes mi paradero) , bajo la lluvia y las balas enemigas. Apenas unas pocas palabras en inteligible castellano: tabaco, camarada, libertad, España y muerte.

Pero la Hotchkiss. La Hotchkiss que contiene el reiterado asalto de moros e italianos. La Hotchkiss que no falla, que tabletea segura y letal entre la bruma y el frío de Febrero.

Saltan los milicianos fuera de las defensas, el mauser en la mano. Hay abajo un fotógrafo yanqui que dispara su cámara cuando caen los soldados, detenido su salto por el fuego enemigo, detenido el momento de su muerte heroica para la historia. Y la Hotchkiss, que , aun pesada, se carga y se transporta para avanzar el puesto, hasta el embudo de algún obús de artillería y se emplaza de nuevo para barrer y batir al contrario y apoyar la ofensiva.

Y suben por la ladera los fascistas al repetido asalto, a escasos 20 metros. Aherroja la Hotchkiss, introduce el camarada el peine de balas mientras sujeta con una mano el trípode. Se oye un tiro cercano y se desploma al lado el compañero. Presiona el gatillo de la ametralladora sin dudar un instante pero un silencio extraño y una perplejidad inesperada sobrevienen de súbito. Una vaina vacía de latón abollado impide el paso de los sucesivos proyectiles. La Hotchkiss no dispara. Hay una pistola austriaca que le apunta.


© Alfredo Piquer,  5/6/2002




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