Sentado tras la “Hotchkiss” de 7 milímetros frente a
la anchura del paisaje del Jarama, contempla un cielo gris de plomo que oprime
la tarde. En el primer año de guerra toda la tierra tiene matices cenicientos
augurando la saña cruda y cruel de la batalla.
Madrid en la conciencia, Madrid que bien resiste! El
físico bastión de la legalidad de la República. De un gobierno exilado a la
fuerza confiando la capital sitiada al valor de la Junta de Defensa del General
Miaja.
Tienta la culata ladeada de la Hotchkiss, donde apoyar
el hombro magullado por la vibración y el retroceso de la potente, presta
ametralladora. El afuste en forma de “u”, fortísimo en el trípode; los
paralelos discos transversales del cañón, el fuerte acero gris y el brillante
latón de los remates de la máquina. Y no falla la Hotchkiss, barriendo con su
fuego las posiciones enemigas; anda jaleo!, suena la ametralladora, vigilando
constante, guardando la ladera donde aguanta firme la brigada. Ni la “Maksim”
soviética, ni mucho menos la italiana “Fiat”, capturada en alguna ocasión al
enemigo, pueden compararse a la Hotchkiss; tan sólida, tan bella, tan potente y
precisa.
Lejos Polonia; los campamentos franceses, los campos
de fugaz instrucción en Albacete. Solamente unas horas en Vicálvaro a primeros
de Noviembre. Y después todo el frío del invierno ya en el frente, agrupados
todos los batallones de la 11 Brigada, los belgas, los franceses , los
compatriotas de la Drombrowsky; muchos supervivientes ya fogueados en Aragón o
el Tajo, intacto el ideal antifascista de libertad y de justicia, generosa la
sangre, enfangados, heridos, ateridos en las trincheras ( si me quieres
escribir, ya sabes mi paradero) , bajo la lluvia y las balas enemigas. Apenas
unas pocas palabras en inteligible castellano: tabaco, camarada, libertad,
España y muerte.
Pero la Hotchkiss. La Hotchkiss que contiene el
reiterado asalto de moros e italianos. La Hotchkiss que no falla, que tabletea
segura y letal entre la bruma y el frío de Febrero.
Saltan los milicianos fuera de las defensas, el mauser
en la mano. Hay abajo un fotógrafo yanqui que dispara su cámara cuando caen los
soldados, detenido su salto por el fuego enemigo, detenido el momento de su
muerte heroica para la historia. Y la Hotchkiss, que , aun pesada, se carga y
se transporta para avanzar el puesto, hasta el embudo de algún obús de
artillería y se emplaza de nuevo para barrer y batir al contrario y apoyar la
ofensiva.
Y suben por la ladera los fascistas al repetido
asalto, a escasos 20 metros. Aherroja la Hotchkiss, introduce el camarada el
peine de balas mientras sujeta con una mano el trípode. Se oye un tiro cercano
y se desploma al lado el compañero. Presiona el gatillo de la ametralladora sin
dudar un instante pero un silencio extraño y una perplejidad inesperada
sobrevienen de súbito. Una vaina vacía de latón abollado impide el paso de los
sucesivos proyectiles. La Hotchkiss no dispara. Hay una pistola austriaca que
le apunta.
© Alfredo Piquer, 5/6/2002
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