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131. María Moliner, pasión por las palabras

“Mi madre quería organizar el mundo a través de las palabras, de las familias, buscando siempre un punto de equilibrio” Carmen Ramón Moliner



María Torres/ Enero 2012


No ocupó un sillón en la RAE porque era mujer, pero el reconocimiento no la ha venido por ese machismo rancio, encorsetado y almidonado, si no por la realidad de que su trabajo sigue siendo un referente lingüístico fundamental en el mundo de habla hispana.

De María Moliner dijo García Márquez: "Hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana".

María Moliner pertenece al grupo de las pioneras universitarias que ejercieron una profesión. Inteligente, responsable, sencilla y generosa para con los demás. Era una mujer con una voluntad excepcional, metódica y laboriosa hasta el infinito y defendió su incesante pasión por las palabras.

Nació en Paniza (Zaragoza), el 30 de marzo de 1900. Su padre Enrique Moliner, era médico rural como lo había sido su padre y su madre Matilde Ruiz, pertenecía a un ambiente familiar acomodado. Los tres hijos del matrimonio, Enrique, María y Matilde, cursaron estudios superiores. En 1902 la familia se traslada  a un pueblo de Soria y casi inmediatamente a Madrid. Cuando ella entraba en la adolescencia, su padre se marchó a Argentina y no volvió jamás. María Moliner, su madre y sus hermanos Matilde y Enrique vivieron en condiciones extremas como auténticos personajes de Dickens, según ha recordado su hijo Fernando. María, buena lectora y apasionada por el latín comenzó a dar clases y asumió la tarea de sacar adelante a los suyos.

Los hermanos Moliner estudiaron en la Institución Libre de Enseñanza, donde Don Américo Castro suscitó el interés por la expresión lingüística y por la gramática en María. Los primeros exámenes de bachillerato los hizo como alumna libre en el Instituto General y Técnico Cardenal Cisneros de Madrid. En julio de 1915 pasa al Instituto General y Técnico de Zaragoza, del que fue alumna oficial a partir de 1917 y donde concluyó el bachillerato en 1918. En Zaragoza, se formó y trabajó como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón dirigido por Juan Moneva, colaborando en la realización del Diccionario aragonés de dicha institución.

Cursó la Licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza que culminó con sobresaliente y Premio Extraordinario, ingresando en 1922, por oposición, en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos con destino el Archivo de Simancas, donde permaneció poco tiempo para pasar al Archivo de la Delegación de Hacienda de Murcia.

Es en esta ciudad donde conoció al catedrático de física Fernando Ramón y Ferrando, con quien se casa en Sagunto el 5 de agosto de 1925. Tuvieron cuatro hijos: Enrique, Fernando, Carmen y Pedro. A principio de los años treinta la familia se traslada a Valencia. María trabaja en el Archivo de la Delegación de Hacienda y Fernando en la Facultad de Ciencias. Es la etapa de mayor plenitud de María Moliner, ya que según ella confesó participa con fe y esperanza en las empresas culturales que nacen con el espíritu de la II República.

Colaboró en la Escuela Cossío, inspirada en la Institución Libre de Enseñanza, impartiendo clases de literatura y gramática y formó parte como vocal de su Consejo, a la vez que fue secretaria  de la Asociación de Amigos para su apoyo. También prestó su colaboración entusiasta a las Misiones Pedagógicas de la República, cuidando especialmente de la organización de las bibliotecas rurales. Escribió las Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas (que se publicaron sin nombre de autor en Valencia en 1937), y que fueron apreciadas tanto en España como en el extranjero y cuya presentación preliminar —«A los bibliotecarios rurales»— constituye una pieza conmovedora y un testimonio fehaciente de la fe de la autora en la cultura como vehículo para la regeneración de la sociedad.

Ocupó puestos importantes de responsabilidad en el terreno de la organización de las bibliotecas populares. En 1935, en el II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía, inaugurado por Ortega y Gasset,  ella había presentado una comunicación con el título «Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España». En septiembre de 1936 fue llamada por el rector de la Universidad de Valencia para dirigir la Biblioteca universitaria, pero a finales de 1937, en plena guerra española, tuvo que de abandonar el puesto para entregarse a la dirección de la Oficina de Adquisición y Cambio Internacional de Publicaciones y para trabajar como vocal de la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico. La lucidez y capacidad organizativa de María Moliner quedaron plasmadas en las directrices que redacta como Proyecto de Plan de Bibliotecas del Estado, las cuales se publicaron a principios de 1939.

Al término de la guerra, el marido de María es suspendido de empleo y sueldo, trasladado a Murcia y rehabilitado en Salamanca a partir de 1946, donde permaneció hasta su jubilación en 1962. Por su parte, María es depurada y sufre la pérdida de 18 puestos en el escalafón del Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios, que recuperará en 1958. En 1946 pasará a dirigir la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid hasta su jubilación en 1970.

Separada físicamente de su marido una buena parte de la semana, encontró tiempo para dedicarse a su interés intelectual más profundo: la pasión por las palabras. Es entonces cuando comienza la elaboración del Diccionario de uso del español. Su hijo Fernando le había traído de París un libro que llamó profundamente su atención: el Learner’s Dictionary. María Moliner se levantaba muy temprano, hacia las cinco de la mañana, trabajaba un poco, regaba los tiestos y se iba a su puesto; dormía la siesta  y continuaba anotando fichas, buscando palabras, leyendo periódicos, tomando notas de lo que oía en la calle.

El diccionario de María Moliner es muy superior al de la Real Academia Española. Se trata de un diccionario de definiciones, mucho más precisas y ricas; de sinónimos; de expresiones y frases hechas; de familias de palabras. Además anticipa en él la ordenación de la Ll en la L, y de Ch en la C; y agrega una gramática y una sintaxis con numerosos ejemplos.

Fue publicado por  la Editorial Gredos entre los años 1966 y 1967 en dos volúmenes. Esta obra conoció, en esa primera edición veinte reimpresiones y ha fue editada en CD-ROM en el año 1995 y reeditada en una segunda edición, revisada y aumentada en 1998. La tercera y última revisión fue editada en septiembre del 2007 y consta de dos tomos.

El libro tuvo un éxito inmediato y hoy es una obra imprescindible. Miguel Delibes dijo de ella: “Es una obra que justifica una vida”. El diccionario de María es la obra de una vida, una culminación y en cierto modo de vivir su exilio interior.

Fue propuesta para entrar en la Academia de la Lengua por Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo. De haber sido aceptada hubiera sido la primera mujer académica. Pero no lo fue. En relación con este hecho María decía: “Sí, mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia. (…) Mi obra es limpiamente el diccionario. Desde luego es una cosa indicada que un filósofo entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: ‘¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!”.

Recibió su jubilación tan discretamente como había vivido y siguió disfrutando de sus macetas y presumiendo con orgullo de sus nietos.

Las notas tristes de sus últimos años fueron la muerte de su marido y su propia enfermedad: la arteriosclerosis cerebral que la privó de su lucidez desde 1975 hasta su fallecimiento el 22 de enero de 1981.










2 comentarios:

  1. Siempre me alucinó esta mujer y en cierta medida ahora ya tiene su propia épica, porque es evidente que no me fascinó solamente a mí.

    Puedo deducir muchas cosas a raíz de tu crónica-homenaje, pero deduciré solamente una: qué necesitados estamos hoy de una nueva ILE...

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  2. Gracias por recordarla en un día como hoy.

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