Al
morir Franco, Esperanza Pérez investigó pueblo a pueblo el paradero de 8
familiares fusilados y terminó exhumando a 150 víctimas del franquismo.
NATALIA JUNQUERA - EL PAÍS -
8 ABR 2012
“Yo tenía 18 meses cuando
fusilaron a mi padre. Mataron a ocho de mi familia. Los falangistas fueron a
buscarles a las eras, al campo, donde estaban todos trabajando. Iban a por mi
padre, querían tomarle declaración, dijeron. Pero mi abuelo dijo: ‘Donde va mi
hijo voy yo’. Y su sobrino, lo mismo. Y así, se los llevaron a todos. Ya no les
volvimos a ver”, recuerda Esperanza Pérez Zamora.
Acaba de cumplir 77 años y
hace 35 estaba recorriendo pueblos, buscando pistas sobre el paradero de sus
familiares para abrir las fosas donde se encontraban. Hoy, incluso el partido
que tanto criticó la memoria histórica, ahora en el poder, apoya y planea subvencionar
las exhumaciones. Pero entonces, cuando Esperanza Pérez empezó a hacerlas,
justo después de la muerte de Franco, solo expresar en público el deseo de
abrir las fosas del franquismo era peligroso.
“Muchos me insultaban. ‘Puta
comunista’, me decían. O directamente, me cerraban la puerta en las narices en
cuanto les decía por qué estaba allí. Todavía había mucho miedo. Solo me
ayudaron mujeres en una situación parecida. Alguna me cogía de la camisa por el
pecho, me metía dentro de su casa y me contaba en voz muy bajita lo que sabía.
Una señora me dijo: ‘Subía la gente a ver a los muertos como en una procesión.
Los habían dejado mal enterrados. Fue una vergüenza...”.
Esperanza tardó tres años en
encontrar a todos sus familiares. “En el momento en que salió Adolfo Suárez,
fui a por ellos. Mi marido, que es taxista, dejó de trabajar para llevarme de
un pueblo a otro, a preguntar a la gente si sabía algo. Tenía que volver muchas
veces a la misma casa para que me contaran cosas. Al principio estábamos muy solos,
pero luego nos fueron ayudando familiares de otros fusilados”.
Esperanza tenía a sus
familiares repartidos por varias fosas en distintos pueblos. El paradero de su
padre se lo dijo el mismo asesino. “Me dijeron el nombre del falangista que le
había matado y esa misma noche fui a verle. Era 1977. ‘Soy la hija de Juanón y
sé que usted le dio el tiro a mi padre. Mañana a las nueve de la mañana más le
vale que esté usted en las tierras que tiene en Villamuriel para que me diga
exactamente dónde está enterrado’, le dije. Se quedó blanco. Al día siguiente
se presentó allí con la Guardia Civil. Los agentes me pidieron un montón de
papeles, pero al final, el asesino señaló el sitio”.
Esperanza abrió tres fosas en
Villamuriel, cuatro en Villamediana, cinco en Magaz, dos en Valdespina y una en
Valoria la Buena, todas en Palencia. “En total recuperamos unos 150 cuerpos.
Teníamos una pala, un azadón y un cepillo. Pero todo lo hacíamos con las manos,
con las uñas, un día y otro día, hasta que terminábamos. Luego metíamos los
restos en sacos. La excavadora que utilizamos alguna vez, la pagamos a escote
entre los familiares”. Aún guarda aquellas facturas. “Es lo mejor y lo más
difícil que he hecho en mi vida. Pero fue muy duro. En la primera exhumación
pensé que me iba a dar algo y que me iba a morir allí mismo yo también. Tener
una calavera en la mano y pensar que es de tu padre es terrible. En
Villamediana, por ejemplo, los restos estaban cubiertos de cal y las faldas de
las mujeres se veían todas blancas. Aún conservaban larguísimas trenzas.
También encontraba botas, cucharas, monedas...”.
Esperanza calcula que en
total debió poner de su bolsillo un millón de pesetas. “Por cada cuerpo que
sacábamos teníamos que pagar 1.000 pesetas al Ministerio de Sanidad, por eso no
declaramos a todos. Entonces no había ADN y enterrábamos a muchos juntos.
Vendimos los dientes de oro de uno y nos dieron 14.000 pesetas para seguir
exhumando. Otro señor que se enteró de lo que estaba haciendo me dio 20.000
pesetas y así íbamos tirando. Era mucho dinero y muchos trámites: había que ir
a la sede del Ministerio de Justicia a Madrid, y a Sanidad, y luego hablar con
el alcalde del pueblo...”.
En cuanto terminó las
exhumaciones, se puso con las pensiones. “Empecé a buscar a viudas de fusilados
para explicarles que podían pedir la pensión. A algunas les daba todo tanto
miedo que no querían ni llevarse los papeles para no tenerlos en casa. ¡Y
Franco ya había muerto! Otras no sabían escribir y para firmar tenía que
llevarlas yo con la mano sobre el papel”.
En 1979 ya había terminado su misión, exhumado a sus familiares, celebrado dos funerales y enterrado a los fusilados en cementerios. “El día que terminé sentí mucha felicidad y mucha tristeza. Ese día le pude decir a mi madre: ‘Ya está’, y lloramos las dos todo lo que nos dio la gana. Me abrazó como nunca me había abrazado y solo por eso ya valieron la pena todos los malos ratos”, explica Esperanza. “Tuve muchas pesadillas. Por la noche, en la cama, me veía a mí misma dentro de una tumba, rodeada de huesos. Miedo creo que no tuve nunca. Cuando murió Franco, abrimos una botella de champán y luego me vine como una fiera a España a buscar a los míos. Entonces estaba en Bélgica. Todo lo que quedó de nuestra familia después de la guerra se había refugiado en otro país. Creo que he sido valiente. Y estoy muy orgullosa de haber hecho lo que hice”.
En 1979 ya había terminado su misión, exhumado a sus familiares, celebrado dos funerales y enterrado a los fusilados en cementerios. “El día que terminé sentí mucha felicidad y mucha tristeza. Ese día le pude decir a mi madre: ‘Ya está’, y lloramos las dos todo lo que nos dio la gana. Me abrazó como nunca me había abrazado y solo por eso ya valieron la pena todos los malos ratos”, explica Esperanza. “Tuve muchas pesadillas. Por la noche, en la cama, me veía a mí misma dentro de una tumba, rodeada de huesos. Miedo creo que no tuve nunca. Cuando murió Franco, abrimos una botella de champán y luego me vine como una fiera a España a buscar a los míos. Entonces estaba en Bélgica. Todo lo que quedó de nuestra familia después de la guerra se había refugiado en otro país. Creo que he sido valiente. Y estoy muy orgullosa de haber hecho lo que hice”.
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