Cuando la historia de un
pueblo fluye dentro de su normalidad cotidiana, parece lícito que cada cual
viva atento sólo a su oficio y entregado a su vocación. Pero cuando llegan tiempos
de crisis profunda, en que, rota o caduca toda normalidad, van a decidirse los
nuevos destinos nacionales, es obligatorio para todos salir de su profesión y
ponerse sin reservas al servicio de la necesidad pública. Es tan notorio, tan
evidente, hallarse hoy España en una situación extrema de esta índole, que
estorbaría encarecerlo con procedimientos de inoportuna grandilocuencia. En los
meses, casi diríamos en las semanas, que sobrevienen, tienen los españoles que
tomar sobre sí, quieran o no, la responsabilidad de una de esas grandes
decisiones colectivas en que los pueblos crean irrevocablemente su propio
futuro. Esta convicción nos impulsa a dirigirnos hoy a nuestros conciudadanos,
especialmente a los que se dedican a profesiones afines con las nuestras. No
hemos sido nunca hombres políticos, pero nos hemos presentado en las filas de
la contienda pública siempre que el tamaño del peligro lo hacía inexcusable.
Ahora son superlativas la urgencia y la gravedad de la circunstancia. Esto, y
no pretensión alguna de entender mejor que cualesquiera otros españoles los
asuntos nacionales, nos mueve a iniciar con máxima actividad una amplia campaña
política. Debieran ser personas mejor dotadas que nosotros para empresas de
esta índole quienes iniciasen y dirigiesen la labor. Pero hemos esperado en
vano su llamamiento, y como el caso no permite demora ni evasiva, nos vemos
forzados a hacerlo nosotros, muy a sabiendas de nuestras limitaciones.
El Estado español tradicional
llega ahora al grado postrero de su descomposición. No procede ésta de que
encontrase frente a sí la hostilidad de fuerzas poderosas, sino que sucumbe
corrompido por sus propios vicios sustantivos. La Monarquía de Sagunto no ha
sabido convertirse en una institución nacionalizada, es decir, en un sistema de
Poder público que se supeditase a las exigencias profundas de la nación y
viviese solidarizado con ellas, sino que ha sido una asociación de grupos
particulares, que vivió parasitariamente sobre el organismo español, usando del
Poder público para la defensa de los intereses parciales que representaba.
Nunca se ha sacrificado aceptando con generosidad las necesidades vitales de
nuestro pueblo, sino que, por el contrario, ha impedido siempre su marcha
natural por las rutas históricas, fomentando sus defectos inveterados y
desalentando toda buena inspiración. De aquí que día por día se haya ido
quedando sola la Monarquía y concluyese por mostrar a la intemperie su
verdadero carácter, que no es el de un Estado nacional, sino el de un Poder
público convertido fraudulentamente en parcialidad y en facción.
Nosotros creemos que ese
viejo Estado tiene que ser sustituido por otro auténticamente nacional. Esta
palabra «nacional» no es vana; antes bien, designa una manera de entender la
vida pública, que lo acontecido en el mundo durante los últimos años de nuevo
corrobora. Ensayos como el fascismo y el bolchevismo marcan la vía por donde
los pueblos van a parar en callejones sin salida: por eso apenas nacidos
padecen ya la falta de claras perspectivas. Se quiso en ambos olvidar que, hoy
más que nunca, un pueblo es una gigantesca empresa histórica, la cual sólo
puede llevarse a cabo o sostenerse mediante la entusiasta y libre colaboración
de todos los ciudadanos unidos bajo una disciplina, más de espontáneo fervor
que de rigor impuesto. La tarea enorme e inaplazable de remozamiento técnico,
económico, social e intelectual que España tiene ante sí no se puede acometer
si no se logra que cada español dé su máximo rendimiento vital. Pero esto no es
posible si no se instaura un Estado que, por la amplitud de su base jurídica y
administrativa, permita a todos los ciudadanos solidarizarse con él y
participar en su alta gestión. Por eso creemos que la Monarquía de Sagunto ha
de ser sustituida por una República que despierte en todos los españoles, a un
tiempo, dinamismo y disciplina, llamándolos a la soberana empresa de resucitar
la historia de España, renovando la vida peninsular en todas sus dimensiones,
atrayendo todas las capacidades, imponiendo un orden de limpia y enérgica ley,
dando a la Justicia plena transparencia, exigiendo mucho a cada ciudadano,
trabajo, destreza, eficacia, formalidad y la resolución de levantar nuestro
país hasta la plena altitud de los tiempos.
Pero es ilusorio imaginar que
la Monarquía va a ceder galantemente el paso a un sistema de Poder público tan
opuesto a sus malos usos, a sus privilegios y egoísmos. Sólo se rendirá ante
una formidable presión de la opinión pública. Es, pues, urgentísimo organizar
esa presión, haciendo que sobre el capricho monárquico pese con suma energía la
voluntad republicana de nuestro pueblo. Esta es la labor ingente que el momento
reclama. Nosotros nos ponemos a su servicio. No se trata de formar un partido
político. No es razón de partir, sino de unificar. Nos proponemos suscitar una
amplísima agrupación al servicio de la República, cuyos esfuerzos tenderán a lo
siguiente:
1.: Movilizar a todos los españoles de oficio intelectual para que formen un copioso contingente de propagandistas y defensores de la República española. Llamaremos a todo el profesorado y Magisterio, a los escritores y artistas, a los médicos, a los ingenieros, arquitectos y técnicos de toda clase, a los abogados, notarios y demás hombres de ley. Muy especialmente necesitamos la colaboración de la juventud. Tratándose de decidir el futuro de España, es imprescindible la presencia activa y sincera de una generación en cuya sangre fermenta sustancia del porvenir. De corazón ampliaríamos a los sacerdotes y religiosos este llamamiento, que, a fuer de nacional, preferiría no excluir a nadie, pero nos cohibe la presunción de que nuestras personas carecen de influjo suficiente sobre esas respetables clases sociales.
1.: Movilizar a todos los españoles de oficio intelectual para que formen un copioso contingente de propagandistas y defensores de la República española. Llamaremos a todo el profesorado y Magisterio, a los escritores y artistas, a los médicos, a los ingenieros, arquitectos y técnicos de toda clase, a los abogados, notarios y demás hombres de ley. Muy especialmente necesitamos la colaboración de la juventud. Tratándose de decidir el futuro de España, es imprescindible la presencia activa y sincera de una generación en cuya sangre fermenta sustancia del porvenir. De corazón ampliaríamos a los sacerdotes y religiosos este llamamiento, que, a fuer de nacional, preferiría no excluir a nadie, pero nos cohibe la presunción de que nuestras personas carecen de influjo suficiente sobre esas respetables clases sociales.
Como la agrupación al
servicio de la República no va a modelarse un partido, sino a hacer una leva
general de fuerzas que combatan a la Monarquía, no es inconveniente para
alistarse en ella hallarse adscrito a los partidos o grupos que afirman la
República, con los cuales procuraremos mantener contacto permanente.
2.: Con este organismo de avanzada bien disciplinado y extendido sobre toda España actuaremos apasionadamente sobre el resto del cuerpo nacional, exaltando la grande promesa histórica que es la República española y preparando su triunfo en unas elecciones constituyentes ejecutadas con las máximas garantías de pulcritud civil.
3.: Pero, al mismo tiempo, nuestra Agrupación irá organizando, desde la capital hasta la aldea y el caserío, la nueva vida pública de España en todos sus haces, a fin de lograr la sólida instauración y el ejemplar funcionamiento del nuevo Estado republicano.
2.: Con este organismo de avanzada bien disciplinado y extendido sobre toda España actuaremos apasionadamente sobre el resto del cuerpo nacional, exaltando la grande promesa histórica que es la República española y preparando su triunfo en unas elecciones constituyentes ejecutadas con las máximas garantías de pulcritud civil.
3.: Pero, al mismo tiempo, nuestra Agrupación irá organizando, desde la capital hasta la aldea y el caserío, la nueva vida pública de España en todos sus haces, a fin de lograr la sólida instauración y el ejemplar funcionamiento del nuevo Estado republicano.
Importa mucho que España
cuente pronto con un Estado eficazmente constituido, que sea como una buena
máquina en punto, porque, bajo las inquietudes políticas de estos años, late
algo todavía más hondo y decisivo: el despertar de nuestro pueblo a una
existencia más enérgica, su renaciente afán de hacerse respetar e intervenir en
la historia del mundo. Se oye con frecuencia, más allá de nuestras fronteras,
proclamar como el nuevo hecho de grandes proporciones que apunta en el
horizonte y modificará el porvenir, el germinante resurgir ibérico a ambos
lados del Atlántico. Nos alienta tan magnífico agüero, pero su realización
supone que las almas españolas queden liberadas de la domesticidad y el
envilecimiento en que las ha mantenido la Monarquía. Incapaz de altas empresas
y de construir un orden que, a la vez, impere y dignifique. La República será
el símbolo de que los españoles se han resuelto por fin a tomar briosamente un
sus manos propias su propio e intransferible destino.
Gregorio Marañón
Ramón Pérez de Ayala
José Ortega y Gasset
Gregorio Marañón
Ramón Pérez de Ayala
José Ortega y Gasset
Este manifiesto dirigido a
intelectuales y firmado por Marañón, Pérez de Ayala y Ortega y Gasset fué
publicado en el periódico El Sol el 10 de febrero de 1931
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