El 26 de abril de 1937, 5.771 bombas de la aviación alemana e italiana redujeron a cenizas la ciudad vasca. 75 años después, 'Público' recupera la memoria viva de los supervivientes del bombardeo.
ALEJANDRO TORRÚS - 01/12/2012 - Público.es
Luis Irondo tenía 14 años el
26 de abril de 1937. Volvía a su casa tras terminar su jornada laboral en un
banco en el que trabajaba “haciendo los recados” desde que comenzó la guerra
civil. Cuando cayeron las primeras bombas Luis estaba en la plaza del
Ayuntamiento. Ese día, lunes, había mercado. La multitud que se concentraba en
la plaza huyó despavorida con la primera explosión. Luis, de 91 años, recuerda
cómo se refugió en uno de los cuatro búnkers de la plaza: “Estaban sin
terminar. No había sistemas de ventilación ni luz. Apenas podíamos respirar.
Recuerdo que un señor encendió una cerilla para poder ver y se apagó por la
falta de oxígeno. Pensábamos que íbamos a morir
enterrados vivos”.
Andone Bidaguren estaba en su
casa situado en un barrio periférico del pueblo junto a sus padres y sus cinco
hermanos. Con el ruido de las primeras bombas
tres de los hermanos huyeron despavoridos de la casa. Andone, que tenía nueve
años en 1937, y dos de sus hermanos se refugiaron dentro de la ría. Allí permanecieron durante cinco horas.
Inmóviles. Más tiempo incluso del que duró el bombardeo. “Teníamos tanto miedo
que no sentíamos frío. Cuando todo acabó mi padre nos buscó y nos gritó que
volviéramos a casa. Decía que si teníamos que morir
debíamos hacerlos todos juntos”, recuerda a Público Andone Bidaguren, de 84 años.
José Moreno, de 92 años, lo
vio todo desde lo alto de una montaña cercana a Gernika, en Lemona. Era gudari
(soldado del ejército vasco durante la guerra civil). Combatía como fusilero en
el Batallón San Andrés. En 1937 tenía 17 años. “Sólo se podía distinguir una
cortina de humo enorme y fuego. Fuego por todas partes. Yo me apunté al
ejército por la impotencia que uno siente cuando ve que están invadiendo tu
país, tu tierra. Teníamos que luchar para defender lo
nuestro de alemanes e italianos”, rememora José para Público.
De lo que sucedió en Gernika
entre las cuatro y las seis y media de la tarde de aquel 26 de abril de 1937,
cuando la localidad sufrió el que fue el primer gran ensayo de un bombardeo a
gran escala sobre una población civil, sobrevive el recuerdo de
niños y adolescentes. La vida, para ellos, se detuvo en ese instante. De todo
lo que han vivido en sus vidas lo único que están seguros que nunca olvidarán
es el bombardeo de Gernika. Las palabras se les atragantan cuando avanzan sus
recuerdos. Cada uno de los protagonistas sufrió este dramático episodio desde
una posición distinta al otro, pero todos coinciden en un aspecto: el fuego.
“Había fuego por todas partes y olía a carne quemada”, resume Luis Irondo.
Durante las semanas previas
corría el rumor de que el pueblo podía a ser bombardeado. El miedo estaba más
presente si cabe desde el 31 de marzo cuando Durango, localidad de Vizcaya, fue
calcinada por la aviación italiana. Luis Irondo recuerda que durante su
infancia nadie contemplaba la posibilidad de una guerra. “Eso eran cosas del
pasado”, dice. “Durante las fiestas, un pariente de la familia, muy anciano nos
hablaba de la guerra carlista y la crudeza de la guerra y mis padres le tomaban
el pelo. Él repetía: 'No sabéis lo que es la guerra'.
Poco tiempo después la conocimos en primera persona”, señala Luis.
Los aviones alemanes e
italianos que atacaron Gernika dejaron el pueblo completamente devastado. Desde
el cielo cayeron 5.771 bombas. La mayoría de ellas cilíndricas,
fabricadas con piedra y con hierro. Todo Gernika, menos la fábrica de armas,
ardió. La mayoría de los 6.000 habitantes con los que contaba la población se
tuvo que marchar con lo puesto. No tenían una casa a la que volver. Andone
Bidaguren, y su familia, permaneció en el pueblo. Al día siguiente del
bombardeo, como cada día, Andone bajó hasta el pueblo para trabajar en la
panadería. Ese día conoció al hijo del dueño del negocio, Ángel Santos, quien
doce años después se convertiría en su marido.
Luis Orondo, por el
contrario, tuvo que exiliarse junto a su familia. En Gernika ya no tenían nada.
La tienda de muebles de la familia y su hogar había sido destruido. “Fuimos a
Santander donde pudimos coger un barco inglés que había conseguido salvar el bloqueo
marítimo de los franquistas”, recuerda. El barco los dejó en Burdeos, desde
donde viajaron a París y a Bernon, posteriormente, donde se convirtió en el
intérprete de la colonia española con lo poco que había aprendido en la
escuela. Un año después él, su madre y sus hermanas consiguieron ponerse en
contacto con su padre, que había permanecido en Euskadi, y regresaron.
A José Moreno lo apresaron
las tropas italianas poco tiempo después. Tras una breve estancia en el campo
de concentración de Langreo fue enviado a Zaragoza para realizar trabajos
forzosos. “Nos trasladaron en antiguos vagones para el ganado con una lata de
carne y un chusco de pan para cuatro personas. Ya en en el campo de trabajo
hubo alguien que cantó viva Franco y yo me cagué en todos los fascistas y estuve paseándome de cárcel
en cárcel durante años”, recuerda Moreno.
Imposible
determinar víctimas.
Aún hoy resulta imposible
determinar cuántos personas fallecieron en el ataque a Gernika. La directora
del Museo de la Paz de la localidad vasca, Iratxe Momoitio, explica a Público que la cifra de fallecidos varía
considerablemente según el investigador. “Hay quien habla de alrededor
de 250 personas y
otras fuentes barajan una cifra de víctimas que supera las 1.000 personas”,
explica Momoitio.
La clave de la confusión está
en que apenas tres días después del bombardeo las tropas del general Mola
entraron en la ciudad e impusieron la ley del silencio. El bombardeo, según la
versión oficial, había sido causado por los “rojos separatistas”. Aún a día de hoy,
el Estado español no se ha pronunciado sobre este hecho. Alemania, sí. En 1977
pidió perdón. Andone aún espera que el Estado español haga lo mismo y que los
muertos de Gernika puedan tener una placa en el cementerio que indica que son
víctimas de la guerra.
“Olvidar lo que ocurrió es imposible.
Perdonar, sí. Lo sorprendente de Gernika es que mantenemos contacto
con supervivientes alemanes y con víctimas del bombardeo de Dresden, una ciudad
preciosa bombardeada por los aliados
cuando la guerra ya la tenían ganada. Ahora también estamos en contacto con
Nagasaki, que sufrió la bomba atómica. El único objetivo de nuestra unión, la
de los pueblos no la de los políticos, es recordar al mundo que lo que ha
sucedido en nuestras ciudades no puede volver a suceder nunca más”, sentencia
Luis.
*
“La historia oficial no
siempre dice la verdad”
Con el propósito de conservar
la memoria oral de Euskadi, el periodista Aitor Azurki publicó en 2011 el libro Maizales
bajo la lluvia, una obra que traslada a los lectores al 1936 de
Euskadi y narra
todo lo sucedido durante los tres años de guerra civil desde la voz de los
protagonistas. Once testigos recuerdan su trayectoria como combatientes en la
guerra contra Franco y su posterior destino tras el fatídico desenlace de la
contienda. “La memoria oral sirve para combatir la historia oficial. Se ha
demostrado que la historia que pasa a los libros muchas veces no dice la
verdad. Dentro de cada página de historia hay pequeñas historias que no deben
perderse. Este libro trata de guardarlas para siempre.
Para ello, Azurki enlaza los
testimonios de once vascos que sufrieron en sus carnes la crudeza de la guerra
civil. Cada uno de ellos es de una ideología distinta pero todos ellos están
unidos en un mismo eje: la República. “Realizando este libro descubrí la
humanidad, las ganas de vivir y de luchar de
personas que perdieron todo por culpa de la guerra y han
sabido remontar y rehacer su vida sin rencor y deseo de revancha.
Todas ellas tienen un áurea especial. Nos va a costar encontrar gente como esta
cuando desaparezcan”, finaliza.
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