María Zambrano
(Vélez-Málaga, 22 de abril de 1904 - Madrid, 6 de febrero de 1991)
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María Torres / 22 abril
2013
La palabra exilio proviene del término latino exilĭlium, que
se forma con el sufijo ex (fuera de) y la raíz salire (salir,
abandonar). Exilio es por tanto la acción de abandono del país de origen -por
causa voluntaria o involuntaria- como el efecto de estar exiliado y el
lugar en que vive el exiliado.
María Zambrano pasó cuarenta
y cuatro largos años en el exilio, donde concibió y publicó sus
mejores obras. Según sus palabras: “ha sido como mi patria, o como una
dimensión de una patria desconocida, pero que una vez que se conoce, es
irrenunciable”.
El 25 de enero de 1939 salió
de su domicilio en la Avenida 14 de Abril de Barcelona junto a su madre Doña
Araceli, su hermana y dos de sus primos. El coche que había de
trasladarles tras la frontera era propiedad del último director general de
seguridad de la República y también formó parte de la comitiva fúnebre que
apenas unas semanas antes había acompañado hasta el cementerio a Blas Zambrano,
el padre de María.
A su paso por Figueras y La
Junquera el vehículo avanza con dificultad ante una procesión de personas
aterrorizadas. Poco antes de llegar a La Junquera distinguen entre la
muchedumbre a Don Antonio Machado que camina sostenido por su madre. Le invitan
a subir al coche pero él se niega una y otra vez, por lo que María
Zambrano realiza el trayecto hasta Le Perthus andando junto al
poeta.
María permanece poco tiempo
en Le Perthus. El suficiente para esperar la llegada de su marido, Alfonso
Rodríguez Aldave, que se encontraba en el frente. Ambos se marchan rumbo a
México, mientras su madre y hermana se quedan en Francia, donde Araceli se
encontrará cara a cara con el horror nazi, al encarcelar en París a Manuel
Nuñez, su compañero, que tras las presiones de Serrano Suñer fue extraditado a
España y fusilado en Madrid.
María Zambrano no regresó a
España hasta el 20 de noviembre de 1984, tras 44 años de exilio.
«Es terrible volver al
cabo de tanto tiempo. Yo siento la llamada. Yo quiero ir. Pero lo que no quiero
es tirarme por la ventana. Hay algo que todavía se resiste. Que sea lo que Dios
quiera».
*
“Mas ahora no se
sentía en ninguna parte, en parte alguna del planeta, como sucede en el centro
del océano cuando el alma no siente ninguna señal de la presencia de la tierra,
de esa presencia que se acusa antes de hacerse visible, antes de que el vuelo del
pájaro la anuncie, por una especie de presentimiento del ser terrestre que
somos, por un sentir originario, de las raíces del ser, que solo en la tierra
encuentra su patria, su lugar natural, a pesar de la lucha que ello entraña, o
por ello, la tierra” (Delirio
y destino, 1952)
“Y así, la primera
respuesta a esa pregunta formulada o tácita de por qué se es un exiliado es
simplemente esta: porque me dejaron la vida, o con mayor precisión: porque me
dejaron en la vida. La respuesta, la misma que tendría que dar a quien le
preguntase, que por qué es hombre o que por qué ha nacido, si fuera encontrado
un día sobre las aguas o arrojado por las ondas. (…) Y así el exiliado está ahí
como si naciera, sin más última, metafísica, justificación que esa: tener que nacer
como rechazado de la muerte, como superviviente; se siente, pues, casi del todo
inocente, puesto que ¿qué remedio tiene sino nacer? Esto está más allá y sobre
toda razón justificante” (Carta
sobre el exilio, 1961)
“En mi exilio, como en
todos los exilios de verdad, hay algo sacro, algo inefable, el tiempo y las
circunstancias en que me ha tocado vivir y a lo que no puedo renunciar. Salimos
del presente para caer en el futuro desconocido, pero sin olvidar el pasado,
nuestra alma está cruzada por sedimentos de siglos, son más grandes las raíces
que las ramas que ven la luz. Es en la obra del amanecer, trágica y de aurora,
en que las sombras de la noche comienzan a mostrar su sentido y las figuras
inciertas comienzan a desvelarse ante la luz, la hora en que se congregan
pasado y porvenir” (Amo
mi exilio, 1989)
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