Desventurado, ni el fuego ni el vinagre caliente
en un nido de brujas volcánicas, ni el hielo devorante,
ni la tortuga pútrida que ladrando y llorando con voz
de mujer muerta te escarbe la barriga
buscando una sortija nupcial y un juguete de niño
degollado,
serán para ti nada sino una puerta oscura
arrasada.
En efecto:
De infierno a infierno, que hay? En el aullido
de tus legiones, en la santa leche
de las madres de España, en la leche y los senos
pisoteados
por los caminos, hay una aldea más, un silencio más,
una puerta rota.
Aquí estás. Triste párpado, estiércol
de siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo,
cifra de traición que la sangre no borra. Quien, quien eres,
oh miserable hoja de sal, oh perro de la tierra,
oh mal nacida palidez de sombra.
Retrocede la llama sin ceniza,
la sed salina del infierno, los círculos
del dolor palidecen.
Maldito, que sólo lo humano
te persiga, que dentro del absoluto fuego de las cosas,
no te consumas, que no pierdas
en la escala del tiempo, y que no te taladre el vidrio
ardiendo ni la feroz espuma.
Solo, solo, para las lágrimas
todas reunidas, para una eternidad de manos muertas
y ojos podridos, solo en una cueva
de tu infierno, comiendo silenciosa pus y sangre
por una eternidad maldita y sola.
No mereces dormir
aunque sea clavados de alfileres los ojos: debes estar despierto,
general, despierto eternamente
entre la podredumbre de las recién paridas,
ametralladas en Otoño.
Todas, todos los tristes niños descuartizados,
tiesos, están colgados, esperando en tu infierno
ese día de fiesta fría: tu llegada.
Niños negros por la explosión,
trozos rojos de seso, corredores
de dulces intestinos, te esperan todos, todos, en la misma actitud.
Pablo Neruda,
Pablo Neruda,
España en el corazón
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