En el aniversario de su muerte, queremos recordar a Pablo de la Torriente Brau con una de las extraordinarias crónicas desde España, en la que habla de Libertad Picornell, Soledad Soler, Marina Ginestá y Maruja. Entrevistó a las tres primeras en Barcelona y a Maruja el 3 de octubre de 1936 en Buitrago de Lozoya.
Maruja, Libertad, Marina y Soledad:
Cuatro muchachas en el frente que yo he conocido; que he hablado con ellas unas horas nada más, y que me parecen recuerdos antiguos e inolvidables.
¡Maruja, Libertad, Marina y Soledad!
Cuatro muchachas del frente. Cada una de ellas tiene una vida. La mayor apenas tiene dieciocho años.
Maruja es madrileña; Libertad, mallorquina; Marina y Soledad son catalanas. Maruja tiene dieciocho años. Es la mayor de todas, pero parece la menor. Es pequeña, casi rubia, de grandes ojos infantiles. Le mataron el novio y el hermano y cayó ametrallada en la sierra de Guadarrama. Morirá en la montaña vengando a sus muertos. Ella dice que es la única manera de recordarlos. Y no siente el temor de la muerte.La vio tan pronto y la ha visto tan pródiga, que para ella ha perdido el prestigio del misterio. Es una muchacha del frente. Más pequeña que su fusil. Morirá en la montaña vengando a sus muertos. Y, sin embargo, sobre la tierra, muerta, parecerá, tan frágil, tan bonita, una paloma que cayó.
Libertad tiene dieciséis años. Se llama Libertad porque su padre es revolucionario. Su hermana se llamaba Aurora. Es elegante porque es costurera. Y es una linda muchacha de rico pelo negro. También es pequeña, pero ha oído los fusilamientos nocturnos y ha entrado en los conventos fortificados por los fascistas, en Tarragona, al asalto, con el pueblo furioso, asesinado, y de allá se trajo para banderas rojas de la Revolución, los mantos purpúreos. Allá, en Mallorca, bajo la presión fascista, sus padres y su hermana Aurora han sido fusilados, porque nacieron y vivieron, como ella, para la Revolución. Pero Libertad hace ahora comunistas en Barcelona. No tiene sino dieciséis años. Está preparando las listas de los hombres que irán más tarde a Mallorca, con ella, a fusilar a los que fusilaron a su hermana Aurora y a sus padres, dos viejos de la Revolución.
Marina tiene diecisiete años. Es delgada, fina, de lacio pelo negro que le sacude la frente como el ala de un pájaro imprudente. Todos los compañeros, hombres y mujeres, siempre la están buscando. Porque tiene la inteligencia en los ojos y la decisión en los gestos. En los días trágicos, peleó en las calles. Y ella recuerda: «No es nada agradable ver caer a los compañeros... pero tú sabes... las mujeres siempre somos un poco sentimentales.» Después, dominada Barcelona, se fue al frente de Aragón. Y trajo este recuerdo: «Nuestros combatientes son formidables. No combaten sólo por heroísmo, sino porque saben que deben combatir» Ni en las calles ni en el frente adquirió la noción del peligro. Piensa que nunca estuvo expuesta: «Sólo el peligro que corrían los demás compañeros.» Mas, aunque tiene el corazón de acero, un recuerdo siempre tiene para lo que vio en Barcelona, cuando estuvo en el asalto al cuartel de Atarazanas. Allí, una mujer del pueblo, a su lado, respondió el fuego de los rebeldes. Cuando vino la hora del asalto, la mujer, pistola en mano, entró al cuartel. Y la vio llorar, abrazada a un prisionero, un soldado que era su hijo... Marina es ya, a los diecisiete años, la secretaria de Organización del Comité Militar. Será un dirigente famoso. Y, si algún día la fusilan, morirá cantando La internacional.
Soledad tiene quince años. Tiene una cabeza estatuaria, llena de luz. Y, aunque su rostro tiene la seriedad majestuosa de la Revolución, su cuerpo tiene la intranquila vivacidad infatigable de la adolescencia. Sus padres, dos revolucionarios, consintieron que fuera a la expedición de Mallorca. Después, sin permiso, se fue al frente de Tardienta. «Se nos escapó...» Ella, que estuvo en los combates, dice: «Oh, mira, algo malo, pero en fin...» Y tuvo, sin embargo, una gran emoción que no recuerda sin alguna alegría infantil: «Un día, yendo para Huesca, equivocamos el camino. Íbamos cantando en el coche. De pronto, a medio kilómetro, cuando casi íbamos a entrar en un pueblo, nos ametrallaron. Fue terrible. Corrimos tanto por la carretera que nos estrellamos a ciento veinte kilómetros por hora. Fue casi en nuestras líneas ya. Todos estábamos heridos. Pero los nuestros nos hacían fuego creyendo que éramos rebeldes. Nos salvamos por una requetecasualidad.» Pero Soledad piensa que todo lo que le pasa es importante. Y ahora es la encargada de la oficina de reclutamiento de milicianos para ir al frente donde ella estuvo. Casi todos son jóvenes. Y si alguno quiere decirle algún piropo, Soledad le recuerda: «Mira, que ya yo estuve adonde tú vas ahora.» Y los jóvenes se van, avergonzados, a aprender a manejar el fusil, para ir «adonde Soledad estuvo ya».
Cuatro muchachas del frente de España que yo he conocido y que no olvidaré jamás.
¡Maruja, Libertad, Marina y Soledad! Cuatro muchachas, bellas muchachas, sangre de la Revolución.
Pablo de la Torriente Brau
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