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806. El único camino




Nuestra guerra ofrece a las nuevas promociones juveniles lecciones altamente provechosas. Hacíamos la guerra, y desarrollábamos la revolución democrática, con impulso y características que no se habían dado en las revoluciones burguesas anteriores.

Y esto no se producía sin una resistencia encarnizada en el propio campo republicano, como lo evidencian estas páginas.

La revolución es el motor de la historia y en su desarrollo los pueblos realizan maravillosas hazañas. Pero la revolución es también revulsivo que hace salir a la superficie el limo sedimentado en los bajos fondos de la sociedad. Desarrolla las ambiciones y los turbios afanes de los vividores políticos, de los que quieren poner la revolución a su servicio. Con esto hay que contar y contra ello hay que luchar, como se vio obligado a luchar el Partido Comunista en el transcurso de la guerra, contra quienes en provecho propio pretendían desfigurar el carácter de la revolución.

Esto, que es inevitable, no puede servir de pretexto para no participar en la lucha revolucionaria, escudándose en el cómodo «todos son iguales» puesto en boga por los enemigos de la revolución.

Todos no somos iguales, y la historia de nuestro país de los últimos treinta años muestra la enorme diferencia entre el revolucionario consecuente y el revolucionario ocasional. Entre quienes aspiran a la elevación de todo el pueblo y al engrandecimiento de la patria, y quienes actúan en política en vuelo bajo, a ras de sus propios intereses personales o de grupo. Entre quienes son capaces de sacrificarse por el bien de todos, y quienes pretenden hacer del pueblo escabel de su mediocridad política, y que gritan como condenados llamándose a engaño, cuando la indignación popular da un puntapié a la escalera donde estaban encaramados.

La resistencia a la agresión fascista fue iniciada bajo los auspicios del Frente Popular, y con un Gobierno republicano pequeño-burgués. Las fuerzas fundamentales de esta resistencia eran los obreros y los campesinos que militaban en distintas organizaciones cuya disciplina seguían.

La unidad del Frente Popular no era una unidad sólida. No se apoyaba en la unidad de la clase obrera. Actuaban en él diversas clases, diversos sectores, diversos intereses, diversos grupos políticos. De ahí las contradicciones que surgían a cada paso, tanto más que los nacionalistas vascos y los anarquistas, que también aparecían en el campo antifranquista, no participaban en el Frente Popular.

De ahí también los diferentes criterios, las diferentes opiniones, los diferentes modos de entender la guerra y sus perspectivas, criterios, opiniones y modalidades que pesaron duramente en la vida política y militar de la España republicana.

Y si a veces nosotros, comunistas, reaccionábamos sin la necesaria flexibilidad frente a posiciones que considerábamos dañinas para la resistencia o cayendo en el otro extremo no criticábamos suficientemente actitudes derrotistas y maniobras oscuras, ni un solo momento, ni ayer ni hoy, hemos dejado de valorizar la importancia histórica, revolucionaria, de la participación de la burguesía democrática en la resistencia popular al fascismo. Los factores negativos que aparecen en el campo republicano —que fueron muchos—tanto en vísperas de la sublevación franquista como después de ésta, en el transcurso de la guerra, no niegan, sino que confirman la necesidad de la unidad, del entendimiento, del compromiso entre los diversos grupos y partidos democráticos de nuestro país; la necesidad de un acuerdo incluso con fuerzas que por su composición; por sus intereses, por su modo de ver y entender la vida, no aceptan más que en mínima parte la realización de cambios democráticos en la estructuración política del Estado español.

Y sobre todo, lo que la guerra mostró de manera exhaustiva, es que sin la unidad de la clase obrera, la dirección de la revolución democrática cae inevitablemente en manos de la burguesía, que frena esta revolución, que no la lleva hasta el fin, que incluso la transforma en instrumento contra el proletariado.


Dolores Ibárruri
El único camino, Editions Sociales. París 1965











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