El 1 de
marzo de 1940, el gobierno franquista aprobó la Ley sobre la represión de la masonería y el comunismo, el comunismo
y demás movimientos "que siembren ideas disolventes contra la religión, la
Patria y la armonía social" y constituyó el Tribunal para la Represión de
la Masonería y el Comunismo que estuvo en vigor hasta la creación del Tribunal
de Orden Público en 1963. Esta Ley, venía a sumarse a la lista de de las que el
franquismo ya había publicado para establecer las bases de un duro sistema
represivo y policial.
«Acaso
ningún factor, entre los muchos que han contribuido a la decadencia de España,
influyó tan perniciosamente en la misma y frustró con tanta frecuencia las
saludables reacciones populares y el heroísmo de
nuestras Armas, como las sociedades secretas de todo orden y las fuerzas
internacionales de índole clandestina. Entre las primeras, ocupa el puesto más
principal la masonería, y entre las que, sin constituir una sociedad secreta
propiamente, se relacionan con la masonería y adoptan sus métodos al margen de
la vida social, figuran las múltiples organizaciones subversivas en su mayor
parte asimiladas y unificadas por el comunismo».
Franco tenía
muchas obsesiones y una se ellas era la Masonería. La mantuvo
hasta en su último mensaje público el 1 de octubre de 1975, afirmando entonces
que contra España existía "una conspiración masónico-izquierdista en la
clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo
social"
Mussolini
inició la persecución contra los masones en 1925, Hitler en 1933 y Franco no
podía ser menos. Tras la Guerra, los masones que optaron quedarse en España
fueron condenados por el Tribunal de Represión de la Masoneria.
Uno de ellos
era Eduardo Alfonso Hernán ((1894-1991),
alumno de Ramón y Cajal, y uno de los primeros médicos naturistas,
que estuvo recluído tres años en el penal del Puerto de Santa María y
después en la Prisión Central de Burgos. Al salir de la cárcel se exilió en
Chile y Puerto Rico.
Dejó el testimonio de su
represión en el libro "La Masonería española en presidio". Los
borradores del libro salieron de la Prisión de Burgos escritos en caracteres
griegos y árabes transportados en el fondo de una maleta y con la colaboración
de alguna de las monjas de la prisión.
Este es un extracto de su
testimonio:
"A diario se nos hacía cantar obligada y
reglamentariamente el Cara al sol, de Falange Española, en todas las
cárceles por donde hemos pasado; hasta el día en que los angloamericanos
desembocaron en Italia, en cuyo momento dejóse de cantar como por encanto".
"En este himno había una estrofa que decía: 'volverán banderas
victoriosas al paso alegre de la paz'. Cuando entraron las banderas
victoriosas de los falangistas en las distintas provincias españolas, todo
el mundo supuso que harían buenas sus estrofas, trayéndonos la alegría
de la paz. Pero nadie pensó que esta paz fuese la de
los sepulcros".
"El error garrafal que en materia politiva
cometieron Franco y sus engreidas huestes fue dividir a los españoles en
"rojos" y "nacionales". Estaba en su mano haber
interprestado la realidad de España clasificando a los ciudadanos en
"personas decentes" y "personas indeseables". Pero esto era
lógico, y por eso no lo hicieron, impidiéndoles cumplir la promesa de su
Caudillo de que "nada tendría que temer el que no tuviese las manos
manchadas de sangre"
"La masonería pagó su triste y fatídico tributo,
como todas las agrupaciones políticas liberales, a este 'paso alegre'
de los que venían a salvar la patria en nombre de Cristo y con el mismo
criterio de aquellos que encendieron las hogueras inquisitoriales en el
siglo XV. Las hogueras de los forajidos fanáticos del siglo XX se trocaron
en 'paseos'. (Se llamaba 'paseados' a los que habían sido matados sin
formación de causa, sacándolos de su domicilio para asesinarlos.)"
"En los primeros momentos fueron detenidos
todos los masones que eran conocidos políticamente, y en los primeros
días de agosto detuvieron a casi todos, tanto activos como durmientes.
Hasta los renegados terminaron por ir a la cárcel y todos ellos fueron multados.
Hasta abril de 1937, todo el que comparecía ante consejo de guerra era
condenado a muerte y fusilado sin excepción".
"El calvario de los masones españoles que
sobrevivimos a esta persecución tuvo cuatro estaciones:
Torrijos, Porlier, Puerto de Santa María y Burgos; pues tales fueron
las prisiones que jalonaron nuestro 'via crucis' . La mayor parte de
nosotros había pasado previamente por 'Villa Cemento', que tal era el
humorístico nombre con que conocíamos al calabozo de la comisaría de distrito
del Congreso, próxima al local donde actuaba el Tribunal Especial de
Represión de la Masonería".
"En los primeros tiempos de actuación del
tribunal (allá por el mes de septiembre de 1941) éramos conducido a la prisión
de Torrijos, el nombre de este mártir de la libertad, que ahora, por una
ironía del destino, daba su rótulo a esta calle donde había una cárcel
repleta de hombres espiritualmente libres".
"En enero del 42 fuimos trasladados a la
inmediata cárcel de Porlier, separada de la anterior por la calle Padilla.
Tocóme ingresar en esta prisión, tras haber sido juzgado el 9 de febrero
de 1942. Había el tribunal terminado sus labores a las 11 de la noche. De
diecisiete masones juzgados habíamos sido condenados a prisión quince".
"Estábamos 308 hermanos en aquella galeria,
apretujados y respirando polvo y hedor de cárcel. Se estudiaba, se leía,
se paseaba, se hablaba en animadas tertulias y se dormía tan estrechamente
que era difícil andar entre las filas de petates cuando a uno se le
presentaba alguna necesidad a las altas horas de la noche".
"La afluencia continua de masones que el tribunal
iba condenando en proporción de un 85 por ciento, obligó a preparar
una nueva y más extensa galería —la quinta—, donde llegaron a reunirse
hasta quinientos veinte".
"Un grupo de masones había sido conducido al
penal del Puerto de Santa María el 15 de diciembre desde la cárcel de
Porlier. Y el día 9 de marzo fuimos trasladados otros 210 al mismo
presidio. Pronto supimos que en este penal de Puerto de Santa María se nos
había preparado un 'departamento especial'"
"En la represión masónica todo era especial:
el tribunal, la cárcel, y hasta nosotros mismos que éramos presos sin
delito. Pronto pudimos darnos cuenta de lo que se escondía tras tanta
'especialidad'
"El objeto era que estuviésemos separados de
los demás reclusos. El virus masónico podía ser letal para los presos
políticos. Se imponía, por consiguiente, nuestro aislamiento para evitar
una epidemia de buen sentido. El local que había de albergar nuestras
personas durante el tiempo que Dios quisiera, era, nada más y nada
menos, que el manicomio del establecimiento,
¡pero con locos y todo!
"El 'departamento especial' se componía de
dos grandes naves en ángulo recto, unidas en el piso bajo por el comedor
de los locos que separaba un patio grande de huerta bastante más grande.
Pared por medio estaba el pabellón de las monjas que cuidaban a los dementes.
Nosotros andávamos por todo el departamento a excepción de la brigada ocupada
por los dementes".
"Al principio hubo bastante expectación y recelo
por parte de los oficiales de la prisión. ¡Se había hecho tan absurda
propaganda en contra de la masonería! ¿Quiénes eran estos hombres de la
escuadra y el compás? Se nos miraba como a personas inteligentes, pero con
una desconfianza sin límites. 'Todas las mañanas, desde bien temprana
hora, se nos soltaba en aquella huerta, como manso rebaño. Pero
no estábamos solos: parte muy principal de la población reclusa la
constituían unos cientos de conejos que el director del penal criaba en
jaulas metálicas. Con nosotros deambulaban por los senderos del huerto
los locos, a los cuales pertenecía en derecho el disfrute de aquel
recinto. Entre todos ellos ocupó el primer plano de nuestra afectividad
'Manolo', que era uno de esos locos que a veces saben decir verdades como
puños".
'Manolo' nos hizo un día el siguiente
'razonamiento': 'Yo no soy masón porque estoy aquí antes de
que vinieran los masones, no soy tracoma porque tengo mis ojos bien,
no soy loco porque a los locos se los llevaron a Córdoba, ¡luego soy
conejo!'. Este infeliz, según supimos más tarde, fue fusilado
implacablemente..."
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