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885. La Masonería española en presidio

El 1 de marzo de 1940, el gobierno franquista aprobó la Ley sobre la represión de la masonería y el comunismo, el comunismo y demás movimientos "que siembren ideas disolventes contra la religión, la Patria y la armonía social" y constituyó el Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo que estuvo en vigor hasta la creación del Tribunal de Orden Público en 1963. Esta Ley, venía a sumarse a la lista de de las que el franquismo ya había publicado para establecer las bases de un duro sistema represivo y policial.

«Acaso ningún factor, entre los muchos que han contribuido a la decadencia de España, influyó tan perniciosamente en la misma y frustró con tanta frecuencia las saludables reacciones populares y el heroísmo de nuestras Armas, como las sociedades secretas de todo orden y las fuerzas internacionales de índole clandestina. Entre las primeras, ocupa el puesto más principal la masonería, y entre las que, sin constituir una sociedad secreta propiamente, se relacionan con la masonería y adoptan sus métodos al margen de la vida social, figuran las múltiples organizaciones subversivas en su mayor parte asimiladas y unificadas por el comunismo».

Franco tenía muchas obsesiones y una se ellas era la Masonería. La mantuvo hasta en su último mensaje público el 1 de octubre de 1975, afirmando entonces que contra España existía "una conspiración masónico-izquierdista en la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social"

Mussolini inició la persecución contra los masones en 1925, Hitler en 1933 y Franco no podía ser menos. Tras la Guerra, los masones que optaron quedarse en España fueron condenados por el Tribunal de Represión de la Masoneria. 

Uno de ellos era Eduardo Alfonso Hernán ((1894-1991), alumno de Ramón y Cajal, y uno de los primeros médicos naturistas, que estuvo recluído tres años en el penal del Puerto de Santa María y después en la Prisión Central de Burgos. Al salir de la cárcel se exilió en Chile y Puerto Rico.

Dejó el testimonio de su represión en el libro "La Masonería española en presidio". Los borradores del libro salieron de la Prisión de Burgos escritos en caracteres griegos y árabes transportados en el fondo de una maleta y con la colaboración de alguna de las monjas de la prisión.

Este es un extracto de su testimonio:

"A diario se nos hacía cantar obligada y reglamentariamente el Cara al sol, de Falange Española, en todas las cárceles por donde hemos pasado; hasta el día en que los angloamericanos desembocaron en Italia, en cuyo momento dejóse de cantar como por encanto".

"En este himno había una estrofa que decía: 'volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz'. Cuando entraron las banderas victoriosas de los falangistas en las distintas provincias españolas, todo el mundo supuso que harían buenas sus estrofas, trayéndonos la alegría de la paz. Pero nadie pensó que esta paz fuese la de los sepulcros". 

"El error garrafal que en materia politiva cometieron Franco y sus engreidas huestes  fue dividir a los españoles en "rojos" y "nacionales". Estaba en su mano haber interprestado la realidad de España clasificando a los ciudadanos en "personas decentes" y "personas indeseables". Pero esto era lógico, y por eso no lo hicieron, impidiéndoles cumplir la promesa de su Caudillo de que "nada tendría que temer el que no tuviese las manos manchadas de sangre"

"La masonería pagó su triste y fatídico tributo, como todas las agrupaciones políticas liberales, a este 'paso alegre' de los que venían a salvar la patria en nombre de Cristo y con el mismo criterio de aquellos que encendieron las hogueras inquisitoriales en el siglo XV. Las hogueras de los forajidos fanáticos del siglo XX se trocaron en 'paseos'. (Se llamaba 'paseados' a los que habían sido matados sin formación de causa, sacándolos de su domicilio para asesinarlos.)"

"En los primeros momentos fueron detenidos todos los masones que eran conocidos políticamente, y en los primeros días de agosto detuvieron a casi todos, tanto activos como durmientes. Hasta los renegados terminaron por ir a la cárcel y todos ellos fueron multados. Hasta abril de 1937, todo el que comparecía ante consejo de guerra era condenado a muerte y fusilado sin excepción".

"El calvario de los masones españoles que sobrevivimos a esta persecución tuvo cuatro estaciones: Torrijos, Porlier, Puerto de Santa María y Burgos; pues tales fueron las prisiones que jalonaron nuestro 'via crucis' . La mayor parte de nosotros había pasado previamente por 'Villa Cemento', que tal era el humorístico nombre con que conocíamos al calabozo de la comisaría de distrito del Congreso, próxima al local donde actuaba el Tribunal Especial de Represión de la Masonería".

"En los primeros tiempos de actuación del tribunal (allá por el mes de septiembre de 1941) éramos conducido a la prisión de Torrijos, el nombre de este mártir de la libertad, que ahora, por una ironía del destino, daba su rótulo a esta calle donde había una cárcel repleta de hombres espiritualmente libres".

"En enero del 42 fuimos trasladados a la inmediata cárcel de Porlier, separada de la anterior por la calle Padilla. Tocóme ingresar en esta prisión, tras haber sido juzgado el 9 de febrero de 1942. Había el tribunal terminado sus labores a las 11 de la noche. De diecisiete masones juzgados habíamos sido condenados a prisión quince". 

"Estábamos 308 hermanos en aquella galeria, apretujados y respirando polvo y hedor de cárcel. Se estudiaba, se leía, se paseaba, se hablaba en animadas tertulias y se dormía tan estrechamente que era difícil andar entre las filas de petates cuando a uno se le presentaba alguna necesidad a las altas horas de la noche".

"La afluencia continua de masones que el tribunal iba condenando en proporción de un 85 por ciento, obligó a preparar una nueva y más extensa galería —la quinta—, donde llegaron a reunirse hasta quinientos veinte". 

"Un grupo de masones había sido conducido al penal del Puerto de Santa María el 15 de diciembre desde la cárcel de Porlier.  Y el día 9 de marzo fuimos trasladados otros 210 al mismo presidio. Pronto supimos que en este penal de Puerto de Santa María se nos había preparado un 'departamento especial'"

"En la represión masónica todo era especial: el tribunal, la cárcel, y hasta nosotros mismos que éramos presos sin delito. Pronto pudimos darnos cuenta de lo que se escondía tras tanta 'especialidad'

"El objeto era que estuviésemos separados de los demás reclusos. El virus masónico podía ser letal para los presos políticos. Se imponía, por consiguiente, nuestro aislamiento para evitar una epidemia de buen  sentido. El local que había de albergar nuestras personas durante el tiempo que Dios quisiera, era, nada más y nada menos, que el manicomio del establecimiento, 
¡pero con locos y todo! 

"El 'departamento especial' se componía de dos grandes naves en ángulo recto, unidas en el piso bajo por el comedor de los locos que separaba un patio grande de huerta bastante más grande. Pared por medio estaba el pabellón de las monjas que cuidaban a los dementes. Nosotros andávamos por todo el departamento a excepción de la brigada ocupada por los dementes".

"Al principio hubo bastante expectación y recelo por parte de los oficiales de la prisión. ¡Se había hecho tan absurda propaganda en contra de la masonería! ¿Quiénes eran estos hombres de la escuadra y el compás? Se nos miraba como a personas inteligentes, pero con una desconfianza sin límites. 'Todas las mañanas, desde bien temprana hora, se nos soltaba en aquella huerta, como manso rebaño. Pero no estábamos solos: parte muy principal de la población reclusa la constituían unos cientos de conejos que el director del penal criaba en jaulas metálicas. Con nosotros deambulaban por los senderos del huerto los locos, a los cuales pertenecía en derecho el disfrute de aquel recinto. Entre todos ellos ocupó el primer plano de nuestra afectividad 'Manolo', que era uno de esos locos que a veces saben decir verdades como puños". 

'Manolo' nos hizo un día el siguiente 'razonamiento': 'Yo no soy masón porque estoy aquí antes de que vinieran los masones, no soy tracoma porque tengo mis ojos bien, no soy loco porque a los locos se los llevaron a Córdoba, ¡luego soy conejo!'. Este infeliz, según supimos más tarde, fue fusilado implacablemente..."











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