Así como al hacer la valoración de los medios propios juzgamos necesario decir algo del Estado Mayor y de la Junta de Defensa, ahora, en este análisis del factor adversario, nos sentimos obligados a considerar un elemento nuevo que aparece por vez primera en la historia militar, condicionando la situación de manera premeditada y organizada. Tal es la Quinta Columna.
En todas las guerras hubo quintas columnas; pero su incorporación al arte de combatir como factor integrante de la maniobra y de acción encuadrada en los planes es realmente una innovación que aporta a la belicología la Guerra de España.
Forman la Quinta Columna los elementos que, encubiertos en el campo adversario, se mantienen positivamente organizados para participar de manera activa en la lucha, en condiciones de tiempo y espacio previstas, tan pronto como suene la hora de la decisión, tanto en las acciones que la preceden como en la rápida explotación del éxito, cuando éste se alcance.
Actúa esencialmente en el interior del campo enemigo y principalmente en su retaguardia, de tal modo que se desarticulen la organización, las posibilidades materiales de lucha y el manejo de los medios, se interfieran las comunicaciones, se desgaste o abata la moral, se reduzca la potencialidad y todo, en fin, quede desbaratado de una manera acorde con las tropas operantes para hacer más fácil, voluminosa, rápida y decisiva la derrota. Realmente es una columna operativa con fuerza y poder para actuar por la espalda sobre las tropas organizadas que mantienen noblemente la lucha en el frente.
No se trata de simples espías o saboteadores, de agentes desmoralizadores, ni de meros agitadores, sino de una malla fuertemente tejida, que se tiende sobre todas las actividades en las cuales se pueda restringir o anular la capacidad de acción, el poderío de las columnas combatientes o el de los comandos.
Esa Quinta Columna, que ya estaba montada en Madrid desde antes del comienzo de la guerra, según han revelado sus propios componentes, había fracasado al iniciarse el conflicto y durante los cuatro primeros meses de actividad bélica; pero ahora, cuando se trataba del asalto a Madrid, podía entrar en juego de manera decisiva, haciendo imposible que el Gobierno lograra lo que aún podía conseguir: la conservación de la capital.
De aquí que, sabiendo la existencia de ese poder oculto, el mando tuviera que adoptar la decisión de hacerle frente para anularlo si entraba en acción y, eso, tanto por la ayuda que representaba para los atacantes como por el caos social que su actuación pudiera provocar en la ciudad: aquello tenía una evidente repercusión militar; lo segundo representaba un gravísimo peligro de significación humana.
En todas las guerras hubo quintas columnas; pero su incorporación al arte de combatir como factor integrante de la maniobra y de acción encuadrada en los planes es realmente una innovación que aporta a la belicología la Guerra de España.
Forman la Quinta Columna los elementos que, encubiertos en el campo adversario, se mantienen positivamente organizados para participar de manera activa en la lucha, en condiciones de tiempo y espacio previstas, tan pronto como suene la hora de la decisión, tanto en las acciones que la preceden como en la rápida explotación del éxito, cuando éste se alcance.
Actúa esencialmente en el interior del campo enemigo y principalmente en su retaguardia, de tal modo que se desarticulen la organización, las posibilidades materiales de lucha y el manejo de los medios, se interfieran las comunicaciones, se desgaste o abata la moral, se reduzca la potencialidad y todo, en fin, quede desbaratado de una manera acorde con las tropas operantes para hacer más fácil, voluminosa, rápida y decisiva la derrota. Realmente es una columna operativa con fuerza y poder para actuar por la espalda sobre las tropas organizadas que mantienen noblemente la lucha en el frente.
No se trata de simples espías o saboteadores, de agentes desmoralizadores, ni de meros agitadores, sino de una malla fuertemente tejida, que se tiende sobre todas las actividades en las cuales se pueda restringir o anular la capacidad de acción, el poderío de las columnas combatientes o el de los comandos.
Esa Quinta Columna, que ya estaba montada en Madrid desde antes del comienzo de la guerra, según han revelado sus propios componentes, había fracasado al iniciarse el conflicto y durante los cuatro primeros meses de actividad bélica; pero ahora, cuando se trataba del asalto a Madrid, podía entrar en juego de manera decisiva, haciendo imposible que el Gobierno lograra lo que aún podía conseguir: la conservación de la capital.
De aquí que, sabiendo la existencia de ese poder oculto, el mando tuviera que adoptar la decisión de hacerle frente para anularlo si entraba en acción y, eso, tanto por la ayuda que representaba para los atacantes como por el caos social que su actuación pudiera provocar en la ciudad: aquello tenía una evidente repercusión militar; lo segundo representaba un gravísimo peligro de significación humana.
No entra en los textos del arte de la guerra la consideración de este factor en la lucha en campo abierto, porque, en este caso, la Quinta Columna tiene una actuación muy limitada; pero cuando se trata de la defensa de una ciudad de más de un millón de almas, su consideración es ineludible y tiene ese doble significado que ya hemos señalado, pues es sabido que muchas derrotas, lo mismo en la acción estratégica que en la táctica, se inician y cristalizan en la retaguardia, y se consuman, a veces, a pesar del triunfo de las fuerzas en el frente de combate. Los guerrilleros, también de raíz española, y los paracaidistas, producto de la última conflagración, responden igualmente a esa clase de acciones sobre la retaguardia, pero de ningún modo hay que confundir sus actividades bélicas ni su organización con las de las quintas columnas.
Pues bien, en el caso de la defensa de Madrid, el peligro de la Quinta Columna resultaba patente, y no porque lo hubieran descubierto los defensores, sino porque el adversario lo había hecho público desde el comienzo de la guerra, a través de su prensa y propaganda; manifiesto y grave error, que provocó represalias sobre los sospechosos de pertenecer a ella.
Pues bien, en el caso de la defensa de Madrid, el peligro de la Quinta Columna resultaba patente, y no porque lo hubieran descubierto los defensores, sino porque el adversario lo había hecho público desde el comienzo de la guerra, a través de su prensa y propaganda; manifiesto y grave error, que provocó represalias sobre los sospechosos de pertenecer a ella.
En lo que se refiere a la batalla de Madrid, los indicios de que dicha columna estaba alerta se manifestaron el mismo atardecer del 6 de noviembre; pero su actividad quedó rápida y automáticamente cortada, por iniciativa de las tropas de Milicias que permanecían en los cuarteles de la capital. Después, durante la batalla, en razón del curso favorable que tuvo para los defensores, la actuación de la Quinta Columna careció de eficacia operativa, aunque supo mostrarse muy activa en algunos períodos, tratando de provocar la desmoralización y las deserciones entre los combatientes, así como desarrollando actividades informativas al servicio de las tropas atacantes.
De la existencia y presencia de la Quinta Columna tuvo el Comando de la Defensa información abundante y constante. Se reveló también a través de innumerables hechos de los que se hablará oportunamente, entre los que destacan el incidente de la Embajada de Finlandia y la explosión en la estación Diego de León del metropolitano.
Era notorio que potencialmente y aunque no estuvieran encasilladas, pertenecían a ellas muchas gentes de las derechas políticas y sociales residentes en Madrid; mas no por esto fueron objeto de represalias. Algunos fueron denunciados con fundamento, o por simples sospechas; los organismos de control los fichaban como «desafectos» y las fuerzas de orden público los vigilaban.
Otros permanecieron encarcelados durante la guerra o gran parte de ella sin más consecuencias; algunos, más hábiles, podían circular y actuar libremente con documentación que lograban a través de los amigos que ignoraban aquella circunstancia, o que aviesamente les facilitaban los propios quintacolumnistas incrustados en organismos militares y civiles, centros políticos de izquierdas, sindicatos, industrias, etc.; constituían una verdadera plaga que habría de salir a la superficie en los momentos de crisis.
El denominador común que vinculaba sus acciones era, manifiestamente, el odio de raíces políticas e ideológicas, el peor que puede alentar al hombre, para incurrir en los más graves desmanes, lo mismo en las derechas que en las izquierdas, abriendo campo a la deshumanización social, signo lamentable de nuestro tiempo, lo que en Madrid se revelaría anticipadamente.
General Vicente Rojo
"Así fué la defensa de Madrid"
Capítulo II - Planteamiento de la Batalla (5)
Asociación de Libreros de Lance de Madrid, 2006
De la existencia y presencia de la Quinta Columna tuvo el Comando de la Defensa información abundante y constante. Se reveló también a través de innumerables hechos de los que se hablará oportunamente, entre los que destacan el incidente de la Embajada de Finlandia y la explosión en la estación Diego de León del metropolitano.
Era notorio que potencialmente y aunque no estuvieran encasilladas, pertenecían a ellas muchas gentes de las derechas políticas y sociales residentes en Madrid; mas no por esto fueron objeto de represalias. Algunos fueron denunciados con fundamento, o por simples sospechas; los organismos de control los fichaban como «desafectos» y las fuerzas de orden público los vigilaban.
Otros permanecieron encarcelados durante la guerra o gran parte de ella sin más consecuencias; algunos, más hábiles, podían circular y actuar libremente con documentación que lograban a través de los amigos que ignoraban aquella circunstancia, o que aviesamente les facilitaban los propios quintacolumnistas incrustados en organismos militares y civiles, centros políticos de izquierdas, sindicatos, industrias, etc.; constituían una verdadera plaga que habría de salir a la superficie en los momentos de crisis.
El denominador común que vinculaba sus acciones era, manifiestamente, el odio de raíces políticas e ideológicas, el peor que puede alentar al hombre, para incurrir en los más graves desmanes, lo mismo en las derechas que en las izquierdas, abriendo campo a la deshumanización social, signo lamentable de nuestro tiempo, lo que en Madrid se revelaría anticipadamente.
General Vicente Rojo
"Así fué la defensa de Madrid"
Capítulo II - Planteamiento de la Batalla (5)
Asociación de Libreros de Lance de Madrid, 2006
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