Mi derrota no significa que no se pueda
triunfar.
Muchos han sido derrotados tratando de alcanzar
la cumbre del Everest
y, finalmente,
el Everest fue vencido.
Ernesto Guevara
María Torres / 9 Octubre 2014
Comandante, casi a la misma hora que
nueve balas atravesaron tu cuerpo en la madrugada de aquel 9 de octubre, escribo tu recuerdo. El destello
de esas nueve balas entre las tinieblas se volvió llamarada incandescente que
aún perdura en las retinas de hombres y mujeres, así como en la memoria
colectiva del mundo como símbolo de resistencia contra la opresión.
Seis meses después de haber derrotado al dictador
Fulgencio Batista, Cuba vivía bajo la perpetua amenaza de los
Estados Unidos y el Gobierno tomó la decisión de enviar a Ernesto Guevara, que
un año después sería ministro de industria, como embajador itinerante a un
largo periplo de once semanas por Egipto, Siria, India, Birmania, Japón,
Indonesia, Ceilán, Pakistán, Yugoslavia, Sudán y Marruecos, para presentar al
régimen cubano y establecer relaciones amistosas.
Despedido en La Habana con honores de
comandante, su primer destino era El Cairo, donde debía
asistir a la Cumbre de Países No Alineados, con escala técnica en
Madrid, la capital de la gloria.
Así fué como a las ocho de la tarde del 13 de
junio de 1959, el más famoso revolucionario de todos los tiempos descendió por
la escalerilla de un avión de la Cubana de Aviación que acababa de aterrizar en
el Aeropuerto de Barajas, ataviado con uniforme militar verde olivo, boina
negra sobre la cabeza y un puro asomando por sus labios.
En
el aeropuerto le esperaban varios miembros de la embajada cubana; César Lucas, un
joven fotógrafo de 18 años que trabajaba en Europa Press; el periodista del Diario "Pueblo"
Antonio Olano, que ya conocía al Che de
su estancia en Sierra Maestra y el cuerpo de los servicios secretos del
gobierno franquista casi al completo.
El
régimen franquista que no tenía la más mínima simpatía por el personaje que
acababa de pisar el suelo madrileño, autorizó su estancia con condiciones: No
podía permanecer más de veinte horas y la expresa prohibición de establecer
contacto con la oposición política.
César
Lucas relató tiempo después que desde el aeropuerto le llevaron al Hotel Plaza,
situado en la Plaza de España y después
a la Casa de Campo a ver una feria de productos agrícolas. Tras la cena (se sabe que tomaron pulpo), se
despidieron de un Che insomne quien sabe si por el "jet lag" o el
peso de la responsabilidad. A las seis de la mañana del domingo 15 de junio,
día en que el comandante cumplía 31 años, Antonio Olano le entrevistó en la habitación
del hotel. Después junto con César Lucas le acompañaron en un paseo por la
Ciudad Universitaria, donde el Guerrillero quiso ver la Facultad de Medicina. Desde
allí, y siempre a petición del revolucionario fueron a la Plaza de Toros de
Vista Alegre en Carabanchel, que fué abierta para él y donde dió una vuelta por
el ruedo. Más tarde regresaron al centro, recorrieron la Plaza de Oriente, el
Palacio Real y desayunaron en la cafetería California de la Gran Vía donde fué
reconocido por una camarera (Carmen Muñoz), con quien se hizo una fotografía.
A
pesar de ser domingo, el Che comentó que necesitaba hacer unas compras, y Antonio
Olano telefoneó a Pepín Fernández, un cubano que había trabajado de botones en los
almacenes "El Encanto" de La Habana y que entonces era el propietario
de Galerías Preciados. Le expuso la situación: "Una persona allegada a usted, venida de La Habana,
necesita comprar el domingo. Es el Che Guevara". La respuesta de Pepín Fernández fué: "No se preocupe, Olano, les estarán esperando en los
almacenes de Preciados dos dependientes".
El Ché compró una
máquina de escribir portátil, material fotográfico, dos libros y útiles de aseo
y regresó al hotel a recoger sus equipaje para partir al aeropuerto, dando por
finalizada su primera visita a España. Una visita que pasó desapercibida
para la mayoría de españoles. El régimen se ocupó de silenciarla. Una escueta nota sin fotografía en
el diario "Pueblo" dos días después de su marcha informaron de su
paso fugaz por Madrid. Las imágenes del reportaje de César Lucas quedaron
guardadas en un cajón y no vieron la luz hasta el año 1996.
En
el mes de septiembre al regreso de su viaje, el Che hizo de nuevo escala en
Madrid. Se alojó en el Hotel Suecia, cercano al Círculo de Bellas Artes y
aprovechó las escasas horas para ver una corrida de toros desde la barrera de
las Ventas y realizar una breve rueda de prensa con algunos periodistas
españoles en su habitación del hotel.
La
tercera y última vez que pisó suelo madrileño, siete años después, lo hizo
amparado en la falsa identidad de Ramón Benítez Hernández, de profesión comerciante y
nacido en Montevideo. Era el mes de octubre de 1966 y su destino era El Congo.
La copia del falso pasaporte uruguayo que le permitió desplazarse y en el que
se aprecia a un Ché caracterizado para pasar desapercibido, así como los sellos de entrada y salida del Aeropuerto
de Barajas, se encontraba entre las
pertenencias del guerrillero cuando fué asesinado en Higueras (Bolivia) aquel fatídico 9 de octubre de 1967.
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