Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, Navarra, 1 de mayo de 1852 - Madrid, 17 de octubre de 1934) |
María Torres - 17
Octubre 2014
Sobre la mesilla noche, junto a la cama del histólogo
español, premio nobel de Fisiología y Medicina en 1906, se encontraba un
calendario abierto por la fecha del día: 17 de octubre de 1934. Su hija Fé Ramón
Fañanas tomó una pluma entre sus
dedos y escribió: "Este día, a las once menos
cuarto de la noche, murió mi padre".
Su padre era Don Santiago Ramón y Cajal, el
descubridor de la individualidad de las neuronas -a las que denominaba "esas mariposas del alma"-, el
científico que reconocía la
importancia de “saber ver” en lo
pequeño: “¡qué de cuestiones de alta
humanidad laten en el misterioso protoplasma del más humilde microbio!”. Un hombre íntegro y honesto que pagó de su bolsillo su
primer equipo de investigación y que cuando fue nombrado director
del Laboratorio de Investigaciones Tecnológicas con un sueldo anual de diez mil
pesetas, pidió que le rebajaran a seis
mil; rechazó ser Ministro de Salud e Instrucción Pública porque “Ante
mis compañeros de profesión, y, sobre todo, a los ojos de los políticos de
oficio, iba yo a resultar, no un hombre de buena voluntad vencido por las
circunstancias, sino un vulgar ambicioso más. Y esto repugnaba a mi conciencia
de ciudadano y de patriota”, pero aceptó el nombramiento de senador
vitalicio propuesto por Canalejas porque el cargo no tenía asignación económica;
se negó a que su hijo Jorge, también investigador, fuese a
Italia becado por la Junta de Ampliación de Estudios que él presidió desde 1907 hasta su muerte en 1934.
Pionero
del culturismo en España, el joven estudiante de medicina nacido en Petilla de
Aragón en 1852, hijo de un médico rural, se entrenaba a conciencia en gimnasios
de Zaragoza, llegando a describirse a sí mismo como: “ancho de
espaldas, con pectorales monstruosos, mi circunferencia torácica excedía de los
112 centímetros, y al andar mostraba esa inelegancia y contorneo rítmico
característico de los forzudos o Hércules de Feria”. Posiblemente esta fortaleza adquirida a golpe de pesas fue lo que le hizo resistir
la guerra de Cuba y el paludismo grave y la disentería que contrajo en esa contienda de la que podría haberse librado si no se hubiera negado a pedir la excedencia como médico
militar.
Amante
de la literatura y del oficio de escritor, fue nombrado
académico de la Real Academia de la Lengua Española, aunque no llegó a
pronunciar su discurso de entrada. Obtuvo el reconocimiento de Pérez de Ayala,
Pardo Bazán, Unamuno, Azorín, Ortega y Marañón. Su predilección la encabezaba Leopoldo
Alas Clarín, Benito Pérez Galdós -por el
que luchó para conseguir su candidatura al Premio Nobel de Literatura- y Emilia
Pardo Bazán, a la que apoyó en su fracasado intento de ingreso en la Real
Academia de la Lengua.
En Mayo de 1922 Cajal señalaba: «Se ha dicho hartas veces que el problema de España
es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los
pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de
nuestro cerebro, salvando para la posteridad y enaltecimiento patrios todos los
ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la
ignorancia». Siempre fue consciente de la importancia crucial
del papel de la investigación científica en el desarrollo cultural de la
sociedad.
Admirador de Ortega y Gasset: “el exquisito escritor y
pensador Ortega y Gasset, quien propone, como condición esencial de la
ascensión cultural y ética de España, la plena conciencia de nuestra miseria
espiritual y de nuestra corrupción política y administrativa”. Admirador también del krausismo de la
Institución Libre de Enseñanza especialmente en la figura de Giner de los Ríos
y admirador de Joaquín Costa, se sumó a su programa regeneracionista y liberal,
que defendía la separación de la Iglesia y el Estado, así como la independencia
del Poder Judicial.
Don
Santiago que tuvo tiempo de conocer a lo largo de su vida varios reinados, dos
repúblicas y decenas de gobiernos de todos los signos, se manifestaba
agnóstico, republicano y progresista. Apoyó al gobierno republicano de Castelar y mostró también sin vacilar su apoyo a la
Agrupación al Servicio de la República, el proyecto de José Ortega y Gasset, Gregorio
Marañón y Ramón Pérez de Ayala a principios de 1931, pero no quisó firmar el
manifiesto contra Alfonso XII. Esto no impidió que por acuerdo ministerial de 15 de abril de 1933, le fuera concedida la condecoración de
más alta categoría de la Orden creada por la II República: La Banda de la Orden
de la República.
Falleció antes del golpe de Estado de 1936 y la posterior Guerra. Según palabras de su nieto, de haber
sido posible, Don Santiago hubiera combatido con la República.
“Soy, y ése es mi orgullo, español;
español que cifra su amor en España”. El sentimiento patriótico de
Ramón y Cajal no tenía límites, y ofreció en múltiples ocasiones ejemplo de absoluta fidelidad al mismo. Aceptó pronunciar una conferencia en la Universidad
americana de Clarke a condición de que la bandera española ondeara y presidiera
el acto en un sitio de honor. Aceptó el
nombramiento como director del Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII, ante
la amenaza de que la peste que ya había llegado a Portugal pudiera invadir
España, argumentando que “en tales circunstancias parecióme
pusilanimidad antipatriótica declinar un cargo que me imponía graves responsabilidades,
y celo y actividad perseverantes”. Decía
que “la patria está formada por los que
han sufrido juntos, porque el dolor común une más que la alegría”. No le
importaba reconocer los errores y las vergüenzas de su patria, ya que según su criterio esa era la
única forma de poder cambiar la situación.
Mantuvo tolerancia cero la corrupción: “¡Oh nuestros inveterados abusos
administrativos, y cuán caros los ha pagado la pobre España, siempre
esquilmada, siempre sangrante y siempre perdonando y olvidando!” Y exclamaba: “¡Cuán desconsolador para un
corazón de patriota es, después de cuarenta y nueve años, reconocer que todavía
buena parte de nuestros militares, empleados y hasta próceres políticos siguen
entregados al saqueo del Estado! Y es que para muchos españoles el Estado es
pura entelequia, vacuo ente de razón. Estafarle equivale a no estafar a nadie.
¡Singular paradoja creer que no se roba a nadie cuando se roba a todos!..."
Otra gran inquietud de Ramón y Cajal eran los intentos
de separación y de ruptura de la unidad española por parte de de vascos y
catalanes: “No es
que me asusten los cambios de régimen, por radicales que sean, pero me es
imposible transigir con sentimientos que desembocarán andando el tiempo, si Dios no hace un
milagro, en la desintegración de la patria y en la repartición del territorio nacional. Semejante movimiento centrífugo, en
momentos en que todas las naciones se recogen en sí mismas unificando
vigorosamente sus regiones y creando poderes personales omnipotentes, me parece
simplemente suicida. En este respecto, acaso me he mostrado excesivamente
apasionado. Sírvame de excusa la viveza de mis convicciones españolistas, que no veo
suficientemente compartidas ni por las sectas políticas más avanzadas, ni por
los afiliados más vehementes a los partidos históricos”.
En su libro "El Mundo a los Ochenta Años. Parte
II", editado en 1934, el Premio Nobel de Medicina escribe sobre esta
cuestión el siguiente artículo que hemos querido recoger íntegramente:
"No me explico esta desafección a España de
vascos y catalanes"
"Deprime y entristece el ánimo, el considerar la
ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría desea separarse de la Patria común.
Hasta en la noble Navarra existe un partido separatista o nacionalista, robusto
y bien organizado, junto con el Tradicionalista que enarbola todavía la vieja
bandera de Dios, Patria y Rey.
En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los
profesores, menos dos, son catalanes nacionalistas; por donde se explica la
emigración de catedráticos y de estudiantes, que no llega hoy, según mis
informes, al tercio de los matriculados en años anteriores. Casi todos los
maestros dan la enseñanza en catalán con acuerdo y consejo tácitos del
consabido Patronato, empeñado en catalanizar a todo trance una institución
costeada por el Estado.
A guisa de explicaciones del desvío actual de las
regiones periféricas, se han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas
filosóficas. No nos hagamos ilusiones. La causa real carece de idealidad y es
puramente económica. El movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por
causa principal, aunque no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida
irreparable del espléndido mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden
por imitación gregaria. Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces
raciales o incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos
prosaicos y circunstanciales.
¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del
imperialismo castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y
gobiernos! Ella, despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso
despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver
cómo las provincias más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan
en cara su centralismo avasallador.
No me explico este desafecto a España de Cataluña y
Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los
castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral,
ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los
vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento
histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la
ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las libertades
castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva y
sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana y del
descomedido hermano que lo representa!
La lista interminable de subvenciones generosamente
otorgadas a las provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras
globales son aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza (sic) que
corresponde a la magnanimidad castellana (los despreciables «maketos») con la
más negra ingratitud.
A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las
regiones favorecidas por los Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar
a situaciones de violencia y desmembraciones fatales para todos. Estamos
convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos
envenenados sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o
prejuicios seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.
No soy adversario, en principio, de la concesión de
privilegios regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el
sagrado principio de la Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, mas sin
comprometer la Hacienda del Estado. Sufráguese el costo de los servicios
cedidos, sin menoscabo de un excedente razonable para los inexcusables gastos de
soberanía.
La sinceridad me obliga a confesar que este movimiento
centrífugo es peligroso, más que en sí mismo, en relación con la especial
psicología de los pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda
nuestra Historia– que somos incoherentes, indisciplinados, apasionadamente
localistas, amén de tornadizos e imprevisores. El todo o nada es nuestra
divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de
franceses e italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de
España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus
pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho
común".
Finalizó la Guerra y se inició la larga noche del
franquismo que silenció su figura hasta 1945. Es a partir de ese año cuando la propaganda
del régimen inicia la exaltación de Ramón y Cajal como medio de transmisión
del ideario moral franquista, convirtiéndole en un mito político. La tierra de
cultivo del mismo fue el patriotismo del que Cajal hizo gala durante toda su
vida y que era considerado uno de los valores de la "Nueva España".
Se manipuló su biografía y se celebró el centenario de su nacimiento como fiesta nacional: "El universal
prestigio de don Santiago Ramón y Cajal y el empeño fervoroso que en todos los
momentos de su vida procuró la dignidad y la grandeza de su patria exigen
celebrar el primer centenario de su nacimiento de manera proporcionada a la importancia de su obra científica y a la
calidad de su servicio a la cultura española"
(Decreto de 7 de diciembre de 1951). Por orden de 8 de agosto de 1952 Ramón y
Cajal se convirtió en materia obligatoria en la Escuela franquista y algunos de
sus libros, los que pasaron el tamiz de la censura, volvieron a recibir la luz.
Don Santiago Ramón y Cajal dijo aquello de "Este país no tiene arreglo", pero siempre confió que en la vida todo tenía remedio, e insistió
en que nuestros mayores enemigos éramos nosotros mismos.
¿Será cierto?
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