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1225. El segundo naufragio: 1936

Julián Marías Aguilera
(Valladolid, 17 de junio de 1914 - Madrid, 15 de diciembre de 2005)


Ser discípulo de Ortega y Gasset, traductor en el ejército republicano  y colaborador de Julián Besteiro, su antiguo profesor de universidad,  fueron algunos de los motivos por los que el regimen franquista persiguió primero y condeno al ostracismo y a la muerte civil después, a Julián Marías.

Detenido en mayo de 1939 por una falsa acusación de un compañero de Universidad (Carlos Alonso del Real) y de un ex-profesor (Julio Martínez Santa Olalla), que apuntaban una inverosimil colaboración del filósofo con el diario soviético Pravda, permaneció más de dos meses y medio en prisión hasta que la causa fue sobreseída provisionalmente. En 1942 el tribunal de doctorando de la Universidad Complutense de Madrid, que según Marías "parecía más bien una cheka" suspendió su tesis, dejándole fuera de cualquier actividad académica. 

Años después,  el régimen le propuso incorporarse a la Universidad como docente, oferta que Julián Marías rechazó, pues no estaba dispuesto a jurar los Principios Fundamentales del Movimiento, algo de obligado cumplimiento en caso de haber aceptado.

Recordamos hoy a Julián Marías, fecha del aniversario de su muerte, con un texto de "España Inteligible. Razón histórica de las Españas" 



El segundo naufragio: 1936 

En los días de la Semana Santa de 1980 escribí un ensayo titulado «¿Cómo pudo ocurrir?», con un gran esfuerzo de veracidad y de análisis intelectual, para comprender cómo se había llegado a la guerra civil y cuál fue su significación; no me siento capaz de mejorar esa visión del tremendo suceso, a la cual remito al lector; pero, como es inexcusable decir sobre él una palabra en este libro, permítaseme reproducir algunos párrafos de ese ensayo, los indispensables para que ese momento de la historia de España resulte inteligible.

«A mediados de julio de 1936 se desencadenó en España una guerra civil que duró hasta el 1 de abril de 1939, cuyo espíritu y consecuencias habían de prolongarse durante muchos años más. Este es el gran suceso dramático de la historia de España en el siglo XX, cuya gravitación ha sido inmensa durante cuatro decenios, que no está enteramente liquidado... Nos vamos aproximando a saber qué pasó. Pero para mí persiste una interrogante que me atormentó desde el comienzo mismo de la guerra civil, cuando empecé a padecerla, recién cumplidos los veintidós años: ¿cómo pudo ocurrir? Que algo sea cierto no quiere decir que fuese verosímil... Mi primer comentario, cuando vi que se trataba de una guerra civil y no otra cosa —golpe de Estado, pronunciamiento, insurrección, etc.—, fue este:

¡Señor, qué exageración! Me parecía, y me ha parecido siempre, algo desmesurado en comparación con sus motivos, con lo que se ventilaba, con los beneficios que nadie podía esperar. En otras palabras, una anormalidad social, que había de resultar una anormalidad histórica. De ahí mi hostilidad primaria contra la guerra, mi evidencia de que ella era el primer enemigo, mucho más que cualquiera de los beligerantes; y entre ellos, naturalmente, me parecía más culpable el que la había decidido y desencadenado, el que en definitivo la había querido, aunque ello no eximiese enteramente de culpas al que la había estimulado y provocado, al que tal vez, en el fondo, la había deseado...

Nada de esto hubiese sido suficiente para romper la concordia si hubiese existido en España entusiasmo, conciencia de una empresa atractiva, capaz de arrastrar como un viento a todos los españoles y unirlos a pesar de sus diferencias y rencillas...

En una gran porción de España se engendra un estado de ánimo que podríamos definir como horror ante la pérdida de la imagen habitual de España: ruptura de la unidad (que se siente amenazada por regionalismos, nacionalismos y separatismos, sin distinción clara); pérdida de la condición de "país católico" —aunque el catolicismo de muchos que se horrorizaban fuese vacuo o deficiente—; perturbación violenta de los usos, incluso lingüísticos, del entramado que hace la vida familiar, inteligible, cómoda.

Frente a este horror, el mito de la "revolución", la imposición del esquema "proletario-burgués", la intranquilidad, la amenaza, el anuncio de "desahucio" inminente —si vale— de todas las formas de vida, estilos o clases que no encajasen en el esquema convencional...

La guerra fue consecuencia de una ingente frivolidad. Esta me parece la palabra decisiva. Los políticos españoles, apenas sin excepción, la mayor parte de las figuras representativas de la Iglesia, un número crecidísimo de los que se consideraban "intelectuales" (y desde luego de los periodistas), la mayoría de los económicamente poderosos (banqueros, empresarios, grandes propietarios), los dirigentes de sindicatos, se dedicaron a jugar con las materias más graves, sin el menor sentido de responsabilidad, sin imaginar las consecuencias delo que hacían u omitían...

Y todo esto ocurría en un momento de increíble esplendor intelectual, en el cual se habían dado cita en España unas cuantas de las cabezas más claras, perspicaces y responsables de toda nuestra historia. Lo cual hace más grave el hecho escandaloso de que no fueran escuchadas, de que fueran deliberada, cínicamente desatendidas por los que tenían dotes intelectuales, y por tanto deberes en ese capítulo...

Pero ¿puede decirse que estos políticos, estos partidos, estos votantes querían la guerra civil? Creo que no, que casi nadie español la quiso. Entonces ¿cómo fue posible? Lo grave es que muchos españoles quisieron lo que resultó ser una guerra civil. Quisieron: a) Dividir al país en dos bandos, b) Identificar al "otro" con el mal. c) No tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz, d) Eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario).

Se dirá que esto era una locura. Efectivamente, lo era (y no faltaron los que se dieron cuenta entonces, y a pesar de mi mucha juventud, puedo contarme en su número). La locura puede tener causas orgánicas, puede ser efecto de una lesión; o bien psíquicas; pero también puede tener un origen biográfico, sin anormalidad fisiológica ni psíquica. Si trasladamos esto a la vida colectiva, encontramos la posibilidad de la locura colectiva o social, de la locura histórica. ..

El proceso que se lleva a cabo entre los años 31 y 36 consiste en la escisión del cuerpo social mediante una tracción continuada, ejercida desde sus dos extremos... ¿Cómo se ejerció esa tracción? Mediante una forma de sofisma que consiste en la reiteración de algo que se da por supuesto... La única defensa de la sociedad ante este tipo de manipulaciones es responder con el viejo principio de la lógica escolástica: nego suppositum, niego el supuesto. Si se entra en la discusión, dejándose el supuesto a la espalda, dándolo por válido sin examen, se está perdido... Tengo la sospecha —la tuve desde entonces— de que los intelectuales responsables se desalentaron demasiado pronto. ¿Demasiado pronto —se dirá—, con todo lo que resistieron? Sí, porque siempre es demasiado pronto para ceder y abandonar el campo a los que no tienen razón...

Larga serie de errores, el último y mayor de los cuales fue... la guerra. La verdad es que nadie contaba con ella. Los que la promovieron más directamente creían que se iba a reducir a un golpe de Estado, a una operación militar sencillísima, estimulada y apoyada por un núcleo político que serviría de puente entre el ejército victorioso y el país. Los que llevaban muchos meses de provocación y hostigamiento, los que habían incitado a los militares y a los partidos de derecha a sublevarse, tenían la esperanza de que ello fuese la gran ocasión esperada para acabar con la "democracia formal", los escrúpulos jurídicos, la "república burguesa",  y lanzarse a la deseada revolución social (lo malo es que dentro de ese propósito latían dos distintas, que habían de desgarrarse mutuamente poco después).

Todos sabemos que las cosas no sucedieron así. La sublevación fracasó; el intento de sofocarla, también. La prolongación de los dos fracasos, sin rectificación ni arrepentimiento, fue la guerra civil...

Lejos de ser la guerra inevitable, su origen efectivo no fue la situación objetiva de España, sino su interpretación... Una vez estallada, una vez iniciada, desde fines de julio de1936, España estuvo en estado de guerra... La guerra es un "estado", algo en que se está. Se vive dentro de la guerra, en su ámbito... La guerra civil española estuvo animada por un violento, apasionado patriotismo, en ambos lados... Innumerables españoles sintieron que había que combatir para salvar a España; incluso los que pensaban que en todo caso caminaba hacia su perdición, creían que uno de los términos del dilema era  preferible, que el otro era más destructor, o más injusto, o más irremediable o irreversible... No debe ocultarse la evidencia de que los españoles extrajeron de su fondo último una impresionante suma de energía, resistencia y entusiasmo...

La historia del mes de marzo de 1939, nunca bien contada, de la cual soy quizá el último viviente que tenga conocimiento directo desde Madrid, es la clave de lo que la guerra fue en última instancia... Tal vez algún día intente presentar mis recuerdos y mis documentos de esas pocas semanas decisivas, que se pueden simbolizar en el nombre admirable de Julián Besteiro...

En la zona republicana, además del cansancio había una infinita desilusión... Los vencidos se sabían vencidos, y lo aceptaban en su mayoría con entereza, dignidad y resignación; muchos pensaban —o sentían confusamente— que habían merecido la derrota, aunque esto no significara que los otros hubiesen merecido la victoria. Los justamente vencidos;  los injustamente vencedores. Esta fórmula, que enuncié muchos años después, que resume en seis palabras mi opinión final sobre la guerra civil, podría traducir, pienso, el sentimiento de los que habían sido beligerantes republicanos.

Estos fragmentos de mi ensayo condensan hasta el máximo mi manera de entender el segundo, y espero que último, naufragio de España en nuestro tiempo. Pero naufragio no significa definitivo hundimiento. Fluctuat nec mergitur, dice bajo una nave el escudo de la villa de París.


Julián Marías
"España Inteligible. Razón histórica de las Españas"
Capítulo XXVII - España como desorientación creadora entre dos naufragios.








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