El bandidaje y la lucha social en Andalucía. Prevenir, precaver, presentir y prever son muchos verbos para un subsidio tan escaso.
Recordamos que la noche anterior, mientras reparaba el
chófer una avería, se acercó una pareja de la Guardia civil. Hacía mucho frío. A los lados del
camino, el alambre espinoso cerraba la ruta. Las vacadas de reses de lidia campaban por allá en una
extensión de más de 80.000 hectáreas. Se oían en la noche mugidos lejanos. Los guardias fumaban a la luz
de los faros y escuchaban en las sombras:
—Están los toros agitaos.
Alguien preguntó por qué no los recogían. Uno de los
guardias dijo que no había que recogerlos, y que eran día y noche, durante meses y años, los dueños
de millares de hectáreas. Es así como se cría la sangre de lidia. Los mugidos se oían más cerca.
Escuchaban los guardias con escama.
—Es que riñen—dijo uno.
—Anda a separarlos—bromeó el otro.
—A veces rompen el alambre y salen al camino.
Estaban temerosos. Hablaron de que hacía falta ser muy
hombre para saltar aquella cerca por la noche.
—Y, sin embargo —añadió uno, colgándose el fusil—,
anoche entraron ahí y mataron una vaca. Las vacas son más bravas aún que los toros. La mataron
y la descuartizaron. Se llevaron la carne y dejaron los huesos y la cuerna mondos. No crea usted
que eso es tan fácil.
Ya está visto que hay hambre cuando se es capaz de
correr esos riesgos. Y se puede juzgar la escasez de la carne, de cualquier género de alimentos,
cuando se van a buscar lejos, en la noche, junto a la muerte que puede llegar en un tiro o en una cornada.
Los que robaron la carne de la vaca tuvieron que luchar seguramente con la fiera. Venció el hambre. Se
podrá pensar que estos hombres pudieron buscar otros expedientes; pero sólo andando paso a paso por
Andalucía, viendo el abismo que separa a las dos clases y la inexistencia total de la pequeña burguesía
en muchas zonas como esta de Medina Sidonia; sólo observando hasta qué punto el individualismo árabe se
une con el egoísmo burgués en los propietarios, se puede comprender que el hambre lleva consigo aquí la
desesperación, sin horizonte alguno, y significa el heroísmo hasta matar o hasta morir. El bandidaje
clásico andaluz tiene por esa razón un valor considerable en la historia de la lucha social. Era el
chófer quien, en el camino de Medina, nos señaló un cerro con la mano:
—Mirusté ahí. ¿Ustés habéis oído habla de Diego
Corrientes? Pues ahí tenía er castillo.
Y luego añadió:
—Es el que robaba a los ricos y protegía a los pobres.
¡Según dicen!
Antes de venir a Casas Viejas me parecía absurda esa
leyenda de los salteadores humanitarios. Hoy la considero como un fenómeno obligado, dentro de las
circunstancias feudales que subsisten en el régimen de la economía agraria andaluza. Y dentro de
la total ineducación política del jornalero y de su natural individualismo. Cada individuo que se sienta
capaz, intentará hacer su revolución. Cada aldea, cada pueblo que tenga armas y recias hambres, querrá
su comunismo libertario. Y si falla, los más audaces intentarán repetir las aventuras del
«Pernales» o del «Vivillo». Aunque otra cosa se pueda creer, no habiendo conocido de cerca la cuestión, toda la
caterva de bandidos andaluces que conocemos por las crónicas o las leyendas, constituyen otras tantas
consecuencias políticas de un estado de cosas bastante generalizado en el campo español, pero mucho más
agudizado en Andalucía. No olvidar que cuando se habla en Casas Viejas de «comunismo libertario» todos
entienden que se trata de poner en cultivo 33.000 hectáreas de buena tierra.
Para evitar el levantamiento de esos centenares de
hombres existe el subsidio. Lo que todos los obreros llaman —sin intención política, sin sarcasmo—
la limosna. «Nos van a dar la limosna.» «Vamos a recibir la limosna.» El subsidio les permite hacer
sopas de pan una vez al día si la familia no es muy numerosa. El pan aquí vale cinco céntimos menos que en
Medina: 0,90 el kilo y medio, que venden en una sola pieza. Vestido, alumbrado, calefacción,
nulos. Cuatrocientas, quinientas familias en esas condiciones, a la hora de la revolución social, que
creen llegada, matan o mueren pensando en el comunismo libertario que les permitirá poner en
cultivo 33.000 hectáreas. El campo les espera hace muchos siglos y son muchas las generaciones que han
sufrido hambre y que han languidecido y muerto sin poder arañarle las entrañas. El subsidio —la
limosna— no hace sino arrebatarles a los campesinos lo único que les quedaba: la dignidad de su trabajo y de
su jornal.
—Aquí me tiene usté to er día —me decía un joven,
envejecido precozmente—. Acurrucao en esta esquina. ¿Me dirá usté qué hago? Ganando el jorná.
Reía con sarcasmo, burlándose de sí mismo. Malo es que
un hombre joven, que no sabe leer ni escribir, que tiene hambre y ganas de trabajar, se ría
de sí mismo.
Ramón J. Sender
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