Como quien desatara un paquete de cartas para decir al nuevo amante «quiero que sepas que no me importa nada el otro tiempo, que ya no hay huella alguna, que ya no reconozco lo que me hizo sufrir».
Abro la ventana de la cárcel donde ni quiera «la mentira y la envidia» me tuvieron encerrado.
Yo sé lo que es el miedo, y el hambre, y el hambre de
mi madre y el miedo de mi madre; yo sé lo que es temer la muerte, porque
la muerte era cualquier cosa, cualquier equivocación o una
sospecha; porque la muerte era un accidente en la primavera, una pared
contra la ternura, un día con boca de muerte, y dientes de muerte y esperanza
mortuoria.
Yo sé lo que es enfermar en una celda, y defecar entre
ratas que luego pasaban junto a tu cabeza por la noche... ¿qué me decís
ahora los que creíais que sólo me han movido a cantar los lirios de un campo
imaginario, y la rosa de papel, y la novia como Dios manda...?¿qué me decís los
que pronto me visteis limpio y peinado, como un niño que quiere llegar con
puntualidad al colegio sin que nadie adivine el estrago de su corazón familiar?
Aunque también os digo que todo era hermoso cerca de
la muerte menos la muerte misma.
Respirar, y amar de lejos, y morder un pedazo de pan
era hermoso.
Y era hermoso que me prepararan un hato de ropa
limpia, y que me hiciera llorar el olor que traían las sábanas.
Y todo era como nacer cada día, y cada día era más
bello que la propia esperanza, y reír tenía un valor más profundo que el
profundo pozo de la inquietud, que la oscura caverna de la impotencia...
Gracias, Señor, por haberme dejado sin heridas en el
alma, y en el cuerpo, por haberme dado la salida sin odio, por no tener
lista de enemigos, ni lugares donde llorar por el propio desamparo...
Yo sé lo que es el amor; de lo demás no sé.
Quito el balduque porque ahora es
tiempo.
He leído en un periódico: «Voici enfin les lettres
de Víctor Hugo á Juliette Drouet».
Se abren ahora porque ya no importa.
Así yo quiero abrir mi corazón,
desatando la cuidada cinta que le rodeaba sin herirle, y quiero que leáis
estas cartas antiguas que el mar violento de mi patria trajo hasta el
arenal de mi juventud absorta e invadida.
Os juro que no hay una sola gota de
sangre que haya querido conservar fresca sobre el tiempo; que quisiera haberme dolido más para ofrecer
ahora reparación con mi olvido, o mejor, con mi memoria reclinada en la
triste memoria de mi hermano, como aquel que en la noche del invierno
se junta al caminante, y no pregunta, y une su frío al frío
como alivio...
¿No oís cuánto he callado?
¿Qué piedra iba yo a arrojar
contra los añicos de vuestros cristales? ¿qué
cuenta podía pasar a los muertos o a los hijos de los muertos?
Ahora quito la cinta de las cartas.
Leed; leamos. Son amor vencido.
Tiempo del corazón. Males del hombre.
Golpes de España...
Quemo lo que es mío.
Yo, solo, me he quitado «el dolorido sentir».
José García Nieto
"Memorias y compromisos",
1966
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