El tipo
de la mujer «beata», y cuando menos «religiosa», es casi prototipo español. No
es extraño. A la mujer, particularmente en España, por esa presión de la misma
religión en que creen con tan hiperbólica fe, ha llegado paulatinamente y muy
retrasado el actual movimiento revolucionario del mundo.
Apotegma
lógico éste, pues si las mujeres españolas tuvieran la suficiente independencia
de visión para poder echar una ojeada sobre todo el panorama universal, habrían
de sentir una íntima, una recóndita vergüenza ante su pequeñez y su retraso. La
mujer lleva encima actualmente veinte siglos de retraso. Desde que el
cristianismo se entronizó en España, los frutos femeninos se han malogrado, y
cuando alguno ha surgido, lo ha hecho torcidamente, hasta que el alboreo de la
nueva Humanidad, al libertar a unas cuantas figuras destacadas, las ha dejado
una vez más en condiciones de poder escalar, al igual que el hombre, el
pináculo de la fama.
¿Qué fue
de nuestras grandes poetisas árabes, de aquellas filósofas que, aun dentro y
fuera del harén, discutían con médicos y jurisconsultos con una absoluta
limpieza y da claridad de criterio? Todas ellas volvieron al abismo de lo
Insondable, y frente a ellas hemos visto surgir una generación de mujeres
sexualmente insatisfechas y arrastrando sus impulsos, de una sublimación
realmente monstruosa, hasta las cumbres del pensamiento. Prototipo de ello,
Isabel la Católica y Teresa de Jesús. El estudio biológico de estas dos mujeres
típicas es sumamente interesante. Mujer insatisfecha y a un tiempo de tendencia
viriloide, Isabel; loca por su mismo instinto, oprimido y mal orientado,
Teresa, las dos son prototipo de esa trágica era que, como una pesadilla, vivió
España bajo la primera monarquía austríaca, que había de terminar entre los
convulsos estertores de Carlos II el Hechizado.
Y cuando
viene a España la estirpe borbónica, intentando inútilmente rejuvenecer el
tronco añoso y carcomido de la monarquía española, es cuando empiezan a surgir
algunas mujeres que van mereciendo ya este nombre, siquiera su criterio no nos
haya sido afín y sus sentimientos hayan estado embotados por una voluntad de
hierro. Desde Cristina de Borbón, la viuda de Fernando VII, la mayor intrigante
del mundo, el alma de la política de su reinado, del de su hija Isabel y del de
su nieto Alfonso, hasta Mariana Pineda, primera defensora ardiente, entusiasta,
de la Libertad, media un abismo, pero hay también una relación inmediata.
Y luego
ya, Concepción Arenal, como pensamiento aún más rebelde, aún más justo, por lo
mismo que era al propio tiempo femenino en su sensibilidad, varonil en su
arrojo; las escritoras, desde nuestra Pardo Bazán a Carolina Coronado, todas
ellas cada vez más cercanas a nuestros días, y que también en nuestro mundo y
en nuestra literatura van teniendo repercusiones cada vez superiores, son ya
los brotes de un nuevo feminismo, nacido al amparo de instituciones que, por lo
mismo que amenazan inmediata destrucción, debe tratarse de sustituir y redimir.
Desde Mariana Pineda acá ya han transcurrido años. Y, sin embargo, ella, que
bordaba con el cariño de su convicción las letras de la bandera, hasta formar
un nombre: Libertad, podría hoy, como entonces, enarbolarla triunfante, y tras
ella marcharía una muchedumbre en la que ya no irían sólo los hombres: iríamos
también las mujeres, que hemos aprendido a «ver», que no es simplemente
«mirar», y que por temperamento, primero, y por necesidad de cooperar al
impulso reformista universal, después, nos hemos decidido también a luchar, no
frente al hombre, sino al lado de él, en todo cuanto tienda a hacernos a todos
más libres y más capaces para engendrar una sociedad justa y no oligárquica,
democrática y no absolutista, laica e independiente y no religiosa.
Pequeña
es aún nuestra falange, que cada día se aumenta con las muchachas que, saliendo
unas de las aulas universitarias, y otras de los míseros hogares, han aprendido
juntas la misma humana lección de rebeldía. Hoy todas las mujeres, aunque
militemos en campos políticos distintos, con tal de que éstos estén unidos
todos por el lema común de Libertad, sabemos que entre nosotras existe
particularmente un vínculo de fraternidad: el de este nuevo feminismo, rebelde
y pujante, que la guerra europea ha traído a la vida.
Hildegart
Rodríguez Carballeira
Renovación.
Órgano de la Federación de Juventudes Socialistas de España
Madrid,
20 de febrero de 1931 - Página 2
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