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1357. El trabajo, por Clara Campoamor



Nada ha contribuido o modificar, mejorándolo, el espíritu de la mujer, como el ambiente de actividad en que se desenvuelve.

El trabajo, fuente de toda alegría, es el mejor regulador moral; la actividad da a nuestra vida encanto y sabor peculiares. El trabajo y la actuación despiertan en el espíritu una serie de concatenados deberes, aspiraciones y satisfacción valiosas.

Las personas activas pueden comprender la purificadora virtud del trabajo, porque ésta es su mejor escuela social. De la traslación de la vida vegetativa de la mujer a una actuación más humana, nadie se beneficiará como el varón, porque su unión con ella se espiritualizará. El lastre de fastidio que arrastraban tantas vidas de mujer, truncadas en la amargura de la inutilidad, se tornará en la alegría purificadora del esfuerzo y en la comunidad de ideales, que harán más bella y humana la armonía de los sexos, comprendiéndose mejor, sin inferioridad ni supremacías, sin lucha ni humillación, considerándose como dos expresiones cuantitativas y diversas sólo en cualidad del principio humano, lograrán un valor análogo dentro de su diferenciación sexual y realizarán la plenitud de la vida por esa armonía.

Esta finalidad, fruto del nuevo ambiente, la inicia la mujer; es su obra y su deber. La humanidad debe a la exclusiva actuación masculina, aunque sea aparentemente, toda civilización actual. En su apartamiento de los deberes sociales, no fue culpable, sino víctima, la mujer; que esta consideración le sirva de estímulo para reclamar a la sociedad, su deudora, lo más importantes para la vida de relación: esto es, la fusión espiritual de los sexos por una ecuación de libertad y posibilidades.

Con su justa demanda de derechos que le permitan romper de una vez los viejos prejuicios opuestos a sus propósitos, acepte también la mujer la noción de su gran deber moral, y no olvide ni un momento que debe a la humanidad una justificación de la pureza de sus reivindicaciones. La realidad de la mujer necesita oír siempre la voz de la verdad; alma de ese cuerpo social será su propia actitud, su nobleza de miras y sus merecimientos. La libertad moral, como todo lo que tiene un elevado valor, ha de conquistarse en franca lucha, en infatigable conquista, y como el conseguirlo es premio de los fuertes, de los perseverantes, la mujer sólo obtendrá su libertad moral y social si sabe merecerla; en conquistarla, en tenerla por derecho, debe cifrar todo su ideal.

Le basta con quererlo; ningún obstáculo serio que no pueda vencer su competencia o su firmeza se opone al mejoramiento individual de la mujer, y si no ocurre lo mismo en cuanto a sus reivindicaciones legales, es innegable que cuanto mayor sea el número de mujeres útiles y aptas, más se irá quebrando el hilo, ya débil, que une el pasad con el porvenir.

No sé si estamos muy lejos de ese instante, pero sí se que nos hallamos a inmensa distancia del pasado, y la sociedad mira con cierta curiosa complacencia los esfuerzos personales de la mujer por dignificarse. Cada día ocupa nuevos peldaños de la escala ideal y su actuación va modelando la nueva fisonomía de la sociedad.

El plasma de las futuras sociedades está en el alma humana y los infinitos mundos que en ella se agitan la hacen impresionable a todo cambio, sensible a toda transformación. El alma femenina se engrandece en estas transformaciones y ve surgir ante ella un mundo de esperanzas…


Clara Campoamor
"La mujer y su nuevo ambiente [La Sociedad]"
Conferencia pronunciada en la Universidad Central en mayo de 1923







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