Nada ha contribuido o modificar, mejorándolo, el
espíritu de la mujer, como el ambiente de actividad en que se desenvuelve.
El trabajo, fuente de toda alegría, es el mejor
regulador moral; la actividad da a nuestra vida encanto y sabor peculiares. El
trabajo y la actuación despiertan en el espíritu una serie de concatenados
deberes, aspiraciones y satisfacción valiosas.
Las personas activas pueden comprender la purificadora
virtud del trabajo, porque ésta es su mejor escuela social. De la traslación de
la vida vegetativa de la mujer a una actuación más humana, nadie se beneficiará
como el varón, porque su unión con ella se espiritualizará. El lastre de
fastidio que arrastraban tantas vidas de mujer, truncadas en la amargura de la
inutilidad, se tornará en la alegría purificadora del esfuerzo y en la
comunidad de ideales, que harán más bella y humana la armonía de los sexos,
comprendiéndose mejor, sin inferioridad ni supremacías, sin lucha ni
humillación, considerándose como dos expresiones cuantitativas y diversas sólo
en cualidad del principio humano, lograrán un valor análogo dentro de su
diferenciación sexual y realizarán la plenitud de la vida por esa armonía.
Esta finalidad, fruto del nuevo ambiente, la inicia la
mujer; es su obra y su deber. La humanidad debe a la exclusiva actuación
masculina, aunque sea aparentemente, toda civilización actual. En su
apartamiento de los deberes sociales, no fue culpable, sino víctima, la mujer;
que esta consideración le sirva de estímulo para reclamar a la sociedad,
su deudora, lo más importantes para la vida de relación: esto es, la fusión
espiritual de los sexos por una ecuación de libertad y posibilidades.
Con su justa demanda de derechos que le permitan
romper de una vez los viejos prejuicios opuestos a sus propósitos, acepte
también la mujer la noción de su gran deber moral, y no olvide ni un momento
que debe a la humanidad una justificación de la pureza de sus reivindicaciones.
La realidad de la mujer necesita oír siempre la voz de la verdad; alma de ese
cuerpo social será su propia actitud, su nobleza de miras y sus merecimientos.
La libertad moral, como todo lo que tiene un elevado valor, ha de conquistarse
en franca lucha, en infatigable conquista, y como el conseguirlo es premio de
los fuertes, de los perseverantes, la mujer sólo obtendrá su libertad moral y
social si sabe merecerla; en conquistarla, en tenerla por derecho, debe cifrar
todo su ideal.
Le basta con quererlo; ningún obstáculo serio que no
pueda vencer su competencia o su firmeza se opone al mejoramiento individual de
la mujer, y si no ocurre lo mismo en cuanto a sus reivindicaciones legales, es
innegable que cuanto mayor sea el número de mujeres útiles y aptas, más se irá
quebrando el hilo, ya débil, que une el pasad con el porvenir.
No sé si estamos muy lejos de ese instante, pero sí se
que nos hallamos a inmensa distancia del pasado, y la sociedad mira con cierta
curiosa complacencia los esfuerzos personales de la mujer por dignificarse.
Cada día ocupa nuevos peldaños de la escala ideal y su actuación va modelando
la nueva fisonomía de la sociedad.
El plasma de las futuras sociedades está en el alma
humana y los infinitos mundos que en ella se agitan la hacen impresionable a
todo cambio, sensible a toda transformación. El alma femenina se engrandece en
estas transformaciones y ve surgir ante ella un mundo de esperanzas…
Clara Campoamor
"La mujer y su nuevo ambiente [La Sociedad]"
Conferencia
pronunciada en la Universidad Central en mayo de 1923
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