(Por la Florida, 1941-1942, 1954) en el 70 aniversario de su exilio, 29 de enero de 1939
(A
Gerardo Diego, que fue justo al situar, como crítico, el fragmento primero de
este "Espacio", cuando se publicó, hace años, en Méjico. Con
agradecimiento lírico por la constante honradez de sus reacciones)
Fragmento Primero
(Sucesión)
"Los dioses no tuvieron más sustancia
que la que tengo yo." Yo tengo, como ellos, la sustancia de todo lo vivido
y de todo lo por vivir. No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin. Y
lo que veo, a un lado y otro, en esta fuga (rosas, restos de alas, sombra y
luz) es sólo mío, recuerdo y ansia míos, presentimiento, olvido. ¿Quién sabe
más que yo, quién, qué hombre o qué dios puede, ha podido, podrá decirme a mí
qué es mi vida y mi muerte, qué no es? Si hay quien lo sabe, yo lo sé más que
ése, y si quien lo ignora, más que ése lo ignoro. Lucha entre este ignorar y
este saber es mi vida, su vida, y es la vida. Pasan vientos como pájaros,
pájaros igual que flores, flores soles y lunas, lunas soles como yo, como
almas, como cuerpos, cuerpos como la muerte y la resurrección; como dioses. Y
soy un dios sin espada, sin nada de lo que hacen los hombres con su ciencia;
sólo con lo que es producto de lo vivo, lo que se cambia todo; sí, de fuego o
de luz, luz. ¿Por qué comemos y bebemos otra cosa que luz o fuego? Como yo he
nacido en el sol, y del sol he venido aquí a la sombra, ¿soy de sol, como el
sol alumbro?, y mi nostaljia, como la de la luna, es haber sido sol de un sol
un día y reflejado sólo ahora.
Pasa el iris cantando como canto yo. Adiós
iris, volveremos a vernos, que el amor de todo, cómo se me ha hecho en el sol,
con el sol, en mí conmigo? Estaba el mar tranquilo, en paz el cielo, luz divina
y terrena los fundía en clara, plata, oro inmensidad, en doble y sola realidad;
una isla flotaba entre los dos, en los dos y en ninguno, y una gota de alto
iris perla gris temblaba en ella. Allí estará temblándome el envío de lo que no
me llega nunca de otra parte. A esa isla, ese iris, ese canto yo iré, esperanza
májica, esta noche. ¡Qué inquietud en las plantas al sol puro, mientras, de
vuelta a mí, sonrío volviendo ya al jardín abandonado! ¿Esperan más que
verdear, que florear y que frutar; esperan, como yo, lo que me espera; más que
ocupar el sitio que ahora ocupan en la luz, más que vivir como ya viven, como
vivimos; más que quedarse sin luz, más que dormirse y despertar? Enmedio hay,
tiene que haber un punto, una salida; el sitio del seguir más verdadero, con
nombre no inventado, diferente de eso que es diferente e inventado, que
llamamos en nuestro desconsuelo, Edén, Oasis, Paraíso, Cielo, pero que no lo
es, y que sabemos que no lo es, como los niños saben que no es lo que no es que
anda con ellos. Contar, cantar, llorar, vivir acaso; "elojio de las
lágrimas", que tienen (Schubert, perdido entre criados por un dueño) en su
iris roto lo que no tenemos, lo que tenemos roto, desunido. Las flores nos
rodean de voluptuosidad, olor, color y forma sensual; nos rodeamos de ellas,
que son sexos de colores, de formas, de olores diferentes; enviamos un sexo en
una flor, delicado presente de oro de ideal, a un amor virjen, a un amor
probado; sexo rojo a un glorioso; sexos blancos a una novicia; sexos violetas a
la yacente. Y el idioma, ¡qué confusión!, qué cosas nos decimos sin saber lo
que nos decimos. Amor, amor, amor (lo cantó Yeats), "amor en el lugar del
escremento". ¿Asco de nuestro ser, nuestro principio y nuestro fin; asco
de aquello que más nos vive y más nos muere? ¿Qué es, entonces, la suma que no
resta; dónde está, matemático celeste, la suma que es el todo y que no acaba?
Hermoso es no tener lo que se tiene, nada de lo que es fin para nosotros, es
fin, pues que se vuelve contra nosotros, y el verdadero fin nunca se nos
vuelve. Aquel chopo de luz me lo decía, en Madrid, contra el aire turquesa del otoño:
"Termínate en ti mismo como yo". Todo lo que volaba alrededor, ¡qué
raudo era!, y él qué insigne en lo suyo, verde y oro, sin mejor en el oro
verde. Alas, cantos, luz, palmas, olas, frutas me rodean, me envuelven en su
ritmo, en su gracia, en su fuerza delicada; y yo me olvido de mí entre ello, y
bailo y canto y río y lloro por los otros, embriagado. ¿Esto es vivir? ¿Hay
otra cosa más que este vivir de cambio y gloria? Yo oigo siempre esa música que
suena en el fondo de todo, más allá; es la que me llama desde el mar, en la
calle, en el sueño. A su aguda y serena desnudez, siempre estraña y sencilla,
el ruiseñor es sólo un calumniado prólogo. ¡Qué letra, universal, luego, la
suya! El músico mayor la ahuyenta. ¡Pobre del hombre si la mujer oliera, supiera
siempre a rosa! ¿Qué dulce mujer normal, qué tierna, qué suave (Villon), qué
forma de las formas, qué esencia, qué sustancia de las sustancias, las
esencias; qué lumbre de las lumbres; la mujer, madre, hermana, amante! Luego,
de pronto, esta dureza de ir más allá de la mujer, de la mujer que es nuestro
todo, donde debiera terminar nuestro horizonte. Las copas de veneno, ¡qué
tentadoras son!, y son de flores, yerbas y hojas. Estamos rodeados de veneno
que nos arrulla como el viento, arpas de luna y sol en ramas tiernas,
colgaduras ondeantes, venenosas, y pájaros en ellas, como estrellas de
cuchillo; veneno todo, y el veneno nos deja a veces no matar. Eso es dulzura,
dejación de un mandato, y eso es pausa y escape. Entramos por los robles
melenudos; rumoreaban su vejez cascada, oscuros, rotos, huecos, monstruosos,
con colgados de telarañas fúnebres; el viento les mecía las melenas, en
medrosos, estraños ondeajes, y entre ellos, por la sombra baja, honda, venía el
rico olor del azahar de las tierras naranjas, grito ardiente con gritillos
blancos de muchachas y niños. ¡Un árbol paternal, de vez en cuando, junto a una
casa, sola en un desierto (seco y lleno de cuervos; aquel tronco hueco, gris,
lacio, a la salida del verdor profuso, con aquel cuervo muerto, suspendido por
una pluma de una astilla, y los cuervos aún vivos posados ante él, sin
atreverse a picotearlo, serios)! Y un árbol sobre un río. ¡Qué honda vida la de
estos árboles; qué personalidad, qué inmanencia, qué calma, qué llenura de
corazón total queriendo darse (aquel camino que partía en dos aquel pintar que
se anhelaba)! Y por la noche, ¡qué rumor de primavera interna en sueño negro!
¡Qué amigo un árbol, aquel pino, verde, grande, pino redondo, verde, junto a la
casa de mi Fuentepiña! Pino de la corona, ¿dónde estás?, ¿estás más lejos que
si yo estuviera lejos? ¡Y qué canto me arrulla tu copa milenaria, que cobijaba
pueblos y alumbraba de su forma rotunda y vijilante al marinero! La música
mejor es la que suena y calla, que aparece y desaparece, la que concuerda, en
un "de pronto", con nuestro oir más distraído. Lo que fue esta mañana
ya no es, ni ha sido más distraído. Lo que fue esta mañana ya no es, ni ha sido
más que en mí; gloria suprema, escena fiel, que yo, que la creaba, creía de otros
más que de mí mismo. Los otros no lo vieron; mi nostaljia, que era de estar con
ellos, era de estar conmigo, en quien estaba. La gloria es como es, nadie la
mueva, no hay nada que quitar ni que poner, y el dios actual está muy lejos,
distraído también con tanta menudencia grande que le piden. Si acaso, en sus
momentos de jardín, cuando acoje al niño libre, lo único grande que ha creado,
se encuentra pleno en un sí pleno. Qué bellas estas flores secas sobre la yerba
fría del jardín que ahora es nuestro. ¿Un libro, libro? Bueno es dejar un libro
grande a medio leer, sobre algún banco, lo grande que termina; y hay que darle
una lección al que lo quiere terminar, al que pretende que lo terminemos.
Grande es lo breve, y si queremos ser y parecer más grandes, unamos sólo con
amor, no cantidad. El mar no es más que gotas unidas, ni el amor que murmullos
unidos, ni tú, cosmos, que cosmillos unidos. Lo más bello es el átomo último el
solo indivisible, y que por serlo no es, ya más, pequeño. Unidad de unidades es
lo uno; ¡y qué viento más plácido levantan esas nubes menudas al cenit; qué
dulce luz es esa suma roja única! Suma es la vida suma, y dulce. Dulce como
esta luz era el amor; ¡qué plácido este amor también! Sueño, ¿he dormido? Hora
celeste y verde toda; y solos. Hora en que las paredes y las puertas se
desvanecen como agua, aire, y el alma sale y entra en todo, de y por todo, con
una comunicación de luz y sombra. Todo se ve a la luz de dentro, todo es
dentro, y las estrellas no son más que chispas de nosotros que nos amamos,
perlas bellas de nuestro roce fácil y tranquilo. ¡Qué luz tan buena para
nuestra vida y nuestra eternidad! El riachuelo iba hablando bajo por aquel
barranco, entre las tumbas, casas de las laderas verdes; valle dormido, valle
adormilado. Todo estaba en su verde, en su flor; los mismos muertos en verde y
flor de muerte; la piedra misma estaba en verde y flor de piedra. Allí se
entraba y se salía como en el lento anochecer, del lento amanecer. Todo lo
rodeaban piedra, cielo, río; y cerca el mar, más muerte que la tierra, el mar
lleno de muertos de la tierra, sin casa, separados, engullidos por una variada
dispersión. Para acordarme de por qué he nacido, vuelvo a ti, mar. "El mar
que fue mi cuna, mi gloria y mi sustento; el mar eterno y solo que me llevó al
amor"; y del amor es este mar que ahora viene a mis manos, ya más duras,
como un cordero blanco a beber la dulzura del amor. Amor el de Eloísa; ¡qué
ternura, qué sencillez, qué realidad perfecta! Todo claro y nombrado con su
nombre en llena castidad. Y ella, enmedio de todo, intacta de lo bajo entre lo
pleno. Si tu mujer, Pedro Abelardo, pudo ser así, el ideal existe, no hay que
falsearlo. Tu ideal existió; ¿por qué lo falseaste, necio Pedro Abelardo?
Hombres, mujeres, hombres, hay que encontrar el ideal, y dí, qué eres tú ahora
y dónde estás? ¿Por qué, Pedro Abelardo vano, la mandaste al convento y tú te
fuiste con los monjes plebeyos, si ella era, el centro de tu vida, su vida, de
la vida, y hubiera sido igual contigo ya capado, que antes, si era el ideal? No
lo supiste, yo soy quien lo vió, desobediencia de la dulce obediente plena
gracia. Amante, madre, hermana, niña tú, Eloísa; qué bien te conocías y te
hablabas, qué tiernamente te nombrabas a él; ¡y qué azucena fatal que te dio tu
tierra. No estaba seco el árbol del invierno, como se dice, y yo creí en mi
juventud; como yo, tiene el verde, el oro, el grana en la raíz y dentro, mi
dentro, mi adentro, tanto que llena de color doble infinito. Tronco de invierno
soy, que en la muerte va a dar de sí la copa doble llena que ven sólo como es
los deseados. Vi un tocón, a la orilla del mar neutro; arrancado del suelo, era
como un muerto animal; la muerte daba a su quietud seguridad de haber estado
vivo; sus arterias cortadas con el hacha, echaban sangre todavía. Una miseria,
un rencor de haber sido arrancado de la tierra, salía de su entraña endurecida
y se espandía con el agua y por la arena, hasta el cielo infinito, azul. La
muerte, y sobre todo, el crimen, da igualdad a lo vivo, lo más y menos vivo, y
lo menos perece siempre, con la muerte, más. No, no era todo menos, como dije
un día, "todo es menos"; todo era más, y por haberlo sido, es más
morir para ser más, del todo más. ¿Qué ley de vida juzga con su farsa a la
muerte sin ley y la aprisiona en la impotencia? ¡Sí, todo, todo ha sido más y
todo será más! No es el presente sino un punto de apoyo o de comparación, más
breve cada vez; y lo que deja y lo que coje, más, más grande. No, ese perro que
ladra al sol caído, no ladra en el Monturrio de Moguer, ni cerca de Carmona de
Sevilla, ni en la calle Torrijos de Madrid; ladra en Miami, Coral Gables, La
Florida , y yo lo estoy oyendo allí, allí, no aquí, no aquí, allí, allí. ¡Qué
vivo ladra siempre el perro al sol que huye! Y la sombra que viene llena el
punto redondo que ahora pone el sol sobre la tierra, como un agua su fuente, el
contorno en penumbra alrededor; después, todos los círculos que llegan hasta el
límite redondo de la esfera del mundo, y siguen, siguen. Yo te oí, perro,
siempre, desde mi infancia, igual que ahora; tú no cambias en ningún sitio,
eres igual a ti mismo, como yo. Noche igual, todo sería igual si lo
quisiéramos, si serlo lo dejáramos. Y si dormimos. ¡Qué abandonada queda la
otra realidad! Nosotros les comunicamos a las cosas nuestra inquietud de día,
de noche nuestra paz. ¿Cuándo, cómo duermen los árboles? "Cuando los deja
el viento dormir", dijo la brisa. Y cómo nos precede, brisa inquieta y
gris, el perro fiel cuando vamos a ir de madrugada adonde sea, alegres o
pesados; él lo hace todo, triste o contento, antes que nosotros. Yo puedo
acariciar como yo quiera a un perro, un animal cualquiera, y nadie dice nada;
pero a mis semejantes no; no está bien visto hacer lo que se quiera con ellos,
si lo quieren como un perro. Vida animal, ¿hermosa vida? ¡Las marismas llenas
de hermosos seres libres, que me esperan en un árbol, un agua o una nube, con
su color, su forma, su canción, su jesto, su ojo, su comprensión hermosa,
dispuestos para mí que los entiendo! El niño todavía me comprende, la mujer me quisiera
comprender, el hombre.no, no quiero nada con el hombre, es estúpido, infiel,
desconfiado; y cuando más adulador, científico. Cómo se burla la naturaleza del
hombre, de quien no la comprende como es. Y todo debe ser o es echarse a dios y
olvidarse de todo lo creado por dios, por sí, por lo que sea. "Lo que
sea", es decir, la verdad única, yo te miro como me miro a mí y me
acostumbro a toda tu verdad como a la mía. Contigo, "lo que sea", soy
yo mismo, y tú, tu mismo, misma, "lo que seas", ¿El canto? ¡El canto,
el pájaro otra vez! ¡Ya estás aquí, ya has vuelto, hermosa, hermoso, con otro
nombre, con tu pecho azul, gris cargado de diamante! ¿De dónde llegas tú, tú en
esta tarde gris con brisa cálida? ¿Qué dirección de luz y amor sigues entre las
nubes de oro cárdeno? Ya has vuelto a tu rincón verde, sombrío. ¿Cómo tú, tan
pequeño, dí, lo llenas todo y sales por el más? Sí, sí, una nota de una caña,
de un pájaro, de un niño, de un poeta, lo llena todo y más que el trueno. El
estrépito encoje, el canto agranda. Tú y yo, pájaro, somos uno; cántame, canta
tú, que yo te oigo, que mi oído es tan justo por tu canto. Ajústame tu canto
más a este oído mío que espera que lo llenes de armonía, ¡Vas a cantar! toda
otra primavera, vas a cantar. ¡Otra vez tú, otra vez la primavera! ¡Si supieras
lo que eres para mí! ¿Cómo podría yo decirte lo que eres, lo que eres tú, lo
que soy yo, lo que eres para mí? ¡Como te llamo, cómo te escucho, cómo te
adoro, hermano eterno, pájaro de la gracia y de la gloria, humilde, delicado, ajeno;
ángel del aire nuestro, derramador de música completa! Pájaro, yo te amo como a
la mujer, a la mujer, tu hermana más que yo. Sí, bebe ahora el agua de mi
fuente, pica la rama, salta lo verde, entra, sal, rejistra toda tu mansión de
ayer; ¡mírame bien a mí, pájaro mío, consuelo universal de mujer y hombre!
Vendrá la noche inmensa, abierta toda en que me cantarás del paraíso, en que me
harás el paraíso, aquí, yo, tú, esperanza; nunca te he comprendido como ahora;
nunca he visto tu dios como hoy lo veo, el dios que acaso fuiste tú y que me
comprende. "Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tienes
tú." ¡Qué hermosa primavera nos aguarda en el amor, fuera del odio! ¡Ya
soy feliz! ¡El canto, tú y tu canto! El canto.Yo vi jugando al pájaro y la
ardilla, al gato y la gallina, al elefante y al oso, al hombre con el hombre,
cuando el hombre cantaba. No, este perro no levanta los pájaros, los mira, los
comprende, los oye, se echa al suelo, y calla y sueña ante ellos. ¡Qué grande
el mundo en paz, qué azul tan bueno para el que puede no gritar, puede cantar;
cantar y comprender y amar! ¡Inmensidad, en ti y ahora vivo; ni montañas, ni
casi piedra, ni agua, ni cielo casi; inmensidad, y todo y sólo inmensidad; esto
que abre y que separa el mar del cielo, el cielo de la tierra, y, abriéndolos y
separándolos, los deja más unidos y cercanos, llenando con lo lleno lejano la
totalidad! ¡Espacio y tiempo y luz en todo yo, en todos y yo y todos! ¡Yo con
la inmensidad! Esto es distinto; nunca lo sospeché y ahora lo tengo. Los
caminos son sólo entradas o salidas de luz, de sombra, sombra y luz; y todo
vive en ellos para que sea más inmenso yo, y tú seas. ¡Qué regalo de mundo, qué
universo inmenso, dentro, fuera de ti, segura inmensidad! Imágenes de amor en
la presencia concreta; suma gracia y gloria de la imajen, ¿vamos a hacer
eternidad? ¡Vosotras, yo, podemos crear la eternidad una y mil veces, cuando
queramos! ¡Todo es nuestro y no se nos acaba nunca! ¡Amor, contigo y con la luz
todo se hace, y lo que amor, no acaba nunca!
Fragmento Segundo
(Cantada)
"Y para recordar por qué he
vivido", vengo a ti, río Hudson de mi mar. "Dulce como esta luz era
el amor." "Y por debajo de Washington Bridge (el puente más con más
de esta New York) pasa el campo amarillo de mi infancia". Infancia, niño
vuelvo a ser y soy, perdido, tan mayor, en lo más grande. Leyenda inesperada:
"dulce como la luz es el amor", y esta New York es igual que Moguer,
es igual que Sevilla y que Madrid. Puede el viento, en la esquina de Broadway,
como en la Esquina de las Pulmonías de mi calle Rascón, conmigo; y tengo
abierta la puerta donde vivo, con sol dentro. "Dulce como este solo era el
amor." Me encontré al instalado, le reí, y me subí al rincón provisional,
otra vez, de mi soledad, y de mi silencio, tan igual en el piso 9 y sol, al
cuarto bajo de mi calle y cielo. "Dulce como este sol es el amor." Me
miraron ventanas conocidas con cuadros de Murillo. En el alambre de lo azul, el
gorrión universal cantaba, el gorrión y yo cantábamos, hablábamos; y lo oía la
de la mujer en el viento de mundo. ¡Qué rincón ya para suceder mi fantasía! El
sol quemaba el sur del rincón mío, y en el lunar menguante de la estera, crecía
dulcemente mi ilusión queriendo huir de la dorada mengua. "Y por debajo de
Washington Bridge, el puente más amplio de New York. Corre el campo dorado de
mi infancia." Bajé lleno a la calle, me abrió el viento la ropa, el
corazón; vi caras buenas. En el jardín de St. John the Divine, los chopos
verdes eran de Madrid; hablé con un perro y un gato en español: y los niños del
coro, lengua eterna, igual del paraíso y de la luna, cantaban, con campanadas
de San Juan, en el rayo de sol derecho, vivo, donde el cielo flotaba hecho
armonía violeta y oro; iris ideal que bajaba y subía, que bajaba."Dulce
como este sol era el amor." Salí por Ámsterdam, estaba allí la luna
(Morningside); el aire ¡era tan puro! Frío no, fresco, fresco; en él venía vida
de primavera nocturna, y el sol estaba dentro de la luna y de mi cuerpo, el sol
presente, el sol que nunca más me dejaría los huesos solos, sol en sangre y él.
Y entré cantando ausente en la arboleda de la noche y el río que se iba bajo
Washington Bridge con sol aún, hacia mi España por oriente, a mi oriente de
mayo de Madrid; un sol ya muerto, pero vivo; un sol presente, pero ausente; un
sol rescoldo de vital carmín, un sol carmín vital en el verdor, un sol vital en
el verdor ya negro, un sol en el negror ya luna; un sol en la gran luna de
carmín; un sol de gloria nueva, nueva en otro Este; un sol de amor y de trabajo
hermosos; un sol como el amor."Dulce como este sol era el amor."
Fragmento Tercero
(Sucesión)
"Y para recordar por qué he
venido", estoy diciendo yo. "Y para recordar por qué he nacido",
conté yo un poco antes, ya por La Florida. "Y para recordar por qué he
vivido", vuelvo a ti mar, pensé yo en Sitjes, antes de una guerra, en
España, del mundo. ¡Mi presentimiento! Y entonces, marenmedio, mar, más mar,
eterno mar, con su luna y su sol eternos por desnudos, como yo, por desnudo,
eterno; el mar que me fué siempre vida nueva, paraíso primero, primer mar. El
mar, el sol, la luna, y ella y yo, Eva y Adán, al fin y ya otra vez sin ropa, y
la obra desnuda y la muerte desnuda, que tanto me atrajeron. Desnudez es la
vida y desnudez la sola eternidad.Y sin embargo, están, están, están, están
llamándonos a comer, gong, gong, gong, gong, en esta eternidad de Adán y Eva,
Adán de smoking, Eva. Eva se desnuda para comer como para bañarse; es la mujer y
la obra y la muerte, es la mujer desnuda, en eterna metamorfosis. ¡Qué estraño
es todo esto, mar, Miami! No, no fué allí en Sitjes, Catalonia, Spain, en donde
se me apareció mi mar tercero, fué aquí ya; era este mar, este mar mismo, mismo
y verde, verdemismo; no fué el Mediterráneo azulazulazul, fué el verde, el
gris, el negro Atlántico de aquella Atlántida, Sitjes fué, donde vivo ahora,
Maricel, esta casa de Deering, española, de Miami, esta Villa Vizcaya aquí de
Deering, española aquí en Miami, aquí, de aquella Barcelona. Mar, y ¡qué
estraño es todo esto! No era España, era La Florida de España, Coral Gables,
donde está la España esta abandonada por los hijos de Deering (testamentaría
inaceptable) y aceptada por mí; esta España (Catalonia, Spain) guirnaldas de
morada buganvilla por las rejas. Deering, vivo destino. Ya está Deering, fuiste
cuando yo, con Miguel Utrillo y Santiago Rusiñol, gozábamos las blancas salas
soleadas, al lado de la iglesia, en aquel cabo donde quedó tan pobre el
"Cau Ferrat" del Ruiseñor bohemio de albas barbas no lavadas).
Deering, sólo el Destino es inmortal, y por eso te hago a ti inmortal, por mi
Destino. Sí, mi Destino es inmortal y yo, que aquí lo escribo, seré inmortal
igual que mi Destino, Deering. Mi Destino soy yo y nada y nadie más que yo; por
eso creo en Él y no me opongo a nada suyo, a nada mío, como yo por el Destino,
repartidor de la sustancia con la esencia. En el principio fué el Destino,
padre de la Acción y abuelo o bisabuelo o algo más allá del Verbo. Levo mi
ancla, por lo tanto, izo mi vela para que sople Él más fácil con su viento por
los mares serenos o terribles, atlánticos, mediterráneos, pacíficos o lo que
sean, verdes, blancos, azules, morados, amarillos, de un color o de todos los
colores. Así lo hizo, aquel enero, Shelly, y no fué el oro, el opio, el vino,
la ola brava, el nombre de la niña lo que se lo llevó por el trasmundo del
trasmar: Arroz de Buda; Barrabás de Cristo; yegua de San Pablo; Longino de
Zenobia de Palmyra; Carlyle de Schiller (según dice el libro de la mujer
suiza); Ómnibus de Curie; Charles Maurice de Gauguin; Caricatura infame
("Heraldo de Madrid") de Federico García Lorca; Pieles del Duque de
T´Serclaes y Tilly /el bonachero sevillano) que León Felipe usó después en la
Embajada mejicana, bien seguro; Gobierno de Negrín, que abandonara al retenido
Antonio Machado enfermo ya, con su madre octojenaria y dos duros en el
bolsillo, por el helor del Pirineo, mientras él con su corte huía tras el oro
guardado en la Banlieu , en Rusia, en Méjico, en la nada.Cualquier forma es la
forma que el Destino, forma de muerte o vida, forma de toma y deja, toma; y es
inútil huirla ni buscarla. No era aquel auto disparado que rozó mi sien en el
camino de Miami, pórtico herreriano de baratura horrible, igual que un sólido
huracán; ni aquella hélice de avión que sorbió mi ser completo y me dejó ciego,
sordo, mudo en Barajas, Madrid, aquella madrugada sin Paquita Pechere; ni el doctor
Amory con su inyección en Coral Gables, Alambra Circle, y luego con colapso al
hospital; ni el papelito sucio, cuadradillo añil, de la denuncia a lápiz contra
mí, Madrid en guerra, el buzón de aquel blancote de anarquista, que me quiso
juzgar, con crucifijo y todo, ante la mesa de la Biblioteca que fué un día de
Nocedal (don Cándido); y que murió la tarde aquella con la bala que era para él
(no para mí) y la pobre mujer que se cayó con él, más blanca que mis dientes
que me salvaron por blancos; más que él, más limpia, el sucio panadero, en la
acera de la calle de Lista, esquina de la de Velázquez. No, no era, no era
aquel Destino mi Destino de muerte todavía. Pero, de pronto, ¿qué inminecia
alegre, mala, indiferente, absurda? Ya pasó lo anterior y ya está, en este
aquí, este esto, y ya, y ya estamos nosotros, igual que en una pesadilla
náufraga o un sueño dulce, claro, embriagador, con ello. La ánjela de la guarda
nada puede contra la vijilancia exacta, contra el exacto dictar y decidir,
contra el exacto obrar de mi Destino. Porque el destino es natural, y
artificial el ánjel, la ánjela. Esta inquietud tan fiel que reina en mí, que no
es del corazón, ni del pulmón, ¿de dónde es? Ritmo vejetativo es (lo dijo
Achúcarro primero y luego Marañón), mi tercer ritmo, más cercano, Goethe,
Claudel, al de la poesía, que los vuestros. Los versos largos vuestros, cortos,
vuestros, con el pulso de otra o con el pulmón propio. ¡Cómo pasa este ritmo,
este ritmo, río mío, fuga de faisán de sangre ardiendo por mis ojos, naranjas
voladoras de dos pechos en uno, y qué azules, qué verdes y qué oros diluídos en
rojo, a qué compases infinitos! Deja este ritmo timbres de aires y de espumas
en los oídos, y sabores de ala y de nube en el quemante paladar, y olores a
piedra con rocío, y tocar, cuerdas de olas. Dentro de mí hay uno que está
hablando, hablando, hablando ahora. No lo puedo callar, no se puede callar. Yo
quiero estar tranquilo con la tarde, esta tarde de loca creación (no se deja
callar, no lo dejo callar). Quiero el silencio en mi silencio, y no lo sé
callar a éste, no se sabe callar. ¡Calla, segundo yo, que hablas como yo y que
no hablas como yo; calla, maldito! Es como el viento ese con la ola; el viento
que se hunde con la ola inmensa; ola que sube inmensa con el viento; ¡y qué
dolor de olor y de sonido, qué dolor de color, y qué dolor de toque, de sabor
de ámbito de abismo! ¡De ámbito de abismo! Espumas vuelan, choque de ola y
viento, en mil primaveras verdes blancos, que son festones de mi propio ámbito
interior. Vuelan las olas y los vientos pesan, y los colores de ola y viento
juntos cantan, y los olores fuljen reunidos, y los sonidos todos son fusión,
fusión y fundición de gloria vista en el juego del viento con la mar. Y ese era
el que hablaba, qué mareo, ese era el que hablaba, y era el perro que ladraba
en Moguer, en la primera estrofa. Como en sueños, yo soñaba una cosa que era
otra. Pero si yo no estoy aquí con mis cinco sentidos, ni el mar si no los veo,
si no los digo y lo escribo que lo están. Nada es la realidad sin el Destino de
una conciencia que la realiza. Memoria son los sueños, pero no voluntad ni
intelijencia. ¿No es verdad, ciudad grande de este mundo? ¿No es verdad, dí,
ciudad de la unidad posible, donde vivo? ¿No es verdad la posible unidad, aunque
no gusten los desunidos por Color o por Destino, por Color que es destino? Sí,
en la ciudad del sur ya, persisten estos claros de campo rojisecos, igual que
en mí persisten, hombre pleno, las trazas del salvaje en cara y mano y en
vestido; y el salvaje de la ciudad dormita en ellos su civilización olvidada,
olvidando las reglas, las prohibiciones y las leyes. Allí el papel tirado,
inútil crítica, cuento estéril, absurda poesía; allí el vientre movido al lado
de la flor, y si la soledad es hora sola, el pleno ayuntamiento de la carne con
la carne, en la acera, en el jardín llenos de otros. El negro lo prefiere así
también, y allí se iguala al blanco con el sol en su negrura él, y el blanco
negro con el sol en su blancura, resplandor que conviene más, como aureola, al
alma que es un oro en veta como mina. Allí los naturales tesoros valen más, el
agua tanto como el alma; el pulso tanto como el pájaro, como el canto del
pájaro; la hoja tanto como la lengua. Y el hablar es lo mismo que el rumor de
los árboles, que es conversación perfectamente comprensible para el blanco y el
negro. Allí el goce y el deleite, y la risa, y la sonrisa, y el llanto y el
sonlloro son iguales por fuera que por dentro; y la negra más joven, esta
Ofelia que, como la violeta silvestre oscura, es delicada en sí sin el colejio
ni el concierto, sin el museo ni la iglesia, se iguala con el rayo de luz que
el sol echa en su cama, y le hace iris la sonrisa que envuelve un corazón de
igual color por dentro que el negro pecho satinado, corazón que es el suyo,
aunque el blanco no lo crea. Allí la vida está más cerca de la muerte, la vida
que es la muerte en movimiento, porque es la eternidad de lo creado, el nada
más, el todo, el nada más y el todo confundidos; el todo por la escala del amor
en los ojos hermosos que se anegan en sus aguas mismas, unos en otros, grises o
negros como los colores del nardo y de la rosa; allí el canto del mirlo libre y
la canaria presa, los colores de la lluvia en el sol, que corona la tarde, sol
lloviendo. Y los más desgraciados, los más tristes vienen a consolarse de los
fáciles, buscando los restos de su casa de Dios entre lo verde abierto, ruina
que persiste entre la piedra prohibitoria más que la piedra misma; y en la
congregación del tiempo en el espacio, se reforma una unidad mayor que la de
los fronteros escojidos. Allí se escoje bien entre lo mismo ¿mismo? La
mueblería estraña, sillón alto redicho, contornado, presidente incómodo, la
alfombra con el polvo columnados, con los libros en orden de disminución,
pintados o cortados a máquina, con el olor a gato; y las lámparas secas con
camellos o timones; los huevos por perillas en las puertas; los espejos opacos
inclinados en marco cuádruple, pegajoso barniz, hierro mohoso; los cajones
manchados de jarabe (Baudelaire, hermosa taciturna, Poe). Todos somos actores
aquí, y sólo actores, y el teatro es la ciudad, y el campo y el horizonte ¡el
mundo! Y Otelo con Desdémona será lo eterno. Esto es el hoy todavía, y es el
mañana aún, pasar de casa en casa del teatro de los siglos, a lo largo de la
humanidad toda. Pero tú en medio, tú, mujer de hoy, negra o blanca, americana
(asiática, europea, africana, oceánica; demócrata, republicana, comunista,
socialista, monárquica; judía, rubia, morena; inocente o sofística; buena o
mala, perdida, indiferente, lenta o rápida; brutal o soñadora; civilizada,
civilizada toda llena de manos, caras, campos naturales, muestras de un natural
único y libre, unificador de aire, de agua, de árbol, y ofreciéndote al mismo
dios de sol y luna únicos; mujer, la nueva siempre para el amor igual, la sola
poesía). Todos hemos estado reunidos en la casa agradable blanca y vieja; y
ahora todos (y tú mujer sola de todos) estamos separados. Nuestras casas saben
bien lo que somos; nuestros cuerpos, ojos, manos, cinturas, cabezas en su
sitio; nuestros trajes en su sitio, en un sitio que hemos arreglado de antemano
para que nos espere siempre igual. La vida es este unirse y separarse, rápidos
de ojos, manos, bocas, brazos, piernas, cada uno en la busca de aquello que lo
atrae o lo repele. Si todos nos uniéramos en todo (y en color, tan lijera
superficie) estos claros del campo nuestro, nuestro cuerpo, estas caras y estas
manos, el mundo un día nos sería hermoso a todos, una gran palma, sólo, una
gran fuente sólo, todo unido y apretado en un abrazo como el tiempo y el
espacio, un astro humano, el astro del abrazo por órbita de paz y de armonía.
Bueno, sí, dice el otro, como si fuera a mí, al salir del museo después de
haber tocado el segundo David de Miguel Ángel. Ya el otoño. ¡Saliendo! ¡Qué
hermosura de realidad! ¡La vida, al salir de un museo!... No luce oro la hoja
seca, canta oro, y canta rojo y cobre y amarillo; una cantada aguda y sorda,
aguda con arrebato de mejor sensualidad. ¡Mujer de otoño; árbol, hombre! ¡Cómo
clamáis el gozo de vivir, el azul que se alza con el primer frío! Quieren
alzarse más, hasta lo último de ese azul que es más limpio, de incomparable
desnudez azul. Desnudez plena y honda del otoño, en la que el alma y carne se
ve mejor que no son más que una. La primavera cubre el idear, el invierno
deshace el poseer, el verano amontona el descansar; otoño, tú, el alerta, nos
levantas descansados, rehecho, descubierto, al grito de tus cimas de invasora
evasión. ¡Al sur, al sur! Todos deprisa. La mudanza, y después la vuelta; aquel
huir, aquel llegar en los tres días que nunca olvidaré que no me olvidarán. ¡El
sur, el sur, aquellas noches, aquellas nubes de aquellas nubes de aquellas
noches de conjunción cercana de planetas; qué ir llegando tan hermoso a nuestra
casa blanca de Alhambra Circle en Coral Gables, Miami, La Florida. Las garzas
blancas habladoras en noches de escursiones altas he oído por aquí hablar a las
estrellas, en sus congregaciones palpitantes de las marismas de lo inmenso
azul, como a las garzas blancas de Moguer, en sus congregaciones palpitantes
por las marismas de lo verde inmenso. ¿No eran espejos que guardaban vivos,
para mi paso por debajo de ellas, blancos espejos de alas blancas, los ecos de
las garzas de Moguer? Hablaban, yo lo oí, como nosotros. Esto era en las
marismas de La Florida llana, la tierra del espacio con la hora del tiempo.
¡Qué soledad, ahora, a este sol del mediodía! Un zorro muerto por un coche; una
tortuga atravesando lenta el arenal; una serpiente resbalando undosa de marisma
a marisma. Apenas gente; sólo aquellos indios en su cerca de broma, tan
pintaditos para los turistas. ¡Y las calladas, las tapadas, las peinadas, las
mujeres en aquellos corrales de las hondas marismas! Siento sueño; no, ¿no fué
un sueño de los indios que huyeron de la caza cruel de los tramperos? Era
demasiado para un sueño, y no quisiera yo soñarlo nunca.Plegadas alas en alerta
unido de un ejército cárdeno y calcáreo, a un lado y otro del camino llano que
daba sus pardores al fiel mar, los cánceres osaban caraqueando erguidos (como
en un agrio rezo de eslabones) al sol de la radiante soledad de un dios
ausente. Llegando yo, las ruidosas alas se abrieron erijidas, mil seres
¿pequeños? Ladeándose en sus ancas agudas. Y, silencio; un fin, silencio. Un
fin, un dios que se acercaba. Un cáncer, ya un cangrejo y solo, quedó en el
centro gris del arenal, más erguido que todos, más abierta la tenaza sérrea de
la mayor boca de su armario; los ojos, periscopios tiesos, clavando su vibrante
enemistad en mí. Bajé lento hasta él, y con el lápiz de mi poesía y de mi
crítica, sacado del bolsillo, le incité a que luchara. No se iba el david, no
se iba el david del literato filisteo. Abocó el lápiz amarillo con su tenaza, y
yo lo levanté con él cojido y lo jiré a los horizontes con impulso mayor,
mayor, mayor, una órbita mayor, y él aguantaba. Su fuerza era tan poca para mí
más tan poco ¡pobre héroe! ¿Fui malo? Lo aplasté con el injusto pie calzado,
sólo por ver qué era. Era cáscara vana, un nombre nada más, cangrejo; y ni un
adarme, ni un adarme de entraña; un hueco igual que cualquier hueco un hueco en
otro hueco. Un hueco era el héroe sobre el suelo y bajo el cielo; un hueco, un
hueco aplastado por mí; sólo un hueco, un vacío, un heroico secreto de un frío
cáncer hueco, un cangrejo hueco, un pobre david hueco. Y un silencio mayor que
aquel silencio llenó el mundo de pronto de veneno, un veneno de hueco; un
principio, no un fin. Parecía que el hueco revelado por mí y puesto en
evidencia para todos, se hubiera hecho silencio, o el silencio, hueco; que se
hubiera poblado aquel silencio numerable de innúmero silencio hueco. Yo sufría
que el cáncer era yo, y yo un jigante que no era solo yo y que me había a mí
pisado y aplastado. ¡Qué inmensamente hueco me sentía, qué monstruoso de
oquedad erguida, en aquel solear empederniente del mediodía de las playas
desertadas! ¿Desertadas? Alguien mayor que yo y el nuevo yo venía, y yo llegaba
al sol con mi oquedad inmensa, al mismo tiempo; y el sol me derretía lo hueco,
y mi infinita sombra me entraba al mar y en él me naufragaba en una lucha
inmensa, porque el mar tenía que llenar todo mi hueco. Revolución de un todo,
un infinito, un caos instantáneo de carne y cáscara, de arena y ola y nube y
frío y sol, todo hecho total y único, todo abel y caín, david y goliat, cáncer
y yo, todo cangrejo y yo. Y en espacio de aquel hueco inmenso y mudo, Dios y yo
éramos dos. Conciencia.Conciencia, yo el tercero, el caído, te digo a ti (¿me
oyes, conciencia?). Cuando tú quedes libre de este cuerpo, cuando te esparzas
en lo otro (¿qué es lo otro?), ¿te acordarás de mí con amor hondo; ese amor
hondo que yo creo que tú, mi tú y mi cuerpo se han tenido tan llenamente, con
un conocimiento doble que nos hizo vivir un convivir tan fiel como el de un doble
astro cuando nace en dos para ser uno? ¿y no podremos ser por siempre, lo que
es un astro hecho de dos? No olvides que por encima de los otro y de los otros,
hemos cumplido como buenos nuestro mutuo amor. Difícilmente un cuerpo habría
amado así a su alma, como mi cuerpo a ti, conciencia de mi alma; porque tú
fuiste para él suma ideal y él se hizo por ti, contigo lo que es. ¿Tendré que
preguntarte lo que fué? Esto lo sé yo bien, que estaba en todo. Bueno, si tú te
vas, dímelo antes claramente y no te evadas mientras mi cuerpo esté dormido;
dormido suponiendo que estás con él. Él quisiera besarte con un beso que fuera
todo él, quisiera deshacer su fuerza en este beso, para que el beso quedara
para siempre como algo, como un abrazo, por ejemplo, de un cuerpo y su
conciencia en el hondón más hondo de lo hondo eterno. Mi cuerpo no se encela de
ti, conciencia; mas quisiera que al irte fueras todo él, y que dieras a él, al
darte tú a quien sea, lo suyo todo, este amar que te ha dado tan único, tan
solo, tan grande como lo único y lo solo. Dime tú todavía: ¿No te apena
dejarme? ¿Y por qué te has de ir de mí, conciencia? ¿No te gustó mi vida? Yo te
busqué tu esencia. ¿Qué sustancia le pueden dar los dioses a tu esencia, que no
pudiera darte yo? Ya te lo dije al comenzar: "Los dioses no tuvieron más
sustancia que la que tengo yo". ¿Y te has de ir de mí tú, tú a integrarte
en un dios, en otro dios que este que somos mientras tú estás en mí, como de
Dios?
Juan Ramón Jiménez
(Moguer, Huelva, 23 de diciembre de 1881 – San Juan, Puerto Rico, 29 de mayo de 1958)
"Espacio"
aparece fechado en La Florida en los años 1941, 1942 y 1954. Los dos primeros
años corresponderían a la primera redacción, en verso, de los dos primeros
fragmentos. En 1954 fue cuando
en Puerto Rico concluyó el tercero y prosificó los anteriores. Los dos primeros
fragmentos se publicaron en verso libre en Cuadernos Americanos en
1943 y 1944 respectivamente. En 1954 aparece en el número 28 de Poesía
española la primera versión completa en prosa. La Tercera
antolojía poética (1898-1953), publicada en 1957 incluye la versión final
con algunas variantes.
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