Enlace de la 5ª Agrupación de Guerrilleros
Españoles, fui detenida por la Gestapo en mayo de 1944. Empezó entonces una
larga odisea: prisión militar alemana de Carcassonne, fuerte de Romainville,
campo de Sarrebruck, horrible viaje de cinco días en un vagón de ganado,
cerrado y precintado, con 53 mujeres hacinadas, sin comida, sin agua, sin más
respiración que la de un ventanuco recubierto de alambre de espino. Y,
finalmente, la llegada a Furstenberg, recibidas por SS, machos y hembras, y
feroces perros, que, entre empujones, bofetadas y latigazos, nos llevaron a pie
al terrible campo de Ravensbrück, donde nos aguardaba, no lo que tanto
ansiábamos, bebida, comida y reposo, sino doce horas en posición de firmes, en
la más estricta inmovilidad. Es el “appell”.
En Ravensbrück se hizo la brutal selección: las
jóvenes, las fuertes, a los “kommandos”,
a trabajar hasta el aniquilamiento para los magnates de la industria alemana;
las ancianas, las lisiadas, las enfermas y las embarazadas, a la cámara de gas.
Seis mil mujeres de todas las nacionalidades de
Europa, -ocho españolas entre ellas: Constanza Martínez Prieto, Carme Boatell,
Mercedes Bernal, Marita, Elisa Ruiz, María Ferrer, llamada Contxita, María
Benitez Luque y yo, llamada Paquita -, procedentes de Ravensbrück, marchamos a
Leipzig, a trabajar en una inmensa fábrica que producía obuses, el “kommando” HASAG.
La idea de que íbamos a producir obuses para matar a
nuestros propios camaradas de lucha nos era tan insoportable que nos
dispusimos, costara lo que costara, a sabotear conscientemente la producción; y
así se hizo, no sin correr altos riesgos. Es más. En la propia fábrica
realizamos una demostración de nuestra calidad de presas políticas al negarnos
a aceptar unos bonos con los que pretendían pagarnos ante los escasos obreros
alemanes, a los que nos presentaban como delincuentes que se rehabilitaban por
el trabajo. La acción fue previamente concertada y ni una sola de las seis mil
mujeres falló. Todos los alemanes no eran nazis y aquellos obreros bien lo demostraron
aquel día al manifestarnos en general su inequívoca simpatía.
¿Cómo lograsteis supervivir? – nos preguntan a
menudo – Y no es extraño que lo pregunten. Trabajando doce horas al día a un
ritmo de locura, con trabajos duros, malsanos, peligrosos, comiendo una triste
sopa a mediodía, soportando diariamente dos y más horas en posición de firmes,
con frecuencia bajo la nieve o con temperaturas de veinte grados bajo cero,
bajo la amenaza constante de la cámara de gas. Y sin embargo hubo
supervivientes. ¿Cómo fue posible? En primer lugar, jamás nos consideramos como
víctimas indefensas, sino como combatientes, que, en una muy desfavorable
situación, continuaban sin embargo en la brecha. Hubo esencialmente la
entrañable solidaridad entre las presas, que no vacilaban en desprenderse de
una ínfima porción de su mísera comida en favor de una compañera agotada. La
dura vida del campo fue una inolvidable escuela de lucha, de solidaridad, de
internacionalismo.
¿Odio al pueblo alemán? Rotundamente, no. Jamás las
españolas confundimos al pueblo alemán con los asesinos nazis y sus amos. Los
antifascistas alemanes de la Thaelmann y de la Edgar André no habían escrito en
vano esa lección con su propia sangre. Nunca podremos olvidarla».
Mercedes Nuñez Targa
Publicado en Nuestra Bandera, 1985
Facilitado por su hijo, Pablo Iglesias Nuñez
Facilitado por su hijo, Pablo Iglesias Nuñez
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