Yo
que creí que la luz era mía
precipitado
en la sombra me veo.
Ascua
solar, sideral alegría
ígnea
de espuma, de luz, de deseo.
Sangre
ligera, redonda, granada:
raudo
anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera,
la luz en la luz sepultada.
Siento
que sólo la sombra me alumbra.
Sólo
la sombra. Sin rastro. Sin cielo.
Seres.
Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro
del aire que no tiene vuelo,
dentro
del árbol de los imposibles.
Cárdenos
ceños, pasiones de luto,
dientes
sedientos de ser colorados.
Oscuridad
del rencor absoluto.
Cuerpos
lo mismo que pozos cegados.
Falta
el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya
no es posible lanzarse a la altura.
El
corazón quiere ser más de prisa
fuerza
que ensancha la estrecha negrura.
Carne
sin norte que va en oleada
hacia
la noche siniestra, baldía.
¿Quién
es el rayo de sol que la invada?
Busco.
No encuentro ni rastro del día.
Sólo
el fulgor de los puños cerrados,
el
resplandor de los dientes que acechan.
Dientes
y puños de todos los lados.
Más
que las manos, los montes se estrechan.
Turbia
es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué
lejanía de opacos latidos!
Soy
una cárcel con una ventana
ante
una gran soledad de rugidos.
Soy
una abierta ventana que escucha,
por
donde va tenebrosa la vida.
Pero
hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.
que siempre deja la sombra vencida.
Miguel Hernández
Últimos poemas (1938-1941)
El maestro de la poesía del pueblo .
ResponderEliminarEl poeta, con mayúsculas.
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