En ese tiempo que estuve parado vino la
República. Yo estaba todo el día en la calle viendo las cosas que pasaban en
Madrid: las manifestaciones, las carreras de la policía, los golpes que daban a
los manifestantes. Todo aquel periodo lo viví así, con gran intensidad y
expectación, como la mayor parte de la gente. Vi como izaban la primera bandera
republicana en el Palacio de Comunicaciones de Cibeles, a las tres y media de
la tarde del 14 de abril, y participé en la manifestación que se formó después.
Por aquella época me coloqué de panadero
para repartir pan a domicilio. En el nuevo trabajo tenía que ir a algunas
tahonas a recoger pan y ya empecé a ver otro ambiente. Un ambiente que no había
conocido antes en la tienda en la que trabajaba. Recuerdo que un día, en una
tahona de la Plaza de Herradores, bajé al horno que estaba en el sótano y los
obreros estaban tomando un bocadillo. Habían parado porque el pan se tenía que
cocer. Venga, chaval, echa un trago de vino, me dijeron. No, yo no bebo,
contesté. Que sí, coño, que además hoy estamos de fiesta, me explicaron. ¿Hoy
es fiesta? ¿Y por qué?, pregunté. Pero no te has enterado que al farruco de la
tahona del Mico le han dado un cacharrazo, la lástima es que no le han matado.
Se trataba del propietario de una tahona que por lo visto era muy malo, el jefe
de la patronal, y había sido una cosa organizada por el sindicato. Todo
aquello, en medio del tremendo remolino de la proclamación de la República,
ayudó a que surgiera en mí la cosa política.
Me afilié al Sindicato de Artes Blancas
de la UGT, que era el de los panaderos, y monté una sección de los
repartidores, que hasta entonces no estaban representados. Allí conocí a los
primeros comunistas, aunque cuando hubo las elecciones para la directiva del
sindicato voté a los socialistas. De todas maneras ganaron los comunistas, que
pronto empezaron a dar trabajo sindical a todos los que mostraron interés, yo
entre ellos. Iba por las tahonas hablando con la gente para afiliarlos, para
conocer en qué condiciones estaban.
Dentro del sindicato fui viendo el
contraste entre unos y otros, y, claro, los socialistas me parecían unos
cantamañanas, unos señoritingos, que mucho hablar, pero trabajar en defensa de
los trabajadores poco, mientras que los otros eran todo lo contrario. Así que
en el año 34 ya me consideraba comunista, aunque no me afilié al partido hasta
dos años después.
También empecé a leer literatura
revolucionaria. Entonces ya se publicaban en España muchas cosas. Una revista
que leía siempre era la Correspondencia Internacional que editaba la
Internacional Comunista. Salía todas las semanas y creo que costaba quince
céntimos. Me leía desde el encabezamiento al índice y eso me suponía estar al
tanto de lo que ocurría en todo el mundo: los trabajadores de Chile, los
trabajadores de Francia. A mí eso me dio una idea que me ha acompañado siempre:
la idea de la universalidad de la lucha y de la universalidad del adversario, y
que no contaba solamente el trocito de mundo donde uno estaba. Yo ya vi que ese
era el camino.
Simón Sánchez Montero
Comunistas (Memorias de lucha y clandestinidad)
Recopilación y edición: Antonio Gómez
Imagen: Tarjeta de la campaña europea por la amnistía para Simón Sánchez Montero, 1959. (Biblioteca Marqués de Valdecilla, Universidad Complutense de Madrid)
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