Es hoy el
laicismo una imperiosa necesidad de todo espíritu moderno. Las religiones,
dentro de su misma forma genérica, tienen divisiones específicas, que se
corresponden con la era en que toman su forma de expresión.
El laicismo es
por ello una consecuencia del predominio remotísimo de varias docenas de
religiones conocidas. El culto a la Naturaleza, primero; el culto a los ídolos,
más tarde, representan una evolución que quiere ser muestra de civilización,
pero lo es tan sólo, a mi juicio, de retroceso.
El ídolo, el
fetiche, el icono, la imagen, son, en mi opinión, los más graves defectos de
todas las religiones. Fundamentalmente, todas ellas son, aunque hoy por
prejuicios no queramos en algún caso reconocerlo, tratados de moral
apreciables, porque tenemos que situarnos para juzgar de su moralidad en el
estado de cultura, sensibilidad, de cada época. Formalmente, las
religiones equivocan la psicología popular. Existe en todas ellas una
contradicción entre su fondo y su forma; contradicción que se manifiesta en el
hecho de que en lugar de procurar dar mayor amplitud al espíritu educándolo en
la reverencia sin imagen exterior, le procuran objetos menudos de adoración y
empequeñecen los ídolos venerados, de los gigantescos Buda, buey Apis, Isis,
hasta las menudas reliquias, diminutas imágenes, hasta las medallas. Minuciosas
y detallistas, las religiones van alambicando el espíritu humano, condenándole
forzosamente a un obligado empequeñecimiento. Desgraciadas de las religiones,
por muy variables, por muy adaptables que sean, el día en que el hombre, que ha
ido comprimiendo su espíritu hasta reducirlo a las proporciones requeridas, se
vea obligado a forzar las argollas que le oprimen para redimirse en un anhelo
de engrandecimiento. Pero cuando ese momento llega el hombre no puede ya volver
atrás. No puede ir al culto de los grandes iconos ni a la reverencia de la
Naturaleza; el hombre debe ir a la anulación de toda religión.
No es este
propósito de ateísmo. Carencia de religión no quiere decir carencia de Dios.
Por encima, con las religiones o sin ellas, si Dios existe, será una innegable
realidad. Hoy existe la creencia, cada vez más firme, de que la religión no es
otra cosa que una traba, aunque pueda llegar a ser en algunos individuos una
segunda naturaleza. Pero aun sin la religión, que vale para evitar la
consumación de un delito –pongo por caso–, ¿habrán cambiado en algo los
perversos instintos del delincuente?… Reaccionará tan sólo porque el temor que
le inspiren las leyes divinas sea mayor que el que le hayan inspirado las leyes
humanas. Aumentáramos nosotros las penas, hiciéramoslas más terribles, y el
delincuente o el inmoral de este tipo pensaría ante todo en la justicia de los
hombres.
Hoy, cuando
necesitamos un espíritu abierto y amplio, la religión sigue reducida a sus
moldes primitivos y cree convencernos de que aún es justo venerar una medalla o
una estampa.
Se nos puede
objetar que mucho han evolucionado las religiones, que mucho ha cambiado el
criterio de la Iglesia, y acaso se llegara a una mayor evolución actual que
hiciera compatible el ansia de libertad del individuo con la subsistencia de
una religión. Pero en el mundo de las religiones las ideas se repiten siempre y
no pueden alejarse del círculo o de la órbita marcada. Podríamos hoy volver al
culto de la Naturaleza, a los templos al aire libre, al respeto a la ley natural.
Pero a ello podríamos volver así en teoría. En la práctica, ¿creéis que podría
resolverse el problema tan fácilmente? ¿Creéis que todos los vampiros que hoy
viven a costa de la religión iban a resignarse a aceptar una moral sin
sacerdotes y unos templos sin ingresos? Es candidez el pensarlo.
Por ello, veamos
que la religión era, sin duda, pura en su origen, y si hoy pudiera repetirse
con los mismos caracteres el ciclo histórico, sería pura también. Pero veamos
que está ya infectada por los cientos de años de su uso por los hombres. Hoy la
moral religiosa, caduca, se arruga, empequeñece y desaparece como una hoja
seca. Hoy la juventud volverá, tal vez, a ese culto a la Naturaleza o no creerá
en nada; lo que ya no puede hacer es creer con la «fe» exigida en una religión,
porque el germen de la duda ha entrado en su espíritu.
Prediquemos, por
tanto, laicismo, que no es ateísmo. Nada de religión. Convicción. Los jóvenes
de hoy tenemos que ser forzosamente laicos por nuestro espíritu y como un deber
contraído ante la era en que vivimos.
Hildegart Rodríguez
Carballeira
Renovación.
Órgano de la Federación de Juventudes Socialistas de España
Madrid,
30 de noviembre de 1930
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