Lo Último

1534. Discurso de Fernando de los Ríos en el II Congreso Internacional de Escritores




Señor Presidente de la Cámara española; camaradas escritores:

Hace cinco días, en la madrugada del día 5, llegaba el que os habla al frente de Granada. Los milicianos y soldados saludáronme y se acercaron los evadidos para decirme cuáles eran las últimas noticias de lo que en Granada acontecía. Podéis imaginaros, aquellos que me conocéis, con qué ansiedad yo preguntaría por la suerte cierta que había cabido a una persona que no necesita ser nombrada porque está en la conciencia de todos. Para algunos, sería como un hermano; otros teníamos con él una relación filial. Las noticias fueron estas: tres veces ha sido necesario ensanchar el cementerio de Granada. ¿Por qué? Seis catedráticos de la Universidad, comenzando por el rector; cinco de los once diputados de izquierda; un cuantioso grupo de profesionales y catorce mil obreros. No eran bastantes los tres ensanchamientos y fué preciso entonces distribuir los muertos por los alrededores de Granada. En uno de los pueblos vecinos a Granada, y cuando iba por el camino hacia ese pueblo, fué fusilado Federico García Lorca. Hoy, ya sé dónde está enterrado. Fusilado, ¿por qué? No porque se llamara Federico García Lorca. En él fusilaron a la poesía, no al poeta. Al retirarme, meditaba sobre el sentido y significación de lo que había acontecido en Granada, y me afirmaba en lo que hoy, más que la voz de España, es la gesta de España; no lo que dice, sino lo que hace, y es el mejor de los decires lo que está conmoviendo al mundo y está poblando la conciencia del mundo de emociones, de ideales y de presentimientos.

Nadie puede estimar —no lo estima— que lo que dije días pasados por la radio de Madrid, a saber, que el futuro inmediato de Europa depende de España, es una expresión excesiva. Menos lo será, después de haber escuchado las maravillosas palabras de mi amigo Marinello, si afirmo ahora que, aun más rotundamente que el porvenir inmediato de Europa, depende del fallo histórico de España lo que haya de acontecer en veinte pueblos hispano-americanos. Por una razón que vosotros conoceis muy bien, hispano-americanos, que muchos españoles desconocen, que los más de los europeos ignoran: y es que no sólo por la unidad de ímpetu racial, sino porque la estructura económicosocial que os ahoga la creamos nosotros en el siglo XVI, y hoy, como entonces, el riesgo profundo es una encomienda de tipo militarista y capitalista que impida el que se rejuvenezcan las democracias americanas. Con nuestro triunfo instrumentaríamos de un modo nuevo vuestras democracias; con nuestro aplastamiento, el abatimiento de esas democracias americanas seguiría nuestra suerte. 

Pero hay una mayor dimensión de tipo político en lo que en España acontece. No sois vosotros solos. Es, camarada Cowley, es la propia Norteamérica, la cual, presionada por un fascismo de veinte pueblos, se vería dificultada para continuar su propia tradición democrática; se vería imposibilitada de cumplir aquella concepción que tiene de una unidad política continental americana, porque el abismo sería ya evidente; sería imposible, además, de realizar la coordinación económica del continente americano, porque, vencida aquí la democracia, esos pueblos americanos del Stir que se nutren de tres razas: de la raza alemana, de la raza italiana y de la raza española, si esos tres pueblos nutricios eran tres pueblos despotenciados de libertad y privados de democracia, entonces vuestra labor económica sería imposible, porque Sudamérica difícilmente subsistiría, de igual modo que España sin mengua de su soberanía, y el centro del poder político americano se llamaría Alemania e Italia. 

El problema español tiene enormes dimensiones. ¿De tipo geográfico, político, nada más? No, no. Lo que aquí se está jugando es la suerte de la concepción del nuevo hombre, del nuevo hombre que está buscando el mundo desde que la crisis de la post-guerra se hizo manifiesta. 

Dos momentos ha pasado Europa: el momento medieval, que es el del hombre sustancia de comunidad, pero sin sentido del valor de la individualidad, y la propia comunidad con un sentido trascendente, mas no como realidad terrena. Segunda etapa: se deshace la comunidad y surge el hombre renacentista, que es el hombre intelectual, pleno dueño de sí mismo, ensoberbecido, justamente, de la capacidad creadora de la vida intelectual. Pero ahí llevaba su propia limitación: en que era pura y exclusivamente el orden intelectual, aquel que interesó al hombre creado por el renacimiento. Y de ahí surge una política intelectualista, una política liberal democrática, que se olvida del hombre de carne y hueso, lleno de apetencias y de emociones, y lo deja dotado de libertad y en plena ruina; porque esa libertad era la barbacana desde la cual alevosamente estaba disparando la individualidad contra la unidad real, efectiva y fraterna de la sociedad. Y así hemos llegado a este momento en que se busca un nuevo hombre. 

¿Qué puede aportar España a esa concepción del nuevo hombre? Camaradas que me escucháis: la historia de España es mucho más profunda y trágica y más compleja de lo que se nos suele enseñar. Yo quiero despertar en vosotros el recuerdo no más que de estos tres, hechos: 1808, el 19 de julio —¡19 de julio, españoles!—, por vez primera, el Ejército de Napoleón era vencido en Bailen, como por vez primera ha sido vencido ahora el Ejército fascista en Brihuega. ¿Y qué era lo que movía y estimulaba y servía de escuela a la conciencia española? No va a tardar más de un año en decirlo, porque en 1809, en Cádiz, se pronuncia, por vez primera en el mundo, y España se la da al diccionario político la palabra "liberal". Cuando un pueblo descubre Un concepto, es que en la sustancia biológica de la raza va disuelta la apetencia que ese concepto exterioriza. España creó la voz "liberal" porque era un pueblo secularmente hambriento de libertad. 1822. Estamos en ese instante en que, dominando el absolutismo en Europa,. Aquí, durante los tres mal llamados años, como dijo Fernando VII, domina la libertad, y el más grande filósofo de Europa en aquel entonces. Jeremías Bentham, publica un folleto diciendo: En este instante, para el mundo europeo no hay más que una esperanza: España. 

Me diréis: Todo eso descubre no más que una cosa: hambre de libertad. Exacto. Pero, ¿cuál es la tragedia de nuestra historia desde el siglo XVI? Cuando España, frente al mundo, quiere afirmar, con la contrarreforma, la idea de la comunidad, se contesta por Europa: idea de la individualidad, pero, en este instante, lo que hay en la conciencia española es la apetencia de concertar estos opuestos, es el ansia viva de afirmar la idea de una comunidad común, enraizada en la economía, en la participación, en el provecho y en el goce, de todos aquellos valores nobles que ha creado la cultura; y, al mismo tiempo, que esta conciencia de la comunidad no sirva para aplastar a la individualidad, sino para potenciarla. 

Todo el sentido de la historia de España, todo el drama de la cultura española gira en torno a la conciliación de esos dos opuestos aparentes que, para las conciencias modernas, lejos de serlo, son los extremos que se conciertan y, a su vez, se complementan. En busca de ese ideal vamos. España tiene toda una tradición, toda una serie de motivos, para estimar que tal vez ningún otro pueblo como él pueda aportar en este instante lo que él puede llevar al acervo histórico. Hoy existe una razón para que, al criarse esta conciencia de comunidad, no sea una conciencia de comunidad vacía. Y es que no es una conciencia intelectualista, sino real e ideal. Como real, ha bebido en el dolor, en el que no quiso beber el siglo XVI ni el siglo xix; y al beber en el dolor, ha recogido la unidad del espíritu, que es mucho más que la vida intelectual, vida intelectual que no es sino una parte ínfima de la vida del espíritu. Ahí está el mundo de la emoción, el mundo de la poesía, el mundo de la pasión, el mundo, incluso, del absurdo, que para el español es un valor maijavilloso y vital. Yo le he dicho más de una vez a algún amigo francés: o usted se prepara para comprender lo absurdo, que visto con los ojos de la razón no tiene sentido y visto con los ojos de la pasión se llama lo humano, o usted no entenderá a mi España. Y no entenderá tampoco aquella magnífica distinción de Pascal: «Il y a une logique du coeur et une logique de la pensée.» Los pueblos que tienen lógica del pensamiento, tienen una lógica; pero los que tienen una lógica del corazón, también la tienen. Y el pueblo simbolizador de esa lógica del corazón, en Europa, se llama España. Camaradas: Si hay algo contrario a esto hoy en el mapa espiritual del mundo, es el fascismo, porque niega las dos afirmaciones que a nosotros más nos importa: de un lado, la sustantividad de la individualidad; de otro, el valor de la comunidad como centro autónomo de la creación espiritual. El trata de sustituir a esto por una organización coercitiva que va de fuera adentro, en vez de venir de dentro afuera, que es lo único que tiene valor creador en el mundo de la cultura.

Pues bien; precisamente porque así está planteado el problema, cada uno de nosotros necesitamos considerarnos hoy como cruzados de este ideal, y yo os pido, escritores del mundo que nos honráis con vuestra presencia, que sigáis asnidándonos, con vuestra cooperación, en el magnífico esfuerzo de nuestra dramática España. 

Si yo hubiera de sintetizar en una palabra llena de hondos y nobles equívocos —el equívoco forma parte del absurdo y, por consiguiente, vosotros, poetas, perfectamente lo comprendéis—; si hubiéramos de buscar una palabra simbolizadora del ansia íntima que en este instante está movilizando la emoción española, y averiguar, por tanto, lo que constituye hoy la intención emocional de España, yo diría que es y busca la encarnación, sí, la encarnación; hacer carne y sangre el verbo del ideal, no vivir mirando solamente a la estrella del ideal como algo que no tiene sentido de realidad, sino pugnar por encarnarlo, porque es la manera única de hacer una nueva Humanidad, y al hacer una nueva Humanidad, hacer el nuevo hombre que anhelamos. 

Camaradas de todos los países: Ayudadnos para ir en pos de esa estrella y a la realización de esa encarnación. ¡Salud! 


Fernando de los Ríos
Valencia, 10 de Julio de 1937

Publicado en Hora de España VIII
Valencia, Agosto 1937 










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