1. Un año de guerra
Se ha
cumplido un año de guerra. Durante este período, el pueblo español ha luchado
heroicamente contra todas las fuerzas del fascismo y la reacción indígenas y
contra la intervención armada del fascismo alemán e italiano. Haber resistido
durante doce meses el empuje conjurado de los fascismos nacional y extranjero,
representa por ello solo un esfuerzo gigantesco que afianza en la hora de hoy
nuestra inquebrantable fe en la victoria. ¿Qué tenía nuestro pueblo el 18 de
julio de 1936, cuando estalló la rebelión militar-fascista? Los rebeldes se
alzaron con la mayor parte del armamento nacional; apoyados por los grupos
capitalistas más reaccionarios y semifeudales del país, contaban con una sólida
base económica. La sublevación disponía también de la ayuda extranjera. El
pueblo, en cambio, estaba indefenso. Al producirse la rebelión tuvo que acudir,
para dominarla, a sus propios medios. El retraso con que el Gobierno Casares
Quiroga se decidió a entregar parte de las pocas armas que los facciosos no se
habían llevado, determinó en algunos sitios el triunfo de la rebelión. ¿Qué ha
tenido que hacer durante un año este pueblo para impedir que el fascismo se
apoderara de todo el país? Las primeras victorias populares fueron conquistadas
casi con las manos. En muchas ciudades –Madrid es un ejemplo– los obreros y
antifascistas lucharon los días de julio con un armamento enormemente inferior
al de los sublevados. Con estas armas se apoderaron de los cuarteles y de las
fortalezas enemigas y en ellas conquistaron las pocas armas que les sirvieron
después para empujar y contener en la sierra del Guadarrama a las columnas de
Mola. En Barcelona sucedió algo semejante. En innumerables pueblos los
campesinos vencieron a la sublevación con las viejas escopetas de caza. Y en
otras ciudades, como en Oviedo, Córdoba, Granada, etc, el pueblo los cercó
en sus reductos de traición. Las primeras batallas fueron ganadas más que con
las armas, con el heroísmo popular. Pero, a partir de las acciones iniciadas,
ganadas casi todas por el pueblo, la guerra asumió otro carácter. El enemigo,
confinado por los triunfos del pueblo en Marruecos, Galicia, Navarra, parte de Castilla
y la región sur de Andalucía, recibió importantes refuerzos en armas y en
hombres de sus empresarios extranjeros. Los cuadros militares que no habían
logrado arrastrar en la sublevación a la totalidad de los soldados, sirvieron
entonces para formar, con los hombres reclutados en Marruecos, un Ejército
regular, al que HitIer y Mussolini proporcionaron aviones y artillería. El
pueblo español tuvo que enfrentarse entonces con una nueva realidad. Para
contener al enemigo hacía falta un Ejército. Las primitivas milicias no eran
ya, a pesar de su heroísmo, suficientes. Sin abandonar la lucha, con el fusil
en la mano, disputándole palmo a palmo la tierra de España al Ejército faccioso
e invasor, nuestro pueblo fue creando su Ejército. Esta es la primera gran obra
realizada durante el año de guerra. Hoy tenemos un Ejército potente y
disciplinado; más de medio millón de hombres están sobre las armas; la
industria de guerra ha comenzado a funcionar; los mandos militares provienen en
su mayoría del pueblo mismo; son jefes y oficiales forjados en la lucha, hijos
del pueblo, conscientes de la causa que defienden y entusiasmados por el anhelo
de victoria; disponemos de una técnica militar eficiente, hacia cuya conquista
definitiva orientamos el Ejército del pueblo, y hemos resuelto ya en sus
lineamientos esenciales el problema de las reservas. En cuanto a material
bélico, nuestro Ejército dispone de elementos tan poderosos como los del
enemigo. Hemos, pues, en gran medida, equiparado las fuerzas. Pero la
equiparación de las fuerzas no se ha hecho con respecto a la potencia
primitiva del enemigo, sino a la que le han proporcionado más tarde y siguen
proporcionándole sin cesar los fascismos alemán e italiano, valiéndose de la
pantalla de la «No Intervención» que niega a nuestro Gobierno el legítimo
derecho de adquirir las armas necesarias. En el transcurso de los doce meses el
fascismo ha ido incrementando sus fuerzas con las aportaciones extranjeras en
proporción suficiente para evitar que el rápido crecimiento de nuestro Ejército
le infligiera una derrota fulminante. No siendo suficiente para contener el
empuje de nuestros heroicos soldados el envío de armas y municiones ni las
levas de africanos y aventureros del Tercio, el fascismo alemán e italiano
envió a España tropas regulares, verdaderos Ejércitos de invasión, que venían
con la pretensión de conquistar la victoria fascista. Las batallas de
Guadalajara y de Pozoblanco demostraron a Mussolini lo difícil que es vencer a
un pueblo que quiere ser libre. El Jarama y Madrid son sepultura de legiones de
soldados de Hitler, que han perecido en su empeño vano de forzar nuestras
líneas. Estas derrotas de Hitler y Mussolini en el Centro y en el Sur y la
desmoralización de sus huestes les llevó a buscar una presa más fácil: Bilbao.
La dificultad geográfica impedía a nuestro Gobierno auxiliar directamente a los
heroicos luchadores de Euzkadi. Ochenta días de épica resistencia, con pérdidas
terribles para el enemigo, que había acumulado lo más granado de su fuerza y de
sus elementos bélicos, ha costado la victoria del fascismo italo-germano en el
Norte. Pero ello no hace variar la perspectiva final de la guerra. Hechos
próximos nos lo asegurarán. Unido a la obra militar hemos logrado una serie de
realizaciones sociales, ligadas, claro es, a la guerra; notable mejoramiento
del orden en la retaguardia, el incremento de la producción agrícola, un
servicio de transporte bastante mejorado con relación a los primeros momentos
de la guerra, un trabajo más ordenado y disciplinado en las fábricas y talleres
y, por último, una limpieza cada vez más extensa y profunda de la retaguardia.
El balance de los doce meses de guerra acusa, por tanto, un balance positivo a
favor de la victoria total de las armas de la República y de la revolución popular.
Porque, además, nuestro Ejército ha aprendido a vencer en la resistencia y en
el ataque. Los soldados del 18 de julio eran trabajadores llenos de heroísmo,
pero sin ninguna preparación militar ni experiencia ninguna de la terrible
guerra moderna. Nuestros soldados de hoy son héroes de cien combates: aviadores
que han derribado docenas de aparatos enemigos, antitanquistas que han
destruido muchas máquinas, dinamiteros que han destrozado trincheras y
reductos, combatientes, en fin, que han resistido y paralizado las más feroces
avalanchas.
2. Por lo que lucha el
pueblo
Nuestro
pueblo ha realizado el magnífico esfuerzo que significa crear un poderoso
Ejército y organizar la guerra en las condiciones en que ha tenido que hacerlo,
porque tiene conciencia clara del carácter de la lucha. La sublevación militar
fascista fue el golpe de fuerza organizado por los grupos reaccionarios y
semifeudales para mantener en España el régimen de miseria y de esclavitud que
imperaba durante la monarquía. Los grandes terratenientes, la Iglesia, los
usureros y los grupos capitalistas más reaccionarios no se resignaban al
triunfo democrático obtenido por el Frente Popular en las elecciones del 16 de
febrero. Querían sostener en el campo los jornales de dos pesetas y la jornada
de sol a sol, destruir las organizaciones obreras, anular todas las conquistas
de los trabajadores y volver al estado de opresión y explotación en que ha
vivido España durante los tres últimos siglos. Por esto organizaron la
sublevación militar-fascista, utilizando en el levantamiento a las castas
militares que ellas mismas habían creado durante su larga permanencia en el
Poder y empleando contra el pueblo los elementos que habían acumulado durante
los dos años anteriores. La sublevación fue un ataque directo y a fondo contra
la totalidad del pueblo laborioso y sus instituciones legítimas. Los generales
facciosos se levantaron para derrocar al Gobierno elegido democráticamente y
según las normas constitucionales en unas elecciones que, para mayor
justificación del triunfo popular, habían sido presididas por un Gobierno de derechas.
Los organizadores del complot sabían que sólo la fuerza desmandada y un régimen
implacable de terror y de sangre podía dominar a las masas populares. De aquí
que, a pesar de la legitimidad del régimen establecido el día 16 de febrero, la
reacción y el fascismo, para mantener la esclavitud y la miseria del pueblo,
recurrieran a la sublevación armada. El resultado práctico fue que aquellas
conquistas legítimas a que aspiraba el pueblo no pudieron realizarse dentro del
marco de la legislación ordinaria. Consumada la subversión fascista, el pueblo
por su cuenta y el Gobierno haciendo ley los deseos de la España popular,
imprimieron un ritmo acelerado a la revolución popular. La España de la
República es hoy una España sin grandes terratenientes; la tierra está en poder
de los campesinos y obreros agrícolas; los potentados de la banca y de la
industria ya no existen. La banca está en manos del Estado, y las grandes
empresas industriales deben ser y serán seguramente nacionalizadas; los
mercaderes de la Iglesia, así como su poderío, han fenecido; las armas y el
Ejército están en manos de los antifascistas; el Gobierno es el compendio
de la voluntad popular. Es decir, en nuestra lucha acabamos definitivamente con
la raíz material de la reacción y del fascismo y abrimos amplios cauces al
progreso económico, político y cultural de nuestro pueblo. Estas realidades
generan energías y duplican la combatividad del pueblo en armas.
3. ¿Cuál es la
significación internacional de nuestra lucha?
A
través de nuestra lucha se decide en cierto modo la suerte de las democracias y
de la paz del mundo. El fascismo alemán e italiano han desencadenado la guerra
en España para preparar mejor la guerra contra las democracias occidentales. El
objetivo principal de Hitler y de Mussolini en España es adquirir posiciones
estratégicas en nuestro territorio y apoderarse de las materias primas que
necesitan para incrementar la producción de guerra. Hitler lo ha declarado
cínicamente en su discurso de Wurzhurg, cuando dijo que «quería el triunfo de
los nacionalistas para adquirir el hierro de España». Las bases aéreas y
navales que Italia ha establecido en las Baleares y la fortificación por los
alemanes de las costas marroquíes del Estrecho indican claramente el propósito
de establecer puntos de apoyo para la guerra que los dictadores fascistas están
fraguando. Los Ejércitos de invasión que Hitler y Mussolini han enviado a
España tienen la misión, además de luchar contra el pueblo español, de
constituir en nuestro suelo el núcleo de una fuerza de ataque contra los
pueblos a los cuales el fascismo alemán e italiano quiere atacar. De este modo
la seguridad de los pueblos democráticos de Europa y la paz del mundo están
jugándose en nuestro suelo. La invasión de España es un paso más en la preparación
de la guerra. Los Gobiernos fascistas de Italia y Alemania, ayudados por el
Gobierno portugués, han ido avanzando en la intervención a medida que se lo
permitían las debilidades y claudicaciones de los Gobiernos de Francia e
Inglaterra. Mientras la Unión Soviética ha sostenido desde el primer momento
una actitud enérgica y consecuente en defensa de los derechos del pueblo
español y de la paz del mundo, única actitud que podía contener las audacias
fascistas, los Gobiernos de Francia e Inglaterra, en vez de seguir este
ejemplo, iniciaron y se acogieron a la política de No Intervención, que ha
venido a ser, prácticamente, el bloqueo del Gobierno legítimo de España y la
Celestina de la intervención fascista. Sus vacilaciones y sus transacciones con
Hitler y Mussolini han sido la causa de que la intervención fascista ganase
cada día mayor volumen y que amenace a sus propios países, a pesar de que ellos
claudicaban y cedían ante el fascismo «para impedir que la guerra española se
extendiese en Europa».
4. La solidaridad
internacional con nuestra lucha
Conscientes
del significado de nuestra lucha y de lo que representa la intervención
fascista en España, todos los pueblos del mundo, incluso los que soportan el
yugo sangriento del fascismo, han estado desde el primer momento a nuestro
lado. Miles de mensajes, de resoluciones, de actos, de asistencias de todo
género, envíos de víveres y de material sanitario, nos han expresado la
adhesión a nuestra causa de las masas populares del mundo. Según ha ido desarrollándose
la guerra y haciéndose más patente el heroísmo de nuestro pueblo e
incrementándose la intervención fascista en nuestro país, la solidaridad de los
pueblos ha aumentado y adquirido formas más enérgicas. Las masas trabajadoras
del mundo han visto que en España esta jugándose su propia suerte, que el
triunfo del fascismo en la guerra española significaría el desencadenamiento de
la matanza universal y el desenfreno de las hordas de la barbarie y del crimen.
Podemos decir que nunca se ha desarrollado en el mundo un movimiento de
solidaridad tan imponente como el que asiste al pueblo español. Pero, no
obstante su magnitud, este grandioso movimiento no logró detener la planta
invasora del fascismo ni impedir que Hitler y Mussolini enviaran soldados y cañones
con el siniestro propósito de esclavizar al pueblo español. ¿Por qué ha sido
impotente para conseguirlo un movimiento que tiene en sí mismo la potencia
suficiente para aplastar al fascismo? Porque le ha faltado unidad de acción;
porque los dirigentes de la Segunda Internacional y de las organizaciones
socialistas, particularmente los del laborismo inglés, a pesar de que en España
los socialistas estaban luchando junto con los comunistas en la vanguardia de
la guerra, no han querido comprender que la unidad de acción con la
Internacional Comunista en el plano internacional y con los partidos comunistas
y las demás organizaciones antifascistas en cada uno de los países, era el
medio de desarrollar toda la fuerza de las masas populares y de obligar a los Gobiernos
democráticos a defender firmemente los derechos del pueblo español. Si una
actitud semejante se hubiese adoptado desde el primer momento, no se habría
producido la funesta iniciativa de la No Intervención ni los monstruosos
crímenes y provocaciones que Hitler y Mussolini han cometido en nuestro suelo.
5. Al fin han tenido
que actuar los dirigentes socialistas
En la
madrugada del 31 de mayo los barcos de guerra alemanes bombardearon Almería. Este acto de guerra contra el pueblo español, arteramente preparado por
Hitler y Mussolini, levantó una marejada de protesta en el mundo. La inquietud
de las masas trabajadoras de Francia e Inglaterra ante la amenaza creciente del
fascismo germano-italiano se expresó inmediatamente en numerosos actos y resoluciones
que obligaban a sus dirigentes a una acción inmediata. Nuestro Partido, en
unión del Partido Socialista y de la U.G.T. de España, se dirigió a la
Internacional Obrera Socialista, a la Internacional Comunista y a la Federación
Sindical Internacional en un telegrama de auxilio. «Solicitamos de vosotros
–les decíamos– que hagáis presión sobre vuestros Gobiernos para que actúen con
energía sobre los Gobiernos fascistas, que atacan con inusitada violencia
nuestras poblaciones civiles, poniendo en riesgo la vida de ancianos, mujeres y
niños. A vosotros, que constituís la vanguardia del proletariado mundial, sus
gloriosas banderas de lucha, os pedimos nuevamente la más resuelta acción
común que movilice la solidaridad proletaria de todos los pueblos
decididos a que los planes del fascismo no se consumen y lleven al mundo al
infierno de una conflagración mundial.» ¿Qué actitud adoptaron los distintos
organismos internacionales ante este llamamiento apremiante que respaldaban y
suscribían la protesta de todas las masas trabajadoras del mundo? Tres días
después, el camarada Dimitrov contestó a nuestro telegrama diciéndonos que
«teniendo en cuenta la gravedad de la situación creada por el bombardeo de
Almería y basándonos en vuestro llamamiento, haremos cuanto sea preciso para
establecer la unión con la Internacional Obrera Socialista. Con este fin hemos
dirigido hoy el siguiente telegrama a De Brouckère, presidente de la
Internacional Obrera Socialista:
«Hemos
recibido desde Valencia un llamamiento del Partido Socialista Obrero, del
Partido Comunista y de la Unión General de Trabajadores de España, proponiendo
la realización de acciones comunes de las organizaciones obreras
internacionales para la defensa del pueblo español atacado por los fascismos
alemán e italiano. Suponemos que habréis recibido también ese llamamiento. Os
hacemos saber a este propósito que nos hallamos plenamente de acuerdo con las
proposiciones de los camaradas españoles y sostenemos plenamente su iniciativa.
Por nuestra parte, os proponemos crear una Comisión de contacto entre las tres
Internacionales: la Internacional Comunista, la Internacional Obrera Socialista
y la Federación Sindical Internacional con objeto de realizar la unidad de
acción internacional contra la intervención militar de Alemania e Italia en
España. Nos hallamos dispuestos a examinar todas las proposiciones que
presentéis por vuestra parte, así como de parte de la Federación Sindical
Internacional, para la defensa del pueblo español. –Por el Comité Ejecutivo de
la Internacional Comunista: El secretario general, Jorge Dimitrov.»
Pocos
días después se publicó en «Pravda» el famoso artículo de Dimitrov, «Las
lecciones de Almería». En él se consignan estas tres interrogaciones: «¿Qué
sería una Internacional Socialista que rechazara las solicitudes que emanasen
de sus propias secciones, incluso de una sección como el Partido Socialista
Español, que constituye, junto con el Partido Comunista, la vanguardia de lucha
contra el fascismo? ¿Qué serían unos líderes obreros, unos líderes socialistas,
que hiciesen fracasar la unidad de acción del proletariado internacional cuando
esta unidad es precisamente el medio decisivo para amordazar a las bestias
fascistas? Esto ni puede ni debe continuar así. La situación es de tal
naturaleza, que exige una posición absolutamente clara por parte de cada
organización obrera, de cada militante del movimiento obrero, frente a los
problemas de la unidad de acción del proletariado internacional, para la
defensa del pueblo español.» Fuera lo que fuese, los dirigentes socialistas
estaban decididos a resistir la corriente. «Los trabajadores de todos los
países lloran con vosotros las víctimas de esta cobarde agresión», nos
contestaron De Brouckère y Adler «pero saben también que precisamente este
desarrollo cínico del fascismo debe poner en guardia a toda la opinión pública
mundial. La Internacional Obrera Socialista hará todo para ayudar a los
defensores de la libertad y de la independencia española por todos los medios
que tiene a su alcance.» Los trabajadores de todos los países no lloraban en
aquel momento, como creían De Brouckère y Adler, sino rugían de rabia y
ansiaban pasar a la acción. Pero los dirigentes de la II Internacional querían
hacer «todo para ayudar a los defensores de la libertad y la independencia
española por todos los medios que tiene a su alcance», menos lo único que era
efectivamente eficaz: la unidad de acción. «Nuestra Internacional realizará,
bajo su responsabilidad exclusiva, su deber –respondió De Brouckère a
Dimitrov–. Ni su presidente ni su secretario tienen, como sabéis, los poderes
necesarios para adherirse en su nombre al Comité que proponéis.» ¿Qué era
realizar, «bajo su responsabilidad exclusiva, su deber», si el deber
primordial, ineludible, exigido por las masas de los dirigentes de las
organizaciones obreras internacionales era unir las fuerzas en una acción común
para defender al pueblo español? ¿Qué importancia tenía ante la extrema
gravedad del momento histórico el trámite burocrático de los «poderes» que no
tenían De Brouckère ni Adler? ¿Podían necesitarse más poderes que los que en ese momento, antes y después, les otorgaban las grandes masas trabajadoras
que en todos los países del mundo exigían una acción enérgica en defensa de los
derechos del pueblo español y de la paz del mundo? No; no era una cuestión de
poderes burocráticos. Era lo que, con una claridad sin embozo, ha declarado más
tarde el líder tradeunionista Citrine, en la reunión de la Internacional
Sindical de Varsovia, negándose a la unidad de acción con los comunistas,
porque «no se puede defender la democracia colaborando con los partidarios de
países donde la democracia en sí misma no existe ya». Esta declaración
esclarece el concepto de los dirigentes laboristas sobre la democracia. ¿Qué
democracia es la que defienden? Porque aun la más mínima democracia, la
democracia donde los grupos fascistas pueden cometer atentados contra los
trabajadores, donde los imperialistas pueden organizar impunemente la matanza
de pueblos, donde aún subsiste la miseria y el hambre y la explotación de los
obreros y de los campesinos, la democracia más restringida está amenazada por
la barbarie fascista. En la Unión Soviética no existe ciertamente una
democracia restringida y limitada. Existe la democracia amplia, libre y profunda
de los trabajadores, el bienestar, la libertad y la paz; existe el Gobierno
libre de los propios trabajadores y la voluntad inquebrantable y organizada de
defender la paz del mundo. Esta es la democracia con la que Citrine no quiere
marchar unido. Pero las grandes masas trabajadoras, incluso las británicas, en
nombre de las cuales ha hablado Citrine en Varsovia sí quieren ir con ella en
defensa del pueblo español y de la paz del mundo, porque saben que precisamente
porque la Unión Soviética es la más amplia democracia del mundo, el Gobierno
soviético es el defensor más consecuente de la paz y el sostenedor incansable
de los derechos del pueblo español. Las masas trabajadoras del mundo han visto
la inmensa solidaridad de los trabajadores soviéticos con el pueblo español y
este ejemplo de solidaridad ha sido el mayor estímulo y el más claro ejemplo
para el proletariado universal. Contra una corriente de voluntad popular tan
poderosa no podían sostenerse los dirigentes de la II Internacional, aunque
hundiesen la cabeza en los convencionalismos burocráticos. Ante el segundo
telegrama de Dimitrov a De Brouckère, en el cual le decía que «lo que importa
no es la forma, sino el fondo de la cuestión. La Internacional Comunista, que
hace cuanto puede para asegurar la más rápida victoria del pueblo español sobre
los rebeldes fascistas y los invasores extranjeros, está dispuesta a examinar,
cual ya hemos declarado, sin, dilación alguna, todas las proposiciones dignas
de consideración que se le presenten. Igual que las organizaciones obreras
españolas, nos creemos con derecho a esperar de vosotros proposiciones
concretas sobre esta cuestión de tan vital importancia. Por otra parte,
juzgamos conveniente, para acelerar la realización de la acción común
necesaria, celebrar un previo cambio de impresiones con los representantes de
la Internacional Obrera Socialista. Si estáis de acuerdo, os rogamos nos
comuniquéis el lugar y fecha en que podía celebrarse esta entrevista», no pudo
mantenerse la actitud elusiva de la II Internacional. «Siempre estamos
dispuestos a entrevistarnos con vuestros representantes a título informativo
–respondió De Brouckère– y a cambiar nuestros puntos de vista sobre el mejor
modo de proseguir esta acción de común acuerdo hasta donde ello sea posible y
sin rozamientos inútiles.» Paso excesivamente cauteloso, pero paso al fin hacia
la unidad de acción. Sus efectos se vieron en seguida.
6. Consecuencias del
cambio de actitud
¿Qué
había determinado la respuesta de los dirigentes de la II Internacional? La sección
francesa, vinculada al Partido Comunista de Francia en el Frente Popular,
estaba decididamente en favor de la unidad de acción con la Internacional
Comunista; la sección belga estaba dividida entre una parte de los elementos
dirigentes, encabezada por Spaak, que seguía obstinadamente en la negativa a la
unidad de acción común, y la base del partido, de acuerdo con Vandervelde y De
Brouckère, que la exigía imperiosamente. Sólo las secciones holandesa,
británica y escandinavas se negaban a ella. Pero en sus propios países, las
masas trabajadoras luchaban contra esta posición intransigente. Los laboristas
no tuvieron más remedio que celebrar una reunión conjunta del Comité Ejecutivo
del Labour Party y del Comité de las Trade Unions, para satisfacer la exigencia
abrumadora de los trabajadores británicos. En esta reunión se acordó exigir el
abandono de la No Intervención, el sometimiento de la cuestión española a la
Sociedad de Naciones y el reconocimiento del derecho del Gobierno legítimo de
España para adquirir libremente armas en el país que quisiera vendérselas. Es
decir, los principales sostenedores de la política de No Intervención
reconocían, presionados por las masas, las consecuencias desastrosas de la
iniciativa que tanto habían aplaudido y mimado. ¿Qué cabía hacer en una
situación semejante, sino acercarse a los que habían seguido desde el primer
momento una política consecuente de defensa de la paz y de defensa de los
derechos del pueblo español? Todos conocemos la proyección interna que la aceptación
por De Brouckère de la propuesta de Dimitrov tuvo en el seno de la II
Internacional. Pero la reunión no tuvo más remedio que celebrarse. Las masas
presionaban con una fuerza irresistible. Entonces se comprendió la acerada
pregunta de Dimitrov: «¿Qué sería una Internacional Socialista que rechazara
las solicitudes que emanasen de sus propias secciones, incluso de una sección
como el Partido Socialista Español, que constituye, junto con el Partido
Comunista, la vanguardia de lucha contra el fascismo?» En la reunión de
Annemasse, «como fue convenido –dice el comunicado oficial–, ha habido un
cambio de impresiones en cuanto a los medios mejores para proseguir una acción
a favor de España y de común acuerdo, donde quiera que sea posible y por todos
los medios, sin rozamientos inútiles. Este esfuerzo es más necesario que nunca
a favor de las organizaciones obreras españolas, que con magnífico arrojo
luchan contra el mundo fascista coaligado y defienden, a la vez que su
libertad, la libertad y la paz de Europa y del mundo. Este intercambio de
puntos de vista ha puesto de manifiesto que las dos Internacionales han tenido
para con España una política idéntica y que exigen una y otra el levantamiento
del bloqueo, el restablecimiento del derecho internacional y la aplicación del
Pacto de la Sociedad de Naciones. Han expuesto el deseo de que se realicen
nuevos contactos en plazo breve para estudiar con todo detalle los medios
concretos de una ayuda material y moral a España, cosa de que se ha tratado en
esta reunión». No es cierto, como afirma el comunicado, que ambas
Internacionales «hayan tenido para España una política idéntica». Por el
contrario, mientras la Internacional Comunista, directamente y por medio de sus
secciones, nuestros partidos hermanos de los distintos países, ha realizado
desde el primer momento una formidable campaña de agitación y solidaridad con
el pueblo español, la inactividad y las vacilaciones de los dirigentes de la II
Internacional han sido la causa de que los Gobiernos democráticos no asumiesen
una actitud enérgica contra la intervención fascista en España, e impiden
todavía la unidad de acción internacional de las grandes masas trabajadoras del
mundo. En la reunión conjunta de los Comités directivos de la Federación
Internacional Sindical y de la Internacional Socialista, celebrada en París el
24 de junio, se acordó: «Primero: presionar por todos los medios posibles y sin
retraso a los Gobiernos que pertenecen a la Sociedad de Naciones para que, de
acuerdo con los estatutos de la Sociedad, ayuden al Gobierno español a recobrar
su independencia política y territorial; segundo: asegurar el retorno a la
libertad de comercio con España, para que el Gobierno español, cuya legitimidad
no admite dudas, pueda adquirir las armas necesarias para la defensa de su
territorio y de sus derechos; tercero: hacer obligatoria la solidaridad con
esta causa a. todos los miembros y organizaciones afiliadas a las dos
Internacionales.» ¿Qué diferencia hay entre estas decisiones y las propuestas
por la Internacional Comunista en el telegrama de Dimitrov enviado por
intermedio del camarada Thorez, el 27 de junio, a los representantes de la
Internacional Obrera Socialista y de la Federación Sindical Internacional? «El
Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista –dice– encarga a su Delegación
de presentar, para ser estudiadas en común, las siguientes proposiciones
concretas a la reunión conjunta de la Internacional Obrera Socialista y de la
Federación Sindical Internacional, o en el curso de su conferencia con sus
Delegaciones: Primera: que las organizaciones obreras internacionales se
dirijan conjuntamente a los Parlamentos y Gobiernos de todos los Estados no
fascistas y ante todo a los Gobiernos de Inglaterra, Francia, Estados Unidos y
Unión Soviética, pidiéndoles que tomen medidas conjuntas y rápidas para la
retirada inmediata de España de las fuerzas armadas intervencionistas de Italia
y Alemania, para el levantamiento del bloqueo de la España republicana y el
reconocimiento de todos los derechos internacionales para el Gobierno legal
español. Segunda: que las organizaciones obreras internacionales se dirijan
conjuntamente a la Sociedad de Naciones exigiendo la aplicación del Pacto de la
Sociedad de Naciones contra los agresores fascistas que han atacado a la España
republicana. Y tercero: que, al mismo tiempo, las organizaciones obreras
internacionales se dirijan conjuntamente a la clase obrera de todos los países
y a la opinión pública mundial, llamándolas a hacer cuanto esté de su parte
para hacer triunfar estas reivindicaciones, así como para impedir nuevas
agresiones por parte de los intervencionistas y para liquidar más rápidamente
la guerra criminal contra el pueblo español». Ha bastado que se realizaran
estas gestiones para que inmediatamente se modificara la actitud de los
Gobiernos de Francia y de Inglaterra. ¿Qué fuerza, sino ésta, ha determinado la
energía del Gobierno británico ante la provocación del «Leipzig»? ¿Cuántos
desastres se habrían impedido si la Internacional Socialista hubiese adoptado desde
el primer momento de la guerra, como la Internacional Comunista, una actitud
decidida en defensa de los derechos del pueblo español? ¿Puede creer nadie que
los heroicos combatientes de Irún habrían tenido que entregar la ciudad cuando
agotaron sus municiones, mientras a doscientos metros, en las vías muertas de
Hendaya, las armas adquiridas por el Gobierno español permanecían embargadas
por las autoridades francesas? ¿Habría caído más tarde Bilbao, si, como ha
dicho valientemente Lloyd George, Francia hubiese proporcionado a los gloriosos
luchadores vascos los elementos de combate que necesitaban para defender la
independencia de su país y sus libertades milenarias? ¿Qué Gobierno de
Francia, qué Gobierno de Inglaterra, qué Gobierno norteamericano habría negado
su ayuda al pueblo español, si los dirigentes de la Internacional Socialista
hubiesen adoptado desde la iniciación del conflicto la actitud enérgica y
resuelta que exigían sus propias masas y que era indispensable para contener la
avalancha fascista? La consecuencia inmediata de la actitud de junio del 37 nos
permite confirmar cuáles habrían sido los resultados de una actitud enérgica,
de acuerdo con el sentimiento y la voluntad de las masas, en julio del 36.
7. La cuestión ahora
es la unidad de acción
Pero
las proposiciones no bastan para desarrollar en el mundo el poderoso movimiento
de masas que es indispensable para derrotar al fascismo. Las proposiciones hay
que convertirlas en hechos. Los dirigentes de la II Internacional parece que
han hecho de sus errores el objeto de su vida. ¿Qué le ha enseñado al mundo la
experiencia de las últimas semanas? ¿Qué hemos visto en España proyectado sobre
nuestra propia carne y nuestro propio dolor? ¿Qué han experimentado en los
últimos acontecimientos internacionales las masas trabajadoras del mundo
entero, incluso las angustiadas masas trabajadoras de las países fascistas?
Para todos ha sido claro que la fuerza salvadora de la paz, la que con decisiva
eficacia puede ayudar al pueblo español es la fuerza unida internacionalmente
de las masas obreras. Pero los dirigentes de la II Internacional no han
recogido íntegramente la lección. Después de la primera tentativa, vuelven
atrás con el mismo obstinado empeño de antes. «La realización de esas
reivindicaciones (las de la resolución de las dos Internacionales del 24 de
junio) exige los máximos esfuerzos de las organizaciones obreras del mundo
–dice el camarada Thorez en su carta a De Brouckère del 2 de julio– y son éstas
las que pudieran desplegar la fuerza necesaria para arrastrar a la opinión
pública hacia una acción común. Si no se llega a unir a todas las fuerzas y a
coordinar todos los esfuerzos de las organizaciones obreras internacionales, ya
podríamos formular cuantas peticiones de reivindicaciones queramos, que no las
haremos progresar. Ahora bien; la defensa del pueblo español y en su
consecuencia la salvaguardia de la paz mundial, sólo son posibles por medio de
acciones eficaces.» ¿Cuál es la actitud de la II Internacional ante una verdad
tan evidente, verificada en la realidad misma de los últimos hechos? «Adler y
yo –ha dicho De Brouckère en su respuesta a la comunicación que le hacía Thorez
del telegrama de Dimitrov en el que se contenían las tres proposiciones de la
Internacional Comunista–, hemos definido en Annemasse el concepto al cual
entendemos permanecer fieles: el de la acción en favor de España «de común
acuerdo siempre que sea posible y en todas formas, sin rozamientos inútiles.»
Antes de iniciarse esta labor delicada que requiere paciencia y continuidad, el
telegrama de Dimitrov propone sea sustituido por otro completamente distinto:
la de manifiestos conjuntos que habrían evidentemente de comprometer a cada una
de nuestras secciones. Adler y yo hemos ya expuesto muchas veces a los
delegados de la Internacional Comunista por qué no nos hallamos en condiciones
de adoptar ésta. Estamos dispuestos a proseguir en un momento oportuno, que
sería menester elegir de común acuerdo, la obra de Annemasse, pero sobre la
base de Annemasse.» ¿Qué significa una respuesta semejante? Significa la
paralización de las gestiones emprendidas. Annemasse fue en cierto modo un
paréntesis concedido a la situación interna de la II Internacional. ¿Es que
«sobre la base de Annemasse», es decir, sobre la base de un paréntesis de
espera, se puede contener el empuje creciente de la brutalidad fascista? La
verdadera respuesta de la II Internacional a los insistentes requerimientos de
Dimitrov la ha dado Citrine en Varsovia. Aquí es donde están las «condiciones»
que Adler y De Brouckère han expuesto, según dice De Brouckère, a los delegados
de la Internacional Comunista y que impiden a la II Internacional adoptar la
acción común con los comunistas. ¿Pero acaso la democracia por la que se está
batiendo el pueblo español no es la que quiere defender Citrine y todos los
dirigentes de la II Internacional? ¿Acaso la democracia a la cual amenaza el
fascismo no es la misma democracia británica de los laboristas? ¿No es también
la propia democracia francesa de la secciones más avanzadas de la II
Internacional? ¿No es igualmente la democracia belga y la democracia holandesa
y escandinava? ¿Qué democracia es la que la Internacional Comunista invita a
defender en común a los dirigentes de la II Internacional? Para todos los
trabajadores del mundo, es perfectamente claro que en la guerra española está
jugándose la paz y la democracia universales. Lo que el fascismo prepara en
nuestro territorio es la guerra contra las democracias occidentales, contra
Francia e Inglaterra principalmente. ¿Por qué entonces los dirigentes
laboristas se niegan a la acción común en defensa de la seguridad de su propio
pueblo? Nosotros, el Partido Comunista de España, lo mismo que el Partido
Socialista y los Partidos republicanos que forman nuestro Frente Popular, hemos
declarado muchas veces que luchamos por nuestra República democrática y
parlamentaria, que luchamos por la independencia de nuestra patria y la
libertad de nuestro pueblo. La declaración del carácter de nuestra lucha,
declaración aceptada por nosotros y por todos los antifascistas de España, está
contenida en el discurso pronunciado por el Presidente de la República española
en el Ayuntamiento de Valencia el 21 de enero de 1937: «Oigo decir por
propagandas interesadas –aunque mi higiene mental me lleve a privarme de ellas
cotidianamente–, oigo decir que nos estamos batiendo por el comunismo. Es una
enorme tontería; si no fuese una maldad. Si nos batiésemos por el comunismo, se
estarían batiendo solamente los comunistas; si nos batiésemos por el Sindicalismo,
se estarían batiendo solamente los sindicalistas; si nos batiésemos por el
republicanismo de izquierda, de centro o de derecha, se estarían batiendo sólo
los republicanos. No es eso; nos batimos todos, el obrero; el intelectual, el
profesor y el burgués –que también los burgueses se baten– y los Sindicatos y
los Partidos políticos y todos los españoles que están agrupados bajo la
bandera de la República; nos batimos por la independencia de España y por la
libertad de los españoles, por la libertad de los españoles y de nuestra
patria.» ¿Y contra quién nos batimos? Contra los Gobiernos que han enviado
tropas de invasión a nuestra tierra sin haber tenido con nosotros desavenencia
ninguna, que organizan complots semejantes al español en Checoslovaquia, que
han fraguado los monstruosos crímenes del espionaje y el atentado personal y la
traición en la Unión Soviética, que se han apoderado brutalmente de las tierras
indefensas de Abisinia, que tratan de encerrar a las democracias occidentales
en un círculo de hierro para destruirlas sin piedad, que mantienen en sus
países el régimen de barbarie más espantoso que conoce la Historia. Contra
estos Gobiernos de brutalidad y vandalismo se bate el pueblo español. ¿Qué les
enseña a los demás pueblos libres del mundo la carne dolorida y desgarrada de
nuestra España? Les enseña hasta dónde llega la barbarie fascista. Los
dirigentes de la mentalidad de Citrine deben comprender que quienes le proponen
la acción común para luchar contra los incendiarios de Guernica, contra los
miserables asesinos de las mujeres y los niños de Madrid, contra los que
amenazan convertir las más bellas y dichosas ciudades de Europa en hogueras
espantosas, les proponen luchar por la verdadera y única democracia. Las masas
trabajadoras lo comprenden; las masas trabajadoras están de acuerdo y responden
a la pregunta de Dimitrov: «¿Qué serían unos líderes obreros, unos líderes
socialistas que hiciesen fracasar la unidad de acción del proletariado
internacional cuando esta unidad es precisamente el medio decisivo para
amordazar a las bestias fascistas?» Los dirigentes de la II Internacional
tienen sobre sí una inmensa responsabilidad. Sobre ellos gravita el recuerdo de
1914. Hoy, al borde de la catástrofe, la historia les exige que cierren sus manos
con los gloriosos luchadores de la Internacional Comunista y aplasten unidos a
los incendiarios de la guerra en el mundo.
8. También nosotros
tenemos deberes. El Partido único
Pero
la acción común internacional en defensa del pueblo español y de la paz del
mundo no nos exime a nosotros de nuestros deberes. Tenemos el orgullo de formar
la vanguardia de la lucha contra el fascismo. Nuestros dolores son nuestras
glorias. Pero la acción que con la autoridad de nuestra sacrificio y de nuestro
heroísmo reclamamos a los dirigentes de las Internacionales obreras, tenemos
que realizarla nosotros también. La solidaridad y la ayuda internacionales,
sólo pueden ser factores colaborantes en nuestro triunfo. La acción decisiva
tiene que partir de nosotros mismos. Con nuestros propios recursos, con el
empleo racional y organizado de todos nuestros medios y de todas nuestras
energías lograremos la victoria. Ahora entramos en los meses decisivos de la
guerra. Están realizándose las grandes operaciones en las que interviene el
poderoso Ejército que nuestro pueblo ha creado en un año de esfuerzos y de
sacrificios gigantescos. Todas las fuerzas del país, organizadas y empleadas al
máximum, tienen que consagrarse con una energía superada a conseguir el
triunfo. La victoria no puede caernos espontáneamente, como el maná. Tenemos
que conquistarla con nuestro esfuerzo, nuestro trabajo, nuestra abnegación y
nuestro heroísmo. Este período, que nos abre la perspectiva del triunfo, es
también el período de las grandes dificultades y de las grandes tareas. Vencer
unas y realizar otras con la misma decisión con que nuestros soldados luchan en
los frentes, es el deber del momento. ¿Y cómo podemos conseguirlo si no nos
ponemos a la altura de las exigencias históricas, si no satisfacemos las necesidades
más urgentes de la lucha? ¿Cuál es la necesidad más urgente y más imperiosa del
momento actual? La necesidad más urgente es la creación del Partido Unico del
Proletariado, base de la unión antifascista del pueblo en el Frente Popular
para ganar la guerra. ¿Están maduras las condiciones para llegar inmediatamente
a la fusión de los Partidos Comunista y Socialista? Desde el principio de la
guerra, desde antes de la guerra, los obreros comunistas y socialistas luchan y
trabajan juntos; la guerra ha estrechado la colaboración de ambos Partidos, se
han creado en el transcurso de los últimos meses numerosos órganos de unidad de
acción, sobre los principales problemas de la guerra trabajan unidas las dos
organizaciones, hay en ambas un ambiente de cordialidad y de
compenetración que identifica las aspiraciones de los obreros socialistas y
comunistas. ¿Qué falta, pues, para realizar la fusión? Los que se oponen a
ella, los que hacen campañas solapadas contra la unidad política del
proletariado, aunque digan lo contrario y disimulen sus intenciones, trabajan
contra la unidad del proletariado y contra la unidad antifascista. ¿Qué reparo
objetivo o subjetivo puede oponerse ya a la fusión de dos partidos que se han
compenetrado en la lucha, que actúan juntos desde la dirección de la guerra
hasta el combate en las trincheras y el trabajo en las fábricas? Sólo los
interesados en dividir a las masas obreras, en retrasar la unión del pueblo
antifascista, pueden oponerse a un acto que impone la historia y lo exigen las
masas trabajadoras afinando los escrúpulos y aduciendo que aún existen en
algunos recelos y temores que, caso de existir, desaparecerían precisamente con
la fusión y el trabajo unidos en las enormes tareas de todo orden y en todos
los aspectos políticos, sociales y económicos que aguardan al Partido Unico del
Proletariado. Por esto, quienes se oponen, quienes obstaculizan e intentan
retrasarla, contra la voluntad manifiesta de la base de ambos Partidos, digan
lo que digan, trabajan en favor del enemigo, trabajan contra nuestra causa y el
triunfo del pueblo. Nuestra obligación es vencer todos los obstáculos, dominar
las dificultades e ir adelante, pese a los obstinados y a los vacilantes, a la
fusión de los Partidos Comunista y Socialista, a la creación del gran Partido
Unico del Proletariado. Esta debe ser la gran victoria política que anuncie y
determine las victorias militares decisivas.
Nuestra
Bandera,
Órgano teórico del C.C. del Partido
Comunista de España
Valencia, 15 julio 1937
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