Capital de la gloria
Madrid-Otoño
Ciudad de los más turbios
siniestros provocados,
de la angustia nocturna que
ordena hundirse al miedo
en los sótanos lívidos con ojos
desvelados,
yo quisiera furiosa, pero
impasiblemente
arrancarme de cuajo la voz,
pero no puedo,
para pisarte toda tan
silenciosamente,
que la sangre tirada
mordiera, sin protesta, mi
llanto y mi pisada.
Por tus desnivelados terrenos y
arrabales,
ciudad, por tus lluviosas y
ateridas afueras
voy las hojas difuntas pisando
entre trincheras,
charcos y barrizales.
Los árboles acodan,
desprovistos, las ramas
por bardas y tapiales
donde con ojos fijos espían las
troneras un
cielo temeroso de explosiones y
llamas.
Capital ya madura para los
bombardeos,
avenidas de escombros y barrios
en ruinas,
corre un escalofrío al pensar
tus museos
tras de las barricadas que
impiden las esquinas.
Hay casas cuyos muros humildes,
levantados
a la escena del aire,
representan la escena
del mantel y los lechos todavía
ordenados,
el drama silencioso de los
trajes vacíos,
sin nadie, en la alacena
que los biseles fríos
de la menguada luna de los
pobres roperos
recogen y barajan con los sacos
terreros.
Más que nunca mirada,
como ciudad que en tierra
reposa al descubierto,
la frente de tu frente se alza
tiroteada,
tus costados de árboles y
llanuras, heridos;
pero tu corazón no lo taparán
muerto,
aunque montes de escombros le
paren sus latidos.
Ciudad, ciudad presente,
guardas en tus entrañas de
catástrofe y gloria
el germen más hermoso de tu vida futura.
Bajo la dinamita de tus cielos,
crujiente,
se oye el nacer del nuevo hijo
de la victoria.
Gritando y a empujones la
tierra lo inaugura.
Estos descoloridos sofás
desvencijados
que ya tan sólo el frío los usa
y los defiende;
estos inesperados
retratos familiares
en donde los varones de la
casa, vestidos
los más innecesarios jaeces
militares,
nos contemplan, partidos,
sucios, pisoteados,
con ese inexpresable gesto fijo
y obscuro del
que al nacer ya lleva contra su
espalda el muro
de los ejecutados;
este cuadro, este libro, este
furor que ahora
me arranca lo que tienes para
mí de elegía
son pedazos de sangre de tu
terrible aurora.
Ciudad, quiero ayudarte a dar a
luz tu día.
Rafael Alberti
Hora de España II
Valencia, febrero
1937
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