con
todas las raíces y todos los corajes,
¿quién
me separará, me arrancará de ti,
madre?
Abrazado
a tu vientre, ¿quién me lo quitará,
si
su fondo titánico da principio a mi carne?
abrazado
a tu vientre, que es mi perpetua casa,
¡nadie!
Madre:
abismo de siempre, tierra de siempre: entrañas
donde
desembocando se unen todas las sangres:
donde
todos los huesos caídos se levantan:
madre.
Decir
madre es decir tierra que me ha parido;
es
decir a los muertos: hermanos, levantarse;
es
sentir en la boca y escuchar bajo el suelo
sangre.
La
otra madre es un puente, nada más, de tus ríos.
El otro pecho es una burbuja de tus mares.
Tú
eres la madre entera con todo su infinito,
madre.
Tierra:
tierra en la boca, y en el alma, y en todo.
Tierra
que voy comiendo, que al fin ha de tragarme.
Con
más fuerza que antes, volverás a parirme,
madre.
Cuando
sobre tu cuerpo sea una leve huella,
volverás
a parirme con más fuerza que antes.
Cuando
un hijo es un hijo, vive y muere gritando:
¡madre!
Hermanos:
defendamos su vientre acometido,
hacia
donde los grajos crecen de todas partes,
pues,
para que las malas alas vuelen, aún quedan
aires.
Echad
a las orillas de vuestro corazón
el
sentimiento en límites, los efectos parciales.
Son
pequeñas historias al lado de ella, siempre
grande.
Una
fotografía y un pedazo de tierra,
una
carta y un monte son a veces iguales.
Hoy
eres tú la hierba que crece sobre todo,
madre.
Familia
de esta tierra que nos funde en la luz,
los
más oscuros muertos pugnan por levantarse,
fundirse
con nosotros y salvar la primera
madre.
España,
piedra estoica que se abrió en dos pedazos
de
dolor y de piedra profunda para darme:
no
me separarán de tus altas entrañas,
madre.
Además
de morir por ti, pido una cosa:
que
la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen,
vayan
hasta el rincón que habite de tu vientre,
madre.
Miguel Hernández
El hombre acecha, 1939
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