F. Miquel de Toro / eldiario.es / 7-12-2015
El pacto de silencio de la Transición ha evitado la
profundización de la democracia en nuestra sociedad, evitando que el discurso
de la memoria democrática sustituyese a la memoria impuesta.
Solo podremos llegar a la dignificación y reparación integral de las víctimas mediante la superación del marco artificioso creado por la Transición.
¿Veremos el día en que se sienta una
vergüenza generalizada por la complicidad de nuestras instituciones con los
crímenes de la dictadura? Espero que sí, aunque últimamente no soy demasiado
optimista. Sobre todo cuando veo en televisión al presidente de un gobierno que
se dice de todos los españoles alardear estúpidamente, con tono chulesco, de
haber anulado la Ley de Memoria con el sencillo mecanismo de dejarla sin fondos
en los presupuestos. Cuando veo cómo el relator de la ONU nos saca los colores
públicamente y nuestros partidos políticos ni se inmutan, ni se sienten
aludidos, ni se sonrojan. Cuando veo a los descendientes de los desaparecidos,
fusilados, enterrados en fosas sin nombre y vilipendiados por unos políticos
sinvergüenzas que los acusan de buscar subvenciones o querer “romper España”,
solo porque quieren saber qué fue de sus padres, madres, hermanos o hermanas.
Esos mismos políticos sin escrúpulos son
los que miran hacia Alemania cuando se trata de recortar servicios sociales, de
pedir que mejoremos nuestra productividad, que nos apretemos el cinturón… ¿Por
qué no miran cómo han funcionado las políticas de memoria en Alemania que, a
pesar de los debates y las controversias, ha conseguido recordar sus crímenes y
víctimas? ¿Han pensado lo que pasaría si la actual Canciller dijese
públicamente que ha dejado sin validez el proceso de memorialización porque le
parece bien? ¿Se han dado cuenta de que la Constitución alemana sí habla de
responsabilidad histórica y de dignidad humana, mientras la nuestra ha servido
como coartada para la impunidad del franquismo?
En Alemania, los juicios al nazismo
adquirieron una dimensión que trasciende a las víctimas, y se convirtieron en
un revulsivo para la sociedad, una catarsis para la población. En España no ha
habido juicios, no ha habido revulsivo, porque ha faltado que los responsables
se sentasen en el banco de los acusados y que su condena acabase con la cultura
de la impunidad y del negacionismo, algo que los alemanes comenzaron a quitarse
de encima en los años sesenta, y que nosotros aún estamos esperando. Los
defensores del régimen surgido de la Transición que tanto se oponen a que se juzguen
los crímenes del franquismo no temen tanto las posibles condenas, sino el
efecto transformador que tendrían en la forma de entender la sociedad española.
Los diferentes gobiernos españoles se
han escudado en que no se pueden “reabrir” las heridas del pasado, debido al
riesgo de… ¿qué? ¿Se trata de una amenaza? ¿Tan frágil es nuestra democracia
que no podemos asumir con garantías el intento de cerrar esas heridas? Además,
las heridas de las víctimas no se han cerrado nunca: la Transición no ha
conseguido nunca sanar esas heridas. Las heridas permanecen y, tristemente, lo
único que conseguirá cerrarlas será el inexorable paso del tiempo y la
desaparición de la generación de los testigos; un testimonio que debemos
mantener vivo con los medios a nuestro alcance.
Mientras tanto, las instituciones
españolas se comportan como si tuvieran muchas lecciones que impartir y ninguna
que recibir, señalando que nuestra Transición fue una “transición modélica”,
pero en materia de verdad, justicia y reparación, ningún gobierno español,
ninguna institución, puede dar lecciones de nada, como no sea de desvergüenza.
Países muy diferentes han asumido la herencia sangrienta de sus dictaduras, sin
que se hayan reabierto las “heridas”, sino al contrario. Alemania e Italia
juzgaron a sus verdugos y dignificaron a las víctimas, sin que ocurriera nada;
en América Latina también se ha juzgado a los criminales, se han anulado “leyes
de punto final” y, que se sepa, no ha habido estallidos ni violencia en las
calles. ¿Por qué aquí ha de ser diferente? Todos los pueblos deben enterrar a
sus muertos, de una forma o de otra.
El pacto de silencio de la Transición ha
evitado la profundización de la democracia en nuestra sociedad, evitando que el
discurso de la memoria democrática sustituyese a la memoria impuesta. El Estado
nunca ha asumido sus responsabilidades de investigar los delitos, de reparar a
las víctimas, y cuando se ha visto presionado ha puesto un pobre presupuesto
para que las víctimas se hagan cargo de las funciones que ellos han dejado de
ejercer, como coartada persistente a la dejación de sus obligaciones, para
luego anunciar que ese presupuesto se queda en cero para poder ayudar a la
“reconciliación” de las dos Españas, esas dos Españas que ellos mismos han
creado. Mientras tanto, las instituciones públicas no pierden ocasión para
dejar clara su adhesión a las cláusulas de silencio, olvido e impunidad propias
del falso consenso de la Transición. Como ejemplo, basta un botón: el gobierno
francés homenajea a los republicanos españoles que lucharon en Francia,
mientras aquí se homenajea a los miembros de la División Azul.
Los partidos mayoritarios tienen difícil
reconocer lo que pasó, porque quedarían humillados por pactar el olvido de los
crímenes. Pero esa actitud no va a hacer que los muertos desaparezcan. Solo
podremos llegar a la dignificación y reparación integral de las víctimas
mediante la superación del marco artificioso creado por la Transición.
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