En aquel corralón de Seisdedos, en Casas Viejas, en
donde fueron sacrificados muchos jornaleros andaluces en aras de una República
macabra, fue arrancado de cuajo en la refriega un rosal anónimo, que rodaba por
los suelos cubierto de lodo y sangre.
Mi gran amigo Blas Infante fue en peregrinación a
Casas Viejas, contempló la caseta en ruinas de Seisdedos con sus ojos cegados
por las lágrimas, y recogió condolido aquel rosal profanado por las bestias
sanguinarias del Poder. Lo llevó piadosamente a Sevilla y lo plantó en el más
fértil suelo de su jardín, y lo regó con la más cristalina de sus aguas.
El rosal se vistió pomposamente de verde y se cubrió
de capullos prometedores de las más bellas rosas. Y fueron objeto constante de
especulación por porte de los visitantes del jardín las flores rojas que un día
brotarían de aquel rosal cogido en la casita del crimen, rojos como el color de
la sangre derramado por los campesinos mártires, rojos como el color de la
bandera de la rebelión de los esclavos.
Pero una esplendoroso mañana de primavera, en que la
naturaleza renacía en un ambiente de luz y pájaros, al toque del alba dado por
las campanas de la torre morisca, cambió el rosal sus capullos por unas
hermosas flores, no rojas, como se esperaba, sino blancas como el color de la
nieve y el armiño. ¡Cómo se regocijaba Blas Infante de la ocurrencia del rosal,
burlando nuestras esperanzas y ajeno al furioso batallar de los hombres! Para
nosotros, el rosal, agradecido, reflejaba en aquellas rosas blancas y puras lo conciencia
inmaculada de Blas Infante, que lo había devuelto a la vida.
Otros bárbaros como los asesinos de Casas Viejas, esta
vez no disfrazados con el gorro frigio, sino llevando por enseña la cruz
gamada, aparecieron en Sevilla de improviso y dieron muerte al más ilustre de
sus hijos: Blas Infante. El duelo tendió su manto sobre la viuda y huérfano del
caído, y el jardín, no regado más que con lágrimas de dolor, se convirtió en
campo yermo.
El rosal perdió su lozanía, dejó caer como lágrimas,
las hojas mustias de sus rosas; se despojó de su ropaje verde y se vistió con
otro gris, de luto; y por último, la savia dejó de correr por sus venas. Y en
una oscura noche sin luna y sin estrellas, exhaló su último suspiro el rosal de
Seisdedos. Único superviviente dela más inicua de las tragedias, digna de la
pluma del gran Esquilo.
Ya en el jardín no hay mayores, ni niños juguetones,
ni pájaros cantores, ni flores blancas ni rojas, ni aguas cristalinas, ni por
allí cruzan, como otras veces, visitantes soñadores. El desastre cobijo aquella
tierra del crimen, en la que no crecen, como en el corralón de Seisdedos, más
que cardos y espinas. Como no hay noche sin aurora, esperemos un alba rojo, tan
encendido que todo lo revestirá de color de fuego, como el que arde imperecedero
en nuestros corazones de revolucionarios andaluces.
Pedro Vallina, Mis memorias
El rosal de Seisdedos. A la memoria de Blas Infante
Pedro Vallina fue un médico sevillano, anarquista y dirigente de la CNT en Andalucía, discípulo de Fermín Salvochea y amigo de Blas Infante.
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