Tropas de Franco entran en Barcelona el 26 de enero de 1939 |
Un grupo de escritores visita 40 cárceles
«clandestinas» para derechistas en Barcelona.
Muestran los «calabozos»
Entre los dispositivos señalados,
«sierras» en el suelo para impedir que los prisioneros se tumben
William P. Carney
Cable especial a The New York
Times
Barcelona, España, 30 de enero
Las autoridades judiciales del
Generalísimo Francisco Franco se enfrentan a la tarea ingente de verificar las
acusaciones de barbarie y terrorismo indiscriminado contra extremistas, reales
o supuestos, además de contra criminales comunes, de quienes se afirma que han
actuado durante todo el régimen republicano. Hoy, acompañaron a los
corresponsales de la prensa extranjera en su visita de unas cuarenta prisiones
clandestinas que existían al margen de los lugares de detención conocidos y
bajo control oficial.
Al parecer, los conventos eran los lugares
preferidos por las organizaciones marxistas y anarquistas y el servicio secreto
de información militar republicano, el temido SIM, para instalar sus «calabozos
y cámaras de tortura» destinados a los derechistas.
Muchos trasladados
Según los jueces de Instrucción
nacionalistas (insurgentes), alrededor de ochocientos prisioneros políticos,
considerados los más peligrosos, fueron trasladados por los republicanos en su
retirada hacia Gerona cuando evacuaron esta ciudad el pasado miércoles. Otros
más de mil doscientos que se quedaron, fueron liberados cuando las tropas del
general Franco entraron en la ciudad el jueves.
Algunos de los recién liberados después
pasar entre 12 y 30 meses de cautividad, explicaron a los periodistas que hacían
la visita cómo había sido el trato recibido durante su encierro. También
estaban allí algunas mujeres llorosas que dijeron que sus maridos habían sido
sacados de estas cárceles tan sólo cuarenta y ocho horas antes de la caída de
Barcelona.
Un gran número de archivos clasificados,
abandonados por los vigilantes de las prisiones, ofrecían datos reveladores
sobre cuándo y por qué fueron detenidos los prisioneros. Algunos documentos
indicaban que unos cuantos prisioneros habían sido puestos en libertad a lo
largo del año pasado, poco después de su arresto.
Al ser liberados, eran obligados a firmar
una declaración en la que prometían no «confiar a nadie detalle alguno en
relación con las circunstancias de mi detención ni del trato recibido mientras
estuve en la cárcel ni de mis conversaciones con otros prisioneros ni cualquier
conocimiento que haya podido tener sobre la identidad de otros presos o de los
funcionarios que los interrogaban y eran responsables de su detención».
Esos pliegos de descargo llevaban el sello
oficial del Ministerio del Interior de la República, a pesar de haber sido
hallados en las prisiones clandestinas. A los firmantes de esos documentos se
les advertía que si incumplían su promesa podían ser castigados por «alta
traición».
Documentación mostrada
A este redactor se le mostró documentación
relacionada con un interno del antiguo Convento de San Juan que consistía en
una orden que indicaba que la razón de la detención había sido su
«desobediencia a las órdenes de un comisario» en una determinada planta de una
industria de guerra.
El convento de San Juan de la calle
Zaragoza fue mantenido como prisión secreta de la FAI, o Federación Anarquista
Ibérica. Contaba con un amplio número de celdas construidas en un patio y que
parecían gallineros.
Cada celda medía diez pies [3,04 m] de
largo y seis [1,82 m] de ancho. Algunas, al parecer, eran para los prisioneros
más recalcitrantes, ya que no tenían ni los bancos de cemento que había en las
demás celdas y que servían de camas. Había en el suelo aristas de cemento en
forma de sierra para que fuera imposible sentarse o acostarse con comodidad.
Sin embargo, en otras prisiones que visité
parece que se perseguía más una tortura mental que física, especialmente en el
convento de Vall Major y en la Academia Muntaner para Niños, ambas controladas
sin duda por el SIM. En estos lugares, según los prisioneros recientemente
liberados, se colocaba una luz eléctrica muy potente sobre los presos reacios a
dar información, así como unas anillas que les impiden cerrar los párpados,
para obligarles a hablar.
En las últimas dos prisiones, algunas
celdas eran tan pequeñas que sentado era imposible cambiar de una incómoda
posición a otra. En otras, de paredes negras, no entraba la luz del día y las
bombillas eléctricas se encendían y se apagaban. Otras celdas tenían extraños
dibujos pintados en la pared, lo que daba lugar a que el prisionero se volviera
loco si se le recluía demasiado tiempo.
Además de la peculiar construcción de los
suelos de algunas celdas, se usaban otros mecanismos para evitar que los
prisioneros durmieran, como un metrónomo situado al otro lado de la puerta.
Las mujeres prisioneras en el convento de
Vall Major no eran tratadas con la misma dureza que los hombres, a juzgar por
la apariencia de sus celdas. Allí se descubrieron colchones ocultos en la celda
de una mujer y dos rosarios trenzados de modo artesanal con lana de tejer.
Algunos juguetes muy toscos indicaban que pudo haber niños confinados junto con
las mujeres.
En documentos referentes a una prisionera
se anotó que la razón de su detención era que en su casa se encontró escondido
a un sacerdote.
William P. Carney
The New York Times, 31 de enero de 1939
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