El 19 de julio, el pueblo extremeño de Villanueva de
la Serena caía en poder de los fascistas. El hecho no era para sorprender a
nadie..., a nadie que no le pidiese peras al olmo, por supuesto, y sabido es
que esta petición era, desde bastante atrás, el signo bajo el cual se decía que
se quería defender la República. Bueno, al grano. Un teniente coronel sublevado
del 10 de agosto: la “zona”, con el espeluznante recuerdo de la matanza -verdadera “caza del hombre”- que, según la frase imperecedera del entonces
ministro de la Gobernación, señor Rico Avello, fué “una sofocación de una
rebelión que había salido como las propias rosas”; una Guardia Civil que, desde
el 16 de febrero, freía literalmente a cacheos y registros a todo el que le
olía a militante de partido de clase, o simplemente a hombre de izquierdas...
El fascismo se instaló allí como en su casa. Detención de todos los concejales
y directivos obreros. La compañera del más significado de éstos, Josefina
Jiménez, es también presidente de la Agrupación femenina. En su casa se han
“movido” muchas cosas; entre otras, la distribución entre familias
simpatizantes a raíz de octubre, de niños asturianos; ella misma tiene
“amadrinada” a una asturianita. En su casa habita la diputado socialista de la
provincia cuando viene por ahí, y en ella recibe a las comisiones de camaradas
y allí se han establecido bases de trabajo. Además Josefina Jiménez también
“mitinea”; no pasa semana sin que vaya a algún pueblo, próximo o lejano, a
“organizar” a las mujeres o a encararse con los patronos que rebajan los
jornales de la uva o de la aceituna...
¡Buena presa Josefina Jiménez! El 20 de julio ya la
han cogido. Conviene exhibirla: que se sepa. Durante varias horas, en un carro
de Asalto se la hace recorrer interminablemente Villanueva. En el carro van
diez guardias civiles y diez falangitas; señoritos y lacayos de señoritos.
“¡Grita arriba España, so tal!” La conminación salía por igual de labios de
unos que de otros. Josefina es mujer serena; en cuanto vió la víspera detener a
su compañero, se hizo su composición de lugar; venga lo que viniere, y sea cual
sea el sobresalto de su corazón, no se recrearán con su zozobra.
Impertérrita, contesta siempre lo mismo. (“Pero, hijo, si yo no soy
extranjera; soy de Málaga, tan española como quien más. ¿A qué he de gritar yo
ahora eso?”) Ella podrá no perder su calma; no así sus verdugos; antes de
apearse del carro de Asalto en que toda Villanueva la vió pasar, entre veinte
hombres armados, con una dignidad ejemplar, ya ha recibido en el pecho el
primer culatazo.
A patadas y empellones -veinte “caballeros”
para maltratar e insultar a una mujer- se la hace entrar en el Ayuntamiento y
allí se la sienta, en un cuartucho, frente a una docena de compañeros muertos.
Un cabo -el mismo que de un empujón la ha obligado a sentarse en la silla-
encuentra el espectáculo sobremanera regocijante: “¡Anda, recréate, so... tal,
y reza si quieres!” Por lo visto, el cabo es cristiano. Su cristianismo, tan
sui géneris, acabó por remover algo en un algo que tenían unos guardias
parecido a una sombra de conciencia. Se enzarzaron éstos con aquél, y, tras un
buen rato de hallarse Josefina “recreándose” frente a los cadáveres de sus doce
compañeros, los dos guardias la sacaron de allí y la llevaron a otra
habitación.
Dos días sin probar bocado. (Cierto es que, a la
mañana siguiente, un teniente le había llevado un poco de pan y jamón; cierto
es también que ella le contestó que “de ellos no quería nada.”) Ya de noche,
abre la puerta el sargento del puesto de Madrigalejo, el pueblo en que Josefna
ha “mitineado” la semana anterior. El sargento es hombre leído; recuerda
oportunamente aquella frase típica de los interrogatorios de octubre: “¿Dónde
están las pistolas?” La frase, como en octubre, tiene su natural colofón:
Josefina no sabe dónde están las pistolas, no sabe quiénes son los compañeros
que tienen pistolas en Madrigalejo ni en Villanueva, no sabe gritar “¡Arriba
España!” y ha de saber, y Josefina aprende muy pronto, allí mismo, lo que es
una buena paliza, dada con bríos a una “roja” por un sargento de la Guardia
Civil.
Y Josefina entra en la cárcel encerrada con otras
cuatro. El sargento pregunta con insistencia: ¿“Dónde está Fulano? ¿Quién
oculta a Mengano?” Josefina nada sabe; nada contesta. El sargento toma el
hábito de incrustarle el cañón del fusil por los costados para que haga
memoria. Un día, de un puñetazo le salta una muela y le rompe un diente. Días
de incomunicación absoluta. Unica sensación llegada del exterior: ruido de
disparos, gemidos de los apaleados, insultos soeces... La comida la envían
compañeros, familiares. No se les ocurre mandar agua y allí no se da agua.
Los carceleros - voluntarios - son falangitas. Cuando las detenidas, no
pudiendo resistir ya la sed de varios días, imploran un poco de agua, la
contestación es digna de tan dignos “caballeros”: “Bebed m...a!” Tuvieron
las detenidas que beberse el agua de un carburador.
Pero hay algo peor que la sed, y aun que la angustia
por el propio destino.¿Qué sería de la niña? Para Josefina, la niña, la
asturianita Delmira Solís, esa muñequilla rubia de cuatro años, es como hija
salida de su misma entraña. Es la hija en que ha cifrado todo el cariño
frustrado por los hijos que no ha logrado tener. Cuando el padre vino a verla,
el Primero de Mayo, en un viaje pagado por los compañeros de Villanueva, el
rudo minero lloró lo que no había llorado en los tormentos de la represión. Le
dijeron si se la quería llevar... Balbuciendo de emoción aseguró: “Sería un mal
padre si me la llevara; nunca podrá estar como está aquí.” Sí; para Josefina
hay en la cárcel algo peor que las palizas y que la sed, y que la angustia
por la propia suerte: la inquietud por la niña. “¿Qué habrán hecho con mi
niña?” No hicieron nada, pero de milagro. El dueño de una fonda, hombre “de
orden” y de influencia, sobre el cual no se atrevieron a disparar los de
Falange, cogió a la nena en brazos y, tras largo y empeñado forcejeo, logró
salir con ella...
Ya más de una semana de encierro. Únicas noticias del
exterior: que al compañero, como a los demás directivos obreros, se los han
llevado hacia Cáceres. Malos tratos, insultos... Josefina empieza a sufrir cruelmente
de un pecho herido por los culatazos.
El 31 de julio se le anuncia, por fin, lo que le
espera, lo que ya sospechaba: si no denuncia lo que se le exige que denuncie,
al día siguiente será fusilada. Y para que no se crea que son cosas dichas en
el aire, para que se entere bien, si es que todavía no se ha enterado, de cómo
las gastan los del brazo extendido, ese día se la obliga, en pie entre cuatro
guardias civiles, a presenciar la ejecución del alcalde del pueblecito de Pela. Josefina Jiménez, inmovilizada entre cuatro guardias, vió como este compañero
gritò: “¡Pertenezco a las Juventudes! ¡Muero por mi ideal! ¡Viva la
revolución!” Luego le vió apretar los dientes para no gritar más. Y luego le
oyó gemir, exclamar unos ayes desgarradores, que a los verdugos les enardecían
aún más en su salvajismo, y que a ella se le han clavado para toda su vida en
lo más hondo del alma...También se le clavaron en el alma -porque éste tenía
alma, alma de ser humano- a uno de los guardias civiles. Un guardia muy joven,
Antonio Peña, conocido por Peñita. Allí mismo se arrancó la guerrera del
uniforme, dijo que aquel uniforme deshonraba al que se lo ponía y escapó...
Marchó al frente a luchar junto a sus hermanos, a cumplir con su deber de
trabajador, de hombre consciente y libre.
Josefina no se murió. Ni enloqueció, aunque mentira
parezca. Al día siguiente, o sea el primero de agosto, señalado para su
fusilamiento, los leales entraron en Villanueva de la Serena. Al huir,
los guardias traidores y los señoritos canallas se olvidaron de los presos. Los
milicianos abrieron a culatazos las puertas de la cárcel y “resuscitaron” a más
de cien compañeros. El primero que entró en Villanueva con las fuerzas de la
reconquista fué el miliciano José Sánchez Galán; muy amigo de Josefina y de su
compañero, quería a la niña Delmira como a cosa suya. Corrió en su busca, y,
con ella en brazos, se precipitó a esperar a Josefina, a la salida de la
cárcel. Hoy Josefina Jiménez es delegada en el Comité de Abastos de Villanueva.
Ha estado tres meses en el hospital, y el pecho aún no lo tiene curado. Pero no
sabe quedar inactiva, y es, como dicen de ella en broma cariñosa, “el hombre”
de confianza de la Comandancia Militar, que a ella recurre para todo: lo mismo
para organizar y dirigir la matanza de cerdos para las Milicias, que para establecer
alojamientos, que para ocuparse de las presas. De las presas fascistas, las que
se regocijaban con el martirio de los nuestros. (“Y no permito -dícenos
Josefina con su energía tranquila- que se las veje o humille en lo más mínimo.
Que vean que valemos más que ellos, y, si la tienen, que se mueran de vergüenza
algún día!”).
Margarita Nelken
Estampa, 30 de enero de 1937
No hay comentarios:
Publicar un comentario