En mayo de 1995 Juan Gelman escribió una
carta abierta dirigida a su nieta o nieto, cuyo destino desconocía. Su nuera
Claudia, embarazada de siete meses, fue secuestrada junto con su hijo Marcelo en
Buenos Aires el 24 de agosto de 1976 y llevados a un centro de detención
clandestino de la dictadura argentina. Marcelo fué asesinado y su cadáver
apareció en Buenos Aires. Claudia fue trasladada a Uruguay y desapareció tras
dar a luz en cautiverio.
Cinco años después de que Gelman
escribiera la carta, el 31 de marzo de 2000, encontró a su
nieta en Montevideo. Tenía 23 años y se llamaba María Macarena. Llevaba dos
décadas buscándola.
Dentro de seis meses cumplirás 19 años.
Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración.
Poco antes o después de tu nacimiento,
el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca disparado a
menos de medio metro de distancia. Él estaba inerme y lo asesinó un comando
militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en
Buenos Aires y los llevó al campo de concentración Automotores Orletti que
funcionaba en pleno Floresta y los militares habían bautizado “El Jardín”.
Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre
Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando
eso ocurrió. A ella la trasladaron -y a vos en ella- cuando estuvo a punto de
parir. Debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de
la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste a parar -así era
casi siempre- a manos de una pareja estéril de marido militar o policía, o
juez, o periodista amigo de policía o militar.
Había entonces una lista de espera
siniestra para cada campo de concentración: los anotados esperaban quedarse con
el hijo robado a las prisioneras que parían y, con alguna excepción, eran
asesinadas inmediatamente después. Han pasado 12 años desde que los militares dejaron
el gobierno y nada se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200
litros que los militares rellenaron de cemento y arena y arrojaron al río San
Fernando, se encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado
en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza.
Me resulta muy extraño hablarte de mis
hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que
naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado
del Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido
tu destino. Me asaltan ideas contrarias.
Por un lado, siempre me repugnó la
posibilidad de que llamaras “papá” a un militar o policía ladrón de vos, o a un
amigo de los asesinos de tus padres. Por otro lado, siempre quise que,
cualquiera hubiese sido el hogar al que fuiste a parar, te criaran y educaran
bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de pensar que, aun así,
algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te tuvieran, no tanto
porque tus padres de hoy no son biológicos -como se dice-, sino por el hecho de
que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia y la falsificaron. Imagino
que te han mentido mucho.
También pensé todos estos años en qué
hacer si te encontraba: si arrancarte del hogar que tenías o hablar con tus
padres adoptivos para establecer un acuerdo que me permitiera verte y
acompañarte, siempre sobre la base de que supieras vos quién eras y de donde
venías. El dilema se reiteraba cada vez -y fueron varias- que asomaba la posibilidad
de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran encontrado. Se reiteraba de
manera diferente, según tu edad en cada momento.
Me preocupaba que fueras demasiado chico
o chica –por no ser suficientemente chico o chica- para entender por qué no
eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como a padres.
Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte de hachazo en el
tejido de tu subjetividad en formación. Pero ahora sos grande. Podés enterarte
de quién sos y decidir después que hacer con lo que fuiste. Ahí están las
Abuelas y su banco de datos sanguíneos que permiten determinar con precisión
científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu origen.
Ahora tenes casi la edad de tus padres
cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20
años para siempre. Soñaban mucho como vos y con un mundo más habitable para
vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en
vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos
somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio
que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu
historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande,
dije.
Los sueños de Marcelo y Claudia no se
han cumplido todavía. Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con
quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño
de su mujer, que poseían un brillo muy especial y tierno y pícaro. Quién sabe
cómo serás si sos varón. Quién sabe como serás si sos mujer. A lo mejor podés
salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que
te espera.
Emocionante carta y encuentro
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