Niceto Alcalá-Zamora y Torres
(Priego de Córdoba, 6 de julio de 1877 - Buenos Aires, 18 de febrero de 1949)
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Cuando un régimen político se derrumba, sus victoriosos enemigos presumen y presentan el acontecimiento como el resultado de sus esfuerzos y como el resultado de sus hazañas. Asistimos entonces a ese curioso espectáculo en el que se ve al vencido, sin compartir naturalmente la alegría de los vencedores, coincidiendo con ellos en la apreciación de las causas. Sin embargo esta doble y extraña concordancia de opiniones no es una garantía de exactitud: ilusión y orgullo de los vencedores queriendo exagerar su triunfo, sentimiento defensivo del vencido buscando no reconocer sus fallos.
Un
régimen no será derribado más que por quien pueda y si alguien puede, entonces
cualquiera que quisiera la estabilidad de la vida política sería aniquilado. Es
una verdad, que para esta tarea de hundimiento, pueden más aquellos que no
pierden nada: es decir, aquéllos que tienen el mayor interés en impedir la
catástrofe. Y sin embargo la provocan y la empujan, cumpliendo de este modo la
ley de la ética que golpea con sanciones inexorables.
Esta
conclusión no es una sutil paradoja encerrada en un juego de palabras. Es la
consecuencia lógica de la naturaleza de todo poder que tiene toda su fuerza en
la posesión de las armas y de los medios, que está asociado a todos los grandes
intereses, que se apoya en la inercia (aliado todopoderoso) y que está siempre
alerta contra un ataque directo y frontal, inevitablemente débil, fácilmente
dominado.
Por
el contrario, el poder no toma precauciones, y no encuentra alientos ni medios
de luchar contra sus propias debilidades. No escucha nunca las advertencias de
su propia amenaza que, para él, siempre es una sorpresa cuando estalla.
Si
estudiamos las lecciones de la historia sobre el derrumbamiento de los
regímenes, constatamos, por múltiples experiencias, la amarga verdad que
acabamos de proclamar. Pero entre todas ninguna sobrepasa las de España.
El
caso español es tan reciente que lo tenemos aún ante la vista. Además nos
ofrece una doble lección, es decir, que presenta cambios opuestos: en
un lustro hemos pasado de la monarquía dictatorial absoluta a la
democracia republicana, para pasar poco después de la indiscutible República a
la lucha entre dictaduras [...] Este aniquilamiento fue muy fácil teniendo en
cuenta que se trataba más bien de cuadros de oligarquías que de fuerzas
poderosas y resueltas. Incluso después de mayo de 1931, es decir en el momento
de los primeros desórdenes e incendios, reproducidos en 1934 y 1936. La
incapacidad de la dinastía y los recuerdos de su caída eran motivos suficientes
para explicar que incluso una avivada oposición antirrepublicana no quiso
declararse, ni ser monárquica. Un solo diputado entró con esta etiqueta en las
Cortes Constituyentes, y se trataba además de un parlamentario a quien su larga
carrera bajo la monarquía no le permitía adherirse a la República, pero por su
espíritu sinceramente liberal y democrático no quería atacarla.
Sin
embargo la república democrática constitucional agoniza en España entre los
horrores de las dos dictaduras opuestas, que se disputan la victoria: o bien
dictadura roja como la sangre que pierde, o bien dictadura negra como los
ataúdes que la esperan para sepultarla. Ese peligro que sólo el azar, como un
milagro, podría impedir, ha sido la obra de una demagogia intransigente y
ambiciosa que ha favorecido los regresos de una reacción ciega. Ha sido
necesario para ello concebir la política como el aplastamiento de los
adversarios, las finanzas como el monopolio del presupuesto y el gobierno como
la carencia de la autoridad.
Nunca
podremos pedirle al amplio laboratorio de la experiencia histórica una
demostración más completa, que permita, como la que acabamos de examinar, la
aplicación de los métodos experimentales en el dominio de las ciencias
políticas. Y llegamos a la conclusión de que la muerte, a la vez natural y
violenta, de cada régimen, es el suicidio. Podríamos decir que, siguiendo cada
uno su ruta, el poder autoritario va a precipitarse en la cuneta de la derecha
y las democracias en el de la izquierda y que siempre los enemigos más
peligrosos de cada régimen son los partidarios extremistas más ardorosos.
Niceto
Alcalá Zamora y Torres
Diciembre
de 1936
Confesiones de un demócrata. Artículos de L'ére Nouvelle (1936-1939).
Niceto Alcalá-Zamora, Obra Completa. Año. 2000. Ed. Parlamento de Andalucía,
Diputación de Córdoba, Cajasur y Patronato "Niceto Alcalá-Zamora y
Torres"
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