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1845. Todo régimen político perece por suicidio

Niceto Alcalá-Zamora y Torres
(Priego de Córdoba, 6 de julio de 1877 - Buenos Aires, 18 de febrero de 1949)


Cuando un régimen político se derrumba, sus victoriosos enemigos presumen y presentan el acontecimiento como el resultado de sus esfuerzos y como el resultado de sus hazañas. Asistimos entonces a ese curioso espectáculo en el que se ve al vencido, sin compartir naturalmente la alegría de los vencedores, coincidiendo con ellos en la apreciación de las causas. Sin embargo esta doble y extraña concordancia de opiniones no es una garantía de exactitud: ilusión y orgullo de los vencedores queriendo exagerar su triunfo, sentimiento defensivo del vencido buscando no reconocer sus fallos.

Un régimen no será derribado más que por quien pueda y si alguien puede, entonces cualquiera que quisiera la estabilidad de la vida política sería aniquilado. Es una verdad, que para esta tarea de hundimiento, pueden más aquellos que no pierden nada: es decir, aquéllos que tienen el mayor interés en impedir la catástrofe. Y sin embargo la provocan y la empujan, cumpliendo de este modo la ley de la ética que golpea con sanciones inexorables.

Esta conclusión no es una sutil paradoja encerrada en un juego de palabras. Es la consecuencia lógica de la naturaleza de todo poder que tiene toda su fuerza en la posesión de las armas y de los medios, que está asociado a todos los grandes intereses, que se apoya en la inercia (aliado todopoderoso) y que está siempre alerta contra un ataque directo y frontal, inevitablemente débil, fácilmente dominado.

Por el contrario, el poder no toma precauciones, y no encuentra alientos ni medios de luchar contra sus propias debilidades. No escucha nunca las advertencias de su propia amenaza que, para él, siempre es una sorpresa cuando estalla.

Si estudiamos las lecciones de la historia sobre el derrumbamiento de los regímenes, constatamos, por múltiples experiencias, la amarga verdad que acabamos de proclamar. Pero entre todas ninguna sobrepasa las de España.

El caso español es tan reciente que lo tenemos aún ante la vista. Además nos ofrece una doble lección, es decir, que presenta cambios opuestos: en un lustro hemos pasado de la monarquía dictatorial absoluta a la democracia republicana, para pasar poco después de la indiscutible República a la lucha entre dictaduras [...] Este aniquilamiento fue muy fácil teniendo en cuenta que se trataba más bien de cuadros de oligarquías que de fuerzas poderosas y resueltas. Incluso después de mayo de 1931, es decir en el momento de los primeros desórdenes e incendios, reproducidos en 1934 y 1936. La incapacidad de la dinastía y los recuerdos de su caída eran motivos suficientes para explicar que incluso una avivada oposición antirrepublicana no quiso declararse, ni ser monárquica. Un solo diputado entró con esta etiqueta en las Cortes Constituyentes, y se trataba además de un parlamentario a quien su larga carrera bajo la monarquía no le permitía adherirse a la República, pero por su espíritu sinceramente liberal y democrático no quería atacarla.

Sin embargo la república democrática constitucional agoniza en España entre los horrores de las dos dictaduras opuestas, que se disputan la victoria: o bien dictadura roja como la sangre que pierde, o bien dictadura negra como los ataúdes que la esperan para sepultarla. Ese peligro que sólo el azar, como un milagro, podría impedir, ha sido la obra de una demagogia intransigente y ambiciosa que ha favorecido los regresos de una reacción ciega. Ha sido necesario para ello concebir la política como el aplastamiento de los adversarios, las finanzas como el monopolio del presupuesto y el gobierno como la carencia de la autoridad.

Nunca podremos pedirle al amplio laboratorio de la experiencia histórica una demostración más completa, que permita, como la que acabamos de examinar, la aplicación de los métodos experimentales en el dominio de las ciencias políticas. Y llegamos a la conclusión de que la muerte, a la vez natural y violenta, de cada régimen, es el suicidio. Podríamos decir que, siguiendo cada uno su ruta, el poder autoritario va a precipitarse en la cuneta de la derecha y las democracias en el de la izquierda y que siempre los enemigos más peligrosos de cada régimen son los partidarios extremistas más ardorosos.


Niceto Alcalá Zamora y Torres
Diciembre de 1936 
Confesiones de un demócrata. Artículos de L'ére Nouvelle (1936-1939). 
Niceto Alcalá-Zamora, Obra Completa. Año. 2000. Ed. Parlamento de Andalucía, Diputación de Córdoba, Cajasur y Patronato "Niceto Alcalá-Zamora y Torres"










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