Combatientes vascos con las enseñas del Euzco Gudaroztea - Fotografía de Chim (David Saymour) |
Había terminado el acto de mi jura, cuando llegaba apresuradamente del extranjero uno de los dos amigos que enviamos a comprar armas a Francia. El viaje de vuelta lo había realizado en una gasolinera, burlando la vigilancia de los barcos de guerra franquistas. Era Telesforo de Monzón, un joven de mi misma edad, a quien yo habia nombrado Ministro de la Gobernación del nuevo Gabinete Vasco, sin él saberlo.
-Todo está arreglado -me dijo nerviosamente
Monzón.
-¿Arreglado qué? -le interrumpí.
-Lo de la compra de armas -me contestó-. Dentro de
pocos días llegarán de Hamburgo cinco mil fusiles y cinco millones y medio de
cartuchos.
-¿Pero qué estás hablando? -le repliqué asombrado-. ¿De Hamburgo ... ?
-De Hamburgo, por mucho que te asombres -añadió
Monzón-. Nos las han vendido los alemanes.
Todo aquello era demasiado incomprensible para mí. No
me cabía en la cabeza que los alemanes nos vendiesen armas para defendernos
contra Franco, y en cierto modo contra ellos, que eran sus aliados.
Decididamente empezábamos a vivir en un mundo sin lógica, que andando el tiempo
iba a proporcionarnos los ejemplos más estupendos de contrasentido.
-Así es, aun cuando te extrañe. En Francia no había
nada que hacer. Nadie quería oírnos hablar de vender armas. A los ingleses
hasta les escandalizó la idea. No hemos tenido más remedio que irnos a
Hamburgo, donde unos agentes alemanes nos han vendido esas armas que vienen de
Checoslovaquia.
Y lo más extraordinario fue que llegasen a nuestras
manos. En un puerto francés fueron transbordadas las armas del buque
escandinavo que las condujo, al pesquero vasco que hubo de transformarse en
barco fantasma para traerlas a Bilbao. Las maniobras del transbordo fueron por
demás complicadas, pues hubimos de valernos de toda clase de estratagemas para
que las autoridades francesas no se enterasen de que los pobres vascos habiamos
adquirido armas para defender los principios democráticos que ellos
sustentaban, pero a los que, al mismo tiempo, estaban traicionando
inconscientemente. Parecía talmente que la Gestapo se había trasladado a
Francia -luego resultó ser cierto-, y que las organizaciones de ayuda a la
democracia se habían establecido en Hamburgo.
Con aquellos fusiles y cartuchos nos creímos
invencibles, aunque no fuese más que por comparación con aquellos primeros días
de la sublevación militar, en los que nuestras gentes empuñaban cualquier
herramienta con tal que disparase. y llenas de entusiasmo salían a enfrentarse
con los moros y legionarios que Franco acaudillaba, aunque por su indumentaria
y armamentos más parecían partidas de caza.
Con este material y con los cañones que la rendición
del Cuartel de Loyola de San Sebastián nos proporcionó, preparamos los cuadros
de un ejército de 35.000 hombres. Contábamos con trece oficiales de carrera,
exiguo número que hubo de reducirse más aún por la deserción de algunos de
ellos que abandonaron nuestras filas llevándose documentos de capital importancia.
Gracias a una de estas traiciones, Franco se hizo con los planos del llamado
cinturón de Bilbao, que era una cadena de fortificaciones que defendía
dicha capital. Con trece oficiales solamente, y entre ellos el consabido judas,
no nos quedó más remedio que improvisar los que nos faltaban. De ahí que se
viese mandando batallones y más tarde hasta divisiones, a médicos, oficinistas,
obreros, arquitectos, etc., y muchos de ellos con verdadero éxito.
Un mes más tarde nos anunciaron la llegada del primero
y único cargamento ruso de material bélico que recibimos los vascos. Nos lo
enviaba el Gobierno de la República Española que lo había adquirido en Rusia.
Consistía en quince aviones de caza, cinco cañones de mediano calibre (11,50)
-nosotros los llamábamos la artillería pesada-, quince tanques, doscientas
ametralladoras y quince mil fusiles con muy pocos cartuchos. Nuestra ilusión se
multiplicó con su llegada; íbamos a poder formar seriamente un ejército.
Pero con su llegada fueron nuestras ilusiones las que
se marcharon. Los aviones eran buenos para entonces, cazas Curtiss fabricados
en Rusia; los tanques eran viejos y achacosos, renqueando sobre ruedas de goma;
los cañones eran aceptables aunque solamente servirían mientras durase la
escasa munición que traían; muchas ametralladoras funcionaban mal y más de la
mitad hubimos de desecharlas por inservibles; y los fusiles ... bueno, los
fusiles eran los que sobraron de la guerra de Crimea, con cerca de un siglo de
existencia, de un solo tiro, y con unas balas que hubiesen parecido anticuadas
a nuestros abuelos. Meses más tarde, los guardias de orden público se paseaban
con ellos, causando la admiración de los ignorantes que juzgaban por su tamaño
sus cualidades mortíferas.
Recuerdo que el técnico artillero que los examinó, me
dijo indignado, sintiendo su honor militar ofendido:
-¡Pero esos rusos por quién nos han tomado!...
-No se enfade, Comandante -le contesté yo-; es la
ayuda de las dictaduras a la democracia, que comenzó en Hamburgo y continúa con
espingardas de un solo tiro. Tal vez son un regalo para nuestro museo
arqueológico, que nosotros hemos interpretado equivocadamente.
Pero era una ayuda al fin y al cabo prestada a una
causa justa que se defendía desesperadamente, y por lo tanto muy digna de
agradecer. Los otros en cambio, los que tenían el deber de prestar su
colaboración al pueblo vasco en su lucha de vida o muerte contra el totalitarismo
internacional, no solamente no enviaron nada, sino que pusieron toda clase de
obstáculos oficiales, y hasta impidieron el paso del material por su
territorio.
Además, es justo hacer constar que los quince
aviadores que nos enviaron acompañando la expedición, eran de diferente calidad
que los fusiles de Crimea. Permanecieron dos o tres meses entre nosotros y
luego fueron retirados. A quienes más extrañeza causaron los jóvenes aviadores,
fue a algunos elementos extremistas que creían que todo ser humano que llegase
de Rusia, había de ser desgreñado, indisciplinado y revolucionario. La conducta
de aquellos muchachos fue ejemplar, y no me refiero a su ejecutoria militar, ya
que la superioridad numérica del adversario no les permitió combatir más que al
principio. Lo que más me impresionó fue la disciplina de aquellos aviadores.
Fueron un ejemplo de seriedad y corrección que denotaba a las claras que en su
país existía en el orden militar algo más que lo que una propaganda desviada e
inexacta hacia ver a las gentes. Venían mandados por el general Jansen, de
origen Letón, con quien me unió una sincera amistad por su bondad y
corrección. No era comunista, y comprendió bien todo el alcance de la tragedia
del pueblo vasco. Un día fue llamado por sus superiores y se despidió de mí con
las siguientes palabras:
- Yo no sé hacer política. Es mejor que me retiren de
aquí.
Fueron muchos, muchísimos, los dolorosos desengaños
que recibimos, pero nosotros seguimos trabajando sin desfallecer, porque la
justicia de nuestra causa nos infundía una fe que no nos permitía dudar de
nuestro triunfo. Y creamos el Ejército Vasco, transformando las milicias -que
se componían de voluntarios de los diferentes partidos politicos- en una
organización militar de más de cien mil hombres perfectamente disciplinada,
quienes, a pesar de la deficiencia irritante del armamento, supieron contener
al invasor durante muchos meses; construimos el llamado "Cinturón de
Hierro" de Bilbao, que tuvo una extensión de unos doscientos kilómetros de
perímetro; transformamos la industria civil en industria de guerra y
organizamos todos los servicios; alimentamos una población civil de más de
ochocientas mil almas, con más de ciento cincuenta mil refugiados, en un
territorio de unos tres mil kilómetros cuadrados y sin más salida que un mar
virtualmente bloqueado; mantuvimos el orden y establecimos la administración de
justicia; defendimos la libertad de conciencia y el respeto al culto;
protegimos la propiedad y velamos por las vidas de nuestros adversarios
políticos.
Pero no quiero hacer el elogio de nuestra obra y voy a
dejar hablar a un testigo presencial de ella. Me refiero a G. L. Steer,
corresponsal en el frente vasco de "The Times" de Londres y de Nueva
York, el cual dice así en su libro The tree of Gernika: "Los vascos se
consideran orgullosos del año en que se gobernaron a sí mismos, de cómo
mantuvieron el orden y una verdadera paz religiosa. y dieron libertad a todas
las conciencias, y alimentaron a los pobres, curaron los heridos y condujeron
todos los servicios del Gobierno sin una sola disputa. Sólo ellos en toda
España demostraron hallarse aptos para gobernar; mientras los otros asesinaban,
aterrorizaban a la clase trabajadora y vendían su patria a los extranjeros,
ellos unieron su pequeña nación con fuertes lazos de humana solidaridad...
Podrían esperar, como lo hago yo, que en lo sucesivo su obra sea coronada por
un mayor éxito. pero difícilmente que su conducta sea más digna y
honorable."
Algún día, cuando se disipe la bruma ideológica que ha
dejado en el mundo aquella guerra civil de trascendencia universal, la
humanidad hará plena justicia a los vascos, y se verá que entonces, como
siempre, no hicimos más que continuar la tradición de nuestros mayores,
simbolizada en el Arbol de Guernica.
José Antonio Agirre
De Guernica a Nueva York pasando por Berlín, 1942
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