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1887. Armas de diferente procedencia y calidad

Combatientes vascos con las enseñas del Euzco Gudaroztea - Fotografía de Chim (David Saymour)


Había terminado el acto de mi jura, cuando llegaba apresuradamente del extranjero uno de los dos amigos que enviamos a comprar armas a Francia. El viaje de vuelta lo había realizado en una gasolinera, burlando la vigilancia de los barcos de guerra franquistas. Era Telesforo de Monzón, un joven de mi misma edad, a quien yo habia nombrado Ministro de la Gobernación del nuevo Gabinete Vasco, sin él saberlo. 

-Todo está arreglado -me dijo nerviosamente Monzón. 

-¿Arreglado qué? -le interrumpí. 

-Lo de la compra de armas -me contestó-. Dentro de pocos días llegarán de Hamburgo cinco mil fusiles y cinco millones y medio de cartuchos. 

-¿Pero qué estás hablando? -le repliqué asombrado-. ¿De Hamburgo ... ? 

-De Hamburgo, por mucho que te asombres -añadió Monzón-. Nos las han vendido los alemanes. 

Todo aquello era demasiado incomprensible para mí. No me cabía en la cabeza que los alemanes nos vendiesen armas para defendernos contra Franco, y en cierto modo contra ellos, que eran sus aliados. Decididamente empezábamos a vivir en un mundo sin lógica, que andando el tiempo iba a proporcionarnos los ejemplos más estupendos de contrasentido. 

-Así es, aun cuando te extrañe. En Francia no había nada que hacer. Nadie quería oírnos hablar de vender armas. A los ingleses hasta les escandalizó la idea. No hemos tenido más remedio que irnos a Hamburgo, donde unos agentes alemanes nos han vendido esas armas que vienen de Checoslovaquia. 

Y lo más extraordinario fue que llegasen a nuestras manos. En un puerto francés fueron transbordadas las armas del buque escandinavo que las condujo, al pesquero vasco que hubo de transformarse en barco fantasma para traerlas a Bilbao. Las maniobras del transbordo fueron por demás complicadas, pues hubimos de valernos de toda clase de estratagemas para que las autoridades francesas no se enterasen de que los pobres vascos habiamos adquirido armas para defender los principios democráticos que ellos sustentaban, pero a los que, al mismo tiempo, estaban traicionando inconscientemente. Parecía talmente que la Gestapo se había trasladado a Francia -luego resultó ser cierto-, y que las organizaciones de ayuda a la democracia se habían establecido en Hamburgo. 

Con aquellos fusiles y cartuchos nos creímos invencibles, aunque no fuese más que por comparación con aquellos primeros días de la sublevación militar, en los que nuestras gentes empuñaban cualquier herramienta con tal que disparase. y llenas de entusiasmo salían a enfrentarse con los moros y legionarios que Franco acaudillaba, aunque por su indumentaria y armamentos más parecían partidas de caza.

Con este material y con los cañones que la rendición del Cuartel de Loyola de San Sebastián nos proporcionó, preparamos los cuadros de un ejército de 35.000 hombres. Contábamos con trece oficiales de carrera, exiguo número que hubo de reducirse más aún por la deserción de algunos de ellos que abandonaron nuestras filas llevándose documentos de capital importancia. Gracias a una de estas traiciones, Franco se hizo con los planos del llamado cinturón de Bilbao, que era una cadena de fortificaciones que defendía dicha capital. Con trece oficiales solamente, y entre ellos el consabido judas, no nos quedó más remedio que improvisar los que nos faltaban. De ahí que se viese mandando batallones y más tarde hasta divisiones, a médicos, oficinistas, obreros, arquitectos, etc., y muchos de ellos con verdadero éxito. 

Un mes más tarde nos anunciaron la llegada del primero y único cargamento ruso de material bélico que recibimos los vascos. Nos lo enviaba el Gobierno de la República Española que lo había adquirido en Rusia. Consistía en quince aviones de caza, cinco cañones de mediano calibre (11,50) -nosotros los llamábamos la artillería pesada-, quince tanques, doscientas ametralladoras y quince mil fusiles con muy pocos cartuchos. Nuestra ilusión se multiplicó con su llegada; íbamos a poder formar seriamente un ejército. 

Pero con su llegada fueron nuestras ilusiones las que se marcharon. Los aviones eran buenos para entonces, cazas Curtiss fabricados en Rusia; los tanques eran viejos y achacosos, renqueando sobre ruedas de goma; los cañones eran aceptables aunque solamente servirían mientras durase la escasa munición que traían; muchas ametralladoras funcionaban mal y más de la mitad hubimos de desecharlas por inservibles; y los fusiles ... bueno, los fusiles eran los que sobraron de la guerra de Crimea, con cerca de un siglo de existencia, de un solo tiro, y con unas balas que hubiesen parecido anticuadas a nuestros abuelos. Meses más tarde, los guardias de orden público se paseaban con ellos, causando la admiración de los ignorantes que juzgaban por su tamaño sus cualidades mortíferas.

Recuerdo que el técnico artillero que los examinó, me dijo indignado, sintiendo su honor militar ofendido: 

-¡Pero esos rusos por quién nos han tomado!... 

-No se enfade, Comandante -le contesté yo-; es la ayuda de las dictaduras a la democracia, que comenzó en Hamburgo y continúa con espingardas de un solo tiro. Tal vez son un regalo para nuestro museo arqueológico, que nosotros hemos interpretado equivocadamente. 

Pero era una ayuda al fin y al cabo prestada a una causa justa que se defendía desesperadamente, y por lo tanto muy digna de agradecer. Los otros en cambio, los que tenían el deber de prestar su colaboración al pueblo vasco en su lucha de vida o muerte contra el totalitarismo internacional, no solamente no enviaron nada, sino que pusieron toda clase de obstáculos oficiales, y hasta impidieron el paso del material por su territorio. 

Además, es justo hacer constar que los quince aviadores que nos enviaron acompañando la expedición, eran de diferente calidad que los fusiles de Crimea. Permanecieron dos o tres meses entre nosotros y luego fueron retirados. A quienes más extrañeza causaron los jóvenes aviadores, fue a algunos elementos extremistas que creían que todo ser humano que llegase de Rusia, había de ser desgreñado, indisciplinado y revolucionario. La conducta de aquellos muchachos fue ejemplar, y no me refiero a su ejecutoria militar, ya que la superioridad numérica del adversario no les permitió combatir más que al principio. Lo que más me impresionó fue la disciplina de aquellos aviadores. Fueron un ejemplo de seriedad y corrección que denotaba a las claras que en su país existía en el orden militar algo más que lo que una propaganda desviada e inexacta hacia ver a las gentes. Venían mandados por el general Jansen, de origen Letón, con quien me unió una sincera amistad por su bondad y corrección. No era comunista, y comprendió bien todo el alcance de la tragedia del pueblo vasco. Un día fue llamado por sus superiores y se despidió de mí con las siguientes palabras: 

- Yo no sé hacer política. Es mejor que me retiren de aquí. 

Fueron muchos, muchísimos, los dolorosos desengaños que recibimos, pero nosotros seguimos trabajando sin desfallecer, porque la justicia de nuestra causa nos infundía una fe que no nos permitía dudar de nuestro triunfo. Y creamos el Ejército Vasco, transformando las milicias -que se componían de voluntarios de los diferentes partidos politicos- en una organización militar de más de cien mil hombres perfectamente disciplinada, quienes, a pesar de la deficiencia irritante del armamento, supieron contener al invasor durante muchos meses; construimos el llamado "Cinturón de Hierro" de Bilbao, que tuvo una extensión de unos doscientos kilómetros de perímetro; transformamos la industria civil en industria de guerra y organizamos todos los servicios; alimentamos una población civil de más de ochocientas mil almas, con más de ciento cincuenta mil refugiados, en un territorio de unos tres mil kilómetros cuadrados y sin más salida que un mar virtualmente bloqueado; mantuvimos el orden y establecimos la administración de justicia; defendimos la libertad de conciencia y el respeto al culto; protegimos la propiedad y velamos por las vidas de nuestros adversarios políticos. 

Pero no quiero hacer el elogio de nuestra obra y voy a dejar hablar a un testigo presencial de ella. Me refiero a G. L. Steer, corresponsal en el frente vasco de "The Times" de Londres y de Nueva York, el cual dice así en su libro The tree of Gernika: "Los vascos se consideran orgullosos del año en que se gobernaron a sí mismos, de cómo mantuvieron el orden y una verdadera paz religiosa. y dieron libertad a todas las conciencias, y alimentaron a los pobres, curaron los heridos y condujeron todos los servicios del Gobierno sin una sola disputa. Sólo ellos en toda España demostraron hallarse aptos para gobernar; mientras los otros asesinaban, aterrorizaban a la clase trabajadora y vendían su patria a los extranjeros, ellos unieron su pequeña nación con fuertes lazos de humana solidaridad... Podrían esperar, como lo hago yo, que en lo sucesivo su obra sea coronada por un mayor éxito. pero difícilmente que su conducta sea más digna y honorable." 

Algún día, cuando se disipe la bruma ideológica que ha dejado en el mundo aquella guerra civil de trascendencia universal, la humanidad hará plena justicia a los vascos, y se verá que entonces, como siempre, no hicimos más que continuar la tradición de nuestros mayores, simbolizada en el Arbol de Guernica. 


José Antonio Agirre
De Guernica a Nueva York pasando por Berlín, 1942









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