Fotografía: Robert Capa |
En el frente de Guadalajara, vía Madrid, 22 de marzo 1937
Ayer,
bajo la lluvia y ráfagas de nevisca, atravesé el campo de batalla de
Guadalajara y fui hasta donde las tropas gubernamentales, algunas con mantas
sobre los hombros pero muchas con capturados ponchos de camuflaje italianos,
avanzaban por carreteras secundarias más allá de Brihuega, intentando
establecer contacto con las tropas italianas que huían. La infantería del
gobierno había encontrado resistencia
a la izquierda de la carretera principal de Zaragoza, después de Utande, caían
granadas, pero aun así el avance era constante contra un enemigo que parecía
resuelto a retirarse del mapa de la región madrileña en que nos
hallábamos.
Al
borde de las carreteras se amontonaban las armas abandonadas, ametralladoras,
cañones antiaéreos, morteros ligeros, granadas y cajas de munición para
ametralladora, y en las cunetas de las carreteras bordeadas de árboles había
camiones, tanques ligeros y tractores abandonados. El campo de batalla que
dominaba Brihuega estaba sembrado de cartas, papeles, mochilas, platos
y cubiertos de rancho, herramientas para cavar trincheras y, por todas partes,
los muertos.
El
tiempo cálido hace que todos los muertos parezcan iguales, pero estos muertos
italianos, con las caras de cera gris bajo la fría lluvia, se veían muy
pequeños y desvalidos. No parecían hombres sino, donde la explosión de una
granada había matado a tres, juguetes rotos de una forma curiosa. A un muñeco
le faltaban los pies y yacía sin expresión en el rostro céreo y mal afeitado.
Otro muñeco había perdido media cabeza. El tercero estaba simplemente roto,
como se rompe en el bolsillo una tableta de chocolate.
La
línea del frente se extendía desde el altozano a través de un bosque de robles
deformes, y por doquier había señales de una retirada súbita y desordenada. No
hay modo de calcular las bajas italianas en la batalla de Guadalajara. Los
muertos y heridos se estiman entre dos mil y tres mil.
Los
principales resultados de la batalla, aparte de salvar la carretera de
Guadalajara, han sido brindar al gobierno una victoria importante después de
ocho meses de luchar a la defensiva, unir a la gente en su furia contra la
invasión extranjera y acelerar a un ritmo febril el reclutamiento del nuevo
ejército.
Cuando
abandoné Valencia a las cinco de la mañana, vi una hilera de dos mil hombres
esperando que abriera la oficina de reclutamiento. Una oleada de entusiasmo
sacude a la población, suministros y regalos de pequeñas poblaciones afluyen a
Madrid en columnas de camiones, y la moral de todas las fuerzas armadas se ha elevado
mucho.
Franco,
que ha acabado con sus tropas moras en los repetidos ataques contra Madrid, se
encuentra ahora con que no puede fiarse de los italianos. No porque los
italianos sean cobardes, sino porque los italianos que defienden el frente del
Piave y del Monte Grappa contra
la invasión son una cosa, y los italianos enviados a luchar en España cuando
esperaban un servicio de guarnición en Etiopía son otra.
Hablé
con un oficial de la Undécima Brigada del gobierno que participó en toda la
batalla de Trijueque.
—Los
italianos avanzaban por la carretera hacia nuestras defensas en columnas de
cuatro. Daban la impresión de no esperar ninguna resistencia. Cuando abrimos
fuego, parecieron completamente desconcertados.
Después
hablé con prisioneros que habían estado en Málaga, donde los italianos entraron
casi sin oposición, y manifestaron que les habían dicho que ocurriría
lo mismo con Madrid. Esperaban llegar a Guadalajara el segundo día y a Alcalá
de Henares el tercero y completar el cerco de Madrid el cuarto Una vez
repuestos de la sorpresa, los italianos lucharon bien los dos primeros días,
pero cuando se encontraron con la tenaz resistencia de las tropas españolas y
el ametrallamiento y bombardeo de los aviones gubernamentales, perdieron la
moral y echaban correr cuando nuestras tropas atacaban. Se retiraban tan de
prisa que era imposible mantener el contacto. Ahora se ha formado cierta
resistencia a la izquierda de Utande, pero no creemos que se deba a los italianos,
sino a las tropas de milicianos fascistas.
Todavía
se luchará encarnizadamente por Guadalajara y el sur de la carretera principal
de Valencia pero, estudiando el terreno, creo que ahora es imposible el cerco
de Madrid, a menos que Franco reciba enormes refuerzos de una clase de tropas
mejores que las que lucharon en Brihuega. La moral del gobierno es ahora tan
elevada que existe el riesgo de un optimismo excesivo, pero es necesario
recordar que no se eligió a Madrid capital del país por su clima, que es atroz,
ni por su posición económica, sino por su maravillosa posición estratégica en
el centro
de la meseta castellana. Ahora Madrid está tan fortificado que sería imposible
tomarlo por un ataque directo. El primer intento de cortar la carretera
principal de Valencia en Arganda costó al general Franco una cruenta derrota.
El segundo intento de cortar la carretera de Guadalajara tuvo como resultado la
mayor derrota italiana desde Caporetto.
Mientras
tanto, aunque se tomara Arganda y la carretera de Guadalajara, que es posible
defender kilómetro tras kilómetro con las mejores posiciones naturales, y fuese
cortada desde tan abajo como Alcalá de Henares, hay varias carreteras
secundarias entre las carreteras
principales que han sido reforzadas para el tráfico pesado y pueden servir de
líneas vitales de comunicación para transportar alimentos desde Valencia. Sé
que estas carreteras secundarias son perfectamente practicables porque pasamos
por ellas desde Valencia hace tres días.
Para
ganar la guerra, Franco tendría que rodear Madrid y cortar la línea de
comunicaciones con la costa desde Teruel, separando así Barcelona y Valencia, o
subir por la costa y tomar Valencia. Sin embargo, mientras el gobierno mantenga
el grueso del ejército en la meseta castellana, Franco tiene que luchar allí y
día tras día el gobierno procede
a armar y entrenar a un nuevo ejército que estará listo para pasar a la
ofensiva dentro de pocos meses.
Parece
ser que la suerte de esta guerra cambió cuando las columnas mecanizadas
italianas, supuestamente invencibles, fueron derrotadas en el frente de
Guadalajara.
Ernest Hemingway
Despachos de la Guerra civil española (1937-1938)
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